04 de juny 2011

La voz del Superyó: Just Do It!





















El concepto de Superyó no es claro ni transparente, merece ser historizado tanto en la obra de Freud como en la enseñanza de Lacan y en la propia historia de la clínica. Hay una historia del superyó que se hace presente en la variación de los síntomas de los que él mismo se alimenta. Existe el superyó freudiano que prohibe un goce de una manera siempre imposible de cumplir por completo, con esa ley loca que le dice al sujeto masculino: “así, como el padre, debes ser; y así, como el padre, no debes ser” (cf. S. Freud en “El Yo y el Ello” de 1923). Es el superyó que prohibe pero que también obliga poniendo al sujeto en una disyuntiva imposible de satisfacer: debes hacer A y no A a la vez.
La concepción lacaniana del Superyó operó muy pronto un desplazamiento desde el clásico superyó entendido como prohibición de un goce hacia el superyó, mucho más actual, entendido como un imperativo que finalmente impone al sujeto un goce igualmente imposible de obtener. Vivimos, es cierto, a escala global bajo el imperativo de la obtención de un goce que se revela siempre tan imposible de cumplir en su totalidad como inútil en su parcialidad, tan mortífero en sus consecuencias como ineficaz en su economía irreciclable. La conocida fórmula - “¡Goza!” - con la que Lacan distingue esta dimensión imperativa de un goce en el sujeto contemporáneo puede tener de hecho un buen antecedente en un pasaje de la obra del escritor André Gide, Corydon, alegato escrito en defensa de la homosexualidad contra el moralismo de su época. El autor pone allí en boca de la “voz de la naturaleza” este mismo imperativo, - “¡Goza!” – dirigido tanto al hombre como a la mujer. Es un imperativo que viene al lugar de un inexistente instinto sexual que diría tanto al uno como al otro cuál es el objeto natural y complementario de ese instinto. El imperativo “¡Goza!” que afecta a la pulsión del ser que habla, a diferencia del instinto natural, no dice sin embargo de qué objeto hay que gozar. Lo que produce a ese ser que habla un doble dolor de cabeza, siempre sintomático: tiene que satisfacer a la pulsión y tiene que hacerlo sin saber de entrada con qué objeto. Esta versión del “no hay relación sexual” en André Gide – no hay un objeto natural y determinado para la pulsión sexual –, esta dimensión que se expresa en el sujeto contemporáneo por un imperativo de goce llevado a veces hasta la muerte misma, será repescado por Jacques Lacan para dar la voz más precisa a ese Superyó tan enigmático como insidioso. Es una voz que aparece en toda la diversidad de fenómenos en la clínica contemporánea, desde la anorexia-bulimia, pasando por la serie de adicciones que alimentan la glotonería del Superyó. Si el Superyó prohibe un goce por una parte es para alimentarse él mismo de ese goce rechazado e imponer al sujeto un nuevo sacrificio bajo la forma de nuevos imperativos de goce. La economía de nuestra época y sus fracasos parecen seguir un guión escrito línea por línea por una instancia tan obscena y feroz.
Parece ser que cuando Lacan viajó a EEUU y vio la publicidad “Enjoy Coca-Cola!” escrita en letras luminosas colgando de los edificios urbanos comentó de inmediato: enjoy no será nunca una buena traducción del término jouissance. En efecto, la “jouissance” francesa no ha tenido en inglés ninguna buena traducción y las mejores versiones de textos lacanianaos han optado por dejar el término, tal cual, en francés. Nuestro “goce” castellano se acerca tal vez un poco más a esta dimensión; y el “gaudi” o la "fruïció" del catalán incluso un poco más…
En todo caso, puestos a encontrar fórmulas actuales del Superyó freudiano en la publicidad y en la psicopatología de la vida cotidiana, tenemos la del nuevo imperativo que alimenta hoy a esta figura obscena y feroz: “Just Do It!
Sí, “¡Simplemente hazlo!” parece hoy la fórmula, tan vacía como inmediata en su formulación, con la que economistas y políticos, higienistas y cientificistas, alimentan muchas veces el imperativo del Superyó. Es un imperativo que parece haber descubierto la inutilidad del goce en sí mismo para seguir la lógica implacable de un empuje al acto más allá del objeto del que habría de gozar. “¡Simplemente hazlo!” nos dice sin decirnos en realidad qué es lo que hay hacer.
Es en este nuevo imperativo donde podemos leer seguramente la voz actual del Superyó, una voz que se alimenta de la satisfacción pulsional en la clínica del pasaje al acto, tanto en la intimidad del sufrimiento como en su exposición más pública y, digamos también la palabra, indignante.

19 d’abril 2011

El número y la silla vacía del sujeto













El origen de los números es tan enigmático como el origen del propio lenguaje. Nadie ha observado ni descubierto un número en la naturaleza, como tampoco un círculo perfecto. Sin embargo, estos conceptos que solo el lenguaje hace posibles hacen posible a su vez simbolizar y manejar parte de la realidad. Hay aquí una paradoja que no parece fácil de resolver.


La famosa frase de Galileo Galilei fue, es cierto, el principio de la ciencia moderna: "El gran libro de la Naturaleza está escrito en caracteres geométricos". La geometría es matemática, pero la matemática no es solo ni fundamentalmente lo cuantificable. El propio número no se reduce a una cantidad. Aunque es cierto que Galileo fundó su esperanza en hacerlo todo cuantificable, habría que volver al sentido genuino de la mathesis – es lo que hará Jacques Lacan – para desentrañar el verdadero sentido de su proyecto y del de la propia ciencia.
Para entender que el número no se reduce ni es fundamentalmente lo cuantificable resulta interesante le lectura del libro El número, lenguaje de la ciencia, de Tobías Dantzig, un excelente matemático – además de leñador y pintor de brocha gorda – muy apreciado por el propio Albert Einstein. Leemos allí: 

“Aún en las etapas más primitivas de la evolución humana se encuentra en el hombre una facultad que llamaremos, a falta de mejor denominación, el sentido del número. Esta facultad le permite reconocer que algo ha cambiado en una pequeña colección, cuando, sin su conocimiento directo, se ha sacado o añadido un objeto.
 El sentido del número no debe ser confundido con la facultad de contar, que es probablemente mucho más reciente y que implica un proceso mental bastante más complicado. Contar es, en la medida de nuestros conocimientos actuales, un atributo exclusivamente humano, mientras que algunas especies de animales parecen poseer un rudimentario sentido del número parecido al nuestro [...] Muchos pájaros, por ejemplo, poseen ese sentido del número."


Tobías Dantzig cuenta entonces una experiencia que tiene todo su interés. 
Se trata de un caso en el que la conducta de un pájaro parecería lindar con lo intencional: 
"Un terrateniente estaba decidido a matar a un cuervo que había hecho su nido en el mirador de la finca. Repetidas veces había intentado sorprender al pájaro, pero en vano; cuando el hombre se aproximaba, el cuervo abandonaba su nido para posarse a la expectativa en un árbol distante y no volvía al mirador hasta que el hombre se hubiera alejado. Un día el propietario recurrió a un ardid: dos hombres entraron en la torre; uno quedó dentro y otro salió y se alejó, mas el pájaro no se dejó engañar y esperó hasta que el segundo hubo salido a su vez. El experimento se repitió los días siguientes con 2, 3 y 4 hombres, pero siempre infructuosamente. Por fin, 5 hombres entraron en la torre y 4 de ellos después salieron, mientras el quinto quedaba adentro. Entonces el pájaro perdió la cuenta, incapaz de distinguir entre 4 y 5, y volvió enseguida a su nido.”

Se pueden extraer varias consecuencias de esta experiencia:

1) El “sentido del número” no es lo mismo que la operación de contar.

2) Es distinto el uso del cardinal 5 del uso del ordinal que supone "contar" hasta cinco.

3) Hay animales que parece que cuenten. Tienen solo eso que Dantzig denomina "sentido del número".
 
4) Solo el ser humano, (que "cuenta con" el sistema simbólico del lenguaje y con el número como elemento simbólico fundamental) puede contar realmente. Un animal solo tiene “el sentido del número”, la Gestalt, la forma imaginaria de la colección.

5) Si no dispusiéramos del lenguaje simbólico, probablemente no llegaríamos a "contar" más allá del tres o del cuatro. Es lo que ocurre en algunas culturas donde subsiste esa pregnancia de lo imaginario y en cuyo lenguaje solo cuentan con "uno, dos... y todos los demás".
Ni un cuervo ni cualquier sistema cibernético existente distinguen de hecho entre n y n+1, principio de la serie numérica. Esto no quiere decir que no podamos incluir el algoritmo n+1 en una serie de órdenes para que un programa parezca contar. Cosa que, por otra parte, nos resulta utilísima. 
Pero para contar, lo que se dice contar, es precisa una función simbólica que solo el lenguaje humano parece hacer posible. 

G. Frege abordó esa función con el concepto de "no identidad consigo mismo" asignado al número cero. S. Freud la abordó con la función subjetiva del llamado "rasgo unario" (Einiger Zug) que permite, por ejemplo, la identificación de una persona entre otras. Jacques Lacan le dedicó un amplio análisis en varias ocasiones. Cuando esta función simbólica falta, ocurren serios problemas como los que encontramos, por ejemplo, en ciertas formas de psicosis precoces.
Es preciso que el que cuenta, para que cuente realmente, tenga a su disposición de alguna forma la función del cero como símbolo de la falta de objeto. Es ese cero el que, para Frege, cuenta como el 1 del n+1 que hace posible la sucesión y la cuenta. Así, el que cuenta tres debe poder contar ya cuatro, incluyendo ese cero contado como +1.

 El problema es que ese cero no remite a ninguna "realidad objetiva". Tanto es así que en Occidente nos hemos pasado muchos siglos contando sin él (más o menos y con muchas dificultades). Y aquí es donde toda evidencia empírica de la observación de la realidad resultará engañosa: no solo nadie ha visto un cero en la realidad sino que el cero simboliza precisamente la falta de esa realidad objetiva. 

Se suele reducir el número a la experiencia empírica de lo cuantificable y a la correspondencia biunívoca entre colecciones: tres personas para tres sillas. Pero no se entiende entonces ese “real que el lenguaje vehicula en el número”, tal como lo indicó Lacan. Antes que nada, es necesario que el cero sea simbolizado en la silla en tanto lugar vacío, no en tanto objeto silla observable al lado de las otras dos sino en tanto símbolo de una ausencia. 
Si se me permite decirlo así: una silla solo es realmente una silla no porque sea silla sino porque puede estar vacía para alguien. Para que el ejemplo citado funcione hacen falta, pues, al menos tres sillas más una: la que cuenta como vacía. Y hace falta que esa silla no sea idéntica a sí misma. Ese es el principio del cero fregeano que está en el principio de la posible sucesión n+1.
Quien haya visto a un niño autista dando vueltas alrededor de una silla vacía sin poder llegar a sentase de ninguna manera en ella sabrá de qué estamos hablando. Y podrá entender así también la importancia de la función simbólica del cero como principio del sujeto que cuenta.

10 d’abril 2011

Conjectures




Nicolas de Cues
Les Conjectures – De Coniecturis
Traduction, introduction et notes par Jean-Michel Counet
Les Belles Lettres, Paris 2011




En plein milieu du XVème siècle, quelqu’un avait déjà senti l’avènement d’une science qui devait attendre Galilée, deux siècles donc encore, pour voir la lumière. Et il l’avait senti en anticipant les effets du maniement de la vérité dans ses disjonctions avec le savoir d’un côté, avec l’exactitude et la précision des instruments techniques de l’autre. C’était le cardinal Nicolas de Cues, « ce magnifique constructeur de systèmes » tel que l’avait qualifié Alexandre Koyré  [Koyré A. « La pensée moderne », dans Etudes d’histoire de la pensée scientifique, Gallimard, Paris, 1973, p.20] tout en repérant son œuvre dans le chemin qui mènera à la rupture épistémologique dans la naissance de la science moderne. C’est en effet Nicolas de Cues « qui a inauguré le travail destructif qui mène à la démolition du cosmos bien ordonné, en mettant sur le même plan ontologique la réalité de la Terre et celle des Cieux » [Koyré  A., « L’apport scientifique de la Renaissance », dans études d’histoire de la pensée scientifique, Gallimard, Paris, 1973, p.54.], à partir de la géométrisation de l’espace et de la disparition de la hiérarchie qui distinguait jusqu’alors ces deux réalités. On connaît surtout son De Docta Ignorantia, dont Jacques Lacan a tiré exemple à plusieurs reprises pour repérer la place de l’analyste qui doit se maintenir dans une « ignorance docte » comme position la plus élevée du savoir. On connaissait beaucoup moins De Coniecturis,  grand texte resté en retrait dans le monde francophone comme dans d’autres aires linguistiques. Cette lecture sera très éclairante quant au sens à donner à l’expression « sciences conjecturales » qui avait désigné dans un moment de l’enseignement de Lacan la place de la psychanalyse par rapport à la science. De quoi s’agit-il ?
 Les Conjectures sont en effet une œuvre énigmatique à plus d’un titre. Elles se posent d’emblée comme projet d’un Art général pour trouver la vérité, méthode intellectuelle pour aborder n’importe quel objet dans le champ du savoir, dans un horizon qu’on a pu faire dériver d’un autre « Art général », celui du majorquain Raymond Lulle dont Nicolas de Cues avait été un grand lecteur [à ce propos : E. Colomer, Nikolaus von Kues und Raymond Lulle, Berlin, De Gruyer, 1961]. Mais elles peuvent être considérées aussi comme une sorte de Discours de la méthode avant la lettre, dans un esprit très éloigné déjà de l’Art médiéval, étant donné leur rigueur conceptuelle. D’une part, elles reprennent le sens que le terme « conjecture » avait dans cette tradition médiévale : ce qu’on ne peut pas appréhender avec précision, ce qui s’oppose à la parole de Dieu et à la certitude qu’elle produit, ce qui porte sur le multiple et le contingent, à la connaissance toujours médiatisée, comme c’était le cas dans l’art de la médecine où cette notion était également en usage. Mais d’un autre part, la conjecture, terme que Nicolas de Cues avait déjà employé dans la Docte Ignorance à propos des mesures astronomiques, désigne la conviction dans un calcul, et même une certitude dans un réel qui reste inaccessible à l’esprit humain, un réel particulier qui échappe a la raison de l’Un pour rester dans une Altérité – les termes unius  et alteritate sont du Cusain lui-même – irréductible. La conjecture sera ainsi le concept majeur pour appréhender cette Altérité dans la nature, et son modèle premier sera le nombre, mais le nombre comme un concept distinct du quantifiable. Dans cette perspective, Nicolas de Cues vise la dimension d’une mathesis au sens large du terme, le concept d’un enseignement non pas réductible à la quantification, cette quantification qu’on fera toujours de façon abusive,  mais le principe de la science future d’un Galilée.
Voyons donc la façon de fonder cette conjecture dans une division aussi instructive qu’indépassable entre vérité et exactitude : « L’exactitude de la vérité est hors de notre atteinte. La conséquence en est que toute assertion humaine portant sur le vrai est conjecture » [N. de Cues, Les Conjectures, p.2.].  Et pourtant, la conjecture n’est pas le doute ou la brume obscure de l’incertain mais la façon d’opérer, - toujours par l’ Art de l’altérité opposé à l’unité de la nature -,  d’une façon logique : « La logique n’est autre chose que l’art où se déploie la puissance de la raison » [p.76]. Et son principe conceptuel sera le nombre comme modèle symbolique des choses : « Et rien ne peut être antérieur au nombre » [p. 8.]. Nicolas de Cues fonde ainsi la conjecture dans ce que le langage véhicule de plus réel, soit le nombre comme distinct de la quantité ou bien de l’exactitude inatteignable. «… si l’inconscient témoigne d’un réel qui lui soit propre, c’est inversement notre chance  d’élucider comment le langage véhicule dans le nombre le réel dont la science s’élabore » [Lacan J., Introduction à l’édition allemande des Ecrits, dans Autres écrits, Paris, 2001, p.558.] On pourra donc suivre toute l’argumentation conjecturale du Cusain en tenant compte de cette distinction qui sera aussi cruciale dans l’orientation qui est la nôtre dans la psychanalyse : le nombre n’est pas la quantité, tout comme la vérité n’est pas l’exactitude.
Disons pour conclure que dans cet Art de la conjecture de l’Un sur l’Altérité, son auteur n’exclut pas d’appliquer cette procédure même à sa logique, de façon à « conjecturer mon propos, et, si tu le veux, concevoir, par un art général, la différence aussi bien entre les conjectures qu’entre ceux qui les produisent » [p. 106.][1]. Au lecteur, donc, de suivre les effets de cet Art. Elles ne seront pas sans conséquences pour repérer la place de la conjecture du sujet dans la science de notre temps.



[1] Nicolas de Cues, Les Conjectures , p. 106.

26 de març 2011

Invención y psicoanálisis



La invención ha designado habitualmente un campo que está a caballo entre el arte y la ciencia*. La invención del poeta y el rigor del matemático[1] se han repartido así lo que el lenguaje ha hecho posible en el ser que habla: la metáfora creadora con sus múltiples significaciones por un lado, la escritura unívoca y sin significación de la formalización matemática por el otro. Si la primera hace posible en la poiesis la creación a partir de la nada, del vacío de un objeto siempre reacio a ser matematizado, la segunda ha poblado el universo de nuevos objetos con su techné, objetos que la tecnociencia de hoy ya ha llegado a injertar en el ser que habla como si le fueran connaturales.
El psicoanálisis es un invención del siglo XX, una invención  que no habría podido producirse sin la ciencia moderna pero tampoco sin ese objeto creado de la nada (das Ding) que solo el arte ha sabido singularizar en el ser que habla. ¿Qué lugar podrá tener el psicoanálisis y sus invenciones a partir de este nuevo siglo, cuando ya el arte ha “hecho ver la falta esencial que habita y sostiene a todo objeto”[2] y la ciencia parece haber cerrado también su ciclo alrededor de una forclusión definitiva del sujeto? El inconsciente freudiano parecería evaporarse así entre uno y otro, si no fuera por el retorno incesante del síntoma que, con su sufrimiento y su satisfacción substitutiva, se hace siempre y una vez más testimonio suyo. ¿Qué lugar, pues, para la invención del psicoanálisis en el nuevo orden simbólico que este siglo parece querer reducir a un problema de conocimiento objetivo, y el conocimiento a una mera técnica de manipulación de información?
¿Pero no fue, no habrá sido el inconsciente mismo otra cosa que una invención de Freud? Es la pregunta que se hizo Lacan en diversas ocasiones[3]. Fue en cualquier caso una invención que requería de una pareja, el sujeto histérico y su transferencia, como testimonio del lugar del Otro donde se alojaba un nuevo saber, un saber que había que saber descifrar primero para darle después ese lugar, lugar que no existe por sí mismo. Fue un arte y fue también un esfuerzo de formalización de Freud los que hicieron existir la invención del inconsciente como ese nuevo saber y ese nuevo lugar a la vez. Cuando lo descubrió fue, como indica Lacan, de un solo golpe, pero para sostener esa invención había que hacer después su “inventario”[4] en el ser que habla. Es lo que los psicoanalistas hacemos desde entonces en la clínica del “uno por uno”, con los efectos de enseñanza y de transmisión que ello implica.
¿Basta hoy con ello?
Lacan terminaba el siglo que lo vio nacer a él y al psicoanálisis con la idea de que eso no bastaba. Y elaboró una nueva categoría para abordar lo que puede ser el principio de la (re)invención del psicoanálisis para este siglo: la categoría de lo real. Se trata de un real propio del psicoanálisis que, es cierto, solo se hace presente en la singularidad de cada caso pero es un real que, por esa misma razón, necesita de una reinvención incesante, dada la modalidad con la que se hace presente: la de no cesar de no escribirse.
En este punto conviene distinguirlo claramente del real que la ciencia de hoy piensa representarse y manipular con sus instrumentos de observación. El real de la ciencia es un real que incluye un saber ya escrito, un real que, por decirlo así, no cesa de escribirse. Por lo que respecta al sujeto y a sus síntomas, la ciencia cree aprehender hoy este real en el gen y en la neurona fundamentalmente. El efecto que produce sobre lo simbólico sigue, sin embargo, la lógica de la forclusión que Lacan ya situó en su momento: todo lo simbólico deviene entonces real. Las invenciones de la ciencia siguen hoy muchas veces esta fórmula reduccionista que promete encontrar y manipular el sentido en un real donde todo el saber está ya escrito o donde podremos también reescribirlo. La fórmula sigue muy de cerca la que encontramos en el propio texto de Lacan con respecto a la esquizofrenia, donde “todo lo simbólico es real”[5]. Solo se distingue de ella en la medida que el científico retrocede un poco para reconocer lo simbólico que él mismo ha introducido en ese real con su instrumento, incluso con su deseo más ignorado. En este punto, el artista tiene todavía la ventaja de hacerse el inventor de su instrumento simbólico con el que funda un “saber hacer” singular. Es la invención del arte que encontramos en un James Joyce con la creación de su nueva lengua y que Lacan investigó en el Seminario dedicado a ese saber hacer. El arte tomó la forma de síntoma, de sinthome  para ser más precisos e incluir su singularidad de forma de goce.
Si en algún lugar encontramos un paradigma de la nueva invención que el psicoanálisis puede ofrecer en el nuevo orden simbólico del  siglo XXI es, en efecto, en la formación del sinthome como creación singular del sujeto una vez ha reducido su síntoma a algo que no es comparable a nada, “tautología de lo singular”[6]. Es entonces una creación que, en realidad, no tiene un orden ni una ley previos en la medida que hace presente lo real que era el corazón del síntoma, el corazón de su ser de goce.  
Si el cientificismo de Freud y su invención del inconsciente había creído  que lo real último del psicoanálisis estaba en la biología, lo real abordado por la enseñanza de Lacan será idéntico a la topología, a ese objeto que se construye alrededor del mismo vacío que causa la creación. Pero a la invención freudiana del inconsciente como elaboración de saber, Lacan opondrá su propio sinthome que responde al real propio del psicoanálisis, según una fórmula que, al revés de aquella que define a la ciencia, se enunciará así: “lo real es lo simbólico”[7]. La invención última de Lacan, su sinthome con el que nosotros afrontamos el nuevo siglo, es precisamente este nuevo real que puede dar lugar a una reescritura de lo simbólico por otros medios que los que nos propone la ciencia.  Es desde ahí que podemos entender la paradójica fórmula enunciada finalmente por Lacan: “Yo he inventado lo que se escribe como lo real”.[8]







* Colaboración en el volumen Scilicet de preparación del VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, El orden simbólico en el siglo XXI, Buenos Aires 23 -27 de Abril de 2012.

[1] Evocamos así la imagen con la que Lacan describe al personaje central del cuento de Poe en su texto “El Seminario sobre La carta robada”, en Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 33.
[2] Tal como lo definió de manera tan elegante como precisa Gérard Wajcman a propósito de Marcel Duchamp en El objeto del siglo, Amorrortu, Buenos Aires 2001, p. 84.
[3] Por ejemplo en su Seminario del 12 de Mayo de 1965, Problemas cruciales del psicoanálisis, (inédito).
[4] Es el término que Lacan utiliza para modular el descubrimiento freudiano: “Para decir que el inconsciente en Freud cuando lo descubre (lo que se descubre de una sola vez, todavía es necesario después hacer su inventario), el inconsciente es un saber en tanto que hablado como constituyente de LOMbre”, en “Joyce le Symptôme”, Autres écrits, du Seuil, Paris 2000, p. 565. La traducción es nuestra.
[5] Jacques Lacan, “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos, siglo XXI, México 1984, p. 377.
[6] Como lo definía Jacques-Alain Miller en su Curso del 17/12/2008.
[7] Es así como lo enunciará Jacques-Alain Miller en su Curso del 19/01/2011.
[8] Jacques Lacan, Seminario 23, “El sinthome”, Paidós, Buenos Aires 2006, p. 127.


25 de març 2011

Pluralidad clínica del autismo



 Un debate está en curso a partir de la propuesta no de ley que un lobby – lo que en política designa a un “grupo de presión” – ha conseguido hacer pasar al Parlamento español, propuesta según la cual solo podría tratarse a sujetos diagnosticados de autismo con métodos conductuales. Y ello sin tener en cuenta la pluralidad de tratamientos que ya se están realizando en la Red pública desde hace muchos años. La posibilidad de elección de tratamiento por parte de los sujetos y de sus familias quedaría así pura y simplemente excluida. Las alertas se han vuelto a abrir ante una pretensión tan exclusiva. No debería sorprender que los argumentos sigan teniendo el corte cientificista y reduccionista de otras veces. Ahora se añade una posición a esas argumentaciones que entra de lleno en lo que el científico Javier Peteiro ha tenido el acierto de denominar, en el excelente libro que hemos presentado y comentado recientemente, El autoritarismo científico (Miguel Gómez Ediciones, Málaga 2010). Las notas que aquí desarrollamos son solo un episodio más en el debate que seguimos en contra de ese autoritarismo inaceptable y de sus argumentaciones fundadas en datos de apariencia  “científica”. De hecho, la propia “comunidad científica” se muestra hoy tan dividida al respecto de hipótesis reduccionistas de este tipo que un mínimo sentido común aconsejaría ponerlas en reserva para dar lugar a una pluralidad pragmática cuando ésta sea argumentada. Es lo que nos proponemos aquí. 

Ratones como autistas
Se suele repetir de forma categórica, sin medir el alcance de tales afirmaciones, que “el autismo es una afectación neurológica de causas genéticas”. A veces se añade la coletilla de que “hay conjeturas científicas fundadas para sostenerlo”, a veces se declara simple y llanamente que “todavía no se ha podido verificar experimentalmente”. La afirmación, sin embargo, sigue su curso tanto en los medios de comunicación como en muchos asesoramientos a padres y familiares de sujetos diagnosticados de autismo. El tratamiento conductual y/o farmacológico suele entonces proponerse, cuando no imponerse, como el más indicado y validado “científicamente”.
La última de las referencias que se nos han dado a conocer para sostener tales afirmaciones lleva el siguiente título: “Shank3 mutant mice display autistic-like behaviours and striatal dysfunction”[1],  “Ratones mutantes de la Shank3 presentan conductas de tipo autista y disfunciones estriatales”.  “Shank3” es una proteína postsináptica cuya mutación sería la responsable de tales conductas y disfunciones… ¡en algunos ratones! Shank3 es, pues, el nuevo candidato (de hecho, ya estaba en la lista hace unos años) para explicar el origen y causa del autismo.  Los candidatos, en efecto, se suceden  desde hace unas décadas para la futura y esperada nominación. Hace un tiempo el candidato mejor posicionado era el gen CACNA1G, en otro momento ha sido el gen PTCHD1. Aunque la primera idea de una causa monogénica (debida a un solo gen) del autismo se ha desvanecido hace tiempo, los titulares no se hacen esperar: “El gen Shank3, responsable del autismo”, leemos ya en la prensa. Más allá de la impropiedad conceptual de tales afirmaciones (el nombre de la proteína ha sido adoptado por el supuesto gen), queda la semilla de la esperanza para un tratamiento que, siguiendo el modelo conductual de los ratones, se calificará también de conductual a la espera de que la enfermedad supuestamente orgánica sea corregida en su mutación genética.
Tomamos este ejemplo no porque nos parezca más o menos fundado en razón, – en realidad, no nos lo ha parecido en absoluto -, sino porque es paradigmático de la epidemia que asola este medio. Es una epidemia que se alimenta de la última investigación promovida en departamentos universitarios y laboratorios que poco o nada tienen que ver con la clínica real del autismo, pero que se propone como garantía última de su tratamiento con la etiqueta de  una falsa ciencia.

Empecemos por señalar algo que, por más obvio, no deja de pasar por alto a los transmisores de esta epidemia: la mera idea de diagnosticar a un ratón de “autismo” es un contrasentido absoluto, cuando no un insulto a una tradición clínica que ya tiene suficientes dificultades, como veremos, para ordenar el cuadro de fenómenos agrupados bajo ese término. Bien es cierto que tal como se prepara la próxima edición del DSM-V, manual con el que se supone deben orientarse los practicantes clínicos, está claro que el espectro se amplía de tal forma que casi cualquier rasgo juzgado por el observador como una “anormalidad en la sociabilidad” podrá incluirse en él.
Veamos la crítica de uno de los redactores del DSM-IV y jefe de Tareas del Equipo redactor, Allen Frances, ha hecho ya a la definición de TEA prevista en la próxima versión del DSM-V:
Trastorno del Espectro Autista (TEA). El trastorno de Asperger desaparecería en esta nueva categoría unificada. Aunque esta consolidación parece bien a algunos expertos, es controvertida y presenta problemas serios. Los afectados de Asperger (que es una discapacidad mucho menor) quedarán estigmatizados por la asociación con el trastorno clásico de autismo. Además, en la práctica diaria llevada a cabo por personas no expertas, el concepto de espectro alimentará probablemente la epidemia de un autismo definido de manera muy imprecisa, cosa que ya se ha iniciado con la introducción del síndrome de Asperger en el DSM-IV.”
El panorama es tan confuso que cuesta pensar en la posibilidad de su ordenación por una causalidad genética o neuronal , causalidad que se diluye cada vez más con la imposible especificidad de los síntomas. Las causas y la etiología del autismo se convierten entonces en un asunto tan pantanoso como el de averiguar el origen de cualquier respuesta considerada como asocial en un sujeto. Al igual que en el artículo que hemos tomado como referencia,
todo el problema está en el modo en que se conciban las "autistic-like behaviours" del título, esas “conductas como de autista”. Es el problema que queda como un supuesto siempre sin definir en este estilo de artículos: ¿"like" qué? La vaporosa creencia de que un ratón podría establecer “vínculos sociales e intersubjetivos” anida en ese supuesto como un verdadero virus animista nunca explicitado ni interrogado. Nada que ver con una concepción fundada en una razón científica. Es, sin embargo, de ese malentendido que se alimenta la absurda homología que se establece entre las reacciones de un ratón a una modificación biológica y las dificultades subjetivas de alguien que responde a un problema en su cuerpo a través de una experiencia que sucede por entero en un mundo de lenguaje.
Pero es necesario haberse planteado al menos algunas preguntas sobre la estructura del lenguaje y sus efectos sobre el cuerpo en el tratamiento de un sujeto diagnosticado de autismo para ser sensible a esta dimensión clínica. Lo más llamativo es que las afirmaciones anteriores están hechas por investigadores que observan a ratones pero que no han llevado a cabo ningún tratamiento con sujetos autistas. En realidad experimentan con ratones y extrapolan después los resultados sobre sujetos que no han tratado nunca.


[1] Artículo publicado en Marzo de 2011 en la revista Nature. (published online 20 March 2011).

09 de març 2011

La angustia, el caballo del pensamiento

Conferencia en Granada. Presentación del Seminario "La Angustia" de J. Lacan.

[...] «La angustia –dirá Jacques Lacan al principio de este Seminario sintetizando la dualidad entre pensamiento y cuerpo– es el caballo del pensamiento». Esa bella frase está en el primer capítulo, es una definición poética de la angustia, la angustia como el caballo del pensamiento. Cuando la leí, pensando en Granada, me di cuenta de que era una frase lorquiana. Se podría encontrar (y lo encontré) en Lorca varios lugares donde la figura del caballo aparece, en concreto, como la figura de la angustia, el objeto angustiante. Por ejemplo, en el Romance de la luna, luna encontramos esa frase: «Huye luna, luna, luna/ que ya siento sus caballos». Se refiere a los caballos de los gitanos que van a raptar a la Mujer luna y Lorca dice “huye”, da la señal de angustia a la Luna, porque ya vienen los caballos a raptar a esa Luna. Podría hacerse una clínica diferencial, sería un ejercicio de seminario al estilo de los que a veces nos gusta hacer en el Campo Freudiano, de los caballos en la Clínica psicoanalítica y en la Literatura. Tomar, por ejemplo, el caballo de García Lorca como una figura eminente de lo que es el objeto de angustia y ponerla a la par del famoso caballo del Caso ‘Juanito’, otro caso de Freud, que es el caso por excelencia del objeto fóbico caballo. 
Hay otro poema de García Lorca: «Soledad de mis pesares /caballo que se desboca /al fin encuentra la mar / y se lo tragan las olas». Es el Romance de la pena negra, donde encontramos la figura del caballo desbocado, el caballo del pensamiento diría Lacan, que arrastra al sujeto hacia ese encuentro con el mar donde se lo tragan las olas. Figura, realmente, muy precisa de lo que es la angustia y de su objeto. Ahí, al menos, tenemos una palabra para la angustia; por ejemplo, la palabra “caballo”. Ya ahí podemos hacer una primera diferencia clínica –que va a ser muy importante para el Psicoanálisis y que, además, sólo hace el Psicoanálisis de manera tan precisa– entre la angustia, la ansiedad y la fobia.
Freud hace esa distinción. Piensa que la angustia no tiene un objeto preciso, porque la angustia no sabe de qué se angustia, mientras que la fobia sí tendría un objeto. La fobia sabe muy bien de qué tiene miedo. Juanito sabe muy bien que tiene miedo de los caballos, cuando ha podido construir, nombrar con un significante, con una representación ese objeto de la angustia. Tanto es así, que llegamos a decir de la fobia, que “no hay nada mejor que una buena fobia bien organizada”. Los sujetos fóbicos, que tienen objetos muy precisos y muy bien localizados, se manejan a veces muy bien en la vida porque pueden vivir muy bien a condición de no cruzarse con el objeto fóbico. Entonces, conseguirse un objeto fóbico bien exótico es una buena forma de andar por la vida porque, justamente, es una resolución de la experiencia de la angustia. Ahora bien: detrás de la fobia siempre hay la experiencia de la angustia y algo de ese objeto que no puede nombrarse y que ha encontrado su resolución en la fobia [...]


Fragmento del libro El caballo del pensamiento. Presentación del Seminario X de Jacques Lacan, "La angustia". Editorial Universidad de Granada, Febrero 2011. (Transcripción de la conferencia impartida en el Salón de Grados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de Granada, el 27 de octubre de 2006, con motivo de la inauguración del Ciclo de Conferencias y Debates organizadas por el Instituto del Campo Freudiano de Granada.)

06 de març 2011

Lecturas de la página en blanco




Un objeto tan invisible como silencioso atraviesa —¿desde cuándo?— el ser. La literatura, lo afronta a veces en la angustia; el arte, lo bordea para organizar su producción en torno a él; la religión, lo sacraliza para conjurar el horror al vacío; la ciencia, nos promete cada día colmarlo de saber. La historia de la clínica, en la descripción de los síntomas y malestares más diversos del sufrimiento psíquico, lo detecta como algo sin nombre ni representación posible: la angustia, la tristeza, las fobias se ceban en él.

La política, decididamente, no sabe dónde ponerlo aunque retorna una y otra vez en toda suerte de lapsus y equivocaciones, desencuentros y malentendidos que las transcripciones de los periódicos suelen omitir como algo sin sentido. Parece casi nada, como para pasar de largo, y sin embargo insiste en su modo de presentarse, más bien paradójico, como un objeto que no cesa de no aparecer, de no representarse. Llamemos así por el momento a este objeto sin nombre: la página en blanco.

Es este singular objeto, reacio a toda representación, el que tanto el arte como el psicoanálisis han hecho posible leer de formas distintas para cada sujeto. Encontrarlo bajo la forma de «la página en blanco» tal vez sea un buen modo de abordar el ser del sujeto que navega hoy sediento de representaciones por el espacio virtual, un sujeto que parece también liquidarse en la nada de su goce cada vez más fugaz e insustancial. Leer la página en blanco formaría parte así de una apuesta ética formulable en cada disciplina, cada una a su manera.

Para este quehacer, hemos llamado en nuestra ayuda al escritor y al científico, al calígrafo y al tipógrafo, al artista y al pensador, al poeta y al psicoanalista. Y hemos creído encontrar lecturas de la página en blanco que pueden despertar una verdad que, al igual que el inconsciente freudiano leído por Jacques Lacan, esperaba a convertirse en letra para ser leída en su justo lugar.

(Fragmentos de la Introducción a Lecturas de la página en blanco, Miguel Gómez Ediciones, Málaga 2011)