30 de juliol 2015

08 de juliol 2015

La soledad de la esfera


















(Entrevista publicada en el Boletín de la Escuela de la Orientación Lacaniana nº 8)

1- ¿Las consultas a los analistas en el siglo XXI son por padecer la soledad? ¿Cómo son las soledades actuales? 

Aun cuando no sea un motivo explícito de consulta, la soledad del sujeto contemporáneo se hace escuchar desde el primer momento en la consulta del psicoanalista. “Testimonio de la soledad”, escribía Jacques Lacan ya en los años 30’ para evocar la función del que toma acta de esta condición inherente al ser que habla. Y sigue siendo así. Lo que permite también preguntarse qué sería una soledad sin testimonio, una soledad elevada a la segunda potencia por decirlo así, hasta una soledad que no se sabe a sí misma. “Estaba solo y no lo sabía” podemos decir siguiendo la paradoja de aquel sueño freudiano: “estaba muerto y no lo sabía”.
Hay pues soledades muy distintas, en plural, diversas y singulares a la vez. No he escuchado a un sujeto que me hable de su soledad igual a la de otro.
En todo caso, podemos distinguir de entrada dos soledades. Hay una soledad con el Otro, de la que por ejemplo hablaba ya D. W. Winnicott en su clásico artículo “La capacidad para estar solo”. Es una soledad con un Otro que él igualaba a la madre. Es incluso una soledad para el Otro. Y hay una soledad sin Otro, una soledad más radical de hecho, sin representación posible en el lugar del Otro. Es esta soledad la que encontramos especialmente cuando el sujeto se confronta con el goce femenino, ese goce sin representación significante, más allá del falo. Es la soledad a la que se refiere Lacan , por ejemplo en su Seminario Aún, como una soledad de la que nada sabemos, una soledad que es “ruptura del saber”.  Llega a decir incluso algo más enigmático todavía: es la soledad “que de una ruptura del ser deja huella”. ¿Cómo ser, en cada caso, testimonio de esta soledad? ¿Dónde y cómo leer la huella que deja en la experiencia analítica?
Ya ve que finalmente no encuentro nada mejor para responder a la pregunta que otra pregunta.


2-¿ Qué puede responder un psicoanálisis a ese malestar?

La primera operación que el analista debe propiciar con el malestar del sujeto es, precisamente, vincularlo al lugar del Otro a través de lo que llamamos transferencia. Se trata de hacer pasar el estado autoerótico de la pulsión, que anida en el malestar del síntoma, al estado heteroerótico de la transferencia. Cuando se trata de soledades, esta operación es condición necesaria para pasar de una posición a otra. El amor de transferencia es aquí lo que permite a la pulsión condescender, por un “falso enlace” como calificaba Freud a la transferencia, al lugar del Otro y a la pregunta por su deseo. Como dice el monstruo Chapalu, según el párrafo de Apollinaire evocado por Lacan al final de su Seminario III: “el que come ya no está solo.” Pues bien, el que come significantes en la transferencia también deja de estar solo, hace representar en todo caso su soledad en el lugar del Otro. Todos los analistas pueden dar cuenta de los efectos terapéuticos de esta solución oral de la soledad. La paradoja es que, por el hecho de que el analista no responde al amor de transferencia con el espejismo de la contratransferencia, el sujeto puede confrontarse por ahí a esa otra soledad a la segunda potencia a la que antes nos referíamos. De una soledad a otra. O para ser más rigurosos con la lógica lacaniana: de la soledad con el Otro a la soledad del Uno, del Uno del cuerpo hablante que nos convoca al próximo Congreso de la AMP en Rio de Janeiro.


3- Nos gustaría que retomes las diferencias que establecés en tu texto “Soledades”,  entre el sentimiento de soledad y el estar a solas y entre el único (le seul) y el solo (seul), a solas.

Me llamó la atención esta diferencia que el uso de la lengua nos ofrece: una cosa es “estar solo” y otra “estar a solas”. Se puede estar solo con una multitud alrededor. Muchas veces somos testimonio como analistas de esta soledad tan contemporánea. Es también la imposibilidad de estar a solas. Por otra parte, se puede “estar a solas con” en muchas situaciones y maneras, pero siempre marcadas por una asimetría, incluso por una no reciprocidad: se puede estar a solas con alguien más, también con uno mismo, con un buen libro, hasta con Dios. La sesión analítica es un modo muy singular de “estar a solas” sin “estar solo”.
Este “estar a solas con” es ya un modo de renunciar a la soledad que no tiene otro horizonte que el autoerotismo de la pulsión. Tal como ha recordado y comentado Jacques-Alain Miller, es la soledad a la que decidió renunciar Jacques Lacan en el momento de fundar su Escuela con en el ya famoso: “Solo, como siempre he estado en relación a la causa analítica…”
Digamos que la relación con la causa analítica, en la que cada uno experimenta la soledad extrema, esa soledad que no se sabía a sí misma, implica un “estar a solas” que nos lleva necesariamente a la experiencia de la Escuela, entendida como una suma de soledades. Es el modo de hacer productivo aquel saldo cínico que se encuentra al final del análisis, un saldo inherente a la no existencia del Otro, sin verse llevado a esa otra soledad, criticada muy pronto por Lacan en la comunidad analítica de los años 50’, de las Beatitudes que se bastan a sí mismas. Es también la diferencia que establece en la homonimia que existe en francés entre “être le seul” —ser el único— y “être seul” —estar solo— el estar solo del analista en su función.


Si se me permite el excurso topológico que Lacan evoca en un momento para distinguir estas dos formas de soledad: es el pasaje de la soledad de la esfera, cerrada sobre sí misma en una suerte de mónada, a la soledad del toro, que abraza dos agujeros distintos, el interior y el central. La soledad de la esfera es la soledad que se piensa única. La soledad del toro es la que puede permitir engarzarse a otra soledad sin ninguna ilusión de complementariedad o de completitud.