30 d’agost 2010

Una Trinidad moderna



Hace un tiempo, apareció en la prensa la noticia de una mujer inglesa de 53 años que había dado a luz a su propia nieta. Se trataba del caso Trinity. Más allá de la excepcionalidad, el caso planteaba cuestiones fundamentales sobre el nombramiento y la identificación, sobre la función del padre y de la madre, sobre la incidencia de la ciencia en lo real de la reproducción, en lo simbólico de las generaciones y, cabe indicarlo, sobre el estatuto moderno de la Trinidad. Annie Casserley, que ya tenía cuatro hijos propios, se convirtió en madre de alquiler después de que algunos problemas médicos dejaran estéril a su hija de 35 años. La niña nacida fue llamada Annie Trinity Hattersley en honor a su madre-abuela. Escogieron el nombre de Trinity debido a que fueron tres las personas implicadas en el nacimiento: la abuela, la madre... y el representante de la ciencia. Aunque leída así, la Trinidad en cuestión podría parecer compuesta por la abuela (Annie), la madre y la hija (Annie). La Sra. Hattersley tenía sus razones: “Esta hija ha sido un milagro desde el principio hasta el final y todo gracias a mi mamá (...) Cuando me sugirieron el alquiler no quería que una extraña trajera al bebé, quería alguien en quien confiara”. A pesar de sus primeras reservas, el Sr. Hattersley, el "padre" borrado de la operación, estuvo finalmente de acuerdo ante esa extraña familiaridad de lo siniestro, de lo Unheimlich freudiano. El equipo médico había sopesado las circunstancias: el hecho de que la abuela Annie no hubiera sido fumadora y gozara de buena salud fue aducido como un punto a favor. Hay otros casos de este orden. Es de subrayar que se trate siempre de la madre de la madre. ¿Sería de menos confianza "alquilar" la madre del padre?
En todo caso, aparece aquí un uso del nombre que suelda las generaciones, superponiéndolas en una Trinidad que parece pasarse muy bien del padre. ¿Habrá, pues, Trinidad sin padre? No se trata de vaticinar ninguna patología en especial para el sujeto Trinidad que tendrá una coyuntura cuanto menos compleja para diferenciar las generaciones y situarse en ellas como sujeto. Recordemos, sin embargo, una observación de Jacques Lacan que puede orientarnos: “Sabemos efectivamente qué devastación, que va hasta la disociación de la personalidad del sujeto, puede ejercer ya una filiación falsificada, cuando la constricción del medio se aplica a sostener la mentira” (Escritos, p. 267). A continuación, Lacan evoca el propio caso de Freud que se encontró con un decalage generacional de este orden en el que la madre resultaba contemporánea de un hermano mayor del primer matrimonio del padre. La posible “devastación” no es un problema, pues, de la identidad “genética” de los elementos en la estructura, no es tampoco un problema en la sincronía de las relaciones, sino en la diacronía de las generaciones, por el salto que puede darse en esa “filiación falsificada”.
Es ahí donde se jugará para el sujeto la apuesta de sus identificaciones.