26 de desembre 2017

Bèlgica, de Josep Carner (1952)

Josep Carner (1884-1970)
















Para la traducción al castellano, clicar aquí.
(Escrit durant l'exili del poeta a Brussel·les i publicat a Llunyania) 

Bèlgica

Si fossin el meu fat les terres estrangeres,
m’agradaria fer-me vell en un país
on es filtrés la llum, grisa i groga, en somrís,
i hi hagués prades amb ulls d’aigua i amb voreres
guarnides d’arços, d’oms i de pereres;
viure quiet, no mai assenyalat,
en una nació de bones gents plegades,
com cor vora de cor ciutat vora ciutat,
i carrers i fanals avançant per les prades.
I cel i núvol, manyacs o cruels,
restarien captius en canals d’aigua trèmula,
tota desig d’emmirallar els estels.

M’agradaria fer-me vell dins una
ciutat amb uns soldats no gaire de debò,
on tothom s’entendrís de música i pintures
o del bell arbre japonès quan treu la flor,
on l’infant i l’obrer no fessin mai tristesa,
on veiéssiu uns dintres de casa aquilotats
de pipes, de parlades i d’hospitalitats,
amb flors ardents, magnífica sorpresa,
fins en els dies més gebrats.
I tot sovint, vora un portal d’església,
hi hauria, acolorit, un mercat de renom,
amb botí de la mar, amb presents de la terra,
amb molt de tot per a tothom.

Una ciutat on vagaria
de veure, per amor de la malenconia
o per desig de novetat dringant,
cases antigues amb un parc on nien ombres
i moltes cases noves amb jardinets davant.
Hom trobaria savis de moltes de maneres;
i cent paraigües eminents
farien —ai, badats— oficials rengleres
en la inauguració dels monuments.
I tot de sobte, al caire de llargues avingudes,
hi hauria les fagedes, les clapes dels estanys
per a l’amor, la joia, la solitud i els planys.
De molt, desert, de molt, dejú,
viuria enmig dels altres, un poc en cadascú.

Però ningú
no se’n podria témer en fent sa via.
Hom, per atzar, un vell jardí coneixeria,
ben a recer, de brollador ben clar,
amb peixos d’or que hi fan més alegria.
De mi dirien nens amb molles a la mà:
—És el senyor de cada dia.

Bélgica, de Josep Carner (1952)

Josep Carner (1884-1970)

(Escrito durante el exilio del poeta en Bruselas y publicado en el libro Lejanías)



Bélgica

Si mi destino fuesen las tierras extranjeras,
me agradaría envejecer en un país
donde la luz se filtrase cual sonrisa amarilla, grisácea,
y prados hubiera con ojos de agua y aceras
ornadas de olmos, arces y perales;
vivir en paz, nunca señalado,
en una nación de buenas gentes unidas,
cual corazón junto a corazón, ciudad junto a ciudad,
y calles y faroles avanzando por el césped.
Cielo y nubes, dóciles o crueles,
cautivos quedarían en canales de trémula agua,
toda ella deseo de reflejar a las estrellas.

Me gustaría hacerme viejo en una ciudad
con soldados no muy de veras,
donde todos se enterneciesen con música y pintura
o con el bello árbol japonés en flor,
donde el niño y el obrero nunca inspiraran tristeza,
donde viéseis unos interiores humanizados
por las pipas, las charlas y la hospitalidad,
con flores ardientes cual magnífica sorpresa,
incluso en los días más fríos.
Y a menudo, junto a un portal de iglesia,
habría pintoresco, un mercado famoso,
con el botín del mar, con los dones de la tierra,
todo abundante para todos.

Una ciudad donde sobraría tiempo
para ver, por amor a la melancolía
o por deseo de novedad tintineante,
casas antiguas con parques donde anidan sombras
y muchas casas nuevas con jardincillo delante.
Ahí se encontrarían sabios de todas suertes,
y cien paraguas eminentes
formarían -ay, abiertos- oficiales hileras
en la inauguración de los monumentos.
Y de pronto, al borde de largas avenidas,
estarían los hayedos, las manchas de los estanques,
para el amor, el gozo, la soledad y el lamento.

De mucho, desierto; de mucho, ayuno,
en medio de los demás viviría, un poco en cada uno.
Mas nadie a nadie
habría de temer, de seguir su vía.
Por azar conocería un viejo jardín
recoleto, de cristalino surtidor,
con peces de oro que dan más alegría.
De mí dirían niños con migas de pan en la mano:
-Es el señor de cada día.


(Versión de José Batlló)

10 de desembre 2017

Judith Miller, un deseo sin retroceso posible














La conmoción se va ampliando progresivamente, como una onda expansiva, desde el centro más íntimo hasta lo más alejado del Campo Freudiano que ella misma, como una parte suya, vio nacer: Judith Miller ha dejado de estar, aunque no de ser, entre nosotros. Y entonces, todo el afecto que hasta ese momento fatídico había quedado contenido en el presente, sabiendo el inevitable desenlace en un futuro próximo, se desborda arrastrando consigo cada detalle, cada recuerdo significante, cada momento en el que nos devuelve la viveza del deseo con el que se nos hace perenne. Esos momentos se nos aparecen ahora casi como irreales, marcados de manera irreversible por la huella de lo real más certero.

El homenaje tendrá así sus razones para decir este deseo, para intentar darle una palabra. La primera que se nos impone: un deseo sin retroceso posible, un deseo que asume las consecuencias de hacerse acto, sin vuelta atrás. Ella supo encarnarlo hasta el final bajo el nombre de “Campo Freudiano” y también en el suyo propio, lo que para algunos podía parecer algo menos evidente. Esa “pesada herencia”, como lo llamaban algunos —y otros pensaban sin decirlo—, fue para ella la causa digna de una relación con el psicoanálisis y con el deseo de Jacques Lacan que impregnó cada momento de su vida, cada acto con el que lo sabía hacer presente en esa misma dignidad. Todos intuían que no era nada fácil, que se jugaba todo su ser cada vez que la veíamos adentrarse en esa zona donde sólo ella podía habitar, donde sólo ella tenía también el derecho de disponer y de cuidar las cosas, desde los detalles más cotidianos —el mueble de aquella Biblioteca recientemente fundada, la preciosa tapa de aquella revista— hasta las eventos más públicos y excepcionales —los Encuentros del Campo Freudiano, los Encuentros Jacques Lacan—, siempre con la misma elegancia.

¡Cuantos nombres más habrá tomado este deseo irrenunciable en la historia del Campo Freudiano junto al de Jacques-Alain Miller, su esposo! Cereda, El Niño, Cien, Fibol, L’Ane, Caracas, Campo Freudiano en Ucrania, en Rusia, también en la China… Cada miembro de nuestras siete Escuelas sabrá alargar la lista, interminable en la geografía. ¡Cuantos momentos fundadores de nuevos vínculos de trabajo, y de más deseos contagiados por el suyo, habrá sabido sostener! Es ahí, en este futuro anterior, donde sabemos que el nuestro seguirá insistiendo. Sin retroceso posible.

7 de Diciembre de 2017


04 de desembre 2017

Serge Cottet, siempre éxtimo














La amarga noticia del fallecimiento de nuestro colega Serge Cottet me encuentra en Buenos Aires con los colegas de la EOL. Me sacuden entonces un par de flashes.

El primero: un día de 1984 en Barcelona, en “Tejada”, el bar de tapas al que solíamos ir con el docente invitado del Seminario del Campo Freudiano antes de acompañarlo al aeropuerto y después de un par de días de intenso trabajo. Esta vez habíamos invitado y conocido en persona por primera vez a Serge Cottet. Era el lacaniano más freudiano de los lacanianos, y seguramente también el más freudiano de los freudianos. Con su precisa lectura de los textos de Freud había sabido pescar allí qué era el deseo del analista para desarrollar un trabajo que sirvió de brújula a varias generaciones. Habíamos asistido a un excelente Seminario y conversábamos ahora, entre lonchas de jamón de jabugo y gambas al ajillo, sobre las partitas de Bach para violín, sobre las distintas y mejores interpretaciones que él conocía tan bien. Debajo de la mesa, su bolsa siempre un poco desordenada, llena de libros que arrastraba de un lado a otro. 

Serge Cottet: agudo lector que sabía hacer responder al texto por las preguntas que plantea.

El segundo: un día del año 2000 en la Universidad de Paris 8, en la defensa de mi tesis sobre Ramon Llull. Serge Cottet formaba parte del Jurado ante el que yo intentaba desarrollar la lógica de la psicosis en la obra de aquel “místico del lenguaje”, tal como él lo calificó de modo tan pertinente. Después de desgranar su precisa lectura como “solución elegante del sujeto”, lanzaba la pregunta-aguijón con cierta ironía: “¿usted cree que aquel hombre escapó con su obra a su destino mortal de mártir del inconsciente?” 

Serge Cottet: incisivo lector que sabía plantearte las preguntas que no te habías hecho y cuya respuesta, sin embargo, ya estaba ahí a punto de decirse.

Al año siguiente, los docentes de la Sección Clínica de Barcelona escogimos a Serge Cottet como director “éxtimo” de un Seminario Interno que siempre lamentaremos que no durara más tiempo del que duró.

Gracias, estimado Serge, por tus enseñanzas y por tu constante presencia que ya echamos a faltar.

Miquel Bassols

Buenos Aires, 3/12/2017