28 de juny 2013

Psychanalyse, science, technique

















par François Ansermet et Miquel Bassols


Ce texte est la contribution ou « written statement » présentée par l’Association Mondiale de Psychanalyse, —avec « consultative status » dans l’Organisation des Nations Unies—, au 2013 High Level Statement de l’ECOSOC (Economic and Social Council) qui se tient à Genève, 1-4 Juillet 2013.



Si l’on doit distinguer de plus en plus entre effets de la science et effets de la technologie c’est dans la mesure où le dernier siècle a vu naître une nouvelle alliance entre le pouvoir politique et le savoir scientifique*. Les effets de la technique sur le sujet de notre temps vont bien plus au-delà de la volonté de savoir qui avait orienté le discours scientifique dès sa naissance et ils gouvernent déjà les domaines les plus intimes de notre vie (les formes de communication et de lien social, les divers versants de la santé, aussi de la santé mentale, les choix de la descendance, etc.) Ce qu’on a désigné de façon plus ou moins réussi avec le terme de technoscience répond à cette nouvelle époque des incidences du savoir scientifique sur les formes de vie. Son commencement peut être daté dans le tournant historique représenté par le rapport Vannevar Bush (1945), qui a établie les principes et les lois de la big science, avec les nouvelles conséquences de la recherche scientifique dans chaque contexte social et politique.

Dans cette nouvelle époque, les scientifiques eux-mêmes sont confrontés à des nouveaux problèmes éthiques, non pas seulement sur l’usage qu’on pourra faire des avancés de la science mais sur la nature même de son expérience. Le surgissement des comités d’éthique dans les années 80’ et son extension progressive a été un signe que les avancés scientifiques doivent être accompagnés d’une analyse et d’une suivie de plus en plus large et intensive des effets de la technoscience sur le sujet de notre temps.

Un exemple est celui de la médecine digitale qui repose sur un partage des données, en particulier à travers des bio-banques on line. Des sites tels que Patients-LikeMe ou Carenity proposent de partager les dossiers médicaux afin de créer une immense banque de données, ou le cas de chacun contribue à l’ensemble. Cette vision fait éclater le secret médical, son colloque singulier, pour aller vers une médecine participative à travers le Web où des réseaux sociaux vont se constituer autour de symptômes ou de maladies, aboutissant à une nouvelle constitution du savoir, mais aussi une universalisation du sujet où chacun pourrait perdre paradoxalement le sens de son existence singulière. 

De telles possibilités technologiques peuvent provoquer la production de nouveaux symptômes qui vont émerger de sujets pris dans les vertiges induits par les avancées des technologies contemporaines et les dimensions impensables qui en résultent, points de butée autant pour ceux qui en bénéficient (ou qui les subissent) que pour ceux qui participent à les produire.

La science bute aujourd'hui sur les conséquences de ses propres développements: d'où l'appel aux commissions d'éthique. Mais il faudrait aussi en passer par la confrontation avec la façon dont les sujets vont faire face à cela, c’est-à-dire faire retour à la clinique telle que la psychanalyse la conçoit, centrée aussi sur les solutions que peut inventer celui qui se confronte à l’expérience d’un réel qui le dépasse.

24 de juny 2013

“En el psicoanálisis no hay saber en lo real”


















Es la afirmación que Jacques-Alain Miller sostuvo en su Presentación del tema del próximo IXº Congreso de la AMP sobre “Un real para el siglo XXI”[1]. Su desarrollo nos permite releer un párrafo de Lacan que parece paradójico. Se encuentra en la “Nota italiana” de 1973 y se dirige al punto de conjunción-disyunción entre psicoanálisis y ciencia:
“Hay saber en lo real. Aunque a este no sea el analista sino el científico quien tiene que alojarlo. El analista aloja otro saber, en otro lugar, pero que debe tener en cuenta el saber en lo real. El científico produce el saber, por el semblante de hacerse su sujeto. Condición necesaria pero no suficiente.”[2]
Desde cierta perspectiva, parece difícil sostener que hay un saber en lo real, un saber ya inscrito en él, un saber que le sería natural e inherente. Aunque este es, en efecto, un supuesto que encontramos en muchos desarrollos de la ciencia actual: habría un saber ya escrito en lo real biológico —en el gen o en la neurona, por ejemplo—, un saber que habría que descifrar según la máxima de Galileo: “la Naturaleza está escrita en lenguaje matemático”. Pero esta Naturaleza, escrita entonces en mayúsculas, es la naturaleza que antaño se igualaba a lo real, la misma naturaleza que la ciencia moderna ha encontrado en un desorden cada vez más manifiesto, en especial con la física del pasado siglo (cf. E. Schrödinger, por ejemplo) que se sigue en el actual. En la época de Galileo, tal como señalaba Jacques-Alain Miller, “la Naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real”. Lo real sin ley al que nos acercamos en la experiencia analítica orientada por la última enseñanza de Lacan se separa así de la Naturaleza[3] gobernada por un sujeto supuesto saber, Dios para el caso o cualquier otro escritor de las leyes matemáticas que deben regir la trayectoria de los cuerpos celestes o el saber de cada célula para cumplir su función.
Veamos entonces un poco más de cerca el párrafo de Lacan.
“Hay saber en lo real”. Se trata en el texto en francés de un partitivo, siempre resistente a pasar a la lengua castellana: “Il y a du savoir dans le réel”. No se trata de que haya un saber, tal o cual saber, determinado o indeterminado, inscrito de entrada en lo real sino de que “de saber”, hay algo en lo real. Como quien dice: de agua, hay algo en el mar[4]. ¿Cuánta? No lo sabemos, hay que medirla, con metros cúbicos por ejemplo. Sólo que en esta operación, por interminable que sea, estamos haciendo dos cosas a la vez. La primera: estamos introduciendo el número y la cantidad en ese mar incontable que, como el pase, siempre debemos recomenzar. Estamos introduciendo aquello que el lenguaje, lo simbólico, vehiculiza de lo real con el número[5]. La segunda: estamos de hecho vaciando el mar de agua, al considerarlo ya como continente vaciable del agua que pretendemos contabilizar. El número, pues, vehiculiza un real y vacía a la vez a ese real de significado, lo convierte en algo tan inimaginable y sin concepto posible como un mar sin agua. Es una imagen que nos acerca a lo más irrepresentable de lo real. Ese vacío de un mar sin agua es también el sujeto del significante una vez lo concebimos como una respuesta de lo real.
Supongamos así que el agua es el saber y que el mar es lo real. El científico aloja entonces el saber del agua contable en el mar, siempre incontable, de lo real. Es un saber que no está allí desde siempre, esperando a ser leído y descifrado, sino que es un saber que el científico ha alojado en el mar para hacerlo representable, en la misma operación de su descubrimiento. Más todavía, ese saber, el científico “tiene que alojarlo” necesariamente para simbolizar lo real, aunque sea al precio, como dirá Lacan en otros lugares, de enmudecerlo. Y lo hace a través de una operación que es inversa a la de la transferencia, si entendemos por transferencia la suposición de un sujeto supuesto saber —ya sea la suposición de un saber al Otro o la suposición de un sujeto a lo real—. La operación del científico va a contrapelo de la transferencia al hacerse él mismo sujeto de ese saber que aloja en lo real. O al menos lo hace parecer, hace “semblante” de hacerse sujeto de ese saber. ¿Qué querría decir en realidad hacerse sujeto de ese saber? Querría decir en primer lugar identificarse a su significado, al Otro que determina el sentido del saber, al Otro del Otro incluso que diría ese sentido, si existiese. Lo que es pura y simplemente delirante. En realidad, ni los cuerpos celestes ni la célula tienen saber alguno de sujeto, por mucho que el científico se los atribuya —en los dos sentidos de la expresión: que el científico les atribuya ese saber de sujeto o que él mismo se atribuya ser el sujeto de ese saber—.
El analista, por su parte, aloja Otro saber, el saber del inconsciente, y en Otro lugar, el lugar del Otro que sólo existe por la transferencia. Pero Lacan no lo sitúa en una disyunción absoluta en relación a la ciencia. Su saber y su lugar deben tener en cuenta ese saber que el científico aloja en lo real, aunque éste no sea suficiente.
Entre lo necesario y lo suficiente, lo real del saber del inconsciente no cesa pues de insistir, todavía. También en la ciencia.




[1] Seguimos la versión en castellano publicada en http://www.congresamp2014.com
[2] Jacques Lacan, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires 2012, p. 328. En francés, Autres écrits, Editions du Seuil, Paris 2001, p. 308. Modificamos ligeramente la traducción allí donde nos ha parecido conveniente siguiendo nuestro comentario.
[3] “Se observará que he hablado de lo real, y no de la naturaleza” escribe Jacques Lacan en su “Introducción a la edición alemana de los Escritos”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires 2012, p. 583.
[4] Este partitivo existía en castellano antiguo: “Cogió del agua en él y a sus primas dio” (El Cantar de Mio Cid, 2800).
[5] En efecto, “el lenguaje vehicula en el número el real con el que la ciencia se elabora”. Jacques Lacan, “Introducción a la edición alemana de los Escritos”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires 2012, p. 585.


"Dans la psychanalyse, il n'y a pas de savoir dans le réel"



















Cette affirmation est ce que soutient Jacques-Alain Miller dans sa présentation du thème du IXe Congrès de l'AMP sur « Le réel au XXIe siècle »[1]. Son développement nous renvoie à la relecture d'un paragraphe de Lacan qui semble paradoxal ; il se trouve dans la « Note italienne » de 1973 et porte sur le point de conjonction-disjonction entre psychanalyse et science : « II y a du savoir dans le réel. Quoique celui-là, ce ne soit pas l'analyste, mais le scientifique qui a à le loger. L'analyste loge un autre savoir, à une autre place, mais qui du savoir dans le réel doit tenir compte. Le scientifique produit le savoir, du semblant de s'en faire le sujet. Condition nécessaire mais pas suffisante. »[2]
D'un certain point de vue, il semble difficile de soutenir qu'il y a un savoir dans le réel, un savoir qui y serait déjà inscrit, un savoir qui lui serait naturel et inhérent. C'est pourtant bien, en effet, un supposé que nous rencontrons dans de nombreux développements de la science actuelle : il y aurait un savoir écrit dans le réel biologique – dans le gène ou le neurone, par exemple –, un savoir qui serait à déchiffrer selon la maxime de Galilée : « La nature est écrite en langage mathématique ». Mais cette Nature, qu'on écrivait alors en majuscules, est celle qui jadis équivalait au réel, cette même nature que la science moderne a trouvée dans un désordre de plus en plus manifeste, en particulier avec la physique du siècle passé (Cf. Schrödinger, par exemple), et cela continue dans le siècle actuel. À l'époque de Galilée, comme le signalait J.-A. Miller, « La nature était le nom du réel quand il n'y avait pas de désordre dans le réel. »[3] Le réel sans loi, auquel nous approchons dans l'expérience analytique orientée par le dernier enseignement de Lacan, se sépare ainsi de la Nature[4] gouvernée par un sujet supposé savoir, Dieu en l'occurrence, ou tout autre scribe de ces lois mathématiques qui doivent régir la trajectoire des corps célestes ou le savoir qu'aurait chaque cellule pour remplir sa fonction.
Regardons alors de plus près le paragraphe de Lacan. « Il y a du savoir dans le réel ». L'usage français du partitif résiste toujours au passage à la langue castillane. Ce n'est pas qu'il y a un savoir, tel ou tel savoir, déterminé ou indéterminé, inscrit d'emblée dans le réel, mais que « du savoir » il y en a dans le réel. Comme on dirait : de l'eau, il y en a dans la mer[5]. Combien ? Nous n'en savons rien, il faut la mesurer, en mètres cubes, par exemple. Sauf que dans cette opération, pour interminable qu'elle soit, nous faisons deux choses à la fois. La première consiste à introduire le nombre et la quantité dans cette mer incalculable ce qui, comme la passe, est toujours à recommencer ; nous introduisons-là ce que le langage, le symbolique, véhicule du réel dans le nombre[6]. Pour la seconde nous sommes de fait en train de vider la mer de son eau ; nous la considérons maintenant comme un contenant vidable de cette eau que nous prétendons comptabiliser. Le nombre alors, à la fois véhicule un réel et vide ce réel de signifié, il le transforme en une chose aussi inimaginable et sans concept possible qu'une mer sans eau. C'est une image qui nous rapproche de ce qui du réel est le plus irreprésentable. Ce vide d'une mer sans eau est aussi le sujet du signifiant dès lors que nous le concevons comme une réponse du réel.
Supposons ainsi que l'eau est le savoir et que la mer est le réel. Le scientifique loge alors le savoir de l'eau calculable dans la mer, toujours incalculable, du réel. C'est un savoir qui n'est pas là depuis toujours, à attendre d'être lu et déchiffré, mais un savoir que le scientifique a logé dans la mer pour la rendre représentable, dans l'opération même de sa découverte. Plus encore, ce savoir, le scientifique « doit le loger » nécessairement pour symboliser le réel, serait-ce au prix, comme Lacan le dira ailleurs, de le rendre muet. Et il le fait par une opération inverse de celle du transfert, si nous entendons par transfert la supposition d'un sujet supposé savoir – soit la supposition d'un savoir à l'Autre, soit la supposition d'un sujet au réel. L'opération du scientifique va à rebrousse-poil du transfert, en se faisant lui-même sujet de ce savoir qu'il loge dans le réel. Ou du moins le fait-il paraître, il fait « semblant » de se faire sujet de ce savoir. Qu'est-ce que voudrait réellement dire se faire sujet de ce savoir ? Cela voudrait d'abord dire s'identifier à son signifié, à l'Autre qui détermine le sens du savoir, et même à l'Autre de l'Autre qui dirait ce sens, s'il existait. Ce qui est purement et simplement délirant. En réalité, ni les corps célestes ni la cellule n'ont aucun savoir de sujet, quand bien même le scientifique les leur attribuerait – dans les deux sens du terme : que le scientifique leur attribue ce savoir de sujet, ou que lui-même s'attribue d'être le sujet de ce savoir.
L'analyste pour sa part, loge un Autre savoir, le savoir de l'inconscient, et dans un Autre lieu, le lieu de l'Autre qui n'existe que par le transfert. Mais Lacan ne le situe pas dans une disjonction absolue dans la relation à la science. Son savoir et son lieu doivent prendre en compte ce savoir que le scientifique loge dans le réel, bien que celui-ci ne soit pas suffisant.
Entre le nécessaire et le suffisant, le réel du savoir de l'inconscient ne cesse alors d'insister, encore. Dans la science aussi.

Traduction Anne Goalabré Biteau
  1. Miller, J.-A., « Le réel au XXIe siècle », La cause du désir no 82, Paris, octobre 2012, pp. 88-94.
  2. Lacan, J., « Note italienne », Autres écrits, Paris, Seuil, 2001, p. 308.
  3. Miller, J.-A., Op. cit., p. 89.
  4. « On remarquera que j'ai parlé du réel, et pas de la nature », écrit J. Lacan dans son « Introduction à l'édition allemande des Écrits », Autres écritsop. cit., p. 557.
  5. « De agua, hay algo en el mar ». Ce partitif existait en espagnol ancien : « Cogió del agua en él y a sus primas dió » (El Cantar de Mío Cid, 2800)
  6. Lacan, J., « Introduction à l'édition allemande… », op. cit., p. 558.

03 de juny 2013

Prólogo a "No todo sobre el autismo"


Editorial Gredos, 2013

  
















Se suele señalar con sorpresa, y hasta con fingido pánico, el abrumador aumento de casos diagnosticados de autismo: ¡La cantidad ha aumentado hasta diez veces más en los últimos veinte años! El gusto por evaluar suele cuantificar cada fenómeno sin preguntarse demasiado por la complejidad de aquello que se pretende medir o por lo riguroso de los conceptos que se utilizan al abordarlo. ¿Puede haberse dado, realmente, tal aumento o es simplemente que ahora se detecta mucho mejor “la enfermedad”? La pregunta, entre obvia e ingenua, esconde las razones para haber llegado a la afirmación de la evaluación primera. Durante este tiempo, la epidemiología ha modificado tanto sus parámetros y sus métodos como para que veamos en este aumento no el signo de una mejor detección de lo que se presentaría ya como una epidemia sino una inflación conceptual que se extiende cada vez más en la clínica actual. Algo parecido ha ocurrido ya con el diagnóstico de “trastorno por déficit de atención con hiperactividad” (TDAH) que alcanza a un número cada vez mayor de niños, aunque con tasas sospechosamente diversas en países de un mismo ámbito cultural. ¿Quién no va a encontrarse dentro de veinte años marcado por algún u otro rasgo en el cada vez más amplio abanico del llamado “trastorno del espectro autista”? A mayor extensión de la epidemia, se propone entonces una mayor generalización de los métodos basados en el mismo gusto evaluador y cuantificador que ha extraviado al clínico: test, protocolos, medición de estereotipias, administración de pautas correctivas con sus mediciones y evaluaciones correspondientes... Los mismos métodos de pura coerción han llegado a colarse en algunas de las llamadas “guías de buenas prácticas” con el más que dudoso calificativo de “científicos”, y ello con el argumento de que producen resultados más acordes con los métodos de medición aconsejados. Lo que nos devuelve al problema de principio: ¿qué es lo que se mide y qué es lo que se ha dejado fuera de la observación en la medida? La primera respuesta es tan fundamental como el problema de principio que hemos señalado: lo que se ha dejado fuera es al sujeto mismo.

La palabra “sujeto” es, como comprobará el lector, una de las claves de este libro, la que motiva lo bien encontrado de su título: “No todo...” En efecto, cada sujeto escapa en su singularidad al método cuantificador que se funda inevitablemente en un “Todos…” a partir del cual establecer normas estadísticas y desviaciones patológicas, características comunes que dejan fuera singularidades que podrán parecer más o menos excéntricas. La singularidad del sujeto es siempre excéntrica y, como ha recordado hace poco nuestro colega Jean-Claude Maleval en un periódico barcelonés, “hay tantas normalidades como personas”. La dimensión siempre excéntrica del sujeto con respecto a la normalidad de las personas es precisamente una de las claves para adentrarse en el laberinto de lo que el término “autismo” recubre en la clínica actual. El otro término clave es “el Otro”, y el tercero es “el objeto”.

El primer mérito de estas páginas es que saben introducir y acompañar al lector en la lógica de estos tres términos —el sujeto, el Otro y el objeto— con los que el psicoanálisis de orientación lacaniana encuentra un modo de tratar el autismo. Es un modo de hacer de la singularidad excéntrica del sujeto la puerta de entrada a su tratamiento posible, para construir así una respuesta igualmente singular y excéntrica, siguiendo la lógica interna de la construcción de su síntoma. 

Es un modo distinto y singular en cada caso, nunca generalizable como método —lejos está el psicoanálisis de querer proponerse como método único y universal—, pero sí formalizable y transmisible de modo tan efectivo como respetuoso con la singularidad del caso. Es ahí donde los conceptos de sujeto, Otro y objeto se muestran eficaces para orientarse en la clínica y en el tratamiento de cada caso: designan singularidades, no funciones estadísticas. Así, cada sujeto con autismo, en su desconexión con el Otro, puede construir con la ayuda de un psicoanalista su objeto singular para remediar esa desconexión de una manera que parece a veces fortuita, contingente según las condiciones de cada caso, de cada encuentro. El lector encontrará en estas páginas diversas versiones y variaciones de esta lógica.

Para seguir su lectura, estas páginas piden sin embargo a ese lector una posición que solo será mérito suyo: un gusto investigador para volver a las preguntas primeras que ya se creían resueltas —¿qué designa, por ejemplo, el término “autismo”?—, para deshacer después las falsas evidencias que se han convertido en respuestas inmediatas —“una enfermedad de causa genética”, por ejemplo—, y dejarse así sorprender por lo que llamamos y defendemos como la clínica del caso por caso. Encontrará una diversidad de secuencias clínicas que no funcionan tanto como ejemplos sino como brújulas para plantear nuevas preguntas. En este recorrido, las investigaciones de la ciencia actual no se utilizan como peticiones de principio para un determinismo a ultranza sino como aportaciones argumentadas en un campo, el de la causalidad del autismo, que se muestra más complejo cuanto más se extiende y cuantas más facetas descubre. No hay en este tema unidad clínica posible sino multiplicidad de prácticas y abordajes. Frente a la exclusividad defendida por algunas prácticas de dudosa unidad clínica y metodológica, el psicoanálisis de orientación lacaniana defiende una pluralidad clínica en el tratamiento del autismo. La llamada “práctica entre varios”, que los autores abordan al final de este libro, es un buen ejemplo de esta orientación.

El lector abrirá entonces las páginas de este libro siguiendo un movimiento de argumentación lógica que le hará difícil volver a cerrarlo. Y cuando lo haga será con la impresión de que, en efecto, la clave de la clínica de orientación lacaniana, especialmente en el tratamiento del autismo, está en consentir, en promover incluso, la lógica del “no todo” en un mundo que nos empuja inevitablemente a formas de goce cada vez más globalizadas, pero cada vez también más subsidiarias de un “todo en y para sí mismo”. Lo que el estadístico evaluador detecta en este siglo, marcado por la alianza del discurso capitalista con el discurso de la ciencia, como un sorprendente aumento del autismo tal vez no sea entonces un fenómeno ajeno a este mismo empuje. Hay, en efecto, formas de goce cada vez más autistas, cada vez más replegadas sobre sí mismas, cuando el Otro con el que podrían vincularse se muestra cada vez más inconsistente, más cerrado igualmente sobre sí mismo. El psicoanálisis nos enseña, en efecto, que cuanto más se impone la lógica del “todo” en el orden del goce imposible de totalizar, más retornan las formas, más o menos excéntricas, de un goce que se demuestra como un goce “no todo” normalizado.

Se comprenderá así por qué la clínica que proponen los dos autores de este libro no puede comprenderse sin una ética que esté a la altura de los problemas de este siglo. La clínica del autismo nos plantea entonces, a cada uno, una cuestión de elección en las formas de goce, elección forzada a las que nos conduce de forma inevitable la llamada globalización en nuestro mundo. Y la elección del autismo es una forma de respuesta entre otras, solo que nos interpela de una manera mucho más radical sobre la supuesta normalidad de las nuestras. El goce, tal como nos lo muestra la experiencia analítica, es de entrada autista, replegado sobre sí mismo. Y hace falta una invención singular de cada sujeto para que pueda vincularse de algún modo con el Otro. El psicoanalista puede hacer en cada caso de soporte para que el sujeto construya esa invención. Lo interesante es que extrayendo un saber de esta experiencia de soporte, podemos deducir también un saber sobre los callejones sin salida en las formas de goce del sujeto contemporáneo.

Se trata entonces, también, de una elección de civilización, de una insondable decisión sobre los modos de goce en los que comprometemos nuestro ser. La lectura de este libro no dejará al lector indiferente si sabe seguir las consecuencias de esta elección.