Prólogo al libro de Paloma Blanco:“Escrituras del indecible. De lo real y la letra en la experiencia analítica”. Miquel Gómez Ediciones, Málaga 2016.
Hablar y escribir son actividades y funciones distintas. Esta obviedad
esconde sin embargo en su aparente simplicidad un hecho de estructura difícil
de explicar. ¿Por qué, por ejemplo, un psicoanálisis no puede realizarse por
escrito? ¿Por qué es indispensable la presencia real del analista, del otro al
que se dirige la palabra —ese Otro en el que Jacques Lacan sostuvo su primera
formulación del inconsciente freudiano— para que esa palabra obtenga sus
efectos sobre el sujeto, incluso si ese otro se mantiene en silencio? La
diferencia estructural entre hablar y escribir no puede resolverse finalmente por
ninguna consideración de orden lingüístico que reduzca el acto de la palabra y
de la escritura a las llamada habilidades o competencias en un proceso de
aprendizaje. Tampoco puede resolverse por una supuesta localización cerebral de
sus respectivos funcionamientos. La diferencia entre hablar y escribir pone en
acto dos registros del Otro del lenguaje que aparecen en primer lugar como
radicalmente heterogéneos.
La escritura, escribía Freud, es originalmente “el lenguaje del ausente”,
entiéndase el ausente como aquel que escribió y ya no está ahí o como aquel que
no estaba todavía para leerlo cuando eso se escribía. La palabra dicha, por el
contrario, implica necesariamente la presencia real de quien habla y de quien
escucha. Y cuando se trata de un registro grabado de la palabra dicha por aquel
que ya no está ahí para recibir una respuesta o también cuando se trata de las
distintas figuras del otro ausente al que puede dirigirse esa palabra dicha —el
dios de la oración no es la única figura posible que puede venir al lugar de
ese otro ausente—, también entonces se hace más patente todavía que el acto de
la palabra sólo se constituye como palabra verdadera en presencia del
interlocutor y en el acto de su enunciación. El Otro que escucha constituye,
pues, al sujeto mismo de la palabra. Fue el punto de partida de la enseñanza de
Lacan: es a partir del lugar del Otro de la palabra como el sujeto se
constituye, “por lo cual es del Otro de quien el sujeto recibe incluso el
mensaje que emite”.
Se comprende entonces mejor la importancia de la distinción
entre el Otro de la palabra y el Otro de la escritura para seguir la lógica del
axioma lacaniano que reformuló el descubrimiento freudiano con el “inconsciente
estructurado como un lenguaje”. Pero, y ahí está el quid de la cuestión, fue
para reintroducir acto seguido de ese viraje la instancia de la letra como
inherente a la estructura propia del inconsciente. Si la palabra dicha se
distingue de la palabra escrita, hay sin embargo algo que se escribe, en algún
lugar, cada vez que la palabra es efectivamente dicha. Y ese lugar de la letra
tendrá en la enseñanza de Lacan una importancia cada vez mayor, hasta el punto
de constituirse como el lugar en el que puede leerse el síntoma como una
escritura en el cuerpo.
Vaya este prolegómeno dentro del prólogo como un modo de avisar
al lector del nudo tan singular que el título del libro de Paloma Blanco nos
anuncia y que encontrará tan sabiamente desplegado en las páginas que siguen.
Las diversas “escrituras de lo indecible” tratadas en ellas nos muestran la enorme
importancia de la torsión entre la palabra y la escritura, entre el
significante y la letra. Es una torsión que no podríamos seguir sin seguir a la
vez las propias torsiones de la enseñanza de Lacan durante los treinta años de
su desarrollo, en momentos sucesivos que hemos podido distinguir gracias a la
lectura que Jacques-Alain Miller hace de ella. En efecto, tal como escribe
Paloma Blanco, “algo se dice
calladamente en la escritura, un silencio que queda entre los dichos y del que
la letra, no su tipografía, es marca, huella de un real que está por fuera de
la significación, del sentido y casi del querer decir. Hay un
irrepresentable del objeto que escapa a lo que puede nombrarse, un
irrepresentable que no cesa de no escribirse”. A la vez, una vez hecha esta
torsión, algo se escribe en silencio en el discurso de la palabra dicha, en sus
intervalos, en sus escansiones e inflexiones, algo que no puede ser aprehendido
por la lógica del significante y que nos conduce a la lógica del objeto a que en la enseñanza de Lacan marca una
nueva forma de anudamiento de los tres registros, lo imaginario, lo simbólico y
lo real. Por esta vía, lo real del goce y sus diversas formaciones sintomáticas
pueden ser abordados y tratados de una forma que nos introduce a los nuevos
desarrollos del psicoanálisis de orientación lacaniana.
Es a esta sutil
articulación entre el decir de la enunciación y la escritura de la letra,
entendida en el sentido de la última enseñanza de Lacan, que Paloma Blanco ha
dedicado su investigación para la obtención de su Diploma de Estudios Avanzados
(DEA) que el Instituto del Campo
Freudiano dispensa y que he tenido el gusto de seguir como interlocutor
hasta su plasmación en este libro. Y debo agradecerle de veras haberme
permitido aprender así lo que puede desprenderse de este interesante recorrido
en sus múltiples vertientes: desde la propia clínica psicoanalítica hasta la
política, pasando por la literatura y el cine. El lector atento sabrá encontrar
los hilos que la letra teje en cada uno de estos discursos para distinguir lo
indecible que puede escribirse de lo inefable ante el que no debemos
retroceder.