“No hay verdad de la verdad”. Fue la respuesta de Jacques
Lacan a la exigencia —más que pedido— de uno de sus alumnos cuando se quejaba ese
día un poco desairado: “¿Por qué no dice usted, de una vez por todas, la verdad
de la verdad?”
Ese día la verdad declinó, ese día la verdad rindió sus
armas después de haber vencido heroicamente a la exactitud, la del imperio de
la cifra, la de la pretensión empírica y positivista que la sigue buscando en
vano en la sombra fugaz de cada objeto percibido. Ese día la verdad se hizo
hermanita del goce más abyecto, tan ambigua y escurridiza como el camino del
pez en el agua, tan loca como el gato que saltó para querer atraparlo sin mojarse. Ese día, después de haber mostrado sus caras infinitas, el poniente excesivo de la verdad ocultó la última de ellas tras
las montañas de lo inútil, de lo perecedero, de lo que no tiene ya sentido. Ahí se convirtió la verdad en el resto irreciclable que abandona la realidad y se hunde en lo
más íntimo y extraño a la vez, en lo más imposible de decir o de representarse.
Y una vez ahí, como una serpiente sin más pieles que renovar, la verdad ha
parido de noche el huevo del que renace el monstruo con una nueva apariencia, con
un nuevo semblante.
Sin saber todavía de qué es un nuevo semblante, nuestro
tiempo ha bautizado a este monstruo con el nombre de “posverdad”. El Diccionario Oxford acaba de incluirlo en
su lista de nuevas palabras para arrancarle a todas las demás su prestigio, su
pretensión de decir… la verdad de la verdad precisamente. Post-truth, esa es según “El País” de hoy la palabra que nos marca
el paso del año, su actualidad extraña y pasajera.
Pero en realidad esta posverdad es sólo un pseudónimo más de
lo que hay que llamar con su verdadero nombre: lo real, distinto desde siempre de
la verdad, lo real en el que se funda el síntoma de nuestra época. Tanto la
ciencia como la política, tanto el arte como el psicoanálisis pueden encontrar
hoy en esta diferencia la marca del ser que habla.
Es un signo de los tiempos que corren. Sepamos responderle
como merece, sin nostalgias ni imposturas.
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