13 de juny 2019

Sobre el azar, el exilio y la belleza
















Respuestas a Andrea Cucagna para el libro “Un estilo en cursiva"

1) ¿Qué diría Usted a partir del análisis de la que, por mi parte, denomino "Ley de la improvisación"? Dicho de otro modo, ¿qué diría Usted de los equilibrios inestables que el camino del análisis nos ayuda a construir? Por favor, no la conteste hasta no haber considerado la segunda y la tercera pregunta.

Hay en el campo de la música una interesante experiencia que se llama “improvisación dirigida”. Se trata de una improvisación musical en grupo pero con la intervención de un director que, sin conocer ni tener ninguna ley previa, ninguna partitura, orienta la improvisación marcando tiempos y compases, entradas e intensidades de los instrumentos en juego. No es el puro y simple azar, es la contingencia de los encuentros creando su propia ley, una ley que el director, como una suerte de Más Uno del grupo, va inscribiendo a partir del movimiento que producen los encuentros imprevistos entre los miembros del grupo. Me parece una buena manera de entender esta “ley de la improvisación” a la que usted se refiere y que es la misma regla fundamental del análisis. Sólo que en un análisis el sujeto mismo es el único miembro del grupo o colectivo. O bien, definición más lacaniana, el colectivo es el sujeto mismo, el significado de todos los personajes que encarna en el discurso del inconsciente. Según esta ley, todo equilibrio es inestable ante la contingencia de un real que, Lacan dixit, es siempre sin ley, una y otra vez.

2) ¿Qué diría Usted sobre el exilio tal como nos lo enseña Lacan en el Seminario 20, tamizado por aquello que el análisis le enseñó respecto a la distancia?

Es precisamente a partir de la contingencia de los encuentros y desencuentros —de aquello que “cesa de no escribirse”— como Lacan circunscribe el exilio inherente al ser que habla: es el exilio de la relación sexual, dice allí en el Seminario que usted evoca. Esto quiere decir para mí: el objeto que haría recíproca la relación sexual no está escrito en ningún programa. Ser uno —o una— para el otro —o para la otra— no quiere decir necesariamente que ese uno —o una— sea a su vez otro —u otra— para el otro —o para la otra. Es un trabalenguas, pero es también la traba fundamental para que exista una relación sexual como Dios manda, es decir recíproca. A partir de ahí, cada sexo está necesariamente exiliado de una relación que no acaba nunca de existir, o mejor, que no acaba nunca de no existir, que no cesa de no existir. De hecho, es un exilio interior, cuando uno llega a hacerse, como sucede en un análisis, Otro para sí mismo. Si hay una verdadera distancia, más allá de toda distancia geográfica, es esa: la que me separa a mí de mi propio inconsciente.

3) ¿Qué diría Usted sobre la belleza, sobre lo bello desde la enseñanza de Lacan  y la orientación de J.-A. Miller , así como desde los efectos que el análisis le produjo en su búsqueda?

Toda búsqueda verdadera de la Belleza, en mayúsculas, debería llegar a aquel momento que Rimbaud tradujo así en Una temporada en el infierno: “Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié.” Si la belleza ha sido situada por el psicoanálisis como el último velo ante el horror de la castración es porque es a la vez su más fiel y próxima compañera. Un modo de atravesar el espejismo de lo bello es precisamente con la injuria, que apunta a lo real mucho mejor que lo bello mismo. Dicho con el aforismo lacaniano: no hay estética posible del goce, no hay un goce mejor ni más bello que otro, aunque pueda haber un goce en la contemplación o en la experiencia misma de lo bello. Creer que hay un goce más bello que otro es también el principio del racismo. Poner en suspenso esta creencia, tan religiosa como cualquier otra, es el principio del psicoanálisis que no apunta de hecho a la búsqueda de lo bello, tampoco de lo verdadero, sino a la invención de un significante nuevo que toque algo de lo real. Por eso Lacan, hacia el final de su enseñanza, podía decir que lo primero que habría que hacer es extinguir la noción de lo bello, que los analistas no tenemos nada bello que decir. Y que el psicoanálisis encuentra otra vía para abordar lo real, la vía del equívoco o del chiste. Entonces, ni lo bello ni la injuria. Mejor saber hacer con el equívoco en el que todos los seres hablantes vivimos.