Respuestas para Nodvs a tres preguntas de María Guardarucci
-¿Qué condiciones considera que fueron necesarias para la creación de la Sección Clínica? ¿Por qué en ese momento y no otro?
Tal vez la única condición necesaria fuera el deseo decidido de formarse en el psicoanálisis de orientación lacaniana y de transmitir su experiencia de una forma más o menos organizada y regulada. A mediados de los años setenta no había, ni en Barcelona ni en el Estado español, ninguna institución que pudiera dar cabida a este deseo, menos todavía en la Universidad que seguía ignorando al psicoanálisis. Pero el deseo de unos cuantos pudo encontrarse entonces con el que fue sin duda el “punto cero” del psicoanálisis lacaniano en castellano, Oscar Masotta, fundador de la Biblioteca Freudiana de Barcelona. Le siguió la Asociación de Psicoanálisis impulsada por Germán L. García, y también una profusión de grupos y de otros espacios no formalizados institucionalmente que tomaban la enseñanza de Jacques Lacan como referencia. A principios de los años 80’ este magma de deseos se extendía ya en un campo bastante amplio, tan heterogéneo como estimulante.
Hasta aquí las condiciones necesarias, necesarias pero no suficientes, nada suficientes en realidad para entender la creación y el funcionamiento de la Sección Clínica de Barcelona. Hacía falta situar la lógica que estructura el Campo Freudiano, fundado por Jacques Lacan e impulsado internacionalmente por Jacques-Alain Miller, para entender las razones de su creación. La Sección Clínica tiene su antecedente más inmediato en la Section Clinique de Paris inaugurada por Lacan en 1976 en la Universidad de Paris 8 bajo el auspicio del Institut du Champ freudien. Se trata pues de una enseñanza universitaria, reglada según lo que entendemos como el Discurso de la Universidad. Es una enseñanza que no garantiza ni autoriza la formación del psicoanalista que sobrepasa, por su propia naturaleza, las condiciones de la Universidad. La formación del analista se produce en la experiencia de la Escuela, pero presupone los saberes que se transmiten en las Secciones Clínicas. Hacía falta esta articulación y esta lógica para generar la propia Sección Clínica de Barcelona.
Es la lógica que funciona entre el Campo y la Causa, entre la extensión y la intensión del psicoanálisis, y también entre el significante y el objeto. Dicho de otra manera, hay una implicación recíproca entre el Instituto del Campo Freudiano, del que se han derivado las Secciones Clínicas en cada ciudad, y la experiencia de la Escuela que dio lugar a la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Uno no va sin la otra. Si las condiciones necesarias no eran suficientes era porque había que precipitar este deseo inicial de Escuela en un campo que hiciera posible su puesta en acto. Y este campo de fuerzas se fraguó primero en 1984 con el inicio del Seminario del Campo Freudiano en Barcelona y después en 1988 con la creación de la Sección Clínica de Barcelona, ambos dirigidos por Jacques-Alain Miller. Aquellos cuatro años de Seminario del Campo Freudiano en Barcelona —al que acudían por otra parte colegas de otros lugares de España— fueron el crisol del Instituto del Campo Freudiano en España y de la creación de las Secciones Clínicas. En Barcelona, este crisol combinó la química de grupos diversos y tuvo que soportar a veces temperaturas bastante altas. Pero fue también el crisol que hizo posible la disolución de estos grupos para la posterior creación de la Sección de Catalunya de la Escuela Europea de Psicoanálisis, antecedente en Catalunya de la actual Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Fue así como empezaron a andar los dos pies de la Sección Clínica y de la Escuela, y hay que subrayar que uno no va sin el otro. Digamos que sin este doble movimiento la figura del psicoanalista parece destinada o bien por un lado a la infatuación y a la impostura del “analista didacta” en el grupo, o bien por el otro al delirio de un analista solitario en su relación con la práctica, “único amo en su barco” como escribía Lacan. De hecho, estamos siempre bajo el influjo de esta doble fuerza centrífuga.
-Teniendo en cuenta que seguramente un deseo de formación precedió la constitución de la Sección, ¿cómo se formaban antes los practicantes del psicoanálisis?
Respuesta rápida: se formaban en los Grupos de Estudio, experiencia de transmisión importada desde Argentina, grupos capitaneados por un maestro, más o menos reconocido, en los que encontraban cobijo profesionales y practicantes muy diversos. Eran grupos no siempre claramente orientados pero sí fuertemente vinculados por la transferencia, por el amor al saber y, a veces también, por el amor a la verdad. Lo que no da siempre los mejores resultados. Eso si dejamos de lado la formación que dispensaba la IPA (International Psychoanalytic Association) desde hacía algún tiempo en Barcelona y que requeriría un comentario aparte.
Respuesta más meditada: no había propiamente formación de analistas. Aunque, de hecho, usted no me ha preguntado cómo se formaban “los analistas” sino “los practicantes del psicoanálisis”. Y esa diferencia es toda la cuestión. Que haya una práctica del psicoanálisis, incluso la más reconocida por el grupo o por la Universidad, no implica que haya formación de analistas. De hecho, sabemos que Lacan llegó incluso a poner en cuestión la expresión misma de “formación de los analistas”, aunque él mismo la utilizara en varias ocasiones. Hay formaciones del inconsciente, y una de ellas puede ser la de un analista, cosa que habrá que verificar siempre caso por caso. Esta es la tarea de una Escuela, no de una Sección Clínica.
Hay que señalar en esta cuestión la honestidad tanto de Oscar Masotta como de Germán L. García en los antecedentes a los que antes me refería. El primero creó en 1977 en Barcelona una Biblioteca Freudiana, un “proyecto libresco” como decía él mismo, pero un proyecto que se quería implicado también en la creación de una Escuela. Los que practicaban psicoanálisis refiriéndose a la enseñanza de Lacan encontraban allí el mejor lugar para “in-formarse”. Los que buscábamos además un analista encontramos allí la posibilidad de empezar un análisis. El segundo supo sustituir a principios de los 80’ el término “Escuela” —era nuestro ideal— por el de “Asociación”, sabiendo que los que allí nos congregábamos estábamos decididamente implicados en la experiencia de una Escuela tal como Lacan la quería. También los congregados en el Cercle Psicoanalític de Catalunya, creado en Barcelona a instancias de Jacques-Alain Miller, se vieron decididamente implicados en la experiencia de una Escuela. Del trabajo común surgió la experiencia que hoy conocemos en Catalunya como la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Nada que ver con la lógica de los Grupos de Estudio, más centrada en la autoridad epistémica o en la del jefe de grupo. Pero no es tampoco la lógica de la formación universitaria, aunque fuera la mejor pensable. En una Escuela se interroga de qué está formado, uno por uno, el propio deseo de formación, y eso sin tener de entrada ninguna respuesta ni un modelo previos.
-En el Prólogo de Guitrancourt Jacques-Alain Miller nos recuerda la complejidad de volver transmisible una práctica esencialmente privada. ¿Qué podría comentarnos sobre ello desde su experiencia actual como docente de la Sección?
Después de todos estos años debo confesar que no tengo resuelta esta cuestión en absoluto. ¿Cómo transmitir la singularidad de la experiencia analítica para hacer de ella una enseñanza? He probado formas diversas, sigo probando e inventando sin llegar a encontrar una que me satisfaga. Creo que finalmente encuentro un estilo de transmisión a fuerza de no encontrar la fórmula mejor, porque seguramente no la hay. No me siento cómodo en una forma de transmisión al estilo “maestro universitario”, tiendo más bien a tomar la posición de aquel que no sabe, del que se sitúa en la posición de la “docta ignorancia” ante la experiencia analítica. Por eso me gusta especialmente aquel que hace la pregunta que nadie esperaba sobre lo más fundamental, sobre aquello que ya se supone que todos sabemos. ¿Qué es el inconsciente? ¿Qué es un analista? Mejor partir del no saber para transmitir la singularidad de las respuestas que, por otra parte, solo encontramos de manera provisional. Suelo prepararme mucho las clases, con notas y apuntes que nunca llego a agotar sin agotarme yo antes y seguramente también al auditorio. Y constato cada vez que algo se transmite mejor en aquel punto o momento que no estaba precisamente calculado ni preparado. Hay transmisión en lo contingente, en lo preparado, pero para que se llegue a dar ese encuentro hay que prepararse mucho, tanto del lado del que enseña como del que es enseñado. Y entonces los papeles se suelen invertir. El enseñado es el enseñante. Por eso la mejor manera de aprender es intentar enseñar, confrontarse cada vez con lo que es imposible de transmitir sin esperar un saber ya dado de entrada, listo y empaquetado para llevarse como un fast food. La transmisión del saber del psicoanálisis es lenta pero sólo se produce por rápidos destellos, en un encuentro súbito con un saber que ya estaba ahí, pero que no se sabía a sí mismo. Es también la lógica del inconsciente, la de un saber que no se sabe a sí mismo y que sólo se encuentra y se transmite de manera contingente.
En este punto, el texto de Lacan sigue siendo para mí el mejor mapa para encontrar la brújula con la que orientarse en la experiencia analítica. Es el mejor mapa para encontrar la brújula… para orientarse en el mapa que permite encontrar el tesoro. Dicho de otro modo, transmitir la singularidad de la experiencia analítica requiere para mí causar la transferencia con el texto de Lacan, transmitir la certeza de que finalmente esa brújula es el propio tesoro.
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