13 de febrer 2017

El Otro digital y sus síntomas

























Preguntas realizadas por Gisela Smania, responsable del Área de enseñanzas del Centro de Investigación y Estudios Clínicos (Córdoba, Argentina) hacia el XII Seminario Internacional del “Jóvenes: inhibiciones, síntomas y angustia".



-Hoy advertimos que los jóvenes están compelidos a inventarse a sí mismos. ¿De qué forma constata usted en su práctica este esfuerzo de invención?

“Inventarse a sí mismo” es ya una expresión en la que conviene detenerse. Si hay que inventarse a sí mismo es porque no hay un “sí mismo” dado de entrada, no hay nunca un sujeto idéntico a sí mismo. La idea de un “self”, que un día sedujo a los psicoanalistas y que hoy sostiene tanto la ideología de la autoayuda como de buena parte del cognitivismo, es un sueño de la razón. Y los sueños de la razón, como se sabe desde Goya, suelen engendrar monstruos. El sujeto del lenguaje y del goce es de entrada un sujeto dividido ante el significante y ante la pulsión. En este sentido, el sujeto debe reinventarse cada vez que se encuentra ante esta división estructural.
Ahora bien, es cierto que hay momentos cruciales en la vida en los que esta división se pone más al descubierto y exige el recurso a un significante con el que identificarse. Y si no está ahí, hay que inventarlo. La pubertad es sin duda uno de estos momentos ya que es entonces cuando el sujeto debe poner patas para arriba algunas identificaciones anteriores para construir otras nuevas que hagan posible una respuesta más o menos factible a la cuestión del goce, del goce sexual en primer lugar. Constatamos hoy que los viejos significantes edípicos fundados en el Nombre del Padre no bastan para ello. Estamos, en efecto, en la era post-edípica donde la familia clásica deja de funcionar como un invento que asegure al sujeto ese pasaje de una manera standard. Encontramos entonces una profusión de ritos de iniciación, por decirlo así, una multiplicación de andamios que provean al sujeto un modo de responder a la cuestión del goce y de la muerte. Y ahí sí podemos hablar hoy de invención porque en el momento actual, hecho de realidades virtuales y de identidades líquidas, no siempre está a disposición del sujeto un puente que asegure ese pasaje. Tanto es así que el pasaje llamado adolescencia puede hoy alargarse hasta muy tarde en la vida.
Para explicar lo que constato en la experiencia analítica en las dificultades para hacer este pasaje, diré que cada sujeto intenta inventar hoy su avatar. “Avatar” es un palabra que dice muy bien de qué se trata hoy para el sujeto dividido cuando se confronta a su falta de ser. Avatar es la imagen gráfica con la que cada uno se identifica hoy en el espacio virtual de Internet, es el tótem con el que se hace representar en la tribu. Pero también encontramos el término avatar cuando a veces hablamos, siguiendo a Freud, de los “avatares de la pulsión”. Tal vez sea mejor término para la pulsión que el de “destino”, que da a suponer que ya hay un objeto destinado a la pulsión que no tiene, por definición, un objeto predeterminado. Por el contrario, la pulsión debe construir su objeto a través de la serie de sus avatares, siempre singulares para cada sujeto.
Es lo que hoy encontramos en la profusión y la multiplicación de avatares que cada sujeto inventa para dar respuesta a la pulsión y a la falta de identidad consigo mismo. Pero suelen ser tan pasajeros y poco estables como la propia realidad virtual en la que tienen lugar.


-La experiencia subjetiva de los jóvenes parece estar signada por nuevas formas de desinhibición, por la omnipresencia de la angustia y el mutis del síntoma. ¿Cómo suena eso en su práctica?

Parece la consecuencia lógica de lo que acabamos de decir. Si las identidades son cada vez más líquidas para soldar la división subjetiva, si los significantes amo que el sujeto encuentra a disposición abren todavía más esta división, entonces la angustia está al orden del día, y el síntoma no encuentra fácilmente un agarradero para dirigirse al Otro, al Otro del saber y de la transferencia. La angustia es hoy la “epidemia silenciosa”, como se la suele llamar, la señal que se propaga y que indica en el sujeto la proximidad del objeto de la pulsión imposible de identificar. La angustia aparece precisamente cuando cae el avatar con el que el sujeto se intentaba representar en el lugar del Otro. De nuevo el espacio virtual es hoy el mejor lugar donde poner en juego esta fractura de las identidades ante el objeto imposible de representar. Es el espacio donde el anonimato del sujeto se puede encontrar con un objeto igualmente anónimo, imposible de localizar en el Otro del significante. Es el espacio donde el Otro deja de existir como tal para pasar a ser una máquina de lenguaje digital. Alguien lo ha llamado precisamente el espacio de “la digitalización del Otro”. Ver, por ejemplo, el libro titulado así de Carlos Miguel Ruiz Caballero, un estudioso de las redes y de los retos que plantea el ciberespacio a las democracias actuales.
Con respecto a la inhibición, las respuestas que encontramos en el eje de las funciones del Yo pueden ser aquí absolutamente variadas y hasta contrarias: van desde la respuesta más desinhibida, desde el exhibicionismo de lo más privado en lo público, desde el goce voyerista a cielo abierto, hasta la posición más autista y vuelta sobre sí misma, sin vínculo alguno con el Otro. Lo curioso es que todas parecen compatibles con las nuevas condiciones del espacio virtual, sin que haya colisiones o conflictos lo suficientemente importantes como para poner en crisis la subsistencia de ese mismo espacio. Antes bien, el espacio virtual parece nutrirse de esta variedad sin que el síntoma haga su aparición de manera manifiesta en el sujeto. El síntoma aparece sin embargo cuando se trata de responder a un real que no puede ser reciclado en el espacio digitalizado, cuando ya no se trata del anonimato del sujeto y del objeto sino que hay que responder en nombre propio a la presencia del Otro y de sus formas de goce.
Pude tratar así a un joven que no mantenía otros vínculos que los que su ordenador le proveía y que no manifestaba ningún síntoma aparente. Su familia lo trajo por esta razón, aunque para él no representaba un problema en especial. Fuera del espacio virtual parecía igualmente un perfecto autista. Sólo a partir del encuentro conmigo empezó a dar consistencia a un síntoma que, por otra parte, lo agarró a la vida de otro modo, lo agarró al Otro del significante y del goce. Él lo situó a partir de un interés notable por las lenguas, especialmente por las más extrañas y alejadas de su entorno. Si hasta ese momento solía tratar con sujetos anónimos en la red, se despertó entonces el interés por encontrar hablantes de esas lenguas en vivo y en directo, por decirlo así. Se abrió el lugar del Otro a partir de la extrañeza de la lengua, una extrañeza que hizo para él signo de un goce distinto. Lo que le llevó a una serie de avatares, valga ahora la palabra, y de encuentros nada evidentes. Digamos que pudo construir así un síntoma que lo agarró de otro modo al Otro del lenguaje y del goce. Para él, a diferencia de lo que pensaba su familia, las cosas no iban en realidad ni mejor ni peor que antes. Simplemente, ahora era distinto porque quería encontrarse con hablantes de esa lengua del Otro. Para nosotros no se trata tampoco, en efecto, de una finalidad terapéutica, sino de seguir las consecuencias del deseo del sujeto que se escondía detrás de la serie de sus avatares.

El sujeto-mercancía en la era de Internet















Entrevista publicada en el BlogSección de la EOL en La Plata

-Acerca del éxito del gadget y su función en la subjetividad actual, ¿sería equivalente con el triunfo de la religión que Lacan avisoró? ¿O lo sustituye implicando otra función?

Podemos hablar sin duda del triunfo del gadget en nuestra época pero es en todo caso un triunfo poco esplendoroso, menos todavía que el triunfo de la religión vaticinado hace tiempo por Lacan y que verificamos cada día. El gadget, como objeto producido por la tecnociencia, no ganará nunca al sentido religioso por la simple razón de que se dedica a alimentarlo, le va siempre a la zaga. Era la hipótesis de Lacan y me parece que podemos darla también por verificada. No hay que olvidar que la primera bomba atómica fue bautizada precisamente con el nombre de Gadget por los científicos del Proyecto Manhattan, lo que era ya un mal augurio de lo que conocemos, según la frase del propio Lacan, como “el ascenso al cenit social del objeto a”. Es cierto que esta ascensión del objeto tecnológico a las alturas tiene algo del fenómeno de lo sagrado, de la elevación del objeto a la dignidad de la Cosa, del das Ding freudiano, objeto imposible de representar finalmente. Las largas colas ante los concesionarios de Apple para adquirir en primicia el nuevo iPhone son tal vez hoy una nueva versión de las colas de peregrinación al lugar del milagro.
Hay sin embargo una función suplementaria, por decirlo así, cuando se trata del objeto tecnológico y es que en el momento de poseerlo somos nosotros mismos los que nos convertimos en objetos de intercambio en el circuito de producción de la mercancía. Creemos que sólo compramos una mercancía pero en el mismo momento que la adquirimos y la usamos somos nosotros los que nos convertimos por arte de birlibirloque en una mercancía de un nuevo tipo, inédita hasta ahora. A partir del momento en que estamos hiperconectados estamos ya hipercontrolados, hiperconvertidos en hiperdatos que servirán a la hipermaquinaria de la contabilidad general del mercado, y a la vez quedamos hipersometidos al hiperbombardeo de una publicidad tan idealmente personalizada como nuestras huellas dactilares. El juego de la relación entre sujeto y objeto se invierte, lo que tiene todos los rasgos de la lógica del fantasma que Lacan escribió con su fórmula ($<>a) en la que un término incluye al otro en una relación de conjunción y disyunción. Pues bien, el objeto tecnológico realiza hoy este fantasma. Somos objetivados por el objeto, incluso se hace de eso un ideal de tratamiento del malestar, dejando fuera de juego al sujeto y su singularidad como cuerpo hablante. Así, la religión promete el paraíso para pasado mañana, lo que tiene sus ventajas para mantener algo de su esplendor. Pero el objeto tecnológico lo promete para hoy mismo, lo que implica que hay que renovar ese esplendor de manera incesante, en cada una de las nuevas versiones del gadget en cuestión. Esta pequeña gran diferencia exige que la maquinaria del sentido no pueda detenerse ni un momento para que el sujeto-mercancía siga en el circuito. Es una carrera agotadora, pero nada indica que ella misma vaya a agotarse en su voracidad.

-¿Cómo impacta en la práctica y experiencia analítica el uso de los gadgets? Con respecto al lugar y y al lazo transferencial, ¿considera viable o posible un analista hiperconectado?

Es obvio que los gadgets tienen una incidencia inmediata. Los móviles suenan en cualquier momento para interrumpir al sujeto que habla en la sesión analítica y hay quien introduce incluso al que llama en la propia sesión: “¿Ve usted? Es ella de nuevo. Déjeme que le responda y le diga lo que se me acaba de ocurrir.” Hay analistas que obligan al analizante a desconectar el móvil de entrada, hay otros que dejan que se incluya en el discurso del sujeto como una variable más, con los mismos derechos que cualquier otra contingencia de su discurso. La incidencia de la tecnociencia y sus objetos es ya tan general, tan criticada y tan deseada a la vez, que no tenerla en cuenta como un hecho de discurso sería un simple anacronismo.
Sea como sea, el analista de nuestro tiempo no es ni un nuevo profeta de las maravillas del objeto tecnológico ni un catastrofista de sus virtudes aparentes. Sabe que el objeto a es finalmente el verdadero partenaire del sujeto del inconsciente, el gadget por excelencia del fantasma al que se reduce finalmente cualquier relación con la tecnología.
Por otra parte, digamos que la experiencia analítica es la hiperconexión más conseguida que se haya visto. Recordemos aquella primera definición que Freud dio de la transferencia como un “falso enlace”, como una falsa conexión que, por el arte inconsciente de la metonimia y de la metáfora, del desplazamiento y de la condensación, conecta al sujeto con el lugar del analista a partir de los significantes primordiales de su historia. La transferencia, como puesta en acto de la realidad del inconsciente, es un falso enlace que hace aparecer la verdad del deseo del sujeto que él mismo ignoraba. Así, debemos concluir que el analista es en primer lugar un hiperconectado de la transferencia y debe saber responder a ella desde ese lugar con la interpretación, singular para cada caso.

-Teniendo en cuenta lo formulado en los "Principios rectores del acto analítico": "Los dos participantes son el analista y el analizante reunidos en presencia en la misma sesión analítica", ¿Es indiferente que los encuentros transcurran en el espacio de un consultorio o en el espacio de internet? ¿Se trataría de "presencia" y "sesión analítica" si dicho lazo se establece y transcurre exclusivamente por skype o por teléfono?

Hoy se ofrecen, en efecto, multitud de terapias y experiencias de todo tipo por Internet. Y algunos psicoanalistas, tal vez por el temor de quedar rezagados en la carrera, se han apresurado a ofrecer sus servicios en el medio virtual. He visto textos de algunos colegas de la IPA promoviendo esta vía como el futuro irrenunciable del psicoanálisis. Tal vez sea una más de las paradojas de aquel éxito del psicoanálisis que coincidía, como decía Lacan, con su extinción.
Por nuestra parte, siguiendo nuestro principio irrenunciable de la clínica “uno por uno”, tampoco aquí podríamos generalizar. Hay que considerarlo caso por caso. La palabra clave es, en efecto, la palabra “presencia”. La “presencia del analista en la cura” será precisamente el tema de la próxima Conversación Clínica del Instituto del Campo Freudiano que se realizará el próximo mes de Marzo en Barcelona con la presencia e intervención de Jacques-Alain Miller. Se trata de precisar qué es en cada caso la “presencia del analista”, mejor todavía, qué implica su presencia real, entendiendo por real algo muy distinto a la realidad empírica y observable. El propio Jacques-Alain Miller tituló en su momento uno de los capítulos del Seminario XI de Jacques Lacan, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, retomando esta expresión: “presencia del analista”. Y viene a cuento citar aquí esa referencia de Lacan comentando la expresión:
“hermoso término que sería un error reducir a esa especie de sermoneo lacrimoso, esa ampulosidad serosa, esa caricia algo pegajosa que la encarna en un libro publicado con ese título.” El libro en cuestión era del psicoanalista Sacha Nacht pero el aviso de Lacan sirve hoy también para cada uno. No se trata en esa presencia real de la “two body psychology” con su cortejo de afectos y contrafectos recíprocos. La presencia, real, del psicoanalista se incluye en el concepto de inconsciente, en la experiencia que hace de él el analizante. Es un producto suyo pero a la vez está causado por el acto analítico mismo.
Esa presencia real del analista sólo puede producirse entonces, como dice el texto de los “Principios” que cita en su pregunta, “con el analista y el analizante en presencia en la misma sesión analítica”. Lo que implica la presencia del cuerpo hablante, con todas sus resonancias, desplazado hasta el lugar de la sesión analítica. Imposible entonces un análisis por escrito, o por grabaciones de mensajes de uno y otro lado. La presencia del cuerpo hablante en ese espacio es inherente al tiempo tan singular de la sesión analítica, a la transferencia, al acto y a la interpretación analíticos que tocan a ese cuerpo hablante en vivo y en presencia directa.
¿Excluye esto cualquier recurso puntual a los medios técnicos que se nos ofrecen hoy, desde el teléfono hasta Skype, o a los que puedan producirse como formas de la llamada realidad virtual? De nuevo conviene ver el tema caso por caso, sin generalización posible. Responderé aquí desde mi propia experiencia. Utilizo a veces el teléfono o Internet sólo como una forma puntual de suplencia cuando, por las razones que sean, no es posible la venida de un analizante a la sesión. Pero también en estos casos, la presencia de analizante y analista en la misma sesión analítica es un momento que se verifica como una escansión temporal irreductible. En otros casos este recurso no me ha parecido nunca indicado. Por la misma razón he requerido la presencia del sujeto cuando alguien me ha dirigido una demanda de análisis que supuestamente quería desarrollarse por Internet. Y he verificado después la importancia de cumplir esta exigencia para esa persona. Simplemente, no parece que podamos contradecir la vieja referencia freudiana, no exenta de ironía, de que “nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie”. El acto de palabra propio de la experiencia analítica requiere de esta presencia.