Tal vez lo hayan notado ya: vivimos cada vez
más en la Eurozona y cada vez menos en Europa. Es un modo de vida un poco evanescente,
que corre el riesgo a cada instante de desaparecer bajo la sombra de un objeto
imposible de definir, acompañado algunas veces de un efecto melancólico que
colorea las declaraciones de algunos políticos. ¿Pero qué es entonces ser
europeo más allá del hecho de vivir en una Eurozona definida a partir de una
unión monetaria, cuando menos frágil? Incluso la cuna de esta Europa – queremos
decir Grecia – vive hoy bajo la amenaza de ser expulsada de la Eurozona. Pero
también España, e Italia, y … Cuanto más la Eurozona busca su afirmación, más
se desgarra Europa; su misma existencia queda en cuestión, prueba de que habría
que haber invertido el orden de las construcciones y pasar primero por la unión
política y después por la unión económica.
Es entonces el Euro-síntoma el que se propaga
por todos los rincones de su inexistencia: hay, es cierto, la Eurozona y el
Eurogrupo, como hay, de forma indiscutible, la Eurocopa y el Eurobasket, o el
Euromed, Eurodisney… o también el Europsi.
En España, por ejemplo, nos hemos pasado todo
el verano a la espera de saber dónde se iba a instalar finalmente el famoso
proyecto, tan faraónico como discutido, llamado “EuroVegas”, complejo de
hoteles y casinos impulsado por el magnate americano Sheldon Adelson. El proyecto verá finalmente la luz cerca de
Madrid, no sin antes infringir algunas pequeñas leyes urbanísticas y de salud pública
de esta comunidad autónoma (por ejemplo, se tratará de un espacio
“eurofumador”). La otra comunidad en liza – Cataluña por supuesto –, tenía ya en
la manga otro gran proyecto para poner en la balanza, concebido bajo el modelo,
más que dudoso, del magnate americano. Acaba de ser desvelado. Será la futura
“capital europea del ocio”, con sus hoteles, sus casinos y, podemos suponerlo
también, con sus pequeñas desviaciones de la ley. Habría sido tal vez un poco
extraño llamar a este otro proyecto “EuroBarcelona”, y ha sido entonces bautizado
“Barcelona World”, cuestión de aumentar un poco la apuesta. Su financiador
principal, Enrique Bañuelos, es el símbolo más representativo del “boom”
inmobiliario en España, así como de la burbuja que ha explotado estos últimos
años, dejando aparecer un agujero imposible de esconder que ha llevado a la
miseria a una parte importante de la población.
Si finalmente se termina la Eurozona, ¿nos
llevará a una zona vaciada de toda Europa posible? ¿Una zona vaciada de esta
vieja Europa, raptada por los mercados y sin salvación imaginable a la vista?
Pero evocar hoy “El rapto de Europa” esperando que se salve por sí misma no es
de tan gran novedad como podría pensarse. Europa, desde su nacimiento mítico, fue
ya raptada por Zeus travestido de toro, como lo recordaba Luis de Góngora al
comienzo de sus “Soledades”: “Era del año la estación florida / en que el
mentido robador de Europa…” A este ladrón enmascarado creemos verlo hoy
encarnado en las “leyes del mercado”, gran Otro al que se recurre cada vez que
se quieren justificar las decisiones que llevan al desmantelamiento programado
del Estado social, decisiones totalmente políticas, tomadas de manera singular por
sus sujetos agentes. Porque la máscara del ladrón no es precisamente más que
una máscara, un “semblante”, que hace más consistente al mercado financiero
como Otro de la ley que ordenaría todas las decisiones políticas. Todo el mundo
espera entonces “la reacción de los mercados”. ¿Pero quiénes son “los mercados”?
Como ha indicado el siempre interesante Vicenç Navarro, experto en economía
política (en el diario Público del
pasado 11 de junio): el problema no consiste en saber quiénes son “los mercados
financieros” –como piensan muchos comentaristas, tanto de la derecha como de la
izquierda–, sino a quién benefician las opciones tomadas por los gobiernos,
intervenciones que conducen de una Europa social a una Europa neoliberal, con
una clase minoritaria que decide en contra de los intereses de una gran mayoría
de la población. Esta clase encarna de hecho lo que el psicoanálisis de Freud descubrió
como el principio del placer, principio regido por un superyó glotón que se
alimenta del mismo goce al que pide renunciar al sujeto. Y es precisamente esto
lo que hace que fracase. Dejar la decisión y el acto político a la merced de
este principio, al fantasma del goce del Otro –goce que existiría si existiese otro
que el goce fálico, como decía Lacan—, es una forma de hacer más consistente
todavía a este Otro.
En tal coyuntura, siempre será mejor que la
Eurozona permanezca inacabada, de manera que quede un lugar posible para una
Europa que quisiéramos que fuera, como el deseo, infinita.
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