24 d’agost 2012

El resto del sentido

















Al igual que un sueño, un psicoanálisis puede leerse como un trabajo del sujeto del inconsciente realizado a partir de restos, un trabajo que dejará a su vez otros restos de sentido. Esta hipótesis requerirá de cierto recorrido a través de la condición de resto para ser argumentada y desarrollada.*

El resto de sentido, entre transferencia y sinthome

1. Freud analizó el sueño como una elaboración significante hecha con dos componentes fundamentales: las representaciones provenientes de los llamados “restos diurnos” (Tagesreste), restos de cosas vistas y oídas durante los días anteriores al sueño, y un deseo infantil, vale decir un deseo reprimido, que pide ser realizado en la maquinaria onírica de representaciones de una manera condensada o desplazada. Así, el deseo inconsciente se vale de dichos restos para hacerse representar de los modos más variados, siguiendo las leyes retóricas del inconsciente que Lacan reformuló con el mecanismo significante de la metáfora y la metonimia. Toda interpretación de un sueño, siguiendo estas vías, podrá aislar los restos que se han hecho soporte de sus representaciones. Podemos pensar incluso que en la constelación de restos que han actuado como soporte del deseo, hay un punto nodal, aislado por Freud como “el ombligo del sueño”, que es el límite de toda interpretación, el resto real alrededor del cual se ordena el sueño, resto que no es interpretable y que hunde sus raíces en lo más reprimido, en lo no reconocido (Unerkanten) de manera radical por el sujeto. Se trata de un resto que solo aparecerá como tal después del trabajo de interpretación, como la mancha blanca del famoso sueño freudiano de la inyección de Irma, lugar que será finalmente el soporte en el que se inscribirá la fórmula de la trimetilamina.
Un resto no es solo una huella, un resto es lo que queda de una huella una vez ésta ha dejado de tener sentido para quien la ha leído como huella. De hecho, los restos arqueológicos, tan queridos por Freud hasta tomarlos como metáfora del propio inconsciente, son huellas en la medida que retornan de su estado de restos ilegibles para hacerse signos, significantes también del sujeto que desapareció con su inscripción. Volverán a ser realmente restos en el momento en que dejen de tener sentido para quien ha sabido leer en ellos esos significantes. Los restos son entonces, por definición, restos del sentido que los hizo huellas significantes, significantes que han representado a alguien, a un sujeto, para otros significantes.

2. ¿En qué medida podemos igualar entonces el trabajo del sueño con el trabajo analítico? En el sueño no hay ningún sujeto que pueda decir Yo como conciencia de sí mismo mientras que el sujeto que habla en un análisis sí lo hace en nombre del Yo de la conciencia. Pero ese es precisamente el punto donde menos podemos escuchar y leer el deseo del sujeto del inconsciente que se encuentra justo en el reverso de esa imposible conciencia de sí mismo, espejismo en el que se asienta el Yo del enunciado. La verdad del sujeto del deseo aparece, también en el trabajo analítico, en los restos de sentido que el Yo del enunciado no ha podido reconocer como suyos, como parte del sentido homogéneo a sus identificaciones. El lapsus sigue siendo el mejor modelo de este resto de sentido en el que leemos el deseo inconsciente del sujeto.
Es esperable de un final de análisis que el sujeto pueda decir “Yo” ante ese resto de sentido, heterogéneo hasta entonces a sus identificaciones, en una suerte de reescritura de la fórmula freudiana releída tantas veces por Lacan: “Donde Ello era, Yo (como sujeto) debo llegar a ser”. La clave para operar este pasaje, el punto de apoyo de tal transmutación subjetiva, es en efecto un resto fecundo, el objeto a formalizado por Lacan.
De hecho, el decir del analizante, su decir más verdadero, se sostiene también en restos de cosas vistas y escuchadas, restos que Freud localizó por otra parte en la estructura que llamamos fantasma, sostén de la realidad psíquica. En este punto, el trabajo del sueño y el decir del analizante, como trabajo de elaboración (Durcharbeiten) en la transferencia, siguen una misma lógica: ambos se ordenan alrededor de un resto de sentido que solo se podrá aislar como tal después de tal trabajo de elaboración.

3. De ahí que la experiencia del pase se ordene también, con tanta frecuencia, alrededor de un resto que ha tomado especial relevancia al final del análisis, cada vez de una manera distinta y singular: el resto fecundo del objeto a una vez asilado a través de la elaboración de los significantes. En efecto, suele ser un resto tal el que ha ordenado el sentido de la vida del sujeto. A veces este resto aparece de manera más evidente precisamente a partir del trabajo de elaboración de un sueño, como hemos visto en muchos casos de enseñanzas del pase. Pero esta dimensión de resto fecundo se hace especialmente demostrativa cuando aparece en la intersección entre dos dimensiones del trabajo analítico, el trabajo de la transferencia y el trabajo del síntoma una vez llevado a su condición de sinthome, de aquello que lo ha mostrado como lo más singular para el sujeto y que se sostiene en lo que llamamos “restos sintomáticos” del análisis.
Localizamos entonces el resto de sentido, él mismo sin sentido y convertido finamente en letra, objeto a, en la intersección entre estas dos dimensiones del análisis, la del sinthome en su opacidad de goce y la del destino del resto de la transferencia:


Señalemos que este resto de sentido, escrito con la a del objeto, se encuentra también en el propio núcleo de lo que llamamos Yo ideal y que Lacan escribió con el matema i(a): es el Yo construido desde el estadio del espejo alrededor de este objeto (voz, mirada, seno, excremento…); es también el Yo construido para dar sentido a la pregunta ¿qué soy Yo, como sujeto, para el Otro?, pregunta que el fantasma responderá para cada uno como una construcción sobre el sinsentido del objeto resto.

4. Un mismo hilo anuda los “restos sintomáticos” al final del análisis —tal como Jacques-Alain Miller los ha aislado en el texto freudiano “Análisis finito e infinito”[1]— y los otros restos designados en ese mismo texto como “restos transferenciales”[2]. Es en la articulación, en el anudamiento incluso, de estas dos dimensiones del resto que nos parece que se juega el destino del deseo del analista en nuestra contemporaneidad. Dicho de otra manera, nos parece que el destino de los restos sintomáticos, allí donde quedan reducidos especialmente al sinthome más singular para el sujeto, depende del destino que ese mismo sujeto ha reservado a los restos transferenciales que se han destilado al final de su análisis. Y todo ello, en una concepción de la transferencia que la concibe como imposible lógicamente de ser reducida a un grado cero, a diferencia de otras concepciones que hacen de esta supuesta reducción el correlato de una identificación del sujeto con sus imágenes ideales. Por el contrario, es en una consolidación de la transferencia como el sujeto llegará a encontrar la eficacia del sinthome en su singularidad.
Las nominaciones de Analista de la Escuela (AE) han estado orientadas, entre otras condiciones, por este anudamiento entre la dimensión clínica del sinthome y la dimensión política de la transferencia. En su intersección, el resto de sentido reducido a la a del objeto inscribe también la singularidad en la que cada sujeto puede sostener la apuesta, siempre renovada, del deseo del analista.



*Primera parte del texto que será publicado en la revista Freudiana con nuestra contribución al Informe de la Comisión del Pase de la École de la Cause freudienne.


[1] En Miller, J.-A., “Semblants et sinthome”, La Cause freudienne nº 69, Paris, Navarin 2009, p. 131.
[2] La expresión se debe al propio Freud en “Análisis finito e infinito” a propósito del Hombre de los Lobos: “Algunos de estos episodios se encuentran todavía en relación con restos de transferencia, y cuando esto sucedía, incluso si eran de corta duración, mostraban un carácter claramente paranoico”. S. Freud, “Análisis terminable e interminable”, Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1972, p. 3340.