El título de esta mesa - Lo real del semblante-falo en el
psicoanálisis - nos recuerda que la disyunción entre lo real y el semblante no
es una disyunción absoluta. Esta disyunción no podría ser el fundamento para
una nuevo dualismo que reeditaría aquel otro, nunca periclitado del todo en la
ciencia de nuestro tiempo, que se establece entre cuerpo y mente, esa mente que
surgiría como una “realidad emergente”, según el misterioso lenguaje de las
neurociencias actuales.
No, la disyunción entre lo real y el semblante que Lacan elabora
en su enseñanza no puede llevar nunca a reeditar un dualismo tan insistente
como improductivo a la hora de localizar al sujeto. Esta disyunción tiene a la
vez para Lacan su punto de intersección que queda definido de una manera muy
clara en su Seminario, precisamente cuando trata de las relaciones paradójicas
de la ciencia con lo real. “Lo que
es real, - [dice en su Seminario XVIII] -, es lo que hace un agujero en este
semblante, en el semblante articulado que es el discurso científico. – [Y
añade] - El discurso científico progresa sin ya ni preocuparse de si es o no
semblante”[1].
Así pues, hay al menos un punto de intersección entre lo real y
el semblante. Esa intersección es lo que hace un agujero, es ese agujero. Y es
para evitarlo, incluso para forcluirlo – si tomamos el término que Lacan
utilizó muy pronto al situar la operación de la ciencia moderna – que esta
ciencia ya no piensa en preocuparse por si su discurso es o no semblante, por si
sus operaciones con lo real atraviesan más o menos los semblantes de cada
época, o por si instaura otros nuevos en el lugar de ese agujero. No es sólo
que la ciencia no piense, como indicaba Heidegger, es que no puede pensarse a
sí misma atrapada en los propios semblantes con los que interpreta y trata lo
real. De ahí que el real de la ciencia y el real del psicoanálisis se separen,
en la misma medida que se separan, para el sujeto de la experiencia analítica,
lo real y la verdad como un semblante.
Esta coyuntura se hace especialmente decisiva a propósito,
precisamente, del semblante por excelencia que el psicoanálisis viene
localizando desde su nacimiento en la experiencia clínica, el semblante del
falo. El significante del falo, el semblante que da sostén y sustento a las
significaciones del sujeto, a la consistencia más o menos sólida de su realidad
de lenguaje, ha sido desde el principio el lugar en el que se han encarnado los
enigmas del sentido y del sexo, del goce y de sus diferencias irreductibles.
Este semblante del falo, ¿será hoy otro más de los semblantes
pasajeros? Digamos más bien que la ciencia de nuestro tiempo lo encarna sin
saberlo en el cerebro como sede de las significaciones del lenguaje. Y cada vez que incluye la expresión de un
“correlato neuronal” a cualquier experiencia subjetiva, reedita así un dualismo
insospechado en la misma medida que piensa resolverlo con su reduccionismo a lo
real neuronal. El misterio de lo real de la significación fálica sigue, sin
embargo, haciéndose presente en aquello que no cesa de no escribirse en ese
otro real de la ciencia. Las cifras se suceden para intentar atraparlo.
De ahí nuestro título: el falo y sus cifras.
Pero digamos de inmediato que el psicoanálisis, siguiendo su
horizonte científico, empezó también por querer cifrar el falo.
Conviene recordar, en efecto, que fue el propio Sigmund Freud
quien se propuso cifrar por primera vez la actividad mental y cuantificar sus
significaciones correspondientes en su abandonado “Proyecto de una psicología para
neurólogos”[2].
Este factor cuantitativo e
hipotéticamente medible quedó cifrado en su lenguaje con la letra Q, la
cantidad descargada por la neurona que podía transformase, a su vez, en la
cualidad singular de cada sensación. Su “teoría de la cantidad” era uno de los
pilares de la teoría neuronal, pronto abandonada en el horizonte de la ciencia
de su época, para dirigirse a otros modelos, como el óptico, donde pasó a
localizar en su tópica la producción de los semblantes del lenguaje. Pero fue
primero en este factor Q en el que cifró las distintas experiencias de
satisfacción, del dolor, del afecto y del deseo, hasta del Yo y de la
conciencia. El factor Q era así la primera cifra freudiana de ese real neuronal
en el que debían asentarse las significaciones del lenguaje. Las neurociencias de nuestro siglo no
parecen haber ido más lejos al pretender cifrar lo más real de lo cualitativo
de los afectos y de las representaciones mentales en los llamados “qualia”, las
cualidades subjetivas de las experiencias mentales, (por ejemplo, la rojez de
lo rojo, o lo doloroso del dolor). El misterio del semblante del falo sigue sin
duda tan presente aquí como en el famoso fresco de la Villa dei Misteri en Pompeya evocado por Lacan en diversas
ocasiones.
No es por azar que por aquella misma época del proyecto
freudiano se fraguara el otro proyecto de su colega y amigo Wilhelm Fliess,
para quien buena parte de los fenómenos biológicos y subjetivos seguían la
combinatoria significante de los dos ciclos fundamentales: 23 días del lado
masculino, 28 del lado femenino. El valor fundamental de estas cifras que
gobernaban las significaciones del lenguaje fue anunciado en su obra “Las
relaciones entre la nariz y los órganos sexuales femeninos desde el punto de
vista biológico”. La significación del semblante del falo llegaba aquí a
desplazarse hasta los mismo cornetes nasales, un poco más abajo con todo de las
áreas cerebrales de Broca y de Wernicke donde la neurología había ya alojado
las primeras sedes del lenguaje. Es sabido que Freud le otorgó una credibilidad
algo más que supersticiosa, en una lógica de la transferencia que Lacan comentó
en diversas ocasiones como el “caso original” del psicoanálisis, añadiendo lo
siguiente: “Fliess, es decir el medicastro, el cosquilleador de narices, pero
que con esta cuerda pretende hacer resonar los ritmos arquetípicos, veintiún
días para el macho, veintiocho para la hembra, muy precisamente ese saber que se supone fundado en otras
redes que las de la ciencia que en esa época se distinguía por haber renunciado
a ellas”[3].
Se trata, en efecto, de otras redes que las neuronales donde el sujeto supuesto
al saber encuentra su soporte. Pero localizar la causalidad de los síntomas y
desarreglos sexuales en las irritaciones nasales, localizar allí lo real del
semblante fálico, no tiene porqué ser tan distinto a localizarlo en ciertas
zonas de la corteza parietal, que es donde acaban de localizarse no hace mucho,
en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) las así llamadas “neuronas divinas” como
origen y causa del sentimiento de transcendencia y de religiosidad en los
humanos.
Lo que nos interesa, por nuestra parte, es localizar aquello que
no cesa de no escribirse en esta pasión de cifrar la significación, pasión
que, de hecho, siempre compartimos un poco con la ciencia, porque es en este no cesar de no escribirse donde encontramos lo real, lo más real propio del
psicoanálisis que los semblantes de la ciencia dejan escapar de modo
irremisible como resto de su operación.
¿Por qué no seguir a Freud y su interés por cifrar, por ejemplo,
la fecha de la escena primaria en el caso del Hombre de los Lobos, momento
preciso en el que el sujeto debió ver la relación sexual entre los padres?
Lacan llegó a afirmar que esa pasión llevada al tratamiento no fue ajena al
empuje experimentado por el sujeto a lo más real en sus episodios psicóticos.
Freud terminó por cifrar esta escena en una fórmula, una suerte de matema
freudiano del fantasma que fija lo más real e intrusivo del goce sexual, la
fórmula (n + 1 ½), siendo “n” un número de años indeterminado de la vida del
sujeto[4].
Podríamos seguir, sin duda, este rigor lógico en la orientación
que Lacan encontró en los matemas para cifrar ese real del semblante, lejos sin
embargo de la pasión de lo medible que inunda el cientificismo actual. Si hay,
en efecto, un principio fálico en la ciencia es el que animó en Galileo la
pasión por lo medible como principio de la ciencia: hay que “medir todo lo
medible y hacer medible lo no medible”. Hoy la propia ciencia no sabe muy bien
dónde están los límites de ese proyecto, a la búsqueda de un determinismo
cuantificable, pero se pueden localizar precisamente allí donde aparecen los
agujeros de sentido en el semblante fálico tal como los encuentra el sujeto en
la experiencia analítica.
Así señalaba Jacques-Alain Miller que la última enseñanza de
Lacan se orientaba más bien por un real sin ley, sin determinación posible, un
real que sólo la contingencia y el equívoco puede abordar para que el sujeto se
haga respuesta suya. En esta orientación, es cierto, podemos afirmar que “no
hay ciencia de lo real”, como indicó en el último Congreso de Buenos Aires.[5]
Volvamos entonces, para concluir, a la indicación de principio
que hemos recogido de Lacan sobre el agujero como punto mínimo de intersección
entre el semblante y lo real. Con respecto al falo y sus significaciones, este
agujero sólo parece abordable hoy a través del equívoco que la letra introduce
en el significante, haciendo también un agujero en él. A diferencia de la
ciencia que, sigue diciendo Lacan allí mismo, “hace aparecer los buenos
agujeros en el buen lugar”[6]
sin que semblante y real puedan diferenciarse ya, el psicoanálisis encuentra lo
real precisamente allí donde el semblante fálico se desencaja dejando aparecer
lo inesperado. Ante este real, el psicoanálisis debe saber hacer resonar hoy el
equívoco de la cifra del falo en nuestro mundo, el equívoco que lo desplaza
desde la cifra entendida como número a la cifra entendida como letra. Es este
equívoco el equívoco que lo convierte de nuevo en un enigma descifrable, el
enigma que el velo fálico sigue haciendo presente para el sujeto de la
experiencia analítica, entre el misterio y la evidencia.
Tal como me decía
una niña al intentar explicar sus resistencias aritméticas a la hora de abordar
el enigma de sus propios problemas y jugando sin saberlo con el equívoco en
castellano entre “contar” (raconter)
y “contar” (compter): “Lo que me pasa
es que yo sé contar mejor con las palabras que con los números”.
* Intervención en el VII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Paris, Abril de 2010.
[1]
Jacques Lacan, Le Séminaire, livre XVIII,
D’un discours qui ne serait pas du semblant. Du Seuil, Paris 2006, p.28. La
traducción es nuestra.
[2] S. Freud,
“proyecto de una psicología para neurólogos”, en Obras completas, tomo I, Biblioteca Nueva, Madrid 1972, p. 212 y
ss.
[3] J. Lacan,
“Première version de la ‘Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de
l’École”, en Autres écrits, du Seuil,
Paris 2000, p. 578-579. La traducción es nuestra.
[4] S. Freud,
“Historia de una neurosis infantil”, en Obras
Completas tomo VI, Biblioteca Nueva, Madrid 1972, p. 1959.
[5] J.-A.
Miller, “Semblants et sinthomes”, La
cause freudienne, nº 69, p. 130.
[6]
J. Lacan, Le Séminaire, livre XVIII, D’un
discours qui ne serait pas du semblant. Du Seuil, Paris 2006, p.28.
5 comentaris:
Lo real y el semblante del falo no están del todo separados pero tampoco unidos, hay un "error", una falta en toda representación simbólica o imaginaria de lo real, y también el falo, Lacan decía que estaba "loco" en el buen sentido de la palabra y así el varón sabe que lo está mientras que la hembra o lo que es mejor el discurso histérico no se sabe loco, aunque hay otro semblante en lo que digo, el del falo, claro.
La forclusión del nombre del padre hace del psicótico una especie de paranoico, es decir, alguien que ha conseguido unir totalmente semblante y falo, pese a los fallos de esta unión, de ahí la paranoia.
Bien, como bien dice el simposium hay una cierta distancia entre el semblante del falo y lo real, no está del todo separado pero tampoco unido, y la prueba de ello es que seguiré leyéndole, nunca se acaba de aprender.
Un saludo cordial de Vicent
Vicent, su lectura siempre me devuelve algo que yo mismo no había leido en lo que estaba escribiendo... El "error" al que se refiere es la mejor manera de errar que tenemos, la que el propio Lacan condensó en su título: "Les non dupes errent"... (los nombres del padre - los no equivocados erran). Un saludo.
¿un agujero es un punto de intersección? ¿Lo forcluido es el punto de intersección entre real y simbólico? Aunque semblante y verdad sean no-todo, como hay una intersección con lo real, ¿los significantes no son entoces “flatus vocis”? y si no lo son ¿qué son si tampoco se está de acuerdo con el realismo? ¿hay gradación como en la doctrina de la manifestación? ¿un radicalismo formalista que niegue toda sustancia no llega a un peligroso absurdo, sin sentido? ¿Cómo responder a todo esto sin caer en el peligroso animismo?
“es en este no cesar de no escribirse donde encontramos lo real, lo más real propio del psicoanálisis” ese real ¿no suena a Brahman nirguna (el absoluto sin atributos) que sería equivalente a la deitas del Maestro Eckhart?
Estimado Anónimo,
Sus preguntas son tan acertadas como difíciles de responder en un simple post. Las guardo para seguir mi trabajo!!
Publica un comentari a l'entrada