16 de gener 2013

“Síntomas sin inconsciente de una época sin deseo”






















Prólogo al libro de Marco Focchi: 
“Síntomas sin inconsciente de una época sin deseo”
Editorial Tres Haches, Buenos Aires 2012.


El título con el que nuestro colega Marco Focchi nos invita a leer este libro es ya un preciso diagnóstico del sujeto de nuestra tiempo: un sujeto que reduce su síntoma a un trastorno —genético, neuronal pero también social o conductual,— sin referencia al saber inconsciente, es también un sujeto que se extravía, que se esfuma con su deseo. La fórmula, tan bien construida, incluye una paradoja que el autor abordará de hecho bajo diversas formas en estas páginas: si el deseo es por definición inconsciente, entonces no hay modo alguno de detectar las dos ausencias —la del deseo y la del inconsciente mismo— de manera directa o empírica en los síntomas de la época en cuestión. Son dos “sin” que sólo pueden escucharse como un hecho de discurso, ordenados en una estructura de lenguaje. El deseo inconsciente escapa así a toda objetivación, ya sea por vía de la medición o por la de su reproducción experimental, tal como requeriría cierta condición de cientificidad, bien discutible por otra parte. Dicho de otra manera, tanto inconsciente como deseo son términos que no admiten negación, no admiten antítesis que lleve a síntesis posible, como tampoco admiten un método de verificación por la contraprueba que sea válido para todos los casos. Lo no-inconsciente no es lo consciente, y es también una impropiedad conceptual hablar de un no-deseo, lo que en todo caso sería un deseo-de-no. Inconsciente y deseo son así inherentes al ser que habla, insisten en él cuanto más evasivos se hacen para él mismo. Entonces, uno y otro están destinados a retornar, a repetirse —la repetición es abordada en diversos momentos de este libro—,  para hacernos escuchar que no hay síntoma sin inconsciente, y que no hay tampoco época sin deseo. Sólo que estas dos afirmaciones son verificables únicamente caso por caso, sin posibilidad de producir una ley universal o necesaria. Es necesario entonces un método que nos permita escuchar en los síntomas de la época los modos singulares de retorno del deseo, inconsciente para cada uno. Y ese es el método propio del psicoanálisis, acorde con su propio real abordado por el concepto de inconsciente.
Vemos entonces la absoluta necesidad del debate que nos propone Marco Focchi, de suma actualidad tanto para el psicoanalista como para cualquiera que quiera tener los oídos abiertos a la subjetividad contemporánea. “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época” escribía Jacques Lacan[1] en los años cincuenta. Pues bien, nuestro colega no sólo no renuncia sino que nos da las claves para leer esta subjetividad en diversas vertientes: en la clínica del caso por caso, en la lógica propia del discurso del psicoanalista, en la lógica del vínculo social donde este discurso tiene lugar cada vez de una manera distinta e inédita, y en el debate, siempre por rehacer, del psicoanálisis con la ciencia de nuestro tiempo.
Si la referencia a la clínica, también a través de la casuística, es aquí constante no es como una ejemplificación de una teoría que se propondría a la vez como garantía suya sino como el lugar de la puesta en cuestión continuada del discurso del psicoanalista. Es un uso de la clínica que no sitúa el saber supuesto en el clínico como observador del fenómeno sino que parte del malestar de cada sujeto tomado como supuesto saber de su inconsciente y del deseo que lo habita. Y es así un uso de la clínica como respuesta a la clasificación actual de trastornos para los que tantas veces ya se ha diseñado previamente el tratamiento, en la falsa lógica problema-solución propia de la época del “trastorno sin sujeto”. Por el contrario, el síntoma tal como lo entiende el psicoanálisis es él mismo un intento de solución que hay que descifrar para entender de qué pregunta singular se ha constituido como una respuesta. El lector podrá seguir en estas páginas la lógica de esta clínica, por ejemplo, en el análisis específico de los llamados “ataques de pánico”, llevado a cabo con la brújula de la angustia tal como el psicoanalista la encuentra en la experiencia.
Así, el psicoanálisis se distingue como “una terapia no supresiva del síntoma”, según la sugerente expresión de Marco Focchi. Muestra entonces que el síntoma tiene ya una función de goce para el sujeto, una función que es posible analizar para que ese sujeto pueda funcionar con él de otra manera, sin ser él finalmente el suprimido en su singularidad con la supresión supuesta de esta función sintomática. Esta “supuesta supresión”, siguiendo la lógica del retorno del inconsciente y del deseo, se suele verificar en el caso por caso sólo como un nuevo desplazamiento de su función de goce, pero con una nueva exclusión del saber que requeriría su desciframiento. Así, citamos a Marco Focchi, “el psicoanálisis tiene la misma posibilidad [que tiene el arte] de perturbar la lógica utilitaria y espectacular. Aquello que en el arte es el aura, en el psicoanálisis se llama agalma: la apariencia de objeto, la agalma que sostiene la traslación, es el punto de apoyo a partir del cual hacer saltar el dispositivo de la Salud-Espectáculo, es lo que inserta en el circuito económico y productivo del bienestar el excedente inestimable del goce”.
El psicoanálisis encuentra apoyo de este modo en una doble lógica. Por una parte, se trata de la lógica del significante que produce las significaciones descifrables en la vida del sujeto, un sujeto siempre afectado por una falta de ser. Por otra, se trata de lo que el autor designa con otra feliz expresión, el “evento o acontecimiento pulsional”, un evento que no inscribe en la experiencia del sujeto una falta que debería colmarse con más significación sino que “hace surgir un exceso de plenitud”. Esta otra lógica, introducida desde la vertiente de la pulsión, es la que nos conduce a la clínica del “ser que habla” —el parlêtre lacaniano— como irreductible a la lógica del significante y “refractaria a la perspectiva empírica en la que se mueve la ciencia”.  No se trata, en efecto, en el acontecimiento pulsional de un hecho empírico, observable, no se trata de un episodio semántico, explicable por medio del significante. El sujeto sólo se introduce en este evento por la dimensión del acto, a partir del cual hay un antes y un después. De estos acontecimientos, como señalaba Luís Buñuel a propósito de los que marcaron su propia experiencia hasta su “último suspiro”, hay pocos en la vida, y a veces sólo se producen con carácter traumático, como testimonio de un real que no cesa de no escribirse. El evento pulsional deja así marcas que no son del mismo orden que las marcas significantes. Será precisa la noción de letra para seguir su lógica, lógica que el autor invocará a propósito, por ejemplo, de la llamada “psicosomática”.
En esta nueva perspectiva investigada a lo largo de estas páginas, tendrá un lugar preeminente el uso de la “apariencia” tal como Lacan lo orientó con la categoría de semblant. En efecto, ¿cómo reutilizar los semblantes, la dimensión de la apariencia, en la época del espectáculo globalizado? ¿Hay una verdad a demostrar más allá de la apariencia? La verdad es ya apariencia, o “aparición de una apariencia”, como señalaba Octavio Paz en su estudio sobre la obra de Marcel Duchamp. ¿Volvemos entonces a un uso de la apariencia según la época del barroco? No deberíamos ahorrarnos, al menos, su estudio siguiendo las múltiples indicaciones de Jacques Lacan al respecto. “El psicoanálisis no trabaja para sostener la apariencia” pero, tal como sugiere Marco Focchi evocando la obra de otros autores en el campo del arte, tampoco para destruirla o invalidarla.
Y es aquí, en un nuevo uso del “semblante” como vía de acceso a lo real donde el psicoanálisis puede invocar la necesidad de una nueva epistemología para la ciencia contemporánea. El autor nos acompaña en esta vía siguiendo un debate, ya clásico, con la crítica epistemológica al psicoanálisis de un Karl Popper pero también, en la línea más neopositivista, de un Adolf Grünbaum. La última parte del libro conducirá al lector por algunos de sus interesantes vericuetos donde la anécdota sobre “la molécula del amor” le dará un bonito ejemplo del encuentro actual entre el cientificismo y el amarillismo de las publicaciones en el que se alimenta. El lugar y la función fundamental de la creencia, antes que de la certeza, en las leyes necesarias no parece así excluible ni de la falsabilidad popperiana ni de la exigencia demostrativa grunbaumiana. A diferencia de la ciencia, el psicoanálisis, tal como indicará Marco Focchi, no accede a lo real por la creencia en las leyes necesarias sino por una demostración entre lo imposible de escribir —la relación entre los sexos— y lo contingente del encuentro —especialmente del encuentro en la transferencia—.
Digamos por nuestra parte que, ante los impasses cada vez mayores a los que conduce el determinismo de las leyes necesarias, empezamos a percibir un movimiento de retorno, no sólo en la opinión pública sino en el ámbito de las propias ciencias, hacia el lugar irreductible de lo contingente en el encuentro con lo real. A veces es con el nombre de “serendipia” como la ciencia intenta dar lugar a este encuentro inesperado. Es allí donde el psicoanálisis encuentra la brújula para dilucidar su experiencia. Y es también el encuentro al que estas páginas convocan a su lector.




[1] Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1971, p. 308.

15 de gener 2013

Matrimoni per a tots... i totes












Aquests dies França és submergida en un gran debat sobre el matrimoni homosexual. Matrimoni per a tots, criden les pancartes. Aquest és l’article que he enviat al diari electrònic Lacan Quotidien per tal d’explicar una mica la situació actual a la tant malmesa pell de brau.


El juny de 2005, el Congrés dels Diputats de l’Estat espanyol ja havia aprovat la modificació del Codi Civil que permet el matrimoni a les parelles del mateix sexe i amb els mateixos drets que en el cas de les parelles heterosexuals. La modificació  proposada pels socialistes del PSOE fou adoptada aleshores per una majoria amb l’oposició d’una dreta representada pel Partido Popular, avui en el poder, i per Unió, la part més dretana del govern català actual. Aquesta mateixa dreta, en la seva violenta oposició, havia vaticinat tot un seguit de desastres, de divisions i de catàstrofes en la vida social i familiar pel fet de voler canviar el sentit suposadament natural de la paraula “matrimoni” —pròpiament: acte jurídic per consagrar la procreació materna—, entès aleshores com la sola unió d’un home amb una dona. El mateix  Partido Popular havia interposat tot seguit de l’aprovació un recurs al Tribunal Constitucional que acaba de ser desestimat aquest passat mes de novembre. L’argument ha estat que “aquest Tribunal no pot romandre aliè a la realitat social” i que avui hi ha “a Espanya una àmplia acceptació social del matrimoni entre parelles del mateix sexe”. Així doncs, és una mena de constatació après coup del que s’anomena un dret consuetudinari, fundat en costums que són cada vegada més admesos en la realitat social.
Després de set anys i uns vint-i-dos mil casaments celebrats entre parelles homosexuals, les autoritats jurídiques no sembla pas que hagin detectat de moment altres desastres manifests en aquests matrimonis que els que es produeixen de costum en els matrimonis heterosexuals. El Tribunal constata d’altra banda que “la institució matrimonial es manté en termes que es poden reconèixer perfectament en la imatge que, després d’una evident evolució, té la societat espanyola actual, com una comunitat d’afecte que genera un lligam, o una societat d’ajuda mútua entre dues persones que tenen una posició idèntica en el si d’aquesta institució”. Cal dir que aquesta vegada el Tribunal Constitucional, prou erràtic en altres temes, ha parlat clar i català sense voler modificar allò que la societat sembla que incorpora progressivament en les seves concepcions dels lligams socials.

Hi ha, però, dues observacions interessants que podem constatar.

La primera. Ja ha estat comentada[1] certa ambigüitat en el discurs del Partido Popular que, de ben segur, havia recolzat el seu primer rebuig a la llei defensant una concepció naturalista i religiosa del matrimoni, concepció que d’altra banda no és pas compartida per tots els corrents de la institució eclesiàstica: si Déu els creà home i dona fou per tal d’establir de manera ben natural la complementarietat del lligam conjugal entre home i dona com fonament de la família. És el que el cardenal Rouco Varela, cap de la Conferencia Episcopal i molt proper a l’extrema dreta espanyola, ha argumentat en denunciar la legislació aprovada com “greument injusta perquè no reconeix clarament la institució del matrimoni en la seva especificitat, no protegeix el dret dels cònjuges a ser reconeguts com espòsesposa, ni el dret dels fills a fruir d’un pare i una mare en el si d’una família estable”.  El problema, tanmateix, va una mica més enllà quan es constata que en l’entorn polític del Partido Popular s’ha vist amb bons ulls la decisió del Tribunal perquè ha alliberat al govern actual de les males conseqüències que hauria implicat una rectificació de la llei en el sentit  argumentat per les autoritats de l’Església. Dit d’una altra manera, la llei els semblava inadmissible fa set anys, en el moment d’estar a l’oposició, per suposades raons morals i socials. Ara que són al poder, no haver de modificar-la és una bona ocasió per estalviar-se un segura oposició en la protesta social.

La segona observació es relaciona amb un fet de llenguatge, amb un aspecte gramatical que ha estat al centre del debat sobre els canvis que cal fer en la llei per tal de poder mantenir-la en el marc constitucional. Finalment, és de fet un bon ús de l’equívoc allò que ha permès interpretar els casaments homosexuals com matrimonis que es fan d’acord amb la Constitució. El seu article 32, que havia estat redactat sota l’efecte d’una reivindicació femenina que defensava la igualtat entre sexes davant la llei, regulava el matrimoni de “l’home i de la dona”, i no pas el matrimoni de “l’home amb la dona”, amb una total igualtat jurídica. En el moment de redactar la Constitució espanyola, l’any 1978, aquesta fórmula volia acabar així amb la submissió tradicional que el matrimoni imposava a la dona. Ningú pensava en aquell moment en la possibilitat d’un dret al casament entre els homes gais o entre les dones lesbianes. El mateix article volia donar la possibilitat d’una gran flexibilitat en l’establiment de “les formes de matrimoni, l’edat per formalitzar-lo, els drets i els deures dels cònjuges, les causes de separació i els seus efectes". Així doncs, els magistrats han conclòs de manera molt raonable que la igualtat jurídica dels matrimonis heterosexuals i homosexuals no altera la institució del matrimoni tal com figura en la Constitució. És una bona interpretació que té en compte el fet que no hi ha cap “amb” possible en la relació entre els sexes i que la “i” que els posa un al costat de l’altre en la Constitució no implica de cap de les maneres una relació necessària. 
I doncs, com deia Lacan, ¡no hi ha relació sexual que es pugui escriure!




[1] Per exemple, Josep Ramoneda, “Matrimonio gay y restauración conservadora”, El País, 8 de novembre de 2012.

30 de desembre 2012

Hablar con el cuerpo, sin saberlo

















Hablar con el cuerpo*. La expresión no es obvia y tiene su referencia en el Seminario 20, “Aún”, de Jacques Lacan, tal como nos la ha recordado tan oportunamente Ricardo Seldes[1]. Veamos el contexto: “Yo hablo con mi cuerpo, y eso sin saberlo. Digo pues siempre más de lo que sé. Con ello llego al sentido de la palabra sujeto en el discurso analítico. Aquello que habla sin saberlo me hace yo, sujeto del verbo”.[2] ¿Qué es entonces aquello que habla con mi cuerpo sin que yo lo sepa?  Hay en el texto en francés una homofonía que conviene señalar: el sujeto —sujet— incluye lo sabido —su— y el yo —je— sujeto del verbo, sujeto del enunciado. Tal como había indicado el propio Lacan un poco antes en el mismo Seminario, aquello que habla con mi cuerpo y en lo que deberé reconocerme finalmente como sujeto, como Yo, no puede ser otra cosa que el Ello freudiano, el Ello pulsional que habla, que goza y que no sabe nada de eso. Este Ello es aquí el sentido de la palabra “sujeto” en el discurso analítico al que se refiere Lacan: “Allí donde ello habla, ello goza, y ello (no) sabe nada”. Conviene, en efecto, forzar un poco la gramática en cada lengua para acercarse a aquello que habla con mi cuerpo como sujeto, aquello con lo que terminaré identificándome como Yo, en el mejor de los casos. Hay toda una clínica que nos muestra que eso no siempre es posible, ni necesario. En algunas psicosis, por ejemplo, el sujeto puede muy bien no identificarse en absoluto con aquello que habla con su cuerpo. El cuerpo va entonces por una parte, el sujeto por otra. ¿Cómo alguien termina por identificarse como sujeto, como Yo, con aquello que habla con su cuerpo? Es un proceso que siempre tiene algún desajuste, allí por donde Ello habla sin que Yo lo sepa, diciendo más de lo que Yo sé, generalmente en el síntoma.
Todo ello supone en primer lugar que un cuerpo no habla por sí mismo, supone por el contrario que un cuerpo es aquello con lo que el Ello habla, con lo que habla el sujeto pulsional —si esa expresión tiene un sentido en la medida en que la pulsión es acéfala, sin sujeto—. Un cuerpo no habla por sí mismo, es preciso que esté habitado de alguna forma por lo que escuchamos como el deseo del Otro. De nuevo puede parecer obvio señalarlo pero no lo es de ningún modo, al menos para la ciencia de nuestro tiempo para quien los cuerpos dicen, hablan por sí mismos, significan cosas con un saber ya escrito en ellos, ya sea en el gen o en la neurona. El sentido que el término “sujeto” tiene para el psicoanálisis implica, por el contrario, que un cuerpo no habla por sí mismo sino que más bien es hablado por el Ello, por el sujeto del goce, sin saber nada de ello.
Hablar con el cuerpo es entonces una expresión muy bien encontrada si pensamos además que uno de los ideales de la ciencia de nuestro tiempo sería precisamente poder hablar sin el cuerpo. Veamos, por ejemplo, lo que dice un científico como Kevin Warwick, ingeniero, profesor de Cibernética en la Universidad de Reading, conocido por sus investigaciones en robótica y sobre la interface cuerpo-ordenador. Son investigaciones de este tipo las que están marcando el horizonte en el que el sujeto de este siglo hace ya la experiencia de su cuerpo como algo separado, como separable de él como sujeto, anexionable a toda una serie de artificios técnicos, mejorable en todas sus cualidades y, finalmente, parcializado en lo que conocemos como el cuerpo despedazado anterior al estadio del espejo. En su reciente paso por Barcelona, Kevin Warwick, apodado Captain Cyber y a quien tomamos ahora como portavoz de un cientificismo en alza, pudo afirmar sin ninguna sombra de duda: “Nuestro cuerpo ya es solo un estorbo para nuestro cerebro”[3]. Por supuesto, la primera pregunta que podríamos dirigirle es si ha dejado ya de considerar a “nuestro cerebro” como una parte de “nuestro cuerpo”. El problema no es banal, está en el centro de las neurociencias actuales cuando intentan definir los límites del cuerpo en relación a la mente, en un dualismo que retorna sin cesar a pesar de considerarlo ya resuelto. Pero veremos que ese “nuestro”, término simbólico que debería fundar la unidad del cuerpo en cuestión, término fundado a su vez en una identificación con aquello que habla con “nuestro” cuerpo, ese “nuestro” es más bien vacilante y, a fin de cuentas, absolutamente prescindible para la ciencia. Una vez troceado el cuerpo en diversas partes, ninguna de las cuales incluye necesariamente la identidad del ser que habla, el conjunto o la unidad que podamos recomponer con técnicas cada vez más sofisticadas no asegura tampoco ningún tipo de identificación ni de identidad: “¡Ahí esta el problema! La gran incógnita del futuro es nuestra identidad”, exclama entonces el científico que cree —es una creencia— que la identidad del sujeto es un dato inscrito en lo real del organismo, como si fuera una cualidad inherente a su naturaleza. La imagen que se dibuja en el horizonte del avance tecnocientífico, aunque parezca más bien una realidad de ciencia ficción, es entonces la siguiente: una red de cerebros conectados entre sí sin necesidad de soportar ese resto de funciones prescindibles en las que se resumiría un cuerpo. El ideal que acompaña esta imagen es tan explícito como el que ha llevado a Kevin Warwick a intentar vencer los insondables problemas de comunicación que parece tener con su mujer. Es el ideal de una conexión directa de cerebro a cerebro: “Estaba claro que teníamos un problema de comunicación. Así que un día conectamos mi sistema nervioso a su mano y, cuando ella la movía, yo recibía los impulsos en mi cerebro, y nos comunicábamos con código morse.” Es una experiencia que realizaría de forma literal, sin metáfora alguna, aquella otra que el poeta encuentra en el amor: “No soy sino la mano con la que tú palpas”[4]. De hecho, es una forma como otra de creer que la relación sexual puede escribirse, aquí en código morse, y que los sujetos pueden hablarse sin necesidad de pasar por el goce del cuerpo, de su bla-bla-bla tan engorroso como ineficaz desde el punto de vista del conocimiento científico.
El problema que encuentra Kevin Warwick por esta vía es, sin embargo, indicativo de otro real que se agita en los cuerpos y que no parece ser reducible al real que la ciencia aborda con sus instrumentos. Es el real del propio lenguaje, el real que aprendemos a situar con el término de lalengua. Si el sujeto tampoco ha logrado así la correcta comunicación con su mujer es porque el ingenio “topó con la misma barrera que nosotros: la interfaz entre cerebros, el lenguaje […] Comparado con lo instantáneo y preciso de la transmisión en la red neuronal, nuestro lenguaje es un código ambiguo e impreciso... Y hablar, ¡qué lenta y primitiva manera de emitir y recibir ondas sonoras!” Entonces, si los cuerpos eran ya un estorbo también lo será finalmente el lenguaje humano que se muestra absolutamente inexacto e ineficaz, equívoco y parasitario, imbuido de un goce inútil. Queda sin embargo, a juicio del propio científico, un resto imposible de eliminar: esa presencia del lenguaje en los cuerpos, un real del que ese goce inútil es el mejor testimonio.
Es precisamente en este goce inútil donde el psicoanálisis ha encontrado al sujeto del Ello, aquello que habla sin saberlo yo, ese Ello que siempre era —“Donde Ello era…” — y al que Yo, como sujeto, debo advenir, para retomar la fórmula de la ética freudiana releída por Lacan. Y Ello siempre habla, aunque sea de un modo que parezca primitivo, Ello siempre goza allí donde el sujeto menos lo sabe. También en el científico.

Retomemos entonces la preciosa expresión de Lacan: hablar con el cuerpo será siempre el mejor testimonio de este Otro real que el psicoanálisis ha descubierto con el nombre de inconsciente y que nos convoca con tanto entusiasmo a nuestro próximo VI Enapol.




* Texto de presentación del tema para el VI Encuentro Americano de la Orientación Lacaniana, Buenos Aires 22-23 de Noviembre de 2013, "Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real".
[1] En “Presentar el cuerpo”, consultable en la Web de ENAPOL: http://www.enapol.com/es/template.php?file=Textos/Presentar-el-cuerpo_Ricardo-Seldes.html
[2] Jacques Lacan, Le Séminaire XX, “Encore”, Du Seuil, Paris 1981, p. 108.
[3] Ver la entrevista en el periódico “La Vanguardia” del 19 de Noviembre de 2012:
http://www.lavanguardia.com/lacontra/20121119/54355365278/la-contra-kevin-warwick.html
[4] Evocamos aquí al poeta catalán Gabriel Ferrater: “No sóc sinó la mà amb què tu palpeges”.

28 de desembre 2012

La AMP: del pacto simbólico a una respuesta de lo real





















A los veinte años de la Asociación Mundial de Psicoanálisis

Desde la perspectiva que nos dan veinte años desde la creación de la Asociación Mundial de Psicoanálisis conviene recordar de dónde surgió para situar la apuesta que hoy hace presente la causa analítica en nuestro mundo. La creación de la AMP fue el punto de apoyo del llamado Pacto de París —Febrero de 1992—, hecho realidad en aquel momento por las cuatro Escuelas que se referían a la red de la Fundación del Campo Freudiano: la École de la Cause freudienne, la Escuela del Campo Freudiano de Caracas, la Escuela Europea de Psicoanálisis y la Escuela de la Orientación Lacaniana. Propuesto e impulsado por Jacques-Alain Miller, el Pacto de París anudaba estas cuatro Escuelas en una adhesión de mutuo reconocimiento, y de elaboración provocada por la propia AMP que cumplía así la función de Más Uno para su anudamiento en el trabajo de cada una de dichas Escuelas. Es un anudamiento al que se han añadido después otras Escuelas, hasta el número de siete, y que ha ido transformando sus elementos alrededor de su agujero central, el mismo que bordeamos cada vez que damos cuenta de la no existencia de El analista como un universal, como una figura estándar que ofrecería un modelo más o menos profesional a los practicantes del psicoanálisis. La AMP no es, en efecto, ni un colegio profesional ni una asociación para defender los derechos de sus practicantes, asociación que siempre terminaría funcionando como una sociedad de asistencia mutua contra el discurso analítico, una SAMCDA, como la bautizó Jacques Lacan. Tal asociación tendría finalmente la clave para definir al psicoanalista lacaniano estándar, ya fuera para distinguirlo del psicoterapeuta aplicado o para confundirlo finalmente con él. Un pacto simbólico se constituye siempre alrededor de un agujero, y la AMP se constituyó precisamente alrededor de un agujero central en el saber sobre qué es el analista lacaniano. A este saber no hace falta agujerearlo, porque parte ya del agujero que es estructural en la experiencia analítica y que anotamos con la A tachada de la falta del Otro. No está de más recordarlo para distinguir esta falta del Otro de la función de Más Uno con la que a veces se lo confunde y que hoy hace presente la llamada Escuela Una. Las razones para esta distinción tienen fecha en la intensa historia de la AMP: 1998 fue su punto de viraje, 2000 fue el momento de creación de la Escuela Una.

La AMP tiene pues esto en su haber, sabe que parte de una falta en lo simbólico, a diferencia de una sociedad corporativista que la recubre con su funcionamiento de grupo. Es por esto mismo que el grupo psicoanalítico es imposible y que por esta imposibilidad lógica funda su real (cf. “L’Étourdit”, Autres écrits, p. 475). Lo que llamamos Escuela Una es la forma de apuntar a este real para tratarlo de una forma acorde con la experiencia analítica. Pero también nos indica cómo abordar y tratar lo real en la contemporaneidad de nuestro mundo. Es lo real de la ciencia con el que el psicoanálisis de este siglo tendrá que vérselas una y otra vez para poner a prueba la solidez de su clínica, de su episteme y de su política. Lo real de la ciencia aloja precisamente un saber que parece ya escrito en él —ya sea en el gen o en la neurona—, un saber que tapona todo agujero, y siempre, según indicaba Lacan, consiguiéndolo de manera eficaz.
Así pues, el movimiento de las distintas Escuelas de la AMP sigue una misma brújula: la que nos conduce desde un agujero en lo simbólico hacia un agujero en lo real, el agujero que define la apuesta de la AMP para este siglo marcado por la alianza de la ciencia con el discurso del capitalismo. Jacques-Alain Miller lo señaló al final del pasado Congreso de la AMP en Buenos Aires anunciando el tema del próximo, en Paris 2014, sobre “Un real para el siglo XXI”: “Diré que capitalismo y ciencia se han combinado para hacer desaparecer la naturaleza y lo que queda del desvanecimiento de la naturaleza es lo que llamamos lo real, es decir, un resto, por estructura, desordenado”. Una vez la naturaleza ha desaparecido como un sistema más o menos ordenado de leyes simbólicas, queda el resto de lo real sin ley.
La acción lacaniana de este siglo debe tener en cuenta entonces que el problema no es ya en última instancia el del agujero en lo simbólico, el que motivó tanto la caída de los grandes relatos edípicos como la propia clínica que se ordenaba a través del Nombre del Padre, sino el del desorden de lo real que queda como resto de esta caída. El problema es hoy cómo responder a eso que en lo real hace agujero.
¿Cómo transmitir hoy el lugar decisivo de este real que en el lenguaje solo reaparece como aquello que no cesa de no escribirse y del que, como nos muestra la clínica, depende el destino de cada sujeto y, con él, el del psicoanálisis?
En esta perspectiva, el debate no ha hecho más que comenzar.