30 de març 2020

Indeterminación y certeza















(Texto publicado en el Boletín de Grama Ediciones, Crónicas XXI) 

Confinamiento obligado, ya sea para que el otro no te contagie a ti o para que tú no lo contagies a él de un virus que, por otra parte, no sabes si ya habita en tu cuerpo desde hace días. Así empieza un cálculo que es necesariamente colectivo y que se mueve entre la indeterminación y la certeza. Puede parecer el título de una película de Woody Allen pero era un par clásico del Campo Freudiano subrayado por Jacques-Alain Miller en los años ochenta: entre el sujeto del inconsciente, siempre indeterminado, y la pulsión, que lleva a cada uno a la certeza del acto. El confinamiento, tiempo indeterminado, es y será duro, pero sabes que sería peor tener que salir de él por alguna urgencia médica. Recuerdas entonces aquella máxima de los Pensamientos de Blaise Pascal que estos días se ha hecho viral: “Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación.” Así pues, hay que saber no salir, al revés que en el famoso problema del texto de Jacques Lacan sobre “El tiempo lógico…” donde los tres prisioneros sólo encontraban la solución saliendo los tres a la vez de su confinamiento, en un momento de concluir que era colectivo y también individual. Ahora hay que saber no salir y saber aguardar lo inesperado, aislado del ruido (mundanal) y librado al tiempo (también indeterminado) en lo que hemos dado en llamar “distanciamiento social”. 


De cerca y de lejos

Habías escrito un tweet sobre esto: “Distanciamiento social”, dicen. Y es muy cierto. Pero cuánta gente que no conocías y ahora lees. Y cuántas cosas que no sabías de gente que ya conocías. Y algunas más que no sabías de ti y que ahora, al menos, intuyes. “Acercamiento subjetivo”, pues, también.

Desde México, Ana Viganó ha añadido al tweet una excelente referencia del poeta Roberto Juarroz: “Las distancias no miden lo mismo / de noche y de día. / A veces hay que esperar la noche / para que una distancia se acorte. / A veces hay que esperar el día.” Y estos días hacemos todos y cada uno una experiencia nueva de las distancias que no miden lo mismo, porque las distancias también dependen del tiempo, de lo real del tiempo colectivo como sujeto de lo individual, dividido como está entre indeterminación y certeza, entre el día y la noche.

Tiempo, pues, de acercamiento al sujeto de nuestro tiempo, tiempo de saber individual y colectivo a la vez. Es lo que en nuestro campo, freudiano, llamamos también “transferencia de trabajo”, un tiempo de saber que es necesariamente colectivo pero que implica, de hecho, un solo sujeto, transindividual. Resulta que este es precisamente el tema del Seminario Interno que sostenemos este año los docentes de la Sección Clínica de Barcelona: la transferencia de trabajo. Acabamos de tener una reunión (virtual) conversando sobre ello y, muy en especial, sobre la expresión de Jacques Lacan: “el colectivo no es otra cosa que el sujeto de lo individual”. No sabes muy bien por qué, pero te parece que en esta precisa y enigmática expresión, nada evidente, hay una clave de lo que está sucediendo estos días a nivel planetario, donde cada Uno depende del tiempo del Otro. Y sientes que esta experiencia inédita converge de algún modo con la experiencia de la comunidad analítica, de lo que llamamos, con Jacques-Alain Miller, la Escuela-sujeto. Has intentado explicarlo, explicar(te)lo, pero no terminas de encontrar la manera, hay algo que se te escapa inevitablemente, algo que no cesa de no escribirse y que no te permite salir a la vez con los otros en una conclusión clara y precisa. Sales y debes pues volver a entrar en la elaboración de esta noción, transferencia de trabajo, que es de hecho la orientación misma del Campo Freudiano. Es necesaria una alteridad para entrar de nuevo y encontrarle la vuelta. Y entonces recibes un mensaje de Alejandra (Glaze) desde Buenos Aires haciéndose eco del artículo que acaba de aparecer en Lacan Quotidien bajo este mismo epígrafe, “Le sujet de l’individuel”, y diciéndote que le gustaría contar con un texto tuyo para el Boletín Crónicas XXI, para los colegas argentinos con los que siempre te sientes tan cercano, a pesar de la distancia geográfica. De nuevo, la distancia y la cercanía, “de cerca y de lejos”, como decía el título de aquel precioso libro de Claude Lévi-Strauss. De nuevo el sujeto distinto del individuo, de nuevo el sujeto como transindividual, como aquella “subjetividad de su época” con la que el analista debería reunirse al decir de Lacan. Era un modo de indicar también el lugar de lo colectivo como el sujeto de lo individual.

La serie de respuestas y comentarios que recibes, al tweet y al artículo, te confirman que vale la pena darle las vueltas que sea a la expresión de Lacan para exprimirla, para ponerla en acto, para sacar de ella alguna enseñanza. Es una expresión tal vez preciosa durante estos días en los que los liderazgos políticos se encuentran con una dificultad extrema para marcar el tiempo colectivo necesario para orientarnos, para atravesar, sanos y salvos si es posible, esta terrible epidemia del coronavirus. 


Epidemia y sujeto colectivo

Desde Israel (Ramat Hasharon), Marco Mauas te plantea la cuestión: “El coronavirus no es de lo real sin ley. Pero ¿la epidemia? La epidemia, venida de la milenaria China, que pone —en el espacio del mercado— un modo de goce tan peculiar, pero no como modo de goce, sino como un resto que sin los medios modernos de transporte sería tan invisible como la bacteria para la nominación bíblica.” Es cierto, el coronavirus es una cosa, la epidemia otra. El coronavirus es un real que sigue una ley que la ciencia está intentando descifrar lo más rápido posible para obtener antivirales y vacunas eficientes. La epidemia nos plantea un real sin ley, un real inherente al sujeto que vive en el lenguaje. Es un real que se mueve en otro tiempo, en el tiempo del colectivo como sujeto de lo individual, es un real que, como ha indicado Éric Laurent, “es el de la angustia, la esperanza, el amor, el odio, la locura y la debilidad mental. Todos estos afectos y pasiones estarán en el punto de encuentro de nuestra confrontación con el virus, ellos acompañan a las ‘pruebas’ científicas como su sombra.”[1] 

Es interesante señalar que la etimología de “epidemia” nos remite a “la llegada o la estancia en un país”, proviene de epidemos, “el que reside en un país en calidad de extranjero”. De ahí sin duda los ecos de racismo que escuchamos estos días, más o menos revestidos de falsa solidaridad. Pero, si suponemos un sujeto a la epidemia como fenómeno colectivo, ¿cómo diablos dejar de ser racista? De hecho, para el coronavirus mismo ¿no somos nosotros también una epidemia, los extranjeros que ya estábamos allí, en su país, antes mismo de llegar él a existir? Suponer un sujeto a la epidemia roza el delirio, sin duda, pero es un delirio que compartimos cada uno de nosotros estos días, en este tiempo colectivo. El problema, tan imposible como real, sería hacerle entender ahora al Sr. Coronavirus que lo mejor para cada uno sería que él también se confinara un buen tiempo hasta conseguir nosotros la buena vacuna. Pero un virus no habla, y es por eso que sigue una ley implacable, sin lapsus ni actos fallidos posibles. El virus pasa simplemente de un cuerpo a otro, la epidemia se contagia. La epidemia se contagia también como un hecho de discurso, se propaga siguiendo un tiempo distinto al del virus, siguiendo el tiempo del colectivo como sujeto de lo individual. Son dos tiempos distintos, pero uno acompaña al otro como su sombra.

Desde Buenos Aires, Carlos Rossi, que está trabajando el tema con un grupo de colegas, te plantea todavía más preguntas: “Lo traumático de este momento es: 1. ¿Lo real encabritado?, 2 ¿La verificación brutal del S(/A) "mundo"?, 3. ¿La muerte —se dice "lo que está por pasar"— de muchos?, o 4. ¿La "enorme burbuja de sentido" que arma un Todos que anula cualquier singularidad y hace patente que sin lo más íntimo nos fundimos con la masa y no somos Nada?” Creo que las cuatro posibilidades son compatibles entre sí, una vez entendemos que ante lo real de la muerte, imposible de representar, sólo tenemos la fuga del sentido —incluso del sentido común— que escapa del agujero del trauma, del trou-matisme, del agujero que escribimos con el S(/A).

—Cuando haya pasado todo esto, volveremos a la normalidad— se escucha decir en ámbitos diversos, económicos, políticos y sociales. Pero ya hay quien respondió hace unos meses en las paredes de Hong Kong: “No podemos volver a la normalidad porque la normalidad era precisamente el problema.” Por lo demás, todo indica que esta será más bien la “normalidad”, una normalidad cada vez más pandémica y a la que será cada vez más difícil dar un sentido. En este punto cada uno es un creyente del sentido, según la propia religión de su fantasma con la que espera hacer una vivencia grupal para “normalizar” la situación. Es la dimensión vivencial de la experiencia que el término Erlebnis significa en la lengua alemanaPero una experiencia traumática es siempre absolutamente singular, fuera de toda vivencia común posible. No hay de hecho experiencia traumática grupal, como tampoco hay un inconsciente grupal, a pesar de Jung. Ante lo real del trauma, cada uno está radicalmente solo. Respondemos a ello con las identificaciones grupales para reconfortarnos, pero en realidad es sólo para desconocer mejor este real en el que se funda el propio grupo. A la vez, el sujeto del inconsciente implica necesariamente el lugar del Otro desde el cual se nutre de sentido, es transindividual sin llegar a formar grupo, sin llegar a hacer un Todos. En este punto, conviene seguir la distinción entre grupo y colectivo a la luz de la enseñanza de Lacan. Un cartel, por ejemplo, no es tanto un grupo como un colectivo en el que la función del más uno es deshacer los efectos de grupo. ¿Es el colectivo como sujeto de lo individual aquello que viene al lugar del S(/A)?

Al fin y al cabo, ¿no es a este S(/A) al que nos confrontamos cada día, ya sea en la experiencia analítica, en la experiencia de la Escuela-sujeto con la transferencia de trabajo, o ya sea también ante la imposibilidad de salir hoy todos juntos del confinamiento? 

Así pues, debes volver a entrar. ¡Y sin haber podido salir todavía!




[1] Eric Laurent, “L’Autre qui n’existe pas et ses comités scientifiques”. Lacan Quotidien nº 874, 19/03/2020.

20 de març 2020

La llei de la natura i el real sense llei


















El real sense llei sembla impensable. 
És una idea límit que primer vol dir que el real és sense llei natural.
Jacques-Alain Miller

Tot allò que li prens a la natura, ella t’ho demana després amb escreix.
Isidor de Munciar (segle XI d.C.)


Des d'Itàlia ens arriben imatges estranyament familiars, tan imprevistes com reveladores, després de diversos dies de confinament de la població durant l'epidèmia de coronavirus. A Cagliari, els dofins arriben fins al port a la vora dels molls. A Venècia els canals deixen de ser el femer turístic habitual, les aigües transparents mostren el seu fons i deixen lloc als cignes, els peixos i aus diverses. La natura fa valer així la seva llei quan l'ésser parlant ha de retrocedir —una mica, només una mica— davant l'epidèmia de les seves pròpies formes de gaudir que anomenem civilització. La natura és epidèmica per naturalesa, si se’m permet el pleonasme, ja sigui amb cignes a Venècia o amb virus globals travessant països i fronteres. L'ésser humà és epidèmic pel fet de ser parlant i estar habitat per aquesta substància de gaudi que anomenem significant [1]. Sabem que veurem imatges semblants a les de Cagliari i Venècia en altres llocs i moments. En cada cas, la llei de la natura i el real del gaudi semblen l'anvers i el revers d'un mateix fet traumàtic per al subjecte del nostre temps. Però convé distingir-los.

Potser mai com en aquests dies la Humanitat —així, amb majúscula— pot ser i ha de reconèixer-se a si mateixa com un únic subjecte davant de la irrupció del real, com aquell col·lectiu que Jacques Lacan va definir de manera tan enigmàtica com "el subjecte de l’individual" [2]. És un subjecte que s'enfronta a un repte que només podrà guanyar, precisament, de manera col·lectiva, amb un càlcul en la seva acció que és necessàriament col·lectiu. I és que estem rebent aquests dies —un per un— els efectes més brutals d'un esdeveniment que és i seguirà sent paradigma del real del segle XXI. Però de quin real es tracta? És un bon moment sens dubte per llegir o rellegir la intervenció de Jacques-Alain Miller en la preparació del Congrés de l'Associació Mundial de Psicoanàlisi de 2014, dedicat precisament a "Un real per al segle XXI" [3]. Trobem allí diverses perles per recollir i elaborar durant aquests dies.

La natura ja no és el real

Aquesta petita màquina mortífera que porta el nom de SARS-CoV2, que es transmet i multiplica d'un cos a un altre i genera els símptomes de la COVID-19, és un virus. La majoria de biòlegs ens diuen que un virus no és un ésser viu —com sí que ho és un bacteri—, però que necessita d'una cèl·lula, d'un ésser viu, per replicar-se. És per això que altres biòlegs diuen que és un ésser que no està ni viu ni mort, com una mena de Monsieur Valdemar. Tot depèn d'on situem la frontera de "el real de la vida" [4], cosa gens simple en realitat. El que sí sabem del cert és que és un virus que es transmet i replica amb lleis molt precises. En el cas del COVID-19 és una llei que anem desxifrant poc a poc, massa poc a poc. Hi ha, doncs, un real del temps en joc que és decisiu per al seu tractament. El real de l'ésser parlant, repetim amb freqüència seguint l'últim ensenyament de Lacan, és un real sense llei. Però el virus SARS-CoV2 no, ell segueix una llei implacable, ell segueix la llei de la natura que cal saber desxifrar per poder fer-li front. El problema és que no coneixem encara prou bé la seva llei, i sobretot no coneixem encara com desactivar la seva manera de contagi per tal de crear antivirals i una vacuna que siguin eficients. Cal una mena d'Alan Turing, que va desxifrar el codi de la màquina infernal anomenada "Enigma" utilitzada pel Tercer Reich per a la transmissió dels seus missatges secrets en la Segona Guerra Mundial. Diuen que la reeixida tasca de Turing va escurçar el final de la guerra entre dos i quatre anys i va salvar milers de vides. Pel que fa al coronavirus estem en un temps que s'intueix encara massa lent per a l'obtenció dels antivirals i de les vacunes convenientment testades.

No, davant del SARS-CoV2 no som davant del real sense llei sinó davant d'un fenomen de la natura que segueix les seves lleis, les lleis que la ciència desxifra des de Galileu tot seguint la seva màxima segons la qual "la natura està escrita en llenguatge matemàtic". És cert que en l'Antiguitat la natura i el real estaven en contigüitat, se superposaven d'alguna manera, estaven fets de la mateixa pasta. Però un dels efectes de la ciència moderna ha estat precisament separar la natura del real. Tal com indicava Jacques-Alain Miller: "Temps abans el real es deia la natura. La natura era el nom del real quan no hi havia desordre en el real. Quan la natura era el nom del real, es podia dir, com ho va fer Lacan, que la realitat sempre torna al mateix lloc. Només en aquella època en la qual el real es disfressava de natura, el real semblava la manifestació més evident i més elevada del concepte mateix d'ordre. Es pot dir que, en aquesta època, el real en tant que natura tenia la funció de l'Altre de l'Altre, és a dir que era la garantia mateixa de l'ordre simbòlic." [5]

Hi ha diferents maneres d'oferir-se avui a fer aquesta funció impossible d’Altre de l'Altre per garantir un sentit quan el real irromp de manera traumàtica: el cientificisme n’és una, la religió n’és una altra. Per la seva banda, el psicòleg del comportament ens aconsella: "No diguin caos! No diguin pànic! No hi pensin!" Però és el mateix que dir-nos: "No pensis en un elefant blanc", que és la millor manera de seguir pensant-hi i d'angoixar-se davant un elefant blanc sense arribar a desxifrar el seu ésser de llenguatge com a elefant blanc.


El real no té sentit

Una altra perla: "El fet de no tenir sentit és un criteri del real, en tant que és quan un ha arribat a allò que és fora de sentit que pot pensar que ha sortit de les ficcions produïdes per un voler-dir. Que el real està desproveït de sentit és equivalent a el real no respon a cap voler-dir. El sentit se li escapa. Hi ha donació de sentit a través de l’elucubració fantasmàtica." [6]

A diferència del real, la malaltia COVID-19 és avui una enorme bombolla de sentit, de sentit religiós com qualsevol altre i sempre a punt d'explotar. "Coronavirus" és l'amo del sentit de la nostra actualitat, és el significant amo per excel·lència, fins a tal punt que fins i tot l'Església ha donat ordre de buidar les piles d'aigua beneïda sota el seu mandat. I no li falta raó, és clar. Aquí, en efecte, floreixen tots els fantasmes, individuals i col·lectius, per fer-ne una força demoníaca, el déu maligne per excel·lència que vol l'extinció de la Humanitat, que aplica el càstig a una civilització que s'ha excedit en el seu gaudi. Donar una mica de sentit alleuja durant un temps, però l'efecte de rebot sol ser molt pitjor que la manca inicial de sentit. El sentit, sempre religiós, és víric, a l'inrevés que el real que no té res de víric, que més aviat no cessa de no escriure’s, sense cap sentit.

L'experiència del real

Davant la natura esgavellada, davant d’un real que ja no torna al mateix lloc, el subjecte s’angoixa. El cientifisme promet vèncer l'angoixa amb el saber, un saber que estaria inscrit en el real d'entrada. Debades. La religió promet vèncer-la amb el sentit. També debades.

De quin real es tracta doncs per a la psicoanàlisi? Del real de sempre? No, el real ja no és el que era, és una de les coses que vam aprendre en el nostre Congrés de l'AMP de 2014. Es tracta del real del segle XXI, d'un real separat de la natura, que és la resta d'una natura que estava ordenada per una llei, divina o no, científica o no, però que ja és ara una natura irremeiablement perduda. I aquest sí, és cert, aquest sí que és un real sense llei, sense llei que pugui predir, al menys, la seva irrupció. És aquí on l'experiència d'aquests dies pot donar-nos un testimoni inèdit, a nivell planetari, d'una experiència del real en el col·lectiu com a subjecte de l'individual en diferents registres del real:

—Del real del temps. És un temps imperceptible, no simbolitzable, no representable cronològicament, però que marca el temps del malestar generat pel coronavirus. És un dels trets que el fa més difícil de tractar: ​​i és que pot encomanar-se en silenci, en absència de qualsevol símptoma mèdic observable. Aquest sí que és el real en el seu sentit més lacanià, un real que introdueix necessàriament un temps lògic en el subjecte del col·lectiu: una cosa que no cessa de no escriure’s ... fins que s'escriu. El problema no és ja si algun dia podrem encomanar-nos el coronavirus —sabem que ho serà al menys un 70% de la població— sinó quan en serem, i quan deixarà de no donar-nos signes simptomàtics al cos.

—Del real de l'espai en l'experiència del confinament. L'espai mètric, ara necessàriament restringit, cedeix pas aquests dies a un altre espai més proper a l'espai no mètric. És increïble les coses que es poden arribar a fer en un metre quadrat que és, a més, un metre cúbic.

—Del real del temps col·lectiu per atenuar els efectes de la inevitable extensió del virus. De fet, el pànic col·lectiu no és avui generat pel propi coronavirus sinó per l'inevitable desbordament del sistema sanitari que introdueix la necessitat d'un temps lògic: —No es posin malalts tots alhora, si us plau! Aquest és també el real d’un temps, traumàtic per a cadascú.

—Del real de tenir un cos, sempre d’una manera una mica hipocondríaca.

—I, sobretot, del real de la solitud de l’ésser parlant, tant si està o no en companyia.

L'experiència del real en la qual ens trobem no és doncs tant l'experiència de la malaltia mateixa sinó l'experiència d'aquest temps subjectiu que és també un temps col·lectiu, estranyament familiar, que succeeix sense poder representar-se, sense poder nomenar-se, sense poder comptabilitzar-se. És aquest real el que interessa i tracta la psicoanàlisi. La dimensió de símptoma d'aquesta experiència passa sense estar necessàriament habitats pel coronavirus mateix, només pel discurs que intenta donar un sentit a la seva irrupció en la realitat com a efecte de la pura llei de la natura.

La llei de la natura pot ser previsible —aquesta és la tasca de la ciència. El real sense llei no és previsible —aquesta és la tasca de la psicoanàlisi. Davant d’aquesta diferència estarà bé recórrer avui a la màxima dels estoics per fer una experiència col·lectiva del real de la manera menys traumàtica possible: serenitat davant del previsible, coratge davant de l'imprevisible, i saviesa per distingir l'un de l'altre.



[1] “Je dirai que le signifiant se situe au niveau de la substance jouissante.” “Diré que el significant se sitúa al nivell de la substància gaudent.” Jacques Lacan, Le Séminaire XX, Encore, Ed. du Seuil, Paris, p. 26.
[2] “El col·lectiu no és res més que el subjecte de l'individual". Jacques Lacan, Écrits. Seuil, Paris 1964, p. 213, n.2.
[3] Jacques -Alain Miller, “Presentación del tema del IX° Congreso de la AMP”, consultable en la Web de la AMP, Wapol.org
[4] Mais où est donc Zadig?
[5] Jacques-Alain Miller, Ibidem.
[6] Jacques-Alain Miller. Ibídem



La ley de la naturaleza y lo real sin ley

















Lo real sin ley parece impensable. Es una idea límite que primero quiere decir que lo real es sin ley natural.
Jacques-Alain Miller 

Todo lo que le quitas a la naturaleza, ella te lo reclama después con creces. 
Isidoro de Munciar (siglo XI d.C.)


Desde Italia nos llegan imágenes extrañamente familiares, tan imprevistas como reveladoras, después de varios días de confinamiento de la población durante la epidemia de coronavirus. En Cagliari, los delfines llegan al puerto hasta el borde de los muelles. En Venecia los canales dejan de ser el estercolero turístico habitual, las aguas transparentes muestran su fondo y dejan lugar a los cisnes, a los peces y a aves diversas. La naturaleza hace valer así su ley cuando el ser hablante debe retroceder —un poco, sólo un poco— ante la epidemia de sus propias formas de gozar que llamamos civilización. La naturaleza es epidémica por naturaleza, si se me permite el pleonasmo, ya sea con cisnes en Venecia o con virus globales atravesando países y fronteras. El ser humano es epidémico por ser hablante y estar habitado por esa substancia gozante que llamamos significante [1]. Sabemos que veremos imágenes parecidas a las de Cagliari y Venecia en otros lugares y momentos. En cada caso, la ley de la naturaleza y lo real del goce parecen ser el anverso y el reverso de un mismo hecho traumático para el sujeto de nuestro tiempo. Pero conviene distinguirlos.

Tal vez nunca como en estos días la Humanidad —así, con mayúscula— puede y debe reconocerse a sí misma como un único sujeto ante la irrupción de lo real, como ese colectivo que Jacques Lacan definió de manera tan enigmática como “el sujeto de lo individual”[2]. Es un sujeto que se enfrenta a un reto que solo podrá ganar, precisamente, de manera colectiva, con un cálculo en su acción que es necesariamente colectivo. Y es que estamos recibiendo estos días —uno por uno— los efectos más brutales de un acontecimiento que es y seguirá siendo paradigma de lo real del siglo XXI. Pero ¿de qué real se trata? Es un buen momento sin duda para leer o releer la intervención de Jacques-Alain Miller en la preparación del Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis de 2014, dedicado precisamente a “Un real para el siglo XXI”[3]. Encontramos allí varias perlas para recoger y elaborar durante estos días. 


La naturaleza ya no es lo real

Esta pequeña máquina mortífera que lleva el nombre de SARS-CoV2, que se transmite y multiplica de un cuerpo a otro generando los síntomas de la COVID-19, es un virus. La mayoría de biólogos nos dicen que un virus no es un ser vivo —como sí lo es una bacteria—, pero que necesita de una célula, de un ser vivo, para replicarse. Por esta razón otros biólogos dicen que es un ser que no está ni vivo ni muerto, como una suerte de Monsieur Valdemar. Todo depende de dónde situemos la frontera de “lo real de la vida”[4], cosa nada simple en realidad. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que es un virus que se transmite y replica con leyes muy precisas. En el caso del COVID-19 es una ley que vamos descifrando poco a poco, demasiado poco a poco. Hay, pues, un real del tiempo en juego que es decisivo para su tratamiento. Lo real del ser hablante, repetimos con frecuencia siguiendo la última enseñanza de Lacan, es un real sin ley. Pero el virus SARS-CoV2 no, él sigue una ley implacable, él sigue la ley de la naturaleza que hay que saber descifrar para poder hacerle frente. El problema es que no conocemos todavía suficientemente su ley, y sobre todo no conocemos todavía cómo desactivar su modo de contagio para crear antivirales y una vacuna que sean eficientes. Hace falta una suerte de Alan Turing, que descifró el código de la máquina infernal llamada “Enigma” utilizada por el Tercer Reich para la transmisión de sus mensajes secretos en la Segunda Guerra Mundial. Se estima que la exitosa tarea de Turing acortó el final de la guerra entre dos y cuatro años y salvó miles de vidas. Con respecto al coronavirus estamos en un tiempo que se intuye todavía demasiado lento para la obtención de los antivirales y de vacunas convenientemente testadas. 

No, ante el SARS-CoV2 no estamos ante lo real sin ley sino ante un fenómeno de la naturaleza que sigue sus leyes, las que la ciencia descifra desde Galileo siguiendo su máxima según la cual “la naturaleza está escrita en lenguaje matemático”. Es cierto que en la Antigüedad la naturaleza y lo real estaban en contigüidad, se superponían de algún modo, estaban hechos de la misma pasta. Pero uno de los efectos de la ciencia moderna ha sido precisamente separar la naturaleza de lo real. Tal como señalaba Jacques-Alain Miller: “Antaño lo real se llamaba la naturaleza. La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real. Cuando la naturaleza era el nombre de lo real, se podía decir, como lo hizo Lacan, que lo real siempre vuelve al mismo lugar. Solamente en esa época en la cual lo real se disfrazaba de naturaleza, lo real parecía la manifestación más evidente y más elevada del concepto mismo de orden. Se puede decir que, en dicha época, lo real en tanto que naturaleza tenía la función del Otro del Otro, es decir que era la garantía misma del orden simbólico.”[5]

Hay distintos modos de ofrecerse hoy a esta función imposible de Otro del Otro para garantizar un sentido cuando lo real irrumpe de manera traumática: el cientificismo es una, la religión es otra. Por su parte, el psicólogo del comportamiento nos aconseja: “¡No digan caos! ¡No digan pánico! ¡No piensen en ello!” Pero es lo mismo que decirnos: “no pienses en un elefante blanco”, que es la mejor forma de seguir pensando y de angustiarse ante un elefante blanco sin llegar a descifrar su ser de lenguaje como elefante blanco. 


Lo real no tiene sentido

Otra perla: “El no tener sentido es un criterio de lo realen tanto que es cuando uno ha llegado al fuera de sentido que puede pensar que ha salido de las ficciones producidas por un querer-decirLo real está desprovisto de sentido es equivalente a lo real no responde a ningún querer-decir. El sentido se le escapa. Hay donación de sentido a través de la elucubración fantasmática.”[6]

A diferencia de lo real, la enfermedad COVID-19 es hoy una enorme burbuja de sentido, de sentido religioso como cualquier otro y siempre a punto de explotar. “Coronavirus” es el amo del sentido de nuestra actualidad, es el significante amo por excelencia, hasta tal punto que incluso la Iglesia ha dado orden de vaciar las pilas de agua bendita bajo su mandato. Y no le falta razón, por supuesto. Ahí, en efecto, florecen todos los fantasmas, individuales y colectivos, para hacer de él una fuerza demoníaca, el dios maligno por excelencia que quiere la extinción de la Humanidad, que aplica el castigo a una civilización que se ha excedido en su goce. Dar un poco de sentido alivia durante cierto tiempo, pero el efecto de rebote suele ser mucho peor todavía que la falta inicial de sentido. El sentido, siempre religioso, es vírico, al revés que lo real que no tiene nada de vírico, que más bien no cesa de no escribirse, sin sentido alguno.


La experiencia de lo real

Ante la naturaleza desarreglada, ante lo real que ya no vuelve al mismo lugar, el sujeto se angustia. El cientificismo promete vencer la angustia con el saber, un saber que estaría inscrito en lo real de entrada. En vano. La religión promete vencerla con el sentido. En vano también. 

¿De qué real se trata entonces para el psicoanálisis? ¿Del de siempre? No, lo real ya no es lo que era, es una de las cosas que aprendimos en nuestro Congreso de la AMP de 2014. Se trata de lo real del siglo XXI, de un real separado de la naturaleza, resto de una naturaleza que estaba ordenada por una ley, divina o no, científica o no, pero que ya es una naturaleza irremediablemente perdida. Y ese sí, es cierto, ese sí es un real sin ley, sin ley que pueda predecir, al menos, su irrupción. Es aquí donde la experiencia de estos días puede darnos un testimonio inédito, a nivel planetario, de una experiencia de la real en lo colectivo como sujeto de lo individual en distintos registros de lo real:

— De lo real del tiempo. Es un tiempo imperceptible, no simbolizable, no representable cronológicamente, pero que marca el tiempo de la enfermedad generada por el coronavirus. Es uno de los rasgos que lo hace más difícil de tratar: y es que puede contagiarse en silencio, en ausencia de cualquier síntoma médico observable. Ese sí es lo real en su sentido más lacaniano, un real que introduce necesariamente un tiempo lógico en el sujeto de lo colectivo: algo que no cesa de no escribirse… hasta que se escribe. El problema no es ya si algún día uno podrá contagiarse —sabemos que alcanzará al menos a un 70% de la población— sino cuándo lo estará, y cuándo dejará de no dar signos sintomáticos en el cuerpo.

— De lo real del espacio en la experiencia del confinamiento. El espacio métrico, ahora necesariamente restringido, cede paso estos días a otro espacio más cercano al espacio no métrico. Es increíble las cosas que pueden hacerse en un metro cuadrado que es, además, un metro cúbico.

— De lo real del tiempo colectivo para mitigar los efectos de la inevitable extensión del virus. De hecho, el pánico colectivo no viene hoy generado por el propio coronavirus sino por el inevitable desbordamiento del sistema sanitario que introduce la necesidad de un tiempo lógico: —No se pongan enfermos todos a la vez, por favor. Ese es también lo real del tiempo, traumático para cada uno.

— De lo real de tener un cuerpo, siempre en modo un poco hipocondríaco.

— Y, sobre todo, de lo real de la soledad de ser hablante, tanto si está o no en compañía.

La experiencia de lo real en la que nos encontramos no es pues tanto la experiencia de la enfermedad misma sino la experiencia de este tiempo subjetivo que es también un tiempo colectivo, extrañamente familiar, que sucede sin poder representarse, sin poder nombrarse, sin poder contabilizarse. Es este real el que le interesa y trata el psicoanálisis. La dimensión de síntoma de esta experiencia sucede sin estar necesariamente habitados por el coronavirus mismo, sólo por el discurso que intenta dar un sentido a su irrupción en la realidad como efecto de la pura ley de la naturaleza. 

La ley de la naturaleza puede ser previsible —esta es tarea de la ciencia. Lo real sin ley no es previsible —esta es tarea del psicoanálisis. Ante esta diferencia estará bien recurrir hoy a la máxima de los estoicos para hacer una experiencia colectiva de lo real de la manera menos traumática posible: serenidad ante lo previsible, coraje ante lo imprevisible, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro. 



[1] “Je dirai que le signifiant se situe au niveau de la substance jouissante.” “Diré que el significante se sitúa al nivel de la substancia gozante.” Jacques Lacan, Le Séminaire XX, Encore, Ed. du Seuil, Paris, p. 26.
[2] “Lo colectivo no es nada sino el sujeto de lo individual”. Jacques Lacan, Escritos. Ed. Siglo XXI, México 1966, p. 203, n.7.
[3] Jacques -Alain Miller, “Presentación del tema del IX° Congreso de la AMP”, consultable en la Web de la AMP, Wapol.org
[4] Mais où est donc Zadig?
[5] Jacques-Alain Miller, Ibidem.
[6] Jacques-Alain Miller. Ibídem