(Texto publicado en el Boletín de Grama Ediciones, Crónicas XXI)
Confinamiento obligado, ya sea para que el otro no te contagie a ti o para que tú no lo contagies a él de un virus que, por otra parte, no sabes si ya habita en tu cuerpo desde hace días. Así empieza un cálculo que es necesariamente colectivo y que se mueve entre la indeterminación y la certeza. Puede parecer el título de una película de Woody Allen pero era un par clásico del Campo Freudiano subrayado por Jacques-Alain Miller en los años ochenta: entre el sujeto del inconsciente, siempre indeterminado, y la pulsión, que lleva a cada uno a la certeza del acto. El confinamiento, tiempo indeterminado, es y será duro, pero sabes que sería peor tener que salir de él por alguna urgencia médica. Recuerdas entonces aquella máxima de los Pensamientos de Blaise Pascal que estos días se ha hecho viral: “Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación.” Así pues, hay que saber no salir, al revés que en el famoso problema del texto de Jacques Lacan sobre “El tiempo lógico…” donde los tres prisioneros sólo encontraban la solución saliendo los tres a la vez de su confinamiento, en un momento de concluir que era colectivo y también individual. Ahora hay que saber no salir y saber aguardar lo inesperado, aislado del ruido (mundanal) y librado al tiempo (también indeterminado) en lo que hemos dado en llamar “distanciamiento social”.
De cerca y de lejos
Habías escrito un tweet sobre esto: “Distanciamiento social”, dicen. Y es muy cierto. Pero cuánta gente que no conocías y ahora lees. Y cuántas cosas que no sabías de gente que ya conocías. Y algunas más que no sabías de ti y que ahora, al menos, intuyes. “Acercamiento subjetivo”, pues, también.
Desde México, Ana Viganó ha añadido al tweet una excelente referencia del poeta Roberto Juarroz: “Las distancias no miden lo mismo / de noche y de día. / A veces hay que esperar la noche / para que una distancia se acorte. / A veces hay que esperar el día.” Y estos días hacemos todos y cada uno una experiencia nueva de las distancias que no miden lo mismo, porque las distancias también dependen del tiempo, de lo real del tiempo colectivo como sujeto de lo individual, dividido como está entre indeterminación y certeza, entre el día y la noche.
Tiempo, pues, de acercamiento al sujeto de nuestro tiempo, tiempo de saber individual y colectivo a la vez. Es lo que en nuestro campo, freudiano, llamamos también “transferencia de trabajo”, un tiempo de saber que es necesariamente colectivo pero que implica, de hecho, un solo sujeto, transindividual. Resulta que este es precisamente el tema del Seminario Interno que sostenemos este año los docentes de la Sección Clínica de Barcelona: la transferencia de trabajo. Acabamos de tener una reunión (virtual) conversando sobre ello y, muy en especial, sobre la expresión de Jacques Lacan: “el colectivo no es otra cosa que el sujeto de lo individual”. No sabes muy bien por qué, pero te parece que en esta precisa y enigmática expresión, nada evidente, hay una clave de lo que está sucediendo estos días a nivel planetario, donde cada Uno depende del tiempo del Otro. Y sientes que esta experiencia inédita converge de algún modo con la experiencia de la comunidad analítica, de lo que llamamos, con Jacques-Alain Miller, la Escuela-sujeto. Has intentado explicarlo, explicar(te)lo, pero no terminas de encontrar la manera, hay algo que se te escapa inevitablemente, algo que no cesa de no escribirse y que no te permite salir a la vez con los otros en una conclusión clara y precisa. Sales y debes pues volver a entrar en la elaboración de esta noción, transferencia de trabajo, que es de hecho la orientación misma del Campo Freudiano. Es necesaria una alteridad para entrar de nuevo y encontrarle la vuelta. Y entonces recibes un mensaje de Alejandra (Glaze) desde Buenos Aires haciéndose eco del artículo que acaba de aparecer en Lacan Quotidien bajo este mismo epígrafe, “Le sujet de l’individuel”, y diciéndote que le gustaría contar con un texto tuyo para el Boletín Crónicas XXI, para los colegas argentinos con los que siempre te sientes tan cercano, a pesar de la distancia geográfica. De nuevo, la distancia y la cercanía, “de cerca y de lejos”, como decía el título de aquel precioso libro de Claude Lévi-Strauss. De nuevo el sujeto distinto del individuo, de nuevo el sujeto como transindividual, como aquella “subjetividad de su época” con la que el analista debería reunirse al decir de Lacan. Era un modo de indicar también el lugar de lo colectivo como el sujeto de lo individual.
La serie de respuestas y comentarios que recibes, al tweet y al artículo, te confirman que vale la pena darle las vueltas que sea a la expresión de Lacan para exprimirla, para ponerla en acto, para sacar de ella alguna enseñanza. Es una expresión tal vez preciosa durante estos días en los que los liderazgos políticos se encuentran con una dificultad extrema para marcar el tiempo colectivo necesario para orientarnos, para atravesar, sanos y salvos si es posible, esta terrible epidemia del coronavirus.
Epidemia y sujeto colectivo
Desde Israel (Ramat Hasharon), Marco Mauas te plantea la cuestión: “El coronavirus no es de lo real sin ley. Pero ¿la epidemia? La epidemia, venida de la milenaria China, que pone —en el espacio del mercado— un modo de goce tan peculiar, pero no como modo de goce, sino como un resto que sin los medios modernos de transporte sería tan invisible como la bacteria para la nominación bíblica.” Es cierto, el coronavirus es una cosa, la epidemia otra. El coronavirus es un real que sigue una ley que la ciencia está intentando descifrar lo más rápido posible para obtener antivirales y vacunas eficientes. La epidemia nos plantea un real sin ley, un real inherente al sujeto que vive en el lenguaje. Es un real que se mueve en otro tiempo, en el tiempo del colectivo como sujeto de lo individual, es un real que, como ha indicado Éric Laurent, “es el de la angustia, la esperanza, el amor, el odio, la locura y la debilidad mental. Todos estos afectos y pasiones estarán en el punto de encuentro de nuestra confrontación con el virus, ellos acompañan a las ‘pruebas’ científicas como su sombra.”[1]
Es interesante señalar que la etimología de “epidemia” nos remite a “la llegada o la estancia en un país”, proviene de epidemos, “el que reside en un país en calidad de extranjero”. De ahí sin duda los ecos de racismo que escuchamos estos días, más o menos revestidos de falsa solidaridad. Pero, si suponemos un sujeto a la epidemia como fenómeno colectivo, ¿cómo diablos dejar de ser racista? De hecho, para el coronavirus mismo ¿no somos nosotros también una epidemia, los extranjeros que ya estábamos allí, en su país, antes mismo de llegar él a existir? Suponer un sujeto a la epidemia roza el delirio, sin duda, pero es un delirio que compartimos cada uno de nosotros estos días, en este tiempo colectivo. El problema, tan imposible como real, sería hacerle entender ahora al Sr. Coronavirus que lo mejor para cada uno sería que él también se confinara un buen tiempo hasta conseguir nosotros la buena vacuna. Pero un virus no habla, y es por eso que sigue una ley implacable, sin lapsus ni actos fallidos posibles. El virus pasa simplemente de un cuerpo a otro, la epidemia se contagia. La epidemia se contagia también como un hecho de discurso, se propaga siguiendo un tiempo distinto al del virus, siguiendo el tiempo del colectivo como sujeto de lo individual. Son dos tiempos distintos, pero uno acompaña al otro como su sombra.
Desde Buenos Aires, Carlos Rossi, que está trabajando el tema con un grupo de colegas, te plantea todavía más preguntas: “Lo traumático de este momento es: 1. ¿Lo real encabritado?, 2 ¿La verificación brutal del S(/A) "mundo"?, 3. ¿La muerte —se dice "lo que está por pasar"— de muchos?, o 4. ¿La "enorme burbuja de sentido" que arma un Todos que anula cualquier singularidad y hace patente que sin lo más íntimo nos fundimos con la masa y no somos Nada?” Creo que las cuatro posibilidades son compatibles entre sí, una vez entendemos que ante lo real de la muerte, imposible de representar, sólo tenemos la fuga del sentido —incluso del sentido común— que escapa del agujero del trauma, del trou-matisme, del agujero que escribimos con el S(/A).
—Cuando haya pasado todo esto, volveremos a la normalidad— se escucha decir en ámbitos diversos, económicos, políticos y sociales. Pero ya hay quien respondió hace unos meses en las paredes de Hong Kong: “No podemos volver a la normalidad porque la normalidad era precisamente el problema.” Por lo demás, todo indica que esta será más bien la “normalidad”, una normalidad cada vez más pandémica y a la que será cada vez más difícil dar un sentido. En este punto cada uno es un creyente del sentido, según la propia religión de su fantasma con la que espera hacer una vivencia grupal para “normalizar” la situación. Es la dimensión vivencial de la experiencia que el término Erlebnis significa en la lengua alemana. Pero una experiencia traumática es siempre absolutamente singular, fuera de toda vivencia común posible. No hay de hecho experiencia traumática grupal, como tampoco hay un inconsciente grupal, a pesar de Jung. Ante lo real del trauma, cada uno está radicalmente solo. Respondemos a ello con las identificaciones grupales para reconfortarnos, pero en realidad es sólo para desconocer mejor este real en el que se funda el propio grupo. A la vez, el sujeto del inconsciente implica necesariamente el lugar del Otro desde el cual se nutre de sentido, es transindividual sin llegar a formar grupo, sin llegar a hacer un Todos. En este punto, conviene seguir la distinción entre grupo y colectivo a la luz de la enseñanza de Lacan. Un cartel, por ejemplo, no es tanto un grupo como un colectivo en el que la función del más uno es deshacer los efectos de grupo. ¿Es el colectivo como sujeto de lo individual aquello que viene al lugar del S(/A)?
Al fin y al cabo, ¿no es a este S(/A) al que nos confrontamos cada día, ya sea en la experiencia analítica, en la experiencia de la Escuela-sujeto con la transferencia de trabajo, o ya sea también ante la imposibilidad de salir hoy todos juntos del confinamiento?
Así pues, debes volver a entrar. ¡Y sin haber podido salir todavía!
[1] Eric Laurent, “L’Autre qui n’existe pas et ses comités scientifiques”. Lacan Quotidien nº 874, 19/03/2020.