Silvia Dutrénit Bielous, María Luísa Capella y Miquel Bassols en el Forum |
Intervención en el Forum “Exilio” organziado por Zadig, La Movida Latina, en México el 2 de mayo de 2019. Participaron en la mesa conmigo: Silvia Dutrénit Bielous, historiadora y doctora en Estudios Latinoamericanos, especialista en el estudio de los exilios y las migraciones, y María Luísa Capella, investigadora y académica mexicana en la UNAM, hija de exiliados republicanos españoles en México, estudiosa del tema del exilio español en México.
No podría empezar mi intervención en este Fórum organizado aquí en México por los colegas de Zadig sobre el tema del Exilio sin referirme al episodio que sigue siendo hoy una marca indeleble en la historia española, un momento de hecho no tan lejano. Se trata del exilio de los republicanos españoles y catalanes que encontraron en este país un lugar de acogida después de tener que huir en 1939 al final de la llamada “Guerra Civil española”. María Luísa Capella ha puesto ya los puntos sobre las íes sobre esta expresión: fue un “Golpe de Estado” ante el que se produjo, por parte del Gobierno legítimo de la República española, una reacción de defensa militar fracasada. Fue una defensa fracasada que se hace pasar a veces por una guerra fratricida entre bandos igualmente legitimados, y de la que se termina justificando que tanto unos como otros hicieran “sus fechorías”. Es un falseamiento de la historia que hoy aparece más bien como la imposibilidad de leer un real que se repite por no poder reinscribirlo en la propia historia, un real que vuelve sin poderse exiliar, él mismo, de su lugar de verdad. Hay una amplia bibliografía al respecto. Señalemos que alrededor de 25.000 refugiados españoles llegaron a México en tres años, desde 1939 hasta 1942. Unos 4.000 provenían de Catalunya.
Se suele decir que México fue, después de Francia, el país que acogió a un mayor número de refugiados españoles. María Luísa Capella nos ha tenido que recordar qué hizo Francia mayormente: organizó campos de concentración para los refugiados, muchos de los cuales fueron a parar después a campos de concentración nazis. De modo que debemos decir aquí que México fue el país que sí acogió a más refugiados, ofreciéndoles la nacionalidad mexicana a quienes la solicitaran. Y fue, hay que recordarlo, el único país que no reconoció nunca y desde un principio al nuevo régimen del dictador Franco.
Se señala también con frecuencia que se trataba de un exilio especialmente ilustrado, de intelectuales, científicos, artistas y literatos entre los que se encontraban nombres tan importantes como María Zambrano, Max Aub, Luís Buñuel, Josep Carner, Joaquim Xirau, Avel·lí Artís Gener, José Gaos, Tomás Segovia —el traductor al castellano de los Escritos de Jacques Lacan y con quien vengo a conocer que María Luísa convivió durante veinticinco años— y un largo etcétera. María Luísa ha señalado ya en otra ocasión que esta capa ilustrada del exilio era sólo de un 25% del conjunto de los emigrados, emigrados que al cabo de un tiempo se reconocieron ellos mismos como exiliados.
Y aquí podemos ya plantearnos dos preguntas que me parecen de gran interés en todo fenómeno del exilio y que ya han aparecido en las dos intervenciones de Silvia Dutrénit Biélous y de la propia María Luísa Capella:
1 — ¿Cuándo un refugiado empieza a ser un exiliado? La respuesta parece fácil: cuando sabe que no puede volver ya al lugar de donde salió.
2 — ¿Un exiliado deja de serlo en algún momento de su vida? Incluso cuando puede volver finalmente al lugar del que tuvo que huir, ¿deja entonces de ser un exiliado? Hay varias respuestas, no todas equivalentes.
* * *
Siguiendo los hilos documentales de este momento crucial de la historia española y mexicana, he encontrado por mi parte un dato que me ha sorprendido especialmente. Entre los políticos mexicanos que más influyeron para que fuera posible aquella acogida de refugiados españoles y catalanes en México se encuentra un ilustre diplomático llamado Narciso Bassols. Junto al pintor Fernando Gamboa, fue uno de los principales ejecutores de la política del presidente Lázaro Cárdenas para acoger y conceder la nacionalidad mexicana a todos aquellos españoles que lo solicitasen. A pesar de lo que podría parecer por su apellido catalán, Narciso Bassols había nacido en México. Era hijo de un tal Narcís Bassols, ese sí nacido en Catalunya, un notable músico guitarrista que tuvo que exiliarse de España a mediados del siglo XIX —por haberse sublevado contra el general Espartero— y que decidió quedarse en México después de uno de sus conciertos. No hay tantos Bassols originarios de Catalunya dando vueltas por el mundo —todos son provenientes de la provincia de Girona como mi abuelo—, así que debo deducir que este Narcís Bassols es un pariente mío, más o menos cercano. Como ven, tengo mis razones —aunque más no sea por un ligero toque “narcisista”— para interesarme por este momento crucial del exilio de españoles y catalanes en México.
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Cuando leemos los testimonios de esta aciaga experiencia que es el exilio, encontramos siempre una verdad en el corazón del sujeto exiliado. Es la de estar “condenado a muerte en vida”, tal como lo indicaron ya Aristóteles y Cicerón en los tiempos en que el exilio equivalía a quedar des-terrado, a quedar literalmente fuera de la tierra, sin tierra, fuera del mundo de los vivientes. El desterrado era entonces alguien que dejaba de ser un ciudadano, es decir alguien que dejaba de “ser” como tal. Un “estar sin ser”, esta es la gramática imposible del desterrado que siempre está en el corazón del exiliado. Hoy, sin embargo, el exiliado se distingue de este ser desterrado, aunque lo incluya siempre de alguna manera. El exiliado es hoy un ser que está “fuera de lugar”, pero que busca su lugar en Otro lugar y que desde este Otro lugar parece abordar la verdad del ser como un “ser sin estar” en un lugar fijo y determinado. Ya no es un “estar sin ser” sino alguien que aborda su “ser sin estar”. José Gaos creó un neologismo, la palabra “trans-terrado” para hablar de su experiencia de exiliado como la de alguien que encontraba ese ser, un ser siempre “fuera de lugar”, en el lugar del Otro, tal como lo encontraron los exiliados republicanos españoles en una comunidad de lengua en México.
Desde esta experiencia, el exilio parece ser una propiedad del ser contemporáneo, de un ser que está siempre fuera de lugar. Alguien como María Zambrano llegará a reivindicar incluso la experiencia del exilio confesando que allí encontró “la forma más plena de sentirse española”. Algo parecido encontramos en Josep Carner y su ser catalán reencontrado desde la lectura de los mitos mexicanos que estudió y dramatizó en el tiempo de su exilio [1].
El momento del retorno del exiliado puede llegar a ser entonces también una experiencia enormemente difícil, la experiencia casi de un doble exilio, o de un exilio elevado a la segunda potencia. En el momento de su retorno a España en 1984, María Zambrano reivindicaba así su condición de exiliada como un “no lugar” desde el cual podía repensar la memoria de la República española y criticar la política de la llamada “transición” que en el postfranquismo pensó liquidar, olvidar, aquel momento. Podía escribir entonces:
Nos convertiríamos en antifranquistas si nos sumergiéramos en el momento histórico de la España de hoy y por tanto perdiendo nuestra condición de exiliados. ¿Se nos pide dejar de ser exiliados para ser antifranquistas? Con eso se nos elimina del proceso histórico y puede haber dos motivos en ello: eliminar el pasado, inasiblemente, y eliminar el fantasma de la guerra civil que se cree amenaza, repetición de la Historia. [2]
El testimonio de María Zambrano es hoy doblemente impactante. Estos días, precisamente estos días, cuando el llamado “pacto de la transición” muestra en España cómo se abren sus costuras de lado a lado y dejan aparecer lo peor del retorno de los dioses oscuros, el puro retorno del autoritarismo de un franquismo redivivo. Tal vez no se sepa aquí en México, pero existen hoy exiliados de España que no pueden reconocerse como tales, políticos exiliados que no pueden volver a su país sin verse encarcelados de inmediato. Y la palabra misma “exilio”, así como la expresión “presos políticos”, ha sido expresamente prohibida en los medios de comunicación durante el periodo electoral que acabamos de pasar esta misma semana en el Estado español. Nunca como hoy deberían pues ser leídas estas palabras de María Zambrano:
El pasado debe ser asimilado, no eliminado, y antes ha de ser reconocido en su verdad [...] La pacificación ha de venir de todos y en forma muy específica del exiliado que es un enterrado vivo y una representación de Antígona, símbolo de la conciencia sepultada viva.[3]
La referencia a Antígona no es colateral para nosotros, lectores del Seminario de Jacques Lacan sobre “La ética de psicoanálisis” donde hace su comentario vinculado a esta posición ética precisamente. De esta manera, tal como Antígona, el exiliado puede hacerse portador de una verdad que él mismo podría llegar a ignorar, puede hacerse portador de un texto escrito cuya verdad él mismo no sabría leer. Es a esta conclusión a la que nos invitan estas observaciones de María Zambrano. En este sentido, deberíamos decir que un exiliado no deja de serlo hasta que no ha hecho escuchar la verdad de la que es portador en el lugar de donde fue excluido, des-terrado.
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¿A partir de qué momento podemos decir entonces que alguien es un exiliado? No sólo a partir del momento en que no puede volver al país del que tuvo que salir sino a partir del momento en que se reconoce él mismo como portador de una verdad reprimida, como ese “símbolo de una conciencia [de un sujeto] sepultada viva” del que hablaba María Zambrano. Y cuando puede volver algún día al lugar del que tuvo que partir, puede descubrir entonces con cierta inquietud que él es también un extranjero en su casa, que ese lugar está definitivamente perdido.
Evocaré sólo el ejemplo de aquel sujeto exiliado que, una vez había vuelto a su país de origen, soñaba noche tras noche que no podía volver a su país de origen. Era uno de aquellos sueños traumáticos, evocados por Freud, en su texto “Más allá del principio del placer” que le hacen presente al sujeto un real traumático imposible de elaborar y que retorna como alma en pena cada noche aun después de haber vuelto de su primer exilio. Había el segundo exilio, el exilio de la verdad del inconsciente, singular e intransferible. Se trataba entonces para él de un doble exilio de la verdad. Hay pues la verdad histórica del exilio del que volvió y que había compartido con los demás, con sus compatriotas. Y hay también su propia condición de sujeto exiliado, el exilio subjetivo íntimo y singular, el exilio de su sueño que retorna como el nudo más real de su experiencia.
¿Cómo no reconocer entonces en el exiliado una de las figuras del sujeto del inconsciente mismo, aquél que lleva precisamente, allí donde vaya, un texto escrito cuya verdad desconoce necesariamente y que un análisis puede ayudarle a descifrar? En este sentido, es cierto, el sujeto del inconsciente está siempre exiliado, es el exilio interior de cada ser hablante, allí donde esté. El sujeto del inconsciente es un sujeto en un exilio permanente. No es por nada, por otra parte, que la propia historia del psicoanálisis no pueda entenderse sin la historia de los exilios que han marcado su transmisión y su difusión a ambos lados del Atlántico. Es una historia de migraciones y de exilios, empezando por el exilio al que Sigmund Freud quiso resistirse al final de su vida, hacia 1938.
Hay entonces un exilio estructural del sujeto del inconsciente, algo que retorna siempre a su mismo lugar y que, por el contrario, no puede exiliarse de sí mismo. Es lo más real del sujeto tal como Jacques Lacan pudo señalarlo en sus Escritos (Écrits, du Seuil, p. 25): “Ya que por lo que respecta a lo real, por muchos cambios que podamos hacer, está siempre y en todo caso en su lugar, lo lleva pegado a la suela del zapato, sin que conozca nada que lo pueda exiliar de él”.
Es precisamente este real el que no cambia nunca, el que vuelve siempre al mismo lugar en una repetición incesante más allá de toda migración geográfica. Y es este real el que se hace más difícil de soportar y elaborar en la propia experiencia del exilio. Es ante este real al que estamos confrontados hoy cada uno de nosotros en una época de migraciones cada vez más globales.
[1]Remitimos aquí a su preciosa obra teatral “El Ben Cofat i l’Altre”, escrita en castellano en su primera versión.
[2]Recogemos estas citas de Tres Estudios sobre el exilio, de Arturo Aguirre, Antolín Sánchez Cuervo y Luis Roniger, con Prólogo de Leonardo Senkman, publicado por la Universidad Autónoma de Puebla, México 2014.
[3]
Ibidem.
[3]
Ibidem.
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