De nuevo, un alud de
personas en las calles de Barcelona. Ahora es en el Paseo de Gracia, una semana
después de los atentados que ensangrentaron nuestras queridas Ramblas.
Ciertamente es algo que sólo puede ocurrir en las ciudades y pueblos que se
hacen existir a sí mismos como un solo sujeto. Un solo sujeto, hecho de medio
millón de personas, sale entonces a la calle con una sola voz gritando al mismo
ritmo: “No-tinc-por!” (¡No tengo miedo!). No sabemos quién fue el que dijo
primero estas palabras —era en la manifestación de políticos en la Plaza de
Catalunya al día siguiente del atentado— pero son palabras que se han
contagiado hasta convertirse en el eslogan de toda una población. También el Rey
de las Españas se encontró gritándolas a media voz. No sabemos quién es la
primera persona que las gritó pero realmente supo captar en todo un colectivo
aquel mismo gesto del niño freudiano que canta en la oscuridad para apaciguar
el miedo y no sentirse solo. Freud: “Cuando el caminante canta en la oscuridad,
desmiente su estado de angustia, aunque no por eso vea mejor en ella”. Cuando
son medio millón de caminantes gritando en la oscuridad del Paseo de Gracia,
aunque sea a plena luz del día no ven mejor en ella, pero se acompañan en la
angustia. Y de la angustia extraen la certeza del acto —ahora la referencia es de
Lacan—, el acto que modifica al sujeto colectivo. Medio millón, pues, de
solitarios ante el horror de lo real como un solo sujeto, aunque este sujeto no
vea más claro ante él.
No hay que
menospreciar un movimiento así, tan inevitablemente diverso en su fondo y en su
superficie, cuando es una parte mayoritaria de la población. Es cierto, puede
ser un movimiento arrastrado por el espejismo alienante del pueblo que se
quiere “independiente, sincero y original” —la referencia es de nuevo a Lacan y
su Seminario sobre “La ética del psicoanálisis”, donde habla de estos tres
ideales de la época que suelen producir estragos—. Pero puede ser también el
colectivo claramente decidido a pasar al acto cuando se reconoce a sí mismo
como “el sujeto de lo individual” —expresión que encontramos en otro texto de
Lacan sobre “El tiempo lógico”— ante una coyuntura histórica que se repite. Puede
ser también el reconocimiento de un nuevo sujeto político al que será preciso
dar un estado de derecho, tarde o temprano.
Es por haberlo
menospreciado que las fuerzas unionistas españolas —y todavía hay que ver unión
de qué y para qué—, siempre tan pagadas de sí mismas, han hecho errores
tácticos, estratégicos y políticos demasiado grandes. Y esto desde la gran
manifestación de 2010 en Barcelona contra la sentencia del Tribunal
Constitucional impugnando el estatuto de Catalunya, acto que precipitó todo
este movimiento que ha cuajado ya en un sujeto político. La opinión internacional,
este Otro sujeto que leemos en los periódicos del mundo y que sólo existe como
un consenso periodístico, lo ha sabido reconocer muy pronto.
De aquí que la
acusación de hacer una utilización política de la manifestación del Paseo de
Gracia y del terrorismo sea absolutamente sesgada. El terrorismo es política.
O, dicho en términos de Clausewitz, es la política continuada por otros medios.
Es política de guerra, de exclusión radical del otro, pero es política. Y todavía
más si la entendemos como una política del síntoma, del malestar surgido desde
las partes más supuestamente integradas en los vínculos sociales. (Sí, Ripoll
no está en Siria, está en el corazón mismo de Catalunya). Entonces, es inútil
denunciar la utilización política de la manifestación del 26-A por los
independentistas o por quien sea. Como escribía un tweet: la prohibición de
llevar banderas independentistas era para hacer más sitio a las banderas
españolas preparadas ya en cada esquina. Cuando la gente si dio cuenta, independentistas
y no independentistas, obviamente, sacaron las suyas de casa.
Resulta de todo ello
que las fuerzas unionistas más explícitas han reprochado enseguida al Estado
español y al Gobierno de Madrid el error de haber puesto al Rey Felipe VI y a
Mariano Rajoy al frente de la manifestación, aunque —buena idea— detrás de los
Mossos y de otros representantes de las instituciones que han intervenido tan
acertadamente para aliviar los desastres de los atentados. El abucheo
monumental que han recibido el Rey y Rajoy —la vicepresidenta Soraya se la ahorró,
dicen, por una indisposición a última hora que la hizo ausentarse— era más que
previsible. Es cierto, era un error cantado, un error que ni el semblante de
bonhomía real ni el del tancredismo de Rajoy podían justificar en nombre de una
unidad que ellos mismos ya no creen ni practican. Sus rostros expresaban con
claridad que no sabían muy bien qué hacían allí.
El Rey y el actual gobierno español, en lugar de venir a Barcelona para ser abucheados como ya sabían, podían haber contrarrestado las razones del abucheo apoyando decididamente la misma manifestación en Madrid a la que asistieron... solo un centenar de personas (según el periódico "El Mundo"). ¿Cómo entenderlo?
Una parte importante
de España, poco a poco, se ha ido así separando de Cataluña. Y de este modo, sin saberlo
ni quererlo —el deseo, sin embargo, es siempre inconsciente— ha ido haciendo
más consistente este nuevo sujeto político y colectivo que se llama Cataluña.
Un sujeto que no sabe todavía muy bien quién es, como cada sujeto por otra
parte. Habrá que saber interpretarlo, pero nunca menospreciarlo.
27 de Agosto de 2017