Barcelona, 11 de Setembre de 2015 |
(En un momento de debate sobre las identidades, reencuentro un texto de 1996 sobre sus paradojas en la comunidad analítica. Puede ser útil para estudiar otras formas de identidades y comunidades. 26 de Septiembre de 2015)
1 - La comunidad analítica no es, no debería ser, una comunidad inconfesable, imposible de declarar.
En realidad, todo parece llevarla a este imposible, dada la no existencia de El analista como un universal, de un conjunto consistente y completo de atributos que lo definan como tal. Esta no existencia está en el centro de la experiencia que llamamos Escuela. Entonces, la “comunidad inconfesable” de Maurice Blanchot, esa comunidad de aquellos que no tienen comunidad, parecería ser el destino necesario e irreversible de la comunidad analítica, una comunidad que en el mejor de los casos estaría formada por una serie de “desidentificados”, de sujetos que han llegado a situar lo que no hace vínculo social con el Otro.
Y, sin embargo, entendemos la apuesta de la AMP y de sus cinco Escuelas [hoy, en 2015, son ya siete] como la apuesta por una comunidad declarable, formulable en la orientación lacaniana, y de una manera que sostenga lo que toda comunidad tiende a reprimir por la propia inercia: su palabra, su decir fundador.
El problema es que no hay, en realidad, declaración común posible sobre lo que funda una comunidad, por muchas declaraciones de principios que se hicieran. Es otro modo de decir que no hay sujeto de enunciación colectiva, aunque sí haya un sujeto de lo individual, y un cálculo colectivo sobre él. Y es precisamente este sujeto de lo individual lo que constituye a un colectivo, como en el caso de los prisioneros en el famoso sofisma del tiempo lógico explicado por Lacan. El problema se traduce entonces de la siguiente manera: cómo se identifica cada uno ante el Otro imposible de la comunidad. Hay una salida y hay modos de encontrarla... con los otros.
Permítanme, pues, considerarlos a ustedes tan prisioneros como me considero a mí mismo y pedirles que me acompañen en un razonamiento sobre algunos puntos de nuestro debate.
2. Partiré de una frase que indica un deseo del Otro, —siempre partimos de un deseo del Otro—, de una afirmación de Lacan, en su Seminario del 15 de abril de 1975, una afirmación radical sobre su posición en el grupo. Es un deseo, un Wunsch, según el término freudiano, que se formula, nada más y nada menos, así: “Lo que deseo, ¿qué es? La identificación con el grupo”. Es el deseo de Lacan, nada obliga a que deba ser el deseo de cada uno, pero puede resultar en todo caso una formulación bien paradójica en alguien que se pasó el tiempo criticando la identificación con el Otro como modo de conclusión de un análisis o, también, como norma de vida en el grupo. Y por eso modula de inmediato la afirmación:
“Es seguro que los seres humanos se identifican con un grupo. Cuando no lo hacen, están jodidos, están para encerrar. Pero no digo con eso con qué punto del grupo tienen que identificarse”.
Y este es el problema de partida, —o de llegada, si ustedes quieren—, esa es la verdadera pregunta: ¿con qué del grupo se identifica usted, estimado prisionero? ¿qué disco lleva usted cuya verdad sólo le será aprehensible con y por los otros?
Porque la pregunta, bien formulada, no es nunca “¿con quién se identifica usted?”. Uno no se identifica con nadie en realidad, sino con algo, con un rasgo del Otro. La afirmación “usted se identifica con ése” —y “ése” suele ser siempre alguien notorio — parte de un presupuesto engañoso, el presupuesto de la intersubjetividad, la creencia de que el Otro con el que uno se identifica es otro sujeto. En este presupuesto reposa, sin embargo, la consistencia imaginaria de toda comunidad, también la analítica.
La consistencia imaginaria es uno de los primeros problemas estructurales de la comunidad analítica. Y tenemos razón al avisarnos uno al otro del engaño que supone precipitarse y salir de la prisión identificado con tal o cual imagen del Otro. Se sale sólo para entrar en otra prisión mucho peor, la del mercado de las “profesiones delirantes” a las que siempre empujará el llamado “estado del bienestar” y sus prebendas.
3. Hay, es cierto, otra consistencia que podemos hacer valer. ¿En qué se sostiene nuestra transferencia de trabajo? No es un enigma para nadie que esta comunidad se sostiene en nuestra transferencia con el texto de Lacan. Es la “comunidad epistémica” que ha definido Samuel Basz de forma precisa. Lo cito: “aquella que admite una reconstrucción racional permanente y consensuada de los principios que justifican su práctica”. Esta es otra consistencia, simbólica, cuyo Otro toma cuerpo en la letra del texto de Lacan. Y no es ya tampoco un acuerdo tácito que esa comunidad nombrada AMP se sostiene por el “al-menos-uno” en leerlo, en seguir leyéndolo, para extraer consecuencias que valen para muchos otros. Ese al-menos-uno tiene un nombre, Jacques-Alain Miller. Lean lo que quieran de lo que se produce en nuestra comunidad de no identificados, verán que hay al-menos-uno siempre identificable, incluso, si se fijan bien, cuando no se lo nombra.
Y es que cuando se trata de la consistencia simbólica se trata de nombres, de nominaciones, del reconocimiento de cada uno en el Otro de la comunidad, siempre exigible. Ahí siempre podrá haber quejas, porque el reconocimiento del Otro nunca es, por supuesto, el que uno esperaba. Lo decimos un millón de veces, pero que ocurra nos sorprende cada vez.
4. Los prisioneros nos detenemos entonces un momento, —segunda escansión—, y nos preguntamos cómo nos llamamos entonces cada uno, cómo somos reconocidos por el Otro. Porque el nombre con el que uno se reconoce modifica también el nombre con el que se reconocen los demás.
Pero antes de responder les lanzo ya otra pregunta: ¿es que se confunde usted con su nombre? ¿se confunde usted con el reconocimiento que el Otro le da, tal vez, —quién sabe—, para estar más seguro del suyo propio? Concluir aquí demasiado rápido llevará siempre a poner por delante un principio de autoridad en el Otro de lo simbólico que dejará a cada uno sin salir.
Hay, por supuesto, un método más expeditivo, que es no reconocer ningún principio de autoridad. Fue el método, por ejemplo, de Ramon Llull en la comunidad epistémica de su tiempo, en el siglo XIV. A lo largo de sus casi trescientas obras, no hay un solo recurso a una autoridad exterior para argumentar sus ideas. Los críticos de hoy se vuelven locos para explicar de dónde le venían esas ideas. Además de ilegible, eso da un sujeto totalmente identificado con su nombre, perfectamente normal por otro lado, es decir, alguien para encerrar.
Si uno no se confunde con su nombre por el que es reconocido, entonces puede reconocer el principio de autoridad de la palabra del Otro. Pero ahí se abre otro problema, el de la nominación de cada uno más allá de la consistencia simbólica que sostiene la transferencia.
La transferencia en la comunidad analítica es el otro problema estructural. La creencia en el inconsciente que une a sus integrantes puede ser también el mayor obstáculo para transmitir de modo eficaz la certeza de un descubrimiento cuando éste llega a suceder.
Entonces “¿con qué se identifica usted?” No se identifique tampoco, por favor, con el “sujeto supuesto saber”, esa equivocación que nos permite poner en marcha un análisis, que nos permite también enseñar, pero que llevará siempre a la impostura a quien se confunda con él.
5. El Wunsch de Lacan apuntaba de hecho a lo más radical de lo que hace imposible el grupo analítico, apuntaba a una tercera consistencia, la de lo real en el que se funda cada comunidad. Es imposible identificarse con lo real, porque lo real no sé sabe nunca dónde está y, lo que es peor, cuando no se lo puede nombrar tiende a confundirse fácilmente con las otras dos consistencias en juego. Lo real siempre está en otra parte, cuando no pura y simplemente segregado de esa comunidad, y atrae hacia sí, innombrable, todas las obscenidades del grupo. Pero basta que esa consistencia real se retire del nudo que formaba con las otras dos consistencias, la imaginaria y la simbólica, para que no haya ya nudo ni comunidad posible.
Llamen a esta función de nominación de lo real “extimidad”, escríbanlo con el significante de la falta del Otro, S(A/), denle también la función del “más uno” —es lo que hace Lacan en ese Seminario citado—, denle también la función del A.E., denle las vueltas que quieran, nombrar lo real del grupo analítico no tiene nada de gracioso, aunque pueda tener efectos divertidos. Quiere decir también deshacer ese grupo, ir a contracorriente de la inercia en la que se complace y se displace, es hacerlo Otro para sí mismo. Es hacerlo imposible o, si prefieren, hacer lo imposible para que consista en algo.
6. Una vez situado este problema estructural de la comunidad analítica, viene una última pregunta que, esa sí, me parece realmente divertida: ¿cómo sería una comunidad en la que cada uno pudiera nombrar lo real sobre el que se constituye su imposible comunidad con el Otro? Me parece una buena pregunta para un cartel, como tema y como funcionamiento.
Aunque de hecho, no es esta una pregunta muy distinta a la que el Otro social les está haciendo hoy a los mismos analistas, —en Europa al menos—, alimentada además por su propia dificultad en salir de la prisión: “¡Identifíquense de una vez!”
Ahí, concluyo: si hay comunidad posible es por un decir que se autoriza por sí mismo, aun a riesgo de verse salir en soledad en lo dicho por los otros.
Julio de 1996
(Centro Descartes, Buenos Aires)
1 comentari:
Ha restat la meua resposta en el final de l'escansió número quatre, una paraula que mai és nomenable, ni en l'Inconscient col·lectiu ni en l'Altre i menys encara amb un suposat subjecte saber, és, com a quedat, en minúscules, un miracle no representable, un innomenable impossible de comunicar, però que fa de ciment amb el món. Com deia Calderón de la Barca, la vida és somni i els somnis somnis són...
Vicent Adsuara i Rollan
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