(Editorial para la revista de la Escola Brasilera de Psicanálise, Opçao Lacaniana)
¿Qué articulación podemos pensar en la
Asociación Mundial de Psicoanálisis entre la experiencia de la Escuela y el
registro de lo real que es el tema de nuestro próximo Congreso? Se trata de una
articulación inédita, que no había sido pensada hasta ahora, entre los
conceptos que orientan el discurso analítico, su práctica, y la forma
institucional que tenemos para su elaboración y su transmisión.
La Escuela, tal como fue indicado por
Jacques-Alain Miller hace unos años, se ha constituido en el quinto concepto
fundamental de la enseñanza de Jacques Lacan. Sabemos que existen los cuatro
primeros conceptos fundamentales desarrollados en su estrecha articulación en
el Seminario XI de 1964: el
inconsciente, la transferencia, la repetición y la pulsión. La Escuela es así el
quinto concepto fundamental, un concepto "más uno" en relación a los
cuatro anteriores, que debe ser
entendido como una experiencia subjetiva, del
mismo orden que la experiencia subjetiva articulada es esos conceptos.
Cada uno de los cuatro conceptos toca una
vertiente de la experiencia de lo real
para el sujeto. El inconsciente real es aquello que no cesa de no escribirse
en la historia del sujeto. Tiene una de sus mejores huellas en la dimensión del
trauma, aquello que ha quedado como no realizado en esta historia y está
condenado a su repetición, la repetición de aquello que no cesa de no suceder,
siguiendo la gramática que Lacan articuló primero en el ejemplo: “un momento
más y la bomba estallaba…” No sabemos si estalló o no. En realidad el problema
para el sujeto es que la bomba no cesa
de no estallar, lo que es una forma
de formular aquello que no puede localizarse de lo real como imposible. El discurso
del psicoanálisis es un modo de tratar este real a partir de un encuentro
contingente con el saber del inconsciente. Es el encuentro contingente que
llamamos transferencia y que es también un encuentro con lo real. La pulsión
encontrará allí una vía inédita para construirse un nuevo destino, siempre
fallido por otra parte, alrededor de la falta de un objeto predeterminado en su
programa, alrededor de la falta de inscripción de la relación sexual. Resumimos
así el nudo, la articulación de los cuatro conceptos fundamentales elaborados
por la enseñanza de Lacan, especialmente en 1964, justo en el momento en el que
pondrá en acto, acto fundante, la experiencia de la Escuela. Es una experiencia
sobre aquello que conforma la comunidad analítica entendida como una
experiencia subjetiva, experiencia también de la soledad de cada uno de sus
miembros.
Desde esta perspectiva, la Escuela es
también una suerte de encuentro con lo real. La Escuela no se reduce a lo
instituido por la serie de discursos que sus miembros sostienen y transmiten en
cada lugar, no es sólo la estructura más o menos compleja de sus estatutos, de
sus funcionamientos, de la ordenación de sus múltiples actividades por las que
debemos velar en cada lugar, no se resuelve tampoco en el sentido, incluso por
ese sentido que llamamos “común”, que nos hace participar del sentimiento de
una comunidad analítica que se extiende internacionalmente, a través de lenguas
y países. En el tejido de esta trama de elementos simbólicos e imaginarios, la
Escuela, sobre todo, designa y toca una real de la experiencia subjetiva en la
formación del analista.
Y es por ello que podemos decir que la
Escuela, como un quinto concepto fundamental del psicoanálisis, es una
tratamiento de lo real sobre el que se funda el grupo analítico. Fue así como
Lacan la definió en su momento, cuando hizo su “Proposición del pase” en 1967.
Este real suele aparecer, de forma siempre imprevista, en la historia del
movimiento analítico, —como en la historia de otras formas institucionales que
han tomado forma de discurso—, en toda suerte de tensiones, de fracturas, de
efectos de grupo, de diseminación de particularidades, de reivindicación de
soledades afirmadas en otras tantas formas de identificación grupal, —dos, como
decía Freud, ya hacen una masa o un grupo—, de los reconocimientos y las segregaciones propias de toda forma de
comunidad humana.
Todo grupo humano se funda sobre un real y
está condenado a ignorarlo de formas diferentes. Las sociedades analíticas no
son, no podrían ser una excepción. Pero con el concepto y con la experiencia de
la Escuela disponemos del modo de tratamiento de este real específico sobre el
que se asienta el grupo analítico. El secreto del grupo psicoanalítico,
celosamente guardado a veces hasta hacer de él el mayor de los misterios
iniciáticos, fue hasta Lacan un secreto para los propios psicoanalistas y
constituye el real propio de la comunidad analítica. Podemos enunciarlo así: el
analista no existe. El analista, como un universal, como el conjunto de rasgos
y características que lo definirían en su función común para todos los casos,
el analista, como el conjunto de los rasgos que darían su retrato social como
profesión, el analista, como polo de identificación sobre el que podría
asentarse una sociedad corporativa o un colegio profesional, el analista, ya
sea como supuesto, como impuesto o como expuesto, ese analista no existe. Este
es el real sobre el que se asienta y se ha asentado desde siempre la comunidad
que se ha dado en llamar, de forma abusiva, la “comunidad analítica”. En el
mejor de los casos, lo que constatamos entonces es que es una “comunidad de los
que no forman comunidad”, para retomar aquella expresión de Maurice Blanchot
que hemos recordado otras veces. Es así una comunidad paradójica, en la que
cada uno de sus miembros podría reconocer algo al menos de este real sobre el
que se funda y que hace imposible la identificación con el analista supuesto
saber, con el saber del supuesto analista también. En una comunidad así, cada
sujeto que se forma en la experiencia analítica está confrontado a su manera a
este real que no cesa de no escribirse y con el que sólo podrá encontrarse de
modo contingente, nunca de forma estándar o programada. Los dispositivos instituidos
en la Escuela, —y el del pase es entre ellos el más genuino—, son modos de
propiciar este encuentro contingente y de darle una forma de elaboración y
transmisión acorde con el discurso analítico.
La Escuela es así la invención de Lacan para
tratar lo real de la inexistencia del analista como un universal, y es también una
invención para transmitir la insistencia de cada analista, de cada analista
tomado uno por uno, cuando tenemos la enhorabuena de que se produzca de un modo
demostrable.
Esta condición, este secreto de la imposible
comunidad analítica, no es un capricho de su supuesta existencia para hacer esa
comunidad más consistente como sociedad, una sociedad que sólo podría ser
entonces, como indicaba Lacan, una “sociedad de ayuda mutua contra el discurso
analítico”. Esta condición es simplemente una consecuencia de lo real del
inconsciente tal como Freud se vio llevado a realizar su hipótesis.
Lo real del inconsciente no incluye al
analista, no incluye al analista al que se dirigiría naturalmente, como por
arte de magia. Lo que quiere decir que es cada analista, uno por uno, el que
debe hacer existir este inconsciente, un inconsciente que, —recordemos la observación
de Lacan que podría parecer una paradoja—, no existía antes de Freud. Es lo que
Jacques-Alain Miller ha desarrollado estos últimos años con la sólida
distinción entre inconsciente real e inconsciente transferencial. Esta
distinción es otro modo de abordar la relación entra lo real y la Escuela. Es sólo
a través del encuentro contingente de la transferencia con un analista como este
inconsciente real, que no cesa de no escribirse, llega a inscribirse de alguna
manera en la historia del sujeto. Y es también así que el inconsciente real llega
a inscribirse en la forma de un nuevo discurso, el discurso del analista, en el
que nos formamos.
El problema, dicho de otro modo, es que este
analista sólo puede ser el resultado de la experiencia singular que es la
experiencia de un análisis llevado hasta su término. Vemos así que este real,
librado a su propia inercia, dejaría al analista en un círculo cerrado, un
círculo cerrado que puede ser también el del vínculo transferencial de cada
analista con cada analizante. Y vemos también entonces la importancia
fundamental del dispositivo del pase en las Escuelas de la AMP para tratar este
real y sus paradojas de manera conveniente al discurso del analista.
La Escuela que llamamos Escuela Una, como la
Escuela que funciona como “más uno” en la serie de Escuelas de la AMP, es
fundamentalmente la Escuela del pase ante el real de la inexistencia del
analista. La Escuela Una, tal como Jacques-Alain Miller afirmó su insistencia y
su existencia, es así la experiencia de este real abstruso con el que tenemos
que vérnoslas, una y otra vez, a través de las lenguas y lugares en la AMP.
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