Cuando vamos a escuchar el primer testimonio de un recién nombrado
Analista de la Escuela nos disponemos siempre para un acontecimiento
imprevisto. Sabemos que lo que escucharemos sobre los avatares que han llevado
a ese sujeto a terminar un análisis es algo desconocido, aun cuando conozcamos
muy bien a la persona y conozcamos ya también su saber hacer como analista. Si
es así es porque ese “algo desconocido” del que todos esperamos extraer un
saber ha sido también algo desconocido para el propio sujeto, tal vez durante
toda su vida, hasta que puso su decir en los railes del discurso del
psicoanálisis y supo extraer en él las últimas consecuencias del deseo que lo
habita, hasta más allá incluso de esas últimas consecuencias. Saber transmitir
de la manera más clara posible este “más allá” en el que limita un final de
análisis, siempre de una manera singular, nunca igual a otro, para permitir
atrapar ese deseo inédito que llamamos “deseo del analista”, eso es lo que
esperamos del momento y de la experiencia del pase. Sabemos entonces que la
apuesta de un testimonio de pase es tan digna como radical, y que hay que saber
estar también a la altura de ella para escucharlo como conviene, para llegar a
extraer por nuestra parte el saber que hace avanzar al discurso del
psicoanálisis.
El testimonio que nuestra colega Anna Aromí va a ofrecernos en Barcelona como Analista de la Escuela lleva un título que llega al
corazón de la lengua — T’estimoni—,
que anticipa ya de qué está hecha la relación del sujeto con la causa del
psicoanálisis, y cómo desea transmitirnos lo que para ella ha sido la relación
con su inconsciente, con lo más real e innombrable de él.
Si toda nominación de AE (Analista de la Escuela) se funda de hecho en
algo innombrable, es sólo apostando cada vez, de nuevo, por decir algo de ese
innombrable que una enseñanza de AE será digna de ese nombre.
Y estamos seguros
de esperarla.
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