Tiempo y dinero son las
dos variables que una tradición psicoanalítica fijó en el estándar del setting o marco de la sesión. Su
equivalencia —tanto tiempo por tanto dinero— va a la par de la fijeza
burocrática a la que se quiso reducir su uso hasta le enseñanza de Lacan, quien
mostró su función fundamental en la propia tarea de la interpretación analítica.
La orientación lacaniana, sin estándares pero no sin principios, nos muestra el
valor de uso no fijo de estas dos variables en la medida que no puede tampoco fijarse
un equivalente entre ellas.
Time is money —la máxima de Benjamin Franklin que ha
condensado toda una forma de vida— establece una identidad que se funda en la
cuantificación, en la introducción del Uno contable que reina en el mundo de la
evaluación financiera. Nada podría escapar al poder del significante amo del
dinero en sus efectos de aniquilamiento de todas las significaciones. La
contabilidad del tiempo sigue las leyes del imperio de la medida, una
cuantificación de la vida que introduce para todo objeto su equivalente general
en el dinero. No habría oposición posible a este reino en nombre de supuestos
valores espirituales. Tal como observó
Jacques-Alain Miller, “el dinero, el equivalente simbólico universal, no es más
que una forma, una realización del significante amo contable.” A diferencia de
lo que se suele pensar, no es el interés comercial quien ejerce su dominio, no
es tanto el interés de los mercados —figura del Otro en el que sostenemos
cierto fantasma del goce ajeno—, sino esta “espiritualización del significante
amo que se encarna en la cifra Uno, ese Uno de cuya aparición habría que
dar cuenta.”[1]
La
cuantificación del tiempo y su equivalente monetario se han convertido así en una forma moderna de
sacralización del Uno contable. Cada vez más, el tiempo mismo se transforma en
una valor de cambio hasta el punto de hacer de él un objeto de gestión
primordial. Hay que gestionar el tiempo, nos dice el amo contable. Existen ya
en varias ciudades los llamados “Bancos de tiempo” donde el tiempo cuantificado
se propone como equivalente general para las transacciones de sus clientes.
Cada uno tiene su “cheque de tiempo” que puede intercambiarse con el tiempo de
otro, el tiempo de un lampista por el de un dentista, por ejemplo. Implica una
dudosa estandarización de la fuerza de trabajo transformada, contabilizada en
unidades de tiempo. La gestión de la Banca implica a su vez un valor en
unidades de tiempo intercambiadas con sus clientes. El éxito relativo de esta
empresa no excluye su obediencia al poder del Uno contable.
La
propuesta de hacer del tiempo un equivalente general está de acuerdo con la
idea de hacer del tiempo mismo un objeto de goce. “¡Goce de su tiempo!”, esta
es la consigna del discurso del Uno para gestionar el tiempo llamado
“libre”, para ordenar el goce como Un todo.
En esta perspectiva, el uso del tiempo y del dinero como variables en el dispositivo analítico implica un uso del significante amo que descompleta este todo para hacer aparecer su valor libidinal. Y ello mostrando la imposibilidad real de cualquier equivalencia posible entre estas dos variables.
En esta perspectiva, el uso del tiempo y del dinero como variables en el dispositivo analítico implica un uso del significante amo que descompleta este todo para hacer aparecer su valor libidinal. Y ello mostrando la imposibilidad real de cualquier equivalencia posible entre estas dos variables.
[1]
Jacques-Alain Miller, Curso de “La orientación lacaniana”, enseñanza
pronunciada en el Département de Psychanalyse de l’Université Paris VIII,
lección del 14 de Enero de 2004, inédito.
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