Texto de presentación comentada del título del Segundo Congreso Europeo de Psicoanálisis, PIPOL 6, "Después del Edipo las mujeres se conjugan en futuro", Julio de 2013.
Después del Edipo, siempre resultará pues algo precario decir “yo soy una mujer”, o incluso “yo he sido una mujer”. Siempre podrá venir alguien a ponerlo en duda, a pedir pruebas fehacientes o a reclamar un esfuerzo más, un esfuerzo más todavía para llegar a ser una mujer. Y mucho menos podrá decirse: “yo fui una mujer”, vaya usted a saber en qué Otro mundo, en qué Otra vida. Después del Edipo, todavía es menos verdad que Dios los hiciera hombre y mujer en nombre de una ley natural. Y menos todavía por lo que respecta a La mujer.
Si “las mujeres se conjugan en futuro”, entonces en todo caso sólo me será permitido decir: “yo seré una mujer” —es una decisión, un deseo decidido sobre el ser, un deseo que se sostiene y se satisface sólo en un llegar a ser, en un devenir constante que no termina nunca, prometido, como el deseo mismo, a su infinitud. En realidad, este es el verdadero problema de toda afirmación de identidad, ya sea ontológica, profesional o nacional. Una afirmación de identidad siempre es un proyecto más que una aserción conclusiva. O también me será permitido decir: “yo habré sido una mujer…”, conjugado en futuro anterior. Y de inmediato vienen las condiciones: “…si he cumplido con ese deseo decidido” precisamente.
Con lo que se verifica una regla de oro para el psicoanalista lacaniano: una mujer sólo se autoriza en sí misma, en su deseo, para llegar a serlo. Lo que quiere decir, en primer lugar, que no se autoriza en su madre. No es siempre ni necesariamente así para un hombre.
De ahí que Lacan conjugara el conocido aforismo, “el analista sólo se autoriza en sí mismo”, con este otro: “el ser sexuado sólo se autoriza en sí mismo… y en algunos otros”[1].
Si una mujer sólo se autoriza en sí misma para serlo, si sólo se autoriza en aquella Otra que ella es en realidad para sí misma, entonces cada sujeto, hombre o mujer al fin y al cabo, está profundamente dividido ante esta condición de la feminidad, la de ser precisamente Otra para sí misma.
De ahí también que me haya gustado siempre el modo en que se ha traducido al español —en la edición de Amorrortu— la expresión freudiana “Die Ablehnung der Weiblichkeit” para designar la roca de la castración en el límite del análisis freudiano, terminable e interminable. “Desautorización de la feminidad” fue la expresión que encontró el traductor.
Y, en efecto, sólo después del Edipo una mujer se autoriza en sí misma, conjugándose en el futuro de un deseo decidido.
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