31 d’octubre 2016

Los Écrits de Jacques Lacan, cincuenta años...

























Entrevista para el Dossier de la Escola Brasileira de Psicoanálise-Minas Gerais, celebrando los cincuenta años de la publicación de los Écrits de Jacques Lacan.


1.     ¿Cuál fue la repercusión de los Écrits de J. Lacan en el momento de su aparición, en 1966?

Es sabido que la publicación de los Écrits de Jacques Lacan significó un rápido éxito de ventas en las librerías francesas en aquel momento de gran ebullición intelectual. El propio Lacan lo recordaba con cierta sorpresa irónica diciendo que tuvo más suerte que Freud, cuya Interpretación de los sueños vendió muy pocos ejemplares en el momento de su publicación a principios del siglo XX. Y añadía: “mis libros son incluso demasiado leídos”. ¿Por qué demasiado? No era falsa modestia en alguien que sostenía  a la vez que sus escritos estaban hechos para no ser leídos, al menos no como son leídos otros textos en el campo del saber académico y universitario. Los concebía de hecho como el producto irreciclable de su enseñanza oral, la de su Seminario, allí donde Lacan desarrolló semanalmente, pacientemente, su elaboración de la experiencia analítica durante treinta años. De modo que los “escritos” no eran los de alguien que se identifica como su autor sino los de alguien que se sabe efecto suyo, lector en primer lugar de aquello que los ha causado.
Es lo que distingue radicalmente a estos Écrits de la gran producción escrita de otros “maîtres à penser” de aquella época. A diferencia de ellos, aquello que para Lacan es el motivo de sus escritos es la causa analítica, la propia relación del sujeto con el inconsciente, no la exposición de un saber ya sabido al modo académico, un saber referencial, como dirá un poco después, un saber teórico aplicable a la práctica desde el exterior. Es por eso que no hay modo de adentrarse en el texto de Lacan sin la elaboración del saber que él llama textual y que es el saber del texto del propio inconsciente, articulado según la lógica del significante y de la letra.
Entonces, se entiende que Lacan mismo abra uno de esos escritos, “La instancia de la letra en el inconsciente…”, diciendo curiosamente que está “a medio camino entre lo escrito y el habla” y que por eso mismo ese texto no puede considerarse un escrito. Parece incomprensible, es como si inscribiera en la tapa de su Écrits: “Esto no es un escrito”. ¡Ya me dirá entonces cómo lo leemos! Pero dice también cómo leer el texto: “no debe dejar al lector otra salida que la de su entrada, que yo prefiero difícil”. Entonces se entiende perfectamente, a condición sin embargo de no haber querido comprender demasiado rápido. Este escrito de 1957, por ejemplo, no se entiende sin las claves de su Seminario sobre “Las psicosis” del año anterior. Jacques-Alain Miller nos dio muy pronto la lógica de este movimiento interno en la enseñanza de Lacan y el modo de descifrarla.
Así, esos “escritos” son más bien restos, desechos depurados de una enseñanza oral que requiere de un trabajo constante para orientarse en ellos. Y es por eso que encargó a Jacques-Alain Miller el índice razonado que figura al final del volumen, instrumento que sigue siendo necesario. Es un mapa hecho —y sabemos por él que fue hecho en la urgencia— por el “al menos uno en leerme”.
De modo que los escritos de Lacan, siguiendo su propia indicación, siguen siendo como las flores japonesas que deben ponerse a bañar en el agua de sus Seminarios para que se abran un poco, y siempre desde adentro, llamando desde su interior, como decía del propio lugar del saber del inconsciente.
Su apreciación era que bastaban diez años de trabajo para que esa abertura se produjera de modo conveniente para el lector más abrumado. Mi impresión es que Lacan se quedó corto. Yo vuelvo una y otra vez a los Écrits, cuarenta años después de haberme encontrado por primera vez con ellos, y sigo abriendo pétalos que me habían pasado desapercibidos. ¡Son una mina que nunca defrauda!


2.     Pasados 50 años de su publicación, ¿cuál es según usted la actualidad de los Écrits en el “debate de las luces”?

Decir que los Écrits de Lacan no dejan de estar nunca de actualidad es decir poco porque ellos mismos ponen en cuestión la actualidad a la que se refieren. De modo que es necesario poner esos escritos en acto, por decirlo así, es necesario ponerlos en práctica, hacer lo que dicen para alcanzar esa misma actualidad. Uno puede simplemente ahorrarse el trabajo de hacerlo y dejarlos pasar al depósito de la biblioteca para que sigan durmiendo, no fuera que nos conduzcan a la pesadilla de la historia, como decía Joyce, sin poder ya despertar de ella. Es lo que le ocurre por ejemplo a una parte de la intelectualidad, especialmente la española que dice estar ya de vuelta de Lacan. Pero es un estar de vuelta sin haber ido nunca, sin haber ido en realidad a la verdadera actualidad de la enseñanza de Lacan, la que sigue poniendo en acto los nudos del debate más contemporáneo.
Por cierto, siempre me gusta subrayar este rasgo distintivo de los escritos de Lacan: hacen lo que dicen, ponen en acto aquello que quieren transmitir. Cuando Lacan quiere explicar la metáfora del síntoma, nos propone una metáfora, cuando quiere explicar la sutil topología del inconsciente, que sólo nos abre la puerta de su saber si llamamos “desde adentro”, Lacan escribe un texto cuya puerta sólo se abre “llamando desde el interior”. La actualidad de sus escritos es entonces la que le sepa dar el lector al seguir las consecuencias de ese acto. Las tiene siempre, es la constatación que hago cada vez que pongo a resonar en ellos cualquier tema de lo que llamamos, precisamente, “la actualidad”.
Pero su pregunta se refiere sin duda al “debate de las luces” que la propia contratapa del libro de los Écrits evoca como el nudo en el que encuentran su razón de ser: el debate de la Ilustración, el debate que se abrió en el siglo XVII con el nacimiento de la ciencia moderna —“aunque pareciera quedar así fechado”, añade ese texto de contratapa evocando el momento de la subversión del sujeto que el psicoanálisis introduce en el “comercio cultural”.
Y es que estamos siempre en este debate, encore, siempre y una vez más, más allá de las fechas. Es también el debate en el que se encuentra hoy el psicoanálisis ante la ferocidad higienista y evaluadora del cientificismo actual. Lo estamos viendo, por ejemplo, en el campo de las políticas del autismo en Europa.
Los Écrits, en efecto, se anunciaban en 1966 como punta lanza en el debate de las luces contra el oscurantismo de “la falsa evidencia”, convocando a los psicoanalistas a intervenir en él de manera decidida desde el lugar que ocupan. Ese oscurantismo de la falsa evidencia, que no parecía tan manifiesto en aquel momento, se ha extendido hoy en nombre de una supuesta ciencia. Cada página de los Écrits resulta desde esta perspectiva de una actualidad pasmosa para responder a las coyunturas clínicas y políticas de hoy.
Algo así no envejece nunca: for ever young!


3.     J. Lacan dice que para leer sus Écrits es necesario “poner de su parte”. ¿Cuál fue su propia manera de tomar contacto, es decir de leer esta obra de Lacan?

Recuerdo muy bien mi primer encuentro con el texto de Lacan. Joven estudiante de primer curso de psicología, me topé con una cita suya en un libro crítico con la psicología académica que tildaba de “mito científico”. La cita es de su escrito de 1966, Posición del inconsciente, y la guardo subrayada en rojo: “La psicología es vehículo de ideales: la psique no representa en ella más que el padrinazgo que hace que se la califique de académica. El ideal es siervo de la sociedad.”
Para alguien desencantado de las promesas y de los ideales de ese momento, angustia mediante, fue como agua de Mayo, y no precisamente de Mayo del 68. Me lanzó de inmediato a buscar aquella cita en la edición española de los Escritos, la de la editorial Siglo XXI, volumen que todavía se anunciaba con el título, tan coyuntural para el comercio cultural del momento como inexacto con respecto al discurso que Lacan sostenía, de “Lectura estructuralista de Freud”. El chaparrón fue desmedido. La primera lectura del texto generó en mí un torrente de preguntas que no sabían encauzarse. Produjo a la vez la certeza de que ahí había algo realmente interesante, algo que pedía ser leído con cuidado y que merecía la pena descifrar. Pero ¿cómo? El alud de referencias, las explícitas y las implícitas que podía encontrar por mí mismo, me llevaba a un estado que he calificado en algún momento de traumático. Un trauma de entusiasmo, diría ahora.
Las contingencias ayudan: un amigo y colega me indicó que estaban por empezar en Barcelona unos grupos de estudio de lectura de Lacan impartidos por Oscar Masotta, sin duda el primer lector serio de Lacan en lengua española. Nos inscribimos de inmediato. Y el chaparrón se convirtió en tsunami. De ahí al diván había solo un paso, que fue para mí el paso necesario para empezar a medir las consecuencias de lo que iba descifrando del texto de Lacan.
Un tiempo después, estas mismas consecuencias me llevaron a la práctica del psicoanálisis. Para mí, la práctica del psicoanálisis ha sido desde el principio una consecuencia del encuentro con el texto de Lacan, nunca a la inversa. No recurrí al texto de Lacan para organizar una práctica ya adquirida. Seguramente es por eso que no entiendo que se recurra a veces a ese texto y a la enseñanza de Lacan como un modo de justificar o de aderezar una práctica “psi” para otros fines, generalmente para barnizarla sin conexión alguna con la propia experiencia analítica. Creo que en este punto, siguiendo la lógica de esa enseñanza, es mejor no ceder ni un palmo. El precio suele ser alto para el propio practicante y finalmente resulta fatal para el futuro del psicoanálisis.
Esta es la fuerza del texto de Lacan, con todas sus consecuencias en los registros clínico, epistémico y político que Jacques-Alain Miller ha sabido desentrañar. Hoy, para los miembros de las Escuelas de la AMP, aunque también para otros fuera de ella, el trabajo de transferencia con el texto de Lacan es inseparable del trabajo de enseñanza que sigue realizando Jacques-Alain Miller, quien lo ha sabido interrogar siempre de la mejor manera.



12 de setembre 2016

Una política para la "acción lacaniana"




Notas para el 2º Encuentro de la ELP sobre "La Acción lacaniana en lo social". 
Entrevista publicada en The Wannabe, boletín digital de la Nueva Escuela Lacaniana.

1. ¿Cómo se entiende "hoy" la ACCIÓN LACANIANA? ¿Cuándo una práctica orientada analíticamente deviene Acción Lacaniana? 

Conviene en primer lugar situar el contraste entre el término "acción" y el término "acto". Son dos términos que Lacan distinguió muy bien en la clínica y esta distinción está en el principio del término "acción lacaniana" acuñado por Jacques-Alain Miller hace ya más de una década. Fue comentado por él al final de su curso del año 2003 sobre "Un esfuerzo de poesía".
Encontramos allí la necesidad lógica y ética de situar el lugar del analista en la sociedad de nuestro tiempo en una posición de exterioridad, de "extimidad" incluso, en relación a los significantes amo de la época, ya sean los que orientan el control del vínculo social, los que rigen las identificaciones grupales o los que ordenan la justicia distributiva. Por un lado, en su práctica el psicoanalista se sustrae necesariamente como sujeto al vínculo social habitual, y ello es así por la naturaleza misma del discurso analítico que pone siempre en cuestión al significante amo en posición de agente. En el acto analítico propio de su práctica, el analista no ocupa el lugar de sujeto sino de objeto, de "semblante de objeto" como solemos decir. En realidad, como indica Lacan, no hay propiamente sujeto agente del acto, el sujeto es siempre un efecto a posteriori del acto que lo modifica. El verdadero agente del acto es el objeto causa del deseo que divide al sujeto, el analizante, el único sujeto que tiene lugar propiamente en el vínculo analítico.
Pero entonces, es absolutamente necesario situar las consecuencias éticas de esta posición en el discurso y en el medio social con la pregunta con la que Jacques-Alain Miller subrayó la significación del término: "Se plantea la pregunta de saber qué puede tener lugar, al lado del acto psicoanalítico, como acción psicoanalítica o incluso, me atrevo a decir, como acción lacaniana, que da en la sociedad a este acto psicoanalítico las consecuencias que puede tener".
El término de acción, que Lacan distinguió en primer lugar de cualquier idea de actividad motriz, viene aquí a situarse en el otro plato de la balanza del acto analítico. La acción lacaniana es la consecuencia del acto analítico en el registro del vínculo social, es la consecuencia necesaria de la posición que el analista sostiene en el acto analítico, una posición que casi podríamos definir como a-social, marcando la del objeto. Si en el acto analítico, en la privacidad del vínculo de la transferencia, el analista sostiene el lugar de objeto a, en la acción social sostiene sin duda el lugar de sujeto, diré incluso el lugar del analizante, del analizante más experimentado posible. El AE (Analista de la Escuela) debe ser en la acción social un Analizante Experimentado, por decirlo así, sabiendo extraer en cada caso las últimas consecuencias de lo que ha sido su propia experiencia analítica en la que ha ocupado el lugar de sujeto analizante.
La acción lacaniana debe sacar así las consecuencias prácticas, en cada coyuntura y problemática social, de lo que el acto psicoanalítico pone en juego en la práctica analítica. No es pues una acción dirigida por una ética de las intenciones, más o menos buenas, más o menos fundadas en el ideal del bienestar social, sino una ética de las consecuencias, no siempre fáciles ni agradables de extraer, de la función que el objeto causa del deseo tiene para cada sujeto.

2. ¿Cual es la Política que nos orienta desde la AMP respecto a la ACCIÓN LACANIANA?

Contamos en la AMP, desde el año 2000, con el así llamado "Comité de Acción" de la Escuela Una. Siguiendo la lógica y la distinción entre acto y acción que acabo de indicar, tienen también una doble función. El Comité de Acción debe suscitar el debate en la comunidad internacional, debe situar los temas cruciales para el psicoanálisis y la época y definir un programa que provoque la reflexión. Por otra parte, el Comité se concentra en acciones precisas asumiendo una función de evaluación critica de las actividades fundamentales de las Escuelas y de la AMP.
Desde el pasado mes de Abril, el nuevo Comité de Acción se ha puesto en marcha con la creación de una serie de Observatorios impulsados por sus siete integrantes, con los siguientes temas y frentes de acción en los que debemos incidir desde las Escuelas de la AMP:
— Las políticas llamadas "de género" y la Biopolítica. Se trata de incidir en las políticas actuales que hay en cada lugar sobre temas como el matrimonio igualitario, el transexualismo, los cambios de sexo en los niños y adolescentes, la adopción en matrimonios homosexuales, con todas las legislaciones que se están produciendo en el campo médico y de la salud en relación a ellos. Hemos visto ya la importancia que ha tenido la acción de miembros de la Escuela, por ejemplo en Francia, a propósito de las legislaciones del matrimonio entre homosexuales.
— Las políticas del autismo. La batalla del autismo ha tenido también episodios de primer orden e importancia en diversos lugares como España, Francia, Colombia… donde los miembros de la AMP han conseguido modificar con su acción políticas que pretenden reducir el sujeto llamado "autista" a una suerte de híbrido entre un sistema cibernético y un perro de Pavlov. Es una batalla que se proseguirá.
— Las incidencias de la genética y de la ciencia en la clínica actual. El cientificismo ha venido a ocupar en muchos lugares y momentos el lugar del sujeto supuesto saber que antes cumplían otros discursos, desde el religioso o el mismo de la política. La genética y las neurociencias plantean nuevas problemáticas en las que el discurso analítico debe tomar partido de manera consecuente con el lugar que tiene en ellas el sujeto del inconsciente.
— Las legislaciones en el campo de las psicoterapias. Aquí se trata de mantener la especificidad de la práctica analítica en el campo de las psicoterapias en coyunturas muy distintas. Recientemente, hemos visto la importancia decisiva que ha tenido la acción de miembros de la AMP en Bélgica a propósito de las legislaciones que se programaban en este campo y cómo han sabido mantener la especificidad del psicoanálisis en él.
— Las incidencias del segregacionismo contemporáneo. Los diversos fenómenos de segregación, tal como Lacan anticipó ya en los años sesenta, se extienden de manera creciente en todas partes y en las realidades sociales más diversas. El psicoanálisis sabe que el ideal de integración que gobierna muchas veces las políticas sociales tiene siempre una contrapartida difícil de tratar en las diversas formas de segregación que se producen.
— Sobre el control y la garantía. Se trata aquí de la función crítica de la propia práctica analítica en nuestras Escuelas, tanto en la práctica del control, de lo que se llama en otros lugares también "supervisión clínica", como en la administración de la garantía de la práctica que se da desde las Comisiones de la Garantía en las distintas Escuelas. Se trata aquí de la acción lacaniana dirigida sobre nosotros mismos, sobre nuestra propia práctica
Pero no es sólo desde el Comité de Acción que se orienta la acción lacaniana. La serie de Forums, de otros Observatorios creados en las siete Escuelas de la AMP, y de acciones institucionales de muchos de sus miembros, dan fe de una gran actividad en cada uno de estos frentes.

3. ¿Está el psicoanálisis en riesgo de extinción? ¿Por qué?

A juzgar por la creciente expansión de la AMP, nadie diría que el psicoanálisis corra este riesgo. El aumento de miembros y de practicantes del psicoanálisis de orientación lacaniana es constante y eso es así en muchos lugares y varias lenguas.
Pero digamos de inmediato que el psicoanálisis nació con Freud marcado ya por un riesgo de extinción. Es seguramente su manera propia de existir en una realidad donde la clínica y los discursos que la tratan cambian, se extinguen y renacen, cada vez de manera más acelerada. Por ejemplo, a juzgar por las nuevas políticas impulsadas desde EEUU en el campo de la salud mental, el famoso DSM parece tener los días contados. Se avecina ya otra clínica —o más bien la falta de clínica— ordenada a partir de los llamados "marcadores biológicos".
En realidad, Lacan nos avisó ya de que el mayor riesgo de extinción para el psicoanálisis puede venir dado por su propio éxito, en la medida que ceda a la demanda de librarse de lo real del síntoma. Véase por ejemplo la historia del psicoanálisis en los mismos EEUU. En esta coyuntura, el triunfo de la religión está asegurado, bajo todas sus nuevas formas.
El riesgo de extinción que más preocupa es sin embargo el riesgo de extinción de la propia especie humana, una especie que parece más bien una epidemia, empeñada en curarse de sí misma, del deseo y del goce que la habita. Y lo peor es que a veces parece que podría conseguirlo. Pero no hay que ser tan "optimistas". Lo real tiene formas insospechadas de actualizarse y la dimensión del fracaso es inherente a las formas de hacerle frente. Se trata, como decimos a veces, de fracasar de la buena manera ante las nuevas formas de aparición de lo real. Este será por otra parte el tema del próximo volumen que la AMP está preparando con el producto de lo que ha sido su último Congreso y que llevará el título de Lo real puesto al día, en el siglo XXI. Se trata de que los psicoanalistas mismos sepamos estar a la altura de esta actualización, de que sepamos unir nuestro horizonte a la subjetividad de nuestra época, como quería Lacan.

4. ¿Podemos pensar la Acción Lacaniana como un medio del que dispone el psicoanalista de Orientación Lacaniana en el siglo XXI, para que esto no suceda, cómo?

La respuesta será aquí tan breve como lógica con lo que acabo de desarrollar: sí, en la medida en que esta acción saque las consecuencias, con todas sus paradojas, del propio acto analítico tal como Lacan lo instauró.


22 d’agost 2016

La locura de Ramon Llull y el psicoanálisis


























Leo con cierto retraso la entrevista, publicada en l del comentarioeciarlo si no supdigital a letra en la psikcosisistas escuchamos en lo matnte lo disecamos objetivado en los santa revista “El Temps” el 8 de diciembre de 2015, a la reconocida medievalista Lola Badia celebrando el año Llull que estaba a punto de comenzar[1]. Se hace en ella una buena panorámica del Beato, errante mallorquín, con todo el rigor que la filóloga ha aportado al estudio de su obra y que me ha servido con frecuencia para orientarme en su lectura, tan difícil como todavía enigmática.
Es cierto, tal como se desprende de sus palabras, que hay tantos Llulls como lectores de su texto: Llull el místico, Llull el padre de la lengua catalana, Llull el precursor de la lógica moderna y de la informática, Llull el primer filósofo en lengua vernácula, incluso el apócrifo Llull alquimista (alquimista de las palabras más bien)… ¡Sean todos bienvenidos! Hacen posible que la letra luliana se extienda por todas partes y contagie las ganas de leerlo. Luego hay que descifrarla, por supuesto, y aquí la cosa se complica porque el texto de Llull no se deja leer fácilmente, tampoco con los instrumentos de la “crítica antigua”, si seguimos la denominación que la opuso a la llamada “nouvelle critique”, la de Roland Barthes & Cia.
A veces ilegible, al estilo de Joyce, y no sólo por la distancia temporal que nos separa de él, el texto de Llull es una suerte de mensaje cifrado en el que cada palabra remite continuamente a otra, en una metonimia infinita sin freno: “una significación es ocasión de otra”, escribe Llull, lo que quiere decir que la interpretación puede ser una máquina de producir y de encontrar sentido de manera imparable. Y tiene razón. El historiador y el filólogo nos ayudan a seguir los meandros del texto pero sería demasiado osado, si no fruto de la impostura académica, pensar que su exégesis nos daría su sentido último.
Sin duda, como en el caso de otros textos, la máquina de la interpretación genera en el mundo del lulismo toda suerte de debates y malentendidos. “Y por esto —dice Lola Badia— nos peleamos y nos decimos cosas feas los unos a los otros”. No me añadiré a la pelea, yo que no soy ni lulista ni filólogo ni historiador, pero seguro como estoy también de que toda interpretación es, llevada a su límite, siempre delirante. Cosas del oficio, cuando leo a Llull me propongo dejarme enseñar por su interpretación, la de Llull y la de sus lectores. Y la interpretación que Llull hace de lo real que encuentra en la estructura del lenguaje —aquello que tomará finalmente la forma de su Arte— no es ni más ni menos delirante que cualquier otra construida en nuestros días.
En un momento de la entrevista Lola Badia hace referencia, en un tono que podría parecer despectivo, a la lectura que los “psicólogos lacanianos” hacen del texto de Llull y la tilda precisamente de “delirante”. Esta es la respuesta que da a la pregunta, muy pertinente, de si “la idea de un Llull loco no habrá hecho mucho daño”:

— En Llull, la palabra locura tiene un valor positivo que viene de San Pablo. Pero hay psicólogos de todo tipo que la han entendido en el sentido de disparatado [forassenyat]. Los que lo han querido menospreciar lo han tildado de loco. Hay incluso escritos de psicólogos lacanianos. Todo lo que quieras. Es un discurso delirante. Claro, Llull explica en la Vida coetánea una experiencia un poco alarmante para una mentalidad de nuestros siglos, la experiencia de una depresión, con unas visiones, y esto también lo interpretan psicológicamente cuando creo que el motivo por el que lo explica es dialéctico, para explicar cómo supera racionalmente la tentación de la depresión, cómo supera el fracaso por la pérdida del control racional con la afirmación de su proyecto. La famosa crisis de Génova ha sido interpretada por escuelas de psicología que no tienen nada que ver con las de la época de Llull. Hablan de la patología de Llull. Todo el mundo es libre de decir lo que quiera pero desde el punto de vista de un filólogo y un historiador son las cosas que merecen menos respeto.

Seguramente no hay tantos “psicólogos lacanianos” que hayan escrito sobre Llull, de modo que me he sentido aludido al haber dedicado y publicado una tesis sobre la obra de Ramon Llull y el psicoanálisis de Jacques Lacan[2]. Aunque, seamos precisos, debemos decir de inmediato que tal vez no haya ni un solo “psicólogo lacaniano”. Y ello por una razón muy simple: el psicoanálisis de Lacan y la psicología académica de hoy, dedicada más bien a corregir “pensamientos erróneos” y a querer hacer pasar el camello del síntoma por el ojo de aguja de la normalidad, parecen ya incompatibles, conjuntos disjuntos. Y esto es así, entre otras cosas, precisamente por la posición ante lo que llamamos “locura”.
Nunca un psicoanalista que se haya formado en la lectura de Jacques Lacan podría menospreciar la palabra ni la experiencia de la locura como disparatada, aunque más no fuera porque ha hecho suya aquella premisa de un joven Lacan cuando estaba pasando de la psiquiatría clásica —psiquiatría hoy, es cierto, tan menospreciada por la ferocidad neurocéntrica— al psicoanálisis para subvertirla de arriba abajo: “Lejos de que la locura sea para la libertad ‘un insulto’ [como todavía puede pensar cierto sentido común], ella es su más fiel compañera, la sigue como una sombra. Y el ser del hombre, no sólo no se puede entender sin la locura sino que no sería el ser del hombre si no llevara en sí misma la locura como el límite de su libertad.”[3] Así pues, ¡respeto por la locura! La locura no es un déficit cuando se la escucha descifrando su lógica, es tan “positiva” como el delirio del que ya Freud nos avisaba que no es la enfermedad sino un serio intento de curación.
Y también, entonces, respeto por la locura de Ramon Llull que la conoció y reconoció muy bien en sí mismo, y que la supo tratar como muy pocos han sabido hacerlo: “En la palabra uno se muestra loco”[4]. Esto lo firmaría también el último Lacan cuando llegaba a sostener que “todo el mundo delira”, que el ser afectado por la palabra y el lenguaje está tan necesariamente loco que —citando a Pascal— “sería estar loco de otra locura no estar loco”.
No se trata de una idealización ni de una banalización de la locura, tampoco de hacer entrar la locura de Ramon Llull en la desgraciada serie de aquellos “Locos egregios” con la que la psiquiatría franquista de Vallejo-Nágera reduplicaba la segregación que recae, todavía y siempre, sobre ella.
Ramon no se esconde, explica con toda suerte detalles una serie de crisis subjetivas y de fenómenos de una lógica tan precisa que costaría inventarlos con finalidades puramente dialécticas sin haber hecho su experiencia, estremecedora con frecuencia. Se considera y se presenta como un loco, como también lo hacía, por ejemplo, Salvador Dalí en su delirio, tan productivo también: un loco no tan loco a fuerza de presentarse como un loco ante quien fuera, reyes y clérigos, universitarios sesudos de la época o muftis infieles de Bugía. Hacer derivar su locura de San Pablo no nos dirá, sin embargo, la lógica que la conduce. La locura de Ramon Llull es más bien la del Phantasticus, título de un texto increíble y sin par en su época, diálogo fingido entre “Ramon el loco” y un clérigo representante de la Iglesia. Es un texto que Lola Badia ha editado y comentado y del que no podría escapársele la feroz ironía, solo al alcance de alguien que ha sufrido de veras y que anima su escritura. Por ejemplo, cuando el propio Llull pone en boca de su aturdido interlocutor al que acaba de explicarle las derivas de su vida: “no sólo sois un phantasticus sino un superphantasticus [“fantasticissimus” dice la versión latina]”. ¿Simple recurso de estilo dialéctico? En cualquier cosa, San Pablo no sabría llegar tan lejos.
Entonces, la experiencia que Llull relata en su Vida coetánea y en otros textos, rellena de alucinaciones, de fenómenos corporales, de momentos de ruptura radical con la realidad, no podrían ser fingidos ni entendidos como un recurso de estilo, sea en la época que sea, ni tampoco como un modo de hacer admisible por la Iglesia la radicalidad de su Revelación. El interés retórico de presentarse como un loco no podría esconder nunca la verdad que se revela, de una lógica implacable que siempre termina excluyendo al sujeto de su relación con el Otro, ya sea en el amor como en el saber, en un diálogo que se muestra cada vez imposible a fuerza de partir de la certeza inalterable en las premisas. Su diálogo infinito con el Amado o con el sarraceno infiel es una buena muestra de ello.
De hecho, la operación Llull en relación a la comunidad escolástica de su época es más parecida a la de Marx (Groucho) que no a la de un partidario de la integración a ultranza: no querría pertenecer a ningún club que llegara a aceptar como socio a alguien como él. Su posición subjetiva seguirá siendo en este punto tan excéntrica y aguda como la del amigo en relación al Amado. Y ello —va aquí un aviso para los que encuentran hoy en su figura un posible referente para el ecumenismo— marca también su posición en relación a la imposible unificación de religiones y culturas, concepción hoy tan idealizada como llena de contradicciones insolubles. Así pues, si hay un interés retórico en Llull es el de tensar la cuerda que lo mantiene agarrado a su Otro (Dios el Amado, pero también el sarraceno infiel) en un diálogo infinito y de posiciones que se demuestran siempre irreductibles. Nunca para confundirse con él en una mística de la fusión. Es necesario leer en este punto, como aconsejaba Lacan, el texto de Pierre Rousselot[5] sobre las concepciones del amor en la Edad Media para entender la tortuosa relación de Llull con su Otro: lo busca, se ata a él con las “cuerdas de amor”, lo interroga, lo pincha, llega a provocarlo hasta hacerlo salir de sus casillas, pero vuelve a tensar la cuerda, lo vuelve a interrogar, lo vuelve a pinchar… y todo para mantener la necesaria dualidad entre el Uno y el Otro en un vínculo de amor y de muerte, de Amort (amor-muerte), como dirían hoy Biel Mesquida y el añorado Carles Hac Mor[6].
Finalmente, ¿qué ganaríamos negando o desliendo la locura de Ramon Llull, tanto si nos parece patológica como si no? ¿Ganaríamos su beatificación? De hecho, no le sentará nunca bien a “Ramon el laico” que lo coloquemos en el ara de la lengua nacional. Más bien perderíamos la posibilidad de entender la lógica de lenguaje que gobierna sus descubrimientos. Me referiré sólo a los tres que me han hecho trabajar y que me siguen “maravillando” —para retomar el término luliano— en su texto:
    El del Amor del amigo y el Amado, en una experiencia que nos aclara la estructura delirante de todo amor. Llull quería hacer de ella una ciencia, una Amància, pero fue finalmente para mostrar el nudo que el amor mantiene con la muerte y que lo convierte en amortificación —el sabio neologismo es suyo— en la locura. Nadie lo había podido decir todavía tan bien, sin duda por haber hecho, él mismo en su vida, esa experiencia llevada al límite.
    La del Affatus, otro neologismo que designa al lenguaje como un “sexto sentido”. Se trata del sorprendente descubrimiento de un real del lenguaje que hoy escapa todavía a la lingüística y que habría que releer a la luz de la noción lacaniana de lalangue. Sorprende que un Kurt Gödel, cuya obra subvirtió el siglo pasado la lógica y la propia ciencia, sostuviera seiscientos años después del mallorquín errante que la razón, el Logos del lenguaje, era también un “sexto sentido”. Es cierto, comparten los dos una locura que permite una experiencia lo bastante radical del lenguaje y una precisa intuición de lo más real de la lengua que nos habla, antes de que la hablemos nosotros.
    La del Arte como un aparato de escritura inédito en su época y que anticipa, ciertamente, un uso lógico moderno de la letra. Que Ramon mismo nos diga una y otra vez que ha recibido esta letra, y con ella la estructura del lenguaje del Arte, de su Dios Amado no debería hacernos perder de vista lo que le debe a la revelación de su inconsciente. El texto de Llull está tan lleno de sabrosos testimonios de esta revelación que sería realmente menospreciarlo si no supiéramos leerlos. “La instancia de la letra en el inconsciente…” empieza diciendo el título de un famoso texto de Jacques Lacan. Que acaba: “…o la razón desde Freud”.
Pensamos que todo esto tal vez podría contribuir un poco a devolver su singularidad al sujeto Ramon Llull cuando inevitablemente lo disecamos objetivado en los santuarios del saber.
Hemos dado un aperitivo del comentario de estos tres descubrimientos en un texto que forma parte del catálogo de la exposición que acaba de inaugurarse en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, visitable hasta el 11 de diciembre, gracias al buen hacer de Amador Vega que es su comisario. La exposición tiene un título muy revelador de lo que hoy es la locura que los psicoanalistas escuchamos en lo más común del sujeto de nuestro tiempo: “La máquina de pensar”.


[1] Este 2016 se celebra el “Año Ramon Llull” conmemorando el séptimo centenario de su muerte.
[2] La tesis fue presentada en Octubre del año 2000 en el Département de Psychanalyse de l’Université Paris 8 con el título L’amour, la parole et la lettre chez Raymond Lulle. Fue publicada en español con el título Llull con Lacan. El amor, la palabra y la letra en la psicosis, Editorial Gredos, Madrid 2011.
[3] Jacques Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1971, p. 166.
[4] Ramon Llull, Arbre de Sciencia, ORL XVIII, p. 368.
[5] Pierre Rousselot, Pour l’histoire du problème de l’amour au Moyen Age, Münster i. W, 1908.
[6] Ver el texto de Biel Mesquida en el diario digital Núvol del 7/3/2016, “Carles Hac Mor / Amort”.