17 de juny 2016

La substancia gozante, subversión del dualismo cartesanio


















Los tres últimos Congresos de la AMP han seguido la triada de lo Simbólico, lo Real y lo Imaginario, principio de la enseñanza de Jacques Lacan, en la reformulación del concepto de inconsciente para su actualización en el siglo XXI*. Jacques-Alain Miller, en su decisivo trabajo de elaboración de la última enseñanza de Lacan, ha desgajado para nosotros los puntos de referencia fundamentales para orientarnos en las consecuencias de esta enseñanza. El “parlêtre”, el ser del cuerpo hablante, anuncia sin duda una nueva época en la práctica del psicoanálisis. Jacques-Alain Miller lo indicaba así en su conferencia al finalizar el Congreso de Paris en 2014: “analizar al parlêtre es lo que ya hacemos, y tenemos pendiente saber decirlo.” Hay pues ya un saber-hacerlo, un saber-hacer con eso, al modo del artista que sabe hacer con su síntoma. Nos falta ahora un un saber decirlo, un hacerlo-saber de un modo que sea de recibo por nuestro mundo contemporáneo.

Siguiendo esta línea, Jaques-Alain Miller retomaba la referencia al dualismo cartesiano de un modo que enseguida me pareció que reformulaba de manera radical el inconsciente en el siglo XXI y que nos plantea consecuencias importantes en la práctica analítica a partir de la orientación lacaniana. Es una reformulación que afecta al estatuto mismo del inconsciente pero también a las condiciones de la ciencia contemporánea y al mundo psi en general.
Es un punto que ha tratado en diversos momentos. Veamos, por ejemplo, cómo lo comentaba en su Curso “Sutilezas analíticas” (en la p. 272 de la edición de Paidós) al plantear una hipótesis necesaria a partir de Lacan, la hipótesis que podemos llamar de la “substancia gozante”. Suponer una substancia gozante en el ser que habla introduce “una modificación de la substancia pensante (res cogitans). Correlativamente, la substancia gozante es una modificación conceptual de la substancia extensa, que reintroduce el cuerpo, la unidad del cuerpo vivo […], se trata de una substancia corporal, del cuerpo vivo considerado como substancia y cuyo atributo principal sería el goce como afección de este cuerpo. El goce sería propiedad y afección del cuerpo vivo”.
Me parece que efectivamente encontramos aquí una reformulación radical, una subversión de hecho, del dualismo cartesiano, introduciendo esta res fruens, si me permiten esta versión latina del término “substancia gozante”, que hace específico al “cuerpo hablante”, al parlêtre. Es la subversión incluida en la fórmula lacaniana: “Pienso luego se goza” (Je pense donc se jouit). Es la variable que Lacan introducirá al final de su enseñanza donde el « se goza » vendrá al lugar del « yo pienso ».
Ahora bien, todo ello nos obliga a reformular también el propio estatuto del inconsciente freudiano y su relación con el cuerpo hablante.
Les propongo seguir esta referencia, esta reformulación del inconsciente, en una lectura paso a paso del segundo capítulo del Seminario “Encore”, que Jacques-Alain Miller tituló con la dedicatoria de Jacques Lacan a su amigo lingüista, “A Jakobson”, especialmente a partir del punto 3 (pp. 24, 25 y 26 de la edición de Du Seuil).

Es allí donde Lacan introduce el término, ya subrayado por Jacques-Alain Miller en aquel momento en las frases de exordio que puntúan el capítulo, de “substancia gozante”. Es un término que tiene todo su peso, que merece nuestra atención y un desarrollo.
Veamos qué hilo nos tiende ahí Lacan para ello. Lo cito paso a paso:
“Desde que uno substantiva es para suponer una substancia, y de substancias, Dios mío, hoy por hoy, no las tenemos a montones. Tenemos la substancia pensante y la substancia extensa.”
Dos y no más. Y en estas dos substancias supuestas se sigue moviendo la ciencia y el pensamiento contemporáneo, ya sea para intentar reducir la una a la otra, —es la empresa destinada al fracaso del cientificismo actual— o para sostener su relación, una correlación entre la llamada “actividad psíquica” y el llamado “correlato neuronal”, una correlación que no termina nunca de desentrañarse por la simple razón de que no existe. No hay, de hecho, correlación neuronal que pueda dar cuenta, por ejemplo, del fantasma de la conciencia, como tampoco de las diversas versiones del fantasma de la relación sexual que los analistas escuchamos en cada caso.
La dos substancias clásicas se proponen, sin embargo, como complementarias. El término es del propio Lacan un poco más adelante: “la famosa substancia extensa, complemento de la otra”. Una es complemento de la otra, con una relación que ya estaría dada por supuesta pero que es el verdadero misterio que Descartes introduce para cerrarlo de inmediato en ese momento inaugural de la ciencia moderna. Este misterio es el inconsciente, es el misterio de lo real del cuerpo que habla, ese misterio que retorna de hecho con Freud para fundar el discurso del psicoanalista.
Parece que Lacan, desde el axioma Y a d’l’Un, quisiera aquí introducir un ternario necesario para abordar este misterio que sigue, como alma en pena, sin resolverse. La “dimensión substancial”, como la sigue llamando, no tiene sin embargo otra substancia que la dit-mension (la dicho-mención o la dicho-mansión), no tiene otro referente u otra morada que el lenguaje mismo, “la función del lenguaje” que vela por ella. Sigue diciendo:
“En primer lugar, de la substancia pensante se puede decir sin embargo que nosotros la hemos modificado sensiblemente. Desde ese yo pienso que, al suponerse él mismo, funda la existencia, hemos tenido que dar un paso, que es el del inconsciente”.
En efecto, la res cogitans ha sido modificada por el psicoanálisis, subvertida por el inconsciente freudiano. Ya no es el sujeto quien piensa: “El sujeto no es el que piensa”. Hay un saber sin sujeto, ese es el descubrimiento del inconsciente, y el sujeto es sólo aquél a quien invitamos en el dispositivo analítico a decir lo que sea, aunque le parezcan tonterías. “Es con estas tonterías como vamos a hacer el análisis”, para entrar en “el nuevo sujeto que es el del inconsciente”, un sujeto que sólo convocamos en la medida en que “no quiere ya pensar lo que dice”. El ser que habla lo hace así como una res non cogitans, una cosa que puede querer pensarse incluso a sí misma, pero que en realidad no piensa, no puede pensar lo que dice. Imposible decir y pensar a la vez. Se suele decir así: lo dice en broma en un lugar pero es porque lo piensa en serio en otro.
Sólo por este sesgo “surge un decir”, un decir que es nuevo, que no siempre llega a “ex—sistir al dicho”, que sólo lo hace por sorpresa, sin esperarlo, sin pensarlo. Y es por allí que, sigue diciendo Lacan, “en el análisis de cualquiera, por tonto que sea, cierto real puede alcanzarse”. Es por ahí que lo real del inconsciente puede dejar de no escribirse, de manera siempre contingente.
En este punto podemos decir que Lacan propone desembarazarse de la famosa “substancia pensante” como del fantasma de la conciencia que recorre todo el mundo psi y la ciencia contemporánea. Porque es un fantasma que se complementa siempre con su inefable pareja, la “substancia extensa” en la que cree sostenerse.
Veamos entonces qué puede decir Lacan de la otra substancia en juego en el dualismo.
“De la famosa substancia extensa, complemento de la otra, uno no se desembaraza, uno no se deshace tan fácilmente tampoco, porque [esa res extensa] es el espacio moderno. Substancia de puro espacio, así como se dice puro espíritu, [pura—mente, podemos decir nosotros en castellano]. No se puede decir que esto sea prometedor.” La famosa substancia extensa no tiene así nada de dato empírico u objetivo, no más ni menos de hecho que el puro espacio como un a priori en el que nos representamos el mundo y a nosotros mismos con él, y siempre según las coordenadas simbólicas propias de cada momento. Vivimos hoy, es cierto, sumergidos en el espacio de la ciencia moderna, ese espacio fundado en un interior-exterior que tiene, sin embargo, fronteras cada vez más frágiles. De hecho este espacio extenso es finalmente una sugestión inducida por el cuerpo propio, por el cuerpo imaginario, por el cuerpo del estadio del espejo y sus dimensiones de res extensa.
Freud lo supo ver muy bien al decir —recuerden su texto de 1923 “El Yo y el Ello”— que el Yo es una extensión de la superficie corporal, pura—mente por decirlo así. De modo que la res extensa en la quiere sostenerse la res cogitans supuestamente complementaria no es nada más que una extensión de la superficie corporal del Yo, fundada en el espejismo de un interior-exterior que divide ese espacio en partes.
Y es por ello que Lacan dice de inmediato que este “puro espacio se funda en la noción de parte, a condición de añadir lo siguiente, que [esas partes] son externas todas para todas [cada una para todas las otras] — partes extra partes [según la clásica expresión latina].” Es decir, que cada parte que podemos delimitar en la supuesta res extensa es siempre externa, exterior a cada otra parte delimitada en esta operación imaginaria.
Señalemos aquí por ejemplo las paradojas en las que se empantana el neurocentrismo de nuestros días cuando no puede llegar a delimitar de manera certera en qué parte reside finalmente tal o cual función mental, o hasta dónde se extiende incluso el propio cerebro como órgano en el sistema nervioso, o también más allá de ese sistema cuando no puede delimitarse tan fácilmente en el propio cuerpo. Hasta el punto de llegar a sostener, en un salto que tiene todo su sentido, que sus funciones pueden llegar a residir incluso fuera del cuerpo mismo. En efecto, ¿no aprendemos nosotros que hay un goce fuera del cuerpo que modifica de manera sustancial el goce del propio cuerpo? Lo noción misma de extensión le debe aquí todo su valor a la dimensión (dit-mension) imaginaria del Yo corporal y a lo que hay de éxtimo en él.

¿Cómo salir entonces de este embrollo en el que vive y nada el sujeto de nuestro tiempo con todos sus síntomas? O mejor ¿cómo entrar en él armado con algo más consistente que el supuesto dualismo cartesiano? Decimos “supuesto” también porque Descartes mismo enunciaba de hecho un trinitarismo, tres substancias en juego: res cogitans, res extensa, res infinita. Y queda siempre en el aire la consistencia o la inconsistencia de esta tercera res infinita, divina o no, que daría paradójicamente su última consistencia a las otras dos.
Pues bien, es aquí donde Lacan da un salto que puede parecer inusitado, pero que es consecuencia del giro fundamental de su enseñanza al introducir la noción de goce, de cuerpo hablante y su pareja significante con el axioma Y a d’l’Un, —Hay lo Uno.
Lacan propone entonces una nueva “suposición”, no menos supuesta que las anteriores pero que las altera de modo radical. Pero es una suposición que proviene de la propia experiencia analítica, fundada como saben en otra suposición, la del sujeto supuesto saber. Propone “sopesar el gozar de un cuerpo” de un cuerpo simbolizado por el lugar del Otro y que “comporta tal vez algo de una naturaleza que nos hace establecer otra forma de substancia, la substancia gozante.” He ahí la palabreja.
Lacan no le da a esta “substancia gozante” otra condición que el de una suposición, es cierto, pero es una suposición en la que reposa la experiencia analítica en el mismo grado que reposa sobre el sujeto supuesto saber del inconsciente: “¿No es eso —sigue preguntando—lo que supone propiamente la experiencia psicoanalítica?” La suposición de que hay un goce del cuerpo, con todo el equívoco del genitivo en la expresión: que hay un goce en el cuerpo propio, pero también que hay un goce del cuerpo del otro, ya sea que yo goce del cuerpo del otro o que el otro goce en su cuerpo. Tenemos de nuevo aquí la paradoja partes extra partes.
En todo caso, es sólo por esta vía, por la vía del goce, que la experiencia psicoanalítica puede establecer que hay “la substancia del cuerpo, a condición de que se defina solamente por el hecho de que se goza”. Es la única propiedad que podemos adscribir a un cuerpo viviente, lo único que puede especificar lo viviente de un cuerpo para diferenciarlo de otros, el hecho de que ese cuerpo se goza. Sin duda es por esta única vía de la substancia gozante que podría aclararse hoy lo que la Biología ha dejado para siempre en la sombra de su objeto con la pregunta, que recuerdo siempre, de Erwin Schrödinger: “¿Qué es la vida?” No hay finalmente otra señal de vida que la que nos hace suponer un goce del Otro, ya sea en el propio cuerpo o en lo más extraño que imaginamos como  mundo extraterrestre. La cuestión de lo vivo se resuelve en la suposición siguiente: eso goza. Mejor dicho incluso: eso se goza.
Pero, sigo ahora citando el pasaje de Lacan, “eso sólo se goza por corporificarlo de manera significante”. Sólo puede suponerse pues ese “se goza” gracias al lenguaje, gracias a lalengua —escrito todo junto— cuyas resonancias afectan al cuerpo. Lo que es un modo muy distinto de plantear la cuestión que a partir de la res extensa, modo que quedará siempre  empantanado en las paradojas de lo interior y lo exterior, del “partes extra partes de la substancia extensa”.
Para mostrar esta paradoja Lacan, en lugar de evocar la ciencia moderna, evoca en este punto a Sade, “esa suerte de kantiano”, como lo llama, para quien “solo se puede gozar de una parte del cuerpo del Otro, por la simple razón que nadie ha visto nunca a un cuerpo enrollarse completamente alrededor del cuerpo del Otro hasta incluirlo y fagocitarlo”.
Cuando se trata de la substancia gozante del cuerpo no hay modo de reducir el goce del Otro a una totalidad partes extra partes. No hay otro goce que el de una parte del cuerpo y esa parte no puede distinguirse en todo caso de otra parte como exterior a ella para hacer de ella una totalidad. Lo que nos conduce a la necesidad del no-todo, del no-todo de la substancia gozante del cuerpo. La expresión “gozar de un cuerpo” tendrá siempre esta ambigüedad del significante que implica que gozar del cuerpo del Otro es siempre gozar de una parte suya y que esa parte suya es también la parte del propio cuerpo del que el Otro goza. “No soy sino la mano con la que tu palpas”, escribe el poeta[1] siguiendo la experiencia más elemental del goce del cuerpo del Otro.
Es este, en efecto, un “nivel elemental”, como dice Lacan para abordar la tercera substancia que es la substancia gozante, verdadera novedad de la experiencia analítica.

Rebobinemos entonces desde el punto de partida a partir de este comentario del texto lacaniano.  
Después del ternario de lo simbólico del lenguaje (que fue motivo del Congreso de Buenos Aires en 2012), lo real del Uno (Paris 2014) y lo imaginario del cuerpo hablante (Rio de Janeiro 2016) , ¿a qué nos vemos conducidos? Nos vemos conducidos a considerar el cuerpo hablante afectado por una nueva substancia, la “substancia gozante” que modifica el tradicional dualismo cartesiano (en el que se funda la ciencia moderna, lo quiera o no, y el mundo Psi con ella) para convertirlo, desde la orientación lacaniana, en una nueva triada: substancia pensante (ya modificada por el psicoanálisis, por el inconsciente freudiano), substancia extensa (el espacio como tal fundado sobre la noción de parte, partes extra partes) y la “substancia gozante”, novedad de la última enseñanza de Lacan, subrayada por Jacques-Alain Miller en su conferencia final del Congreso de Paris de 2014.

Por esta vía, podríamos también releer y reformular aquella pareja-síntoma que fue tema del Primer Congreso de la AMP en Barcelona del año 1998, tema que les recuerdo con su subtítulo completo: El Partenaire-síntoma. Cómo se anudan, se sostienen y se desanudan las parejas contemporáneas. Y podemos releerlo a partir de una nueva tríada, la del inconsciente, el cuerpo, y el sinthome. Es la triada que Lacan introdujo en su intervención en un Congreso de Roma en 1974, titulada “la Tercera”. Se trata, en efecto, para nosotros de abordar esta tercera substancia con todas las consecuencias clínicas que se deducen de la experiencia analítica.
¿Cómo abordarla sino es por la dimensión del acto, siempre distinta de la dimensión propia del inconsciente?
Digamos, para seguir el hilo que Guy Briole nos tiende en su intervención retomando la distinción de Jacques-Alain Miller entre el “donc lógico” y el “donc analítico”, que es la consideración de esta “substancia gozante” la que permite a Lacan interpretar el famoso cogito cartesiano “je pense donc je suis” (pienso luego existo) con su fórmula “je pense donc se jouit” (pienso luego se goza). Y que es también por esta vía que el análisis del “parlêtre” de hoy nos conduce necesariamente a la dimensión del acto como distinta a la de la interpretación.
Si el inconsciente hace pareja con la interpretación, el goce hace pareja con el acto. Dicho de otro manera: no hay introducción al acto si no es a través de la suposición de una substancia gozante en el cuerpo del ser viviente. Y el acto analítico, especialmente en su función de corte y de suspensión del sentido en la cadena significante, es tal vez el que mejor puede articular estas dos parejas —Inconsciente e Interpretación, Goce y Acto— en los cuatro términos en los que se juega el futuro del psicoanálisis.


* Intervención en el X Congreso de la AMP: “El cuerpo hablante”, Rio de Janeiro, Abril 2016.
[1] Traducimos del catalán : “No sóc sinó la mà amb què tu palpeges”, Gabriel Ferrater, Posseït.

08 de maig 2016

Improvisació dirigida a la ràdio (amb Rosa Badia)


Rosa Badia - "Tot és comèdia"





















Va link a l'entrevista amb Rosa Badia al programa "Tot és comèdia" (Ràdio Barcelona - Cadena Ser), emesa el diumenge 8 de Maig de 2016.

Hem parlat de la psicoanàlisi, de l'amor, de la transferència, de l'angoixa, de Freud, de Lacan —de qui ha radiat un fragment molt ben escollit del seu Seminari—, de la corrupció, del terrorisme, de l'Associació Mundial de Psicoanàlisi...

Ha estat una bona "improvisació dirigida"!

Gràcies, Rosa, pel teu saber fer.


17 d’abril 2016

Sigalit Landau o l’art del litoral (un pont entre poètica i política)


Sigalit Landau, Salted Lake (2011)









“My work is about building bridges”[1] — En la meva obra, en el meu treball,  es tracta de construir ponts. Amb aquesta frase, veritable axioma, Sigalit Landau defineix la seva pràctica artística, una pràctica que de seguida se’ns apareix, ella mateixa, com un pont estès entre la poètica i la política, entre la poiesis (creació) de la producció artística i l’intent d’ordenació del bé comú en la diversitat de la polis (ciutat) on vivim, si és així com podem definir avui la política.  

Un pont de sal...
L’exposició que hem trobat a la Capella MACBA amb el títol “La dansa fenícia de la sorra” permet sense dubte tantes lectures com subjectes s’hi hagin apropat, però segur que cap d’elles haurà quedat indiferent a l’impacte que produeix sobre el fet de tenir un cos, de tenir-lo abans de ­ser-lo, abans d’identificar-se amb la seva unitat i la seva consistència, sempre una mica precàries. L’obra de Sigalit Landau interpel·la d’entrada la singularitat del cos de cadascú en la seva relació amb un altre cos o amb el seu medi, amb el seu Altre per dir-ho ja amb un terme que la psicoanàlisi de Jacques Lacan utilitza per situar-hi una alteritat radical, especialment pel que fa a la seves formes de viure i de satisfer-se, les seves formes de gaudi. Aquest Altre pot ser tant l’Altre sexe com l’Altra cultura, la veïna, la que em resulta tan difícil de suportar perquè és diferent a mi, però que em fa present allò que en mi mateix és també Altre, irreductible a la meva unitat i la meva consistència.[2] És prou difícil, en efecte, d’establir un lligam amb aquest Altre, tan interior com exterior, que no acabi en una exclusió recíproca. L’obra de Sigalit Landau ens ha semblat un intent radical d’arribar a aquest Altre —ja sigui l’alteritat del sexe, de l’altra cultura, del veí, o fins i tot l’alteritat del propi cos—, d’establir-hi un pont sabent que el lligam amb ell es fa a voltes impossible.
En aquest punt, la construcció de ponts deixa de ser una metàfora. O bé cal dir que cada metàfora esdevé aleshores del tot real?  De fet, en el rerefons de la sèrie d’obres que el visitant haurà trobat en l’exposició de la Capella MACBA, hi ha el projecte proposat fa uns anys per Sigalit Landau de manera explícita i formal: construir un pont de sal sobre el Mar Mort que connecti, d’una vora a l’altra, d’un litoral a l‘altre, Israel i Jordània. Ni més ni menys. Molt simbòlic, em direu. Depèn d’allò que entenguem per simbòlic. Si amb aquest terme s’entén que el símbol és una representació, fins i tot l’evocació, d’una realitat política i social — prou conflictiva en aquest cas—, una realitat que ja era allà d’entrada i que l’artista voldria representar amb la seva obra, us diré de seguida que no, que no és gens simbòlic. Us diré més aviat, i sobre tot després d’haver assistit a l’exposició, que el pont que es proposa construir Sigalit Landau és ben real, tan real com l’experiència que posa en acte amb la seva obra. És un real al qual aspira més enllà de tota imatge o representació simbòlica, un real que es distingeix de la realitat mateixa tal com la percebem i ens la representem habitualment, un real que la psicoanàlisi aborda també en la seva experiència[3]. Si la proposta de construcció d’un pont de sal sobre el Mar Mort pot ser llavors qualificada d’utopia[4] —literalment “sense lloc”— és precisament perquè el real del qual es tracta, el real amb el qual tracta l’art, i necessàriament també la política per molt que ens pesi, és un real que es defineix pel fet de no tenir lloc però que, com l’horitzó mateix que limita el mar, fa possible l’existència de qualsevol espai, fa possible fins i tot l’existència del lloc mateix.
De fet, el pont que vol construir l’obra de Sigalit Landau es tan real que s’hi deixa la pell, és a dir que hi posa el cos fins allà on calgui. I això no és cap metàfora, com veureu només trobar-vos amb una de les obres de l’exposició més conegudes, Barbed Hulla (de l’any 2000): un vídeo en el qual apareix ella mateixa fent girar un hula hoop de filferro amb espines al voltant del seu cos. Més enllà de totes les connotacions evocades per la imatge, simbòlica sens dubte, es tracta de fer aparèixer les marques al cos, les petjades d’una dansa que transcorre en els límits imprecisos entre el dolor i la sensualitat. I tot això amb el litoral de la Mar Mediterrània com a fons.  Un any abans, amb Three Men Hula (1999) havia enregistrat el mateix ball però amb tres homes fent girar un sol hula hoop, tots tres atrapats en una mena de presó interna que els obliga a una estranya solidaritat en el ball. 

...allà on no hi ha relació possible
L’escriptura, el cos i el litoral es nuen així en una obra que ens proposa ponts allà on les fronteres simbòliques han esdevingut impossibles entre l’Un i l’Altre.
Entre l’Un i l’Altre no hi ha frontera, tampoc mesura comuna, entre l’Un i l’Altre no hi ha de fet relació possible, si no és que ens atrevim a construir un pont que faci xarxa, lloc de transició, sempre marcat per una manca d’identificació. Tanmateix, és en els llocs de passatge on solen passar les coses més interessants, les més sorprenents.
Sigalit Landau habita en aquests llocs, els habita en la mateixa mesura que els crea, que els posa en acte amb la seva obra. Crear un lloc on sigui possible habitar-hi, aquesta és precisament la funció primera del pont quan ens porta d’Un lloc a un Altre. Sovint pensem que un pont connecta dues ribes ja existents, dos llocs ja definits d’entrada. Cal  entendre però que un pont és abans que res un lloc, un lloc nou, un lloc de pas, i que és passant pel pont com apareixen les dues ribes en tant que ribes[5], és el pont qui les fa existents Una per a l’Altra. Un pont és doncs una aparell tant simbòlic com ho és una porta, o com ho és també una aixeta en la conducció de la canonada, un altre dels objectes predilectes de Sigalit Landau, objectes que permeten el pas d’Un lloc a l’Altre a partir de ser, ells mateixos, un nou lloc. Em direu que viure en un pont, en una porta o en una aixeta no deu ser massa còmode. I us diré que ja hi viviu més del que no us penseu... És el lloc que ens prepara en el límit la civilització anomenada de la globalització. I és millor saber-ho, fins i tot preparar-s´hi tant com sigui possible.
Sigalit Landau ho fa amb el seu art, que és sobre tot una forma d’ésser i d’estar en el món, no només un intent de representar-lo: “I am attracted to places that are disregarded, hideouts, architectural ‘pockets’, informal amb ‘in-between’ spaces.”[6] Es tracta d’habitar els espais intersticials, els llocs de passatge, llocs on ningú pensaria a aturar-se però que són de fet necessaris per anar d’Un lloc a l’Altre.
Habitar aquests espais amb l’art sembla impossible, toca un real més enllà de tota representació. Però és amb aquest impossible que cal fer alguna cosa, si entenem amb Jacques Lacan que el més real és precisament l’impossible lògic, allò que no cessa de no escriure’s, de no esdevenir, de no arribar a passar.
Torneu aleshores a la sala on hi ha la instal·lació titulada Laces (2011), “Cordons”. Veureu com és possible fer alguna cosa amb el real quan apareix com impossible d’habitar.  Les pantalles de dotze ordinadors portàtils disposats en una taula rodona reprodueixen una conversa entre dotze participants a l’hora de debatre la proposta de Sigalit Landau de construir aquell pont fet de cristalls de sal sobre el Mar Mort. La conversa gira al voltant del desacord sobre les implicacions ambientals, comercials i polítiques de la proposta. El més important passa per sota la taula, on una nena intenta establir el vincle entre els participants lligant els cordons de les sabates de cadascun amb les del costat, aparellant parells impossibles, aparellant allò que no farà mai parella. És una nena que fa ponts allà on el real es presenta desaparellat, sense relació, fins que els participants en el debat s’aixequen i per marxar de la taula —fa estona que ho esperen— han de sortir-ne tan descalços com uns presoners de guerra. Les sabates queden en cercle , aparellades en el desaparellament. Simbòlic, de nou? Si voleu... Jo més aviat hi trobo una imatge del real al qual ens convoca l’artista, una vegada i una altra, de manera reiterada, tant com repetits podrem veure els vídeos en els seus bucles, una imatge del real que ens apareix també en l’aforisme lacanià: “no hi ha relació”, o “no hi ha relació sexual en el real que es pugui escriure”.
El fet que l’exposició sigui gairebé tota ella feta de vídeos projectats a la pantalla fa que l’objecte d’art esdevingui paradoxalment encara menys una representació i es torni esdeveniment, acte repetit una vegada i una altra més enllà de la nostra presència. És aquesta reiteració la que ens fa  més present encara la dimensió de l’objecte desaparellat en cada imatge, desaparellat del subjecte —és l’objecte que la psicoanàlisi situa com l’objecte a— però parella també amb la qual farà la seva experiència particular del “no hi ha relació”.
Un parell de sabates poden ser en efecte tot un símbol d’aquest desaparellament radical. Són una parell de sabates, però no per això fan una parella. Gireu-vos ara cap a una altra pantalla amb el vídeo titulat Salted Lake (Salt Crystal Shoes On A Frozen Lake) (2011). Hi podreu trobar aquest parell de sabates transformat en un dels símbols majors de la nostra contemporaneïtat, i veure  com s’ensorra lentament. Es tracta de dues sabates cobertes de cristalls de sal, com geodes pacientment obtingudes després d’haver-les submergit en les aigües salines del Mar Mort. Sigalit Landau, que ha fet d’aquest procediment de salinització una forma de construcció de l’objecte d’art, les va col·locar després sobre les aigües gelades d’un llac d’Europa central, el llac de Gdansk. El vídeo ens mostra, en diversos talls enregistrats al llarg de tota una tarda, com cada sabata es va enfonsant al forat que cava, lentament, cristalls de sal i cristalls de gel confosos en un mateix semblant. Les dues sabates s’esfondren, lentament,  “they fall and dive downwards, burdenend with history and gravity”[7], lentament però també amb l’estranya rapidesa pròpia de l’objecte que s’ha tornat símbol pel pes del llenguatge, tan feixuc com la seva pròpia història i la seva gravetat. Talment dues “torres bessones” empeses al seu no res, al forat que deixen pel pes de la seva pròpia història i la seva gravetat... Costa poc de trobar-hi, en efecte, el signe de l’esfondrament dels símbols i els semblants contemporanis, els semblants de tota una civilització fixats i resumits en un parell de sabates, tant si els localitzem en la ciutat revolucionària de Gdansk o en la globalitzada Nova York. Però no és, de fet, un símbol, és la Cosa mateixa, si recuperem en l’objecte de les sabates aquell objecte perdut que Freud havia situat al bell mig de l’estructura psíquica com das Ding, la Cosa, l’objecte impossible de representar però també l’objecte que és al moll de la identitat més amagada de cada objecte, en la mesura que és un objecte causa del desig. Només l’artista el sap recuperar per donar-li una representació en una operació que el fa participar de la bellesa i que anomenem “sublimació”.

Extimitat
Una de les formes en què aquest objecte es fa present en la realitat és en la interioritat que era més amagada i que es posa al descobert, o bé també —i aquí cal construir un pont menys evident encara— en l’exterioritat més radical que es fa present en el més íntim i interior. Sigalit Landau ens convida a una recerca d’aquest espai paradoxal que de tant interior com és es torna absolutament exterior i desconegut per al propi subjecte. Li convé de manera molt precisa el neologisme creat per Jacques Lacan[8], l’espai d’una “extimitat”, d’una intimitat tan íntima que se’m fa exterior de tan estranya.
Així, ens trobem també amb aquest espai èxtim en els laberints construïts amb canonades d’aigua de la sèrie Water Ladder (2011), escales fetes de tubs connectats  amb aixetes, com l’esquelet o el sistema sanguini del cos d’un edifici posats al seu exterior, girats com un guant, fent exterior l’interior encara més interior del cos. De fet, és una operació topològica semblant a la que trobem en altres obres de Sigalit Landau, com Woman Giving Birth to Herself (2003) o Ectopic Pregnancy (2005),  amb les imatges múltiples de l’embaràs ectòpic que en el cos femení fan present l’objecte més íntim en el més exterior. Al capdavall, no és el naixement d’un fill aquesta experiència límit en el cos femení?
La sexualitat femenina fa aquí d’escriptura en el litoral del cos, allà on manca també la frontera simbòlica que diria la correspondència entre els sexes.
Trobarem una altra versió d’aquesta operació, constant en l’obra de Sigalit Landau, només entrar en la sala gran de la Capella MACBA. Tres noies nues com sirenes graten amb les mans, amb les urpes més aviat i ferotgement, a la sorra de la platja arran d’onada. Hi deixen escrites llargues marques perquè l’onada les esborri tot seguit. Primer una, després l’altra, i una altra encara, i després totes tres alhora, fent tres rengleres de solcs com si tres rasclets humans llauressin signes a la sorra de la platja: Mermaids (Erasing the Border of Azkelon) — Sirenes (esborrant la frontera d’Azkelon).
¿Qui no ha escrit alguna vegada un missatge a la sorra de la platja per veure tot seguit com les onades l’esborren? ¿Qui no ha quedat amb la mirada fixada en la petjada que l’onada ha acabat d’esborrar i en deixa una altra, entre onada i onada, i encara una altra per anar seguint així el rastre intermitent de si mateix? Semblaria un joc infantil de tan humà com és. Repeteix de fet la primera empremta que el llenguatge, el significant, introdueix en l’ésser que parla per fer-lo aparèixer i desaparèixer en el joc de la presència i de l’absència, de la vida i de la mort. Com en l’exemple del peu de Divendres en la novel·la de Robinson Crusoe, no és pel fet de deixar petjades a la sorra de la platja que un subjecte les fa significants, és pel fet d’esborrar-les a la mirada d’un altre que les converteix en significants d’un subjecte de llenguatge, el subjecte que es pot representar aleshores com absent per l’Altre. Escriure és així esborrar sempre una altra inscripció en el palimpsest de la pròpia vida, si l’entenem com una experiència de llenguatge.
Les tres sirenes escriuen doncs amb el seu cos en la sorra de la platja, però és per esborrar la frontera d’Ashkelon. Es tracta d’esborrar escrivint, d’esborrar una frontera per escriure en el seu lloc una altra cosa, i d’escriure-ho amb el cos. Cal saber, com la pròpia Sigalit Landau ens explica, que la seqüència està enregistrada en una de les zones més conflictives de la terra, just a la frontera entre la Franja de Gaza i la ciutat israeliana d’Ashkelon, i que va necessitar un permís especial de l’Exèrcit Israelià per poder accedir-hi. Si és zona de conflicte polític és precisament per la impossibilitat d’inscriure-hi una veritable frontera, la línia que inscriuria un pacte simbòlic, representable pel llenguatge i pel significant, un pacte de reciprocitat entre pobles, entre maneres de viure i de gaudir diferents.
A l’Altra banda —ho escrivim amb majúscules— un altre vídeo fa entrar la sorra de la platja a la capella on és instal·lada l’exposició. Aquest cop es tracta de tres nois —entrem en la lògica masculina— jugant al joc del ganivet, un joc que es diu “Països” i en el qual es tracta precisament d’inscriure i esborrar fronteres, fins i tot d’imposar-les a ganivetades sobre la sorra, de manera que cadascú preservi el seu espai acorralant els altres en el seu. Entre la dansa, el ritual i el joc de la rivalitat infinita, la reciprocitat esdevé impossible en la definició de fronteres, de la conquesta i l’ocupació dels territoris. Azkelon és el títol de l’obra, nova condensació de “Gaza” (“Aza” en hebreu) i “Ashkelon” en un lloc de transició.
Pregunta: ¿quin pont podríem establir entre Un vídeo i l’Altre, entre el joc masculí, ben fàl·lic, de la rivalitat portada al límit en la demarcació de fronteres, i l’escriptura femenina que apareix precisament en la impossible reciprocitat? Diguem-ho tal com se’ns ha acudit en el recorregut que hem fet d’una banda a l’altra de la capella: vist així, no hi ha possible relació entre els sexes, allà on Un mira d’escriure fronteres en un espai mètric, mesurable, l’Altre escriu en un espai impossible de mesurar, que ve de la immensitat del mar i que cal recomençar una vegada i una altra. Dos espais diferents que ens tornen a fer present l’aforisme lacanià: “no hi ha relació sexual”, no hi ha correlació, frontera definible, reciprocitat possible, entre els sexes.

Un pont de lletres
El fet que aquesta alteritat radical aparegui del cantó femení no resulta gens estrany per a la psicoanàlisi. I aquí ens sembla molt instructiva la diferència que establia Lacan entre la inscripció d’una frontera i l’existència d’un litoral per entendre la importància de l’acte que Sigalit Landau ens fa present amb la seva obra[9]. Una frontera suposa un límit inscrit entre dos territoris, dos espais que existeixen a partir d’aquest moment com diferents, com estrangers l’un per l’altre. Abans d’inscriure-hi una frontera no hi ha distinció possible entre els espais. De fet, sense una frontera suposada en algun lloc no podríem concebre ni l’espai mateix. La frontera fa existir dos territoris de manera que puguin mantenir una relació de reciprocitat, amb una mesura comuna entre ells, com pot ser-ho el canvi de moneda entre dos països. Una altra cosa es l’existència d’un litoral. Si la frontera segueix la lògica del significant, que traça fronteres simbòliques, el litoral segueix la lògica de la lletra. El litoral és literal, lloc d’inscripció en el real del cos. En un litoral tot un domini fa de frontera sense que hi hagi passatge possible cap a l’Altra banda, perquè no hi ha en realitat cap Altra banda localitzable. Hi ha només un tall, una discontinuïtat. El litoral és una frontera molt estranya perquè no condueix a cap Altra lloc definit d’entrada[10]. Una frontera, en canvi, a més de diferenciar dos dominis, suposa que ja hi ha un passatge possible de l’Un a l’Altre. Quan hi ha frontera és perquè hi ha reciprocitat, reconeixement mutu. Però sabem que això a vegades, moltes, no és possible.
Quan la frontera es fa impossible es pot assajar de fer un pont, principi d’una xarxa, un pont fet de lletres per exemple, de recorreguts i lectures diverses, sense un sentit únic —i això en tots els sentits, precisament—. La lletra, tal com Lacan la va elaborar al final del seu ensenyament, més vinculada a la feminitat i a les seves formes de gaudi, es distingeix tant de la seva representació gràfica com del significant, funciona com una inscripció del cos i en el cos, s’inscriu més aviat en el lloc de l’Altre que no existeix, suposa un tall, un forat real en el món dels símbols i de les representacions simbòliques.
Per què anar tan lluny en aquesta distinció? Perquè ens ha semblat que l’art de Sigalit Landau construeix amb el seu ús de la imatge i del símbol aquesta nova geografia fundada no en fronteres —les fronteres que avui es mostren ja impotents per fer existir una reciprocitat impossible entre cultures— sinó en ponts de transició, en llocs de passatge sense una identitat definida d’entrada, en una mena d’exili de si mateix que és finalment prou saludable. I això ens ho mostra també la psicoanàlisi quan aborda l’espai del desig i del gaudi mes enllà de les identificacions fundades en els ideals que defineixen els espais familiars i culturals.
Allà on les fronteres simbòliques confessen avui la seva inconsistència sense remei, la seva impossibilitat per ordenar les poblacions en la polis, fins i tot la seva inutilitat quan cal suplir aquestes fronteres impossibles amb filats d’espines i filferros, de fulles de ganivet que formen sinistres reixes, què millor que intentar escriure-hi el litoral d’un gaudi sempre Altre, diferent? I no és segurament per res que aquest art del literal floreix avui de manera especialment simptomàtica en un espai litoral, el litoral mediterrani que lliga ciutats tant diverses amb els ponts de l’escriptura.
Al capdavall la construcció d’un pont és també una pregunta, sempre una pregunta per l’Altre lloc, per allò que l’habita, una pregunta pel desig de l’Altre que l’anima.




[1] Sigalit Landau, “One man’s floor is another man’s feelings”, Kamel Mennour, Les Presses du Réel, Paris 2011, p. 174.
[2] És sota l’impacte d’aquesta alteritat que podem aleshores preguntar-nos: “¿Qui és doncs aquest altre a qui estic més lligat que a mi mateix, ja que en el si més assumit de la meva identitat amb mi mateix, és ell qui m’agita?” Jacques Lacan, Écrits, Éditions du Seuil, Paris 1966, p. 524.
[3] El darrer Congrés de l’Associació Mundial de Psicoanàlisi ha estat dedicat precisament a aquest real que escapa a qualsevol representació, que és en el nus del símptoma de cada subjecte i que es presenta sovint de manera traumàtica com allò que no cessa de no escriure’s. Vegeu al respecte el volum editat després del Xº Congrés de l’AMP, “Le réel mis à jour, au XXIème siècle”, Association Mondiale de Psychanalyse, Paris, Novembre 2014.
[4] “The salt bridge proposal is a unique, somewhat utopic proposal, for building a bridge that will connect Israel and Jordan at the southern part of Dead Sea”. Sigalit Landau, opus cit, p. 135.
[5] Cal tornar a llegir, les vegades que calgui, el text subtil de Martin Heidegger, “Construir, habitar, pensar” per no oblidar la importància de la pregunta: què es un pont?
[6] Sigalit Landau interviewed by Jean de Loisy, in Sigalit Landau, “One man’s floor is another man’s feelings”, opus cit. p. 11.
[7] Sigalit Landau, “One man’s floor is another man’s feelings”, opus cit. p. 93.
[8] I subratllat per Jacques-Alain Miller en el seu curs de 1985-1986 al Département de Psychanalyse de Paris 8, titulat precisament “Extimitat”.
[9] Jacques Lacan, “Lituraterre”, in Autres écrits, Éditions du Seuil, Paris 2001.
[10] És l’experiència que podien tenir, per exemple, els habitants d’una i altra banda de l’Atlàntic a la seva vora abans que Colom construís un primer pont amb el seu viatge.