30 de setembre 2013

La cifra irónica del AME


Fra Angelico, Anunciación (Museo del Prado)















"La cifra irónica del AME"* —Es la expresión de Jacques Lacan en su texto de 1973, titulado “Nota italiana”, la carta dirigida a tres psicoanalistas italianos que se adherían a su enseñanza y que deseaban obtener en aquel momento cierto reconocimiento en su país desde la Escuela, de la Escuela que era entonces la École freudienne de Paris. En la primera publicación del texto, se señala en una nota que “las personas concernidas no dieron continuidad a las sugerencias aquí expresadas”[1]. Eran sugerencias para poner en marcha una “sede del discurso analítico” con la lógica necesaria para la construcción de una Escuela, distinta a la lógica del grupo propia de cualquier asociación o corporación profesional, incluida la que da forma asociativa a la propia experiencia de una Escuela digna de ese nombre. Es ya una manera de plantear la paradoja que está presente en la institución analítica de la Escuela: no hay experiencia posible de Escuela, de la Escuela como sujeto, sin la forma asociativa que instituye una comunidad o un grupo. A la vez, la experiencia de Escuela lleva hasta sus últimas consecuencias el análisis de lo real en el que se funda el grupo para disolver sus efectos de identificación grupal o de comunidad.
A la hora de plantear la entrada de miembros en el grupo italiano, Lacan propone entonces hacerlo únicamente a partir de la experiencia del pase, y deja fuera de lugar, deja en la sombra por decirlo así, la posibilidad de que los miembros sean admitidos como analistas ya reconocidos por el grupo. La distinción es fundamental y sabemos que fue el principio de la construcción de la Escuela Europea de Psicoanálisis, base a su vez de nuestra Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, así como de la Scuola en Italia. Recordemos las dos vías de entrada en aquella Escuela: por la vía del pase o por la vía llamada “de títulos y trabajos”. Tenían su principio lógico en esta distinción que en la “Nota italiana” aparece entre la experiencia del pase de la que surge el AE (Analista de la Escuela) y el reconocimiento dado por la Escuela al AME (Analista Miembro de la Escuela). Lacan subraya en la “Nota italiana” que el reconocimiento del título de AME era en su Escuela una suerte de “delegación”, es el término que utiliza, a los que no se ofrecían a la experiencia del pase. Era una suerte de delegación definida por la negativa, un título más bien paradójico, definido allí por una falta más que por un rasgo positivo.
Lacan hacía así una apuesta radical para el grupo italiano dejando de lado la vía de reconocimiento del AME y poniendo todo el peso sobre el pase, siguiendo el principio que enunciaba del siguiente modo:
“El analista no se autoriza más que por sí mismo, eso va de suyo. Le importa poco una garantía que mi Escuela le da sin duda bajo la cifra irónica del AME. No es con eso con lo que opera. El grupo italiano no está en condiciones de proporcionar esa garantía”[2].
El grupo italiano no estaba en condiciones de proporcionar la garantía del AME, del reconocimiento de una formación, suficiente y necesaria por decirlo así, en primer lugar porque no había el reconocimiento recíproco necesario de los tres en cuestión que formaban el trípode italiano. Pero este no es el problema que ahora quiero considerar.
Lo que me importa subrayar es la expresión de Lacan: “una garantía que mi Escuela le da sin duda bajo la cifra irónica del AME”.
¿Por qué una cifra? ¿Y por qué irónica? ¿Y por qué decirlo así cuando se trataba de poner en suspenso ese reconocimiento a las personas concernidas en el trípode italiano?
Recordemos una circunstancia que Jacques-Alain Miller señaló en su momento, en su curso de 1982, al leer y comentar estos párrafos de la “Nota italiana”: “Lo que les estoy leyendo —decía allí— es la fotocopia del texto escrito a máquina que fue comunicado a los miembros del directorio en 1974. Es una fotocopia pero hay la escritura de Lacan en la primera página, cuando evoca al AME. Añade a mano: ‘la cifra  irónica del AME’. Cuando releyó el texto, añadió estos términos.”[3] Se trata pues de Lacan releyéndose a sí mismo, se trata incluso de un Lacan contra sí mismo, o al menos contra algunos efectos que había producido el grado de AME, grado destinado a que la Escuela reconociera a un miembro como psicoanalista que había dado pruebas de ello, por su experiencia, por su saber hacer, por su trabajo.
Hay una suerte de doble ironía que me parece interesante descifrar precisamente cuando se trata de la garantía otorgada por la Escuela a los AME. Rebaja sin duda la prestancia que se le pueda dar a veces y deja un tanto en evidencia la idea de que sería un título que podría pedirse, incluso exigirse a la Escuela, como si se tratase de una corporación profesional. Tiene más bien el carácter de un título que llega siempre por añadidura, sin haberlo pretendido, recibido más bien al estilo de la Anunciación de María, si me permiten el exceso y un poco de ironía también. Algo así como la sorpresa de haber sido escogido: —¿Yo, por qué yo?
El grado de AME es en efecto el único que se recibe de la Escuela sin haberlo pedido. La Escuela funciona en este caso como un Otro que reconoce una formación suficiente.
Por otra parte, recordemos que existe también el grado de AP, de Analista Practicante, que funciona como una suerte de autonominación, de alguien que se presenta a sí mismo ante el Otro como practicante del psicoanálisis. No es este un título que se reciba del Otro, es un título con el que el sujeto pide ser reconocido por la Escuela tomada también como un Otro que se limita en este caso a dar cuenta de esa autonominación, al estilo de un registro corporativo. Autonominación como AP no implica en ningún caso una autorización por sí mismo. Tal como indicaba Lacan en la “Proposición”: “Un analista-practicante sólo se registra de entrada al mismo título con el que alguien se inscribe como médico, etnólogo, y tutti quanti”[4].
El grado de AE, de Analista de la Escuela, por el contrario, se produce en la medida en que ese Otro ha dejado de existir, allí donde no hay otro reconocimiento que el de una singularidad imposible ya de homologar a ninguna otra.
El grado de AME, por su parte, se recibe del Otro y se recibe sin que el sujeto haya pedido este reconocimiento. Es algo un poco enigmático en realidad porque  cuando se otorga de manera efectiva debe llegar como una cifra de la Escuela, en el sentido de un título que hay que descifrar, como la pregunta “¿qué me quiere el Otro?”. Es una garantía en forma de pregunta sobre el deseo del analista, una garantía de que ese sujeto está en posición de investigar sobre ese deseo, pero es una garantía que viene del Otro sobre un hecho, el deseo del analista, para el que sólo hay garantía sin Otro, es decir de una garantía que sólo se obtiene una vez el Otro ha dado señales de que dejó de existir, lo que no es nada habitual. Podemos tener un testimonio de ello de manera privilegiada en la experiencia del pase, con una garantía distinta a la que se da en el caso del AME.
La Escuela puede dar esa garantía. Esa es la ironía en su mejor sentido, nada peyorativo, pero sí paradójico: garantizar desde el lugar del Otro las pruebas que un miembro da de un trabajo, de un saber hacer, sobre una experiencia que se funda sin embargo en el hecho de que no hay Otro de la garantía.
Una vez ahí, podemos hacer sin duda el elogio, nada irónico entonces, del grado de AME porque es también el que debe permitir poner de manifiesto la función menos corporativa de la Escuela.



*Exposición en la XII Conversación de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, "Las paradojas de la Escuela: la garantía, el control y el pase", Madrid, 29 de Septiembre de 2013.


[1] Tal como se indica en Lacan, J. Autres écrits, du Seuil, Paris 2001, p. 608.
[2] Lacan, J. Autres écrits, op. cit. p. 307.
[3] Miller, J.-A. Curso del 9 de Junio de 1982. (Inédito).
[4] Lacan, J. “Proposition du 9 octobre 1967…”, Autres écrits, op. cit. p. 243.

16 de setembre 2013

Los "Hombres huecos", el trauma y lo real

René Daumal









Respuestas a la revista Mediodicho, de la Escuela de la Orientacion Lacaniana (Sección Córdoba, Argentina)

1-Considerando la vía ya abierta hacia el próximo Congreso de la AMP “Un real para el siglo 21”, pensamos que el asunto del trauma dice y toca algo de ese real ¿Cuál es el valor del trauma en la clínica y en la civilización de hoy?
En efecto, lo que desde Freud llamamos “trauma” sigue siendo una vía privilegiada de acceso a lo real, si entendemos lo real en la forma que Lacan lo abordó lógicamente, como aquello que no cesa de no escribirse. Puede parecer una forma extraña de situar lo traumático pero es la más apropiada que podemos encontrar para despejarlo de todo aquello que hace de pantalla a su extraño lugar, de intrusión radical, para cada sujeto. Abordado desde esta forma lógica, en realidad el trauma no es tanto lo que ocurrió, no es aquello que llegó a realizarse, por muy terrible que lo imaginemos o recordemos, sino más precisamente aquello que no cesa de no ocurrir, aquello que no cesa de no realizarse, tanto en lo imaginario del recuerdo como en las representaciones del lenguaje con el que intentamos simbolizarlo. Este rasgo de lo traumático que permanece fuera del tiempo, fuera de toda simbolización, pero retornando a la vez de forma repetida en la realidad, es lo que nos muestra el estrecho parentesco del trauma con el registro de lo real. Lo constatamos en la clínica. Aquello que retorna una y otra vez para el sujeto tocado por el trauma, aquello que lo despierta en la pesadilla, no es tanto aquello que le ocurrió, sino aquello que no llegó a ocurrir, aquello que desde entonces no cesa de no ocurrirle y que pide ser realizado, reintegrado de alguna manera a su historia. “Un momento más y la bomba estallaba…” —es el ejemplo que Lacan tomó en una gramática que deja suspendido el sentido de lo que no cesa de no ocurrir: ¿estalló o no? Y a partir de entonces no deja de no estallar… hasta que estalla.
Pues bien, digamos también que nuestra civilización, esta “civilización de hoy”, es una civilización que está continuamente pendiente de si la bomba estalla a no. Estamos traumatizados por lo que creemos que va a ocurrir más tarde o temprano, en cada desastre, desde el más local hasta el más planetario. Y lo sabemos bajo la forma de aquello que no cesa de no ocurrir, de aquello que, sin embargo, está siempre a punto de ocurrir y en lo que nos sentimos inevitablemente implicados.
Que este estrecho vínculo del trauma con lo real se siga haciendo especialmente presente en el campo de la sexualidad, en los rodeos y avatares de la relación entre los sexos, es sin duda uno de los signos de la actualidad del descubrimiento freudiano. La bomba de la sexualidad sigue activada en cada esfera y significación de la vida del sujeto de nuestro tiempo. Y lo constatamos tanto en la clínica diaria como en los hechos de una civilización tan marcada por este real del sexo como siempre, aunque cada vez de una forma nueva. En esta perspectiva, nuestro próximo Congreso de la AMP será una exploración de las nuevas formas en las que lo real traumático se hace presente para el sujeto de este nuevo siglo.

2- En el Paper 1 del pasado Congreso "El orden simbólico en el siglo XXI" leemos la perspectiva del “analista trauma”, sabiendo que es con mucha delicadeza que debemos tomar esta noción. Si el analista trauma es quien acepta tomar riesgos -calculados- pero riesgos al fin ¿cómo podríamos pensar hoy esa tensión “delicadeza-riesgo” en la experiencia analítica? ¿Cómo juegan estos dos aspectos en relación a la prudencia y la audacia que habitan el deseo del analista?
Un “delicado riesgo”, una “audaz prudencia”, son bonitas variaciones de este oxímoron canónico que encontramos en la expresión del “analista trauma”. Y es cierto, el analista siempre estará del lado del retorno de lo reprimido, de aquello que no cesa de no escribirse… hasta que se escriba, de la explosión controlada de la bomba de lo real para cada sujeto que viene a buscarlo, de hecho, para desactivarla. El analista es así una suerte de artificiero de lo real. Un artificiero es el experto en el manejo de explosivos al que se suele llamar para desactivar una bomba. La paradoja es que la mayor parte de las veces debe realizar una explosión controlada y debidamente preparada de esa misma bomba, siempre en la premura de la situación más inesperada. Y a veces, en el colmo de los colmos, debe añadir él mismo un poco más de explosivo para llevar a cabo esta operación con éxito. Es lo que llamamos deseo del analista en la causa de la transferencia. Y todo ello para minimizar los daños directos y colaterales de una explosión “espontánea” de la bomba sin control posible. El dispositivo analítico es así una suerte de laboratorio ad hoc para realizar una explosión controlada de la bomba de lo real que el sujeto trae consigo sin saber muy bien cuándo ni cómo puede explotar. En realidad, a veces ni sabe que aquello con lo que viene es una bomba y la primera operación es mostrarle que en las repeticiones de su discurso quejoso ya se lee el “tic-tac” persistente de la bomba de lo real que lo acucia.
Realmente hay que sostener un deseo bastante inédito para ponerse en el lugar de artificiero de lo real. Es algo que siempre tiene sus riesgos. Pero es precisamente con el artificio del significante y del objeto a como el analista trata para cada sujeto la bomba de lo real, esa bomba que no cesa de no estallar... hasta que estalla en el síntoma. Allí lo real, aquello que en una primera definición lacaniana "no tiene lugar", aquello que concuerda con a la propia definición de lo imposible lógico, obtiene finalmente su lugar en lo simbólico y en lo imaginario de una forma siempre singular y contingente para cada sujeto.

3-Lacan, en 1978, en su Seminario “El momento de concluir”, introduce su noción de los trumains. Hemos leído cómo J.-A. Miller retoma esta expresión (o neologismo) refiriéndola a “Los hombres huecos” de T. S. Eliot. Pensamos nosotros que hace alusión a la huella del traumatismo que lleva cada parlêtre de ese encuentro de lalengua con el cuerpo. ¿Cómo piensa Ud. el alcance de esta expresión de Lacan? ¿Qué podemos extraer de ella?
Siguiendo las resonancias de la expresión lacaniana, indicaré una preciosa versión de los trumains relatada por aquel interesante escritor que fue René Daumal. Es un breve mito incluido en "El Monte Análogo", la novela que quedó interrumpida por la temprana muerte de su autor, y es una historia que lleva el mismo nombre de "les hommes-creux", los hombres-huecos. Es fácil suponer su parentesco directo con los "hollow men" de T. S. Eliot, y es fácil suponer también que Lacan mismo, lector de René Daumal, la conociese. De hecho, "Función y campo de la palabra y del lenguaje", texto en el que se encuentra la referencia a los "hollow men" de T. S. Eliot, concluye con la conocida historia de Prajapâti, de la voz del trueno y de los tres "da" que hay que saber interpretar, referencia que se encuentra en el libro de René Daumal titulado "Los poderes de la palabra", otro título que nos es muy cercano ya que fue el tema de un Encuentro Internacional del Campo Freudiano. En todo caso, la historia de "los hombres-huecos" de René Daumal me parece una referencia excelente para tratar el vínculo del trauma con lo real. Merece una lectura tan cuidadosa como el poema de T. S. Eliot y vale la pena reproducirla aquí:
Los hombres-huecos viven en la piedra, circulan por ella como cavernas viajeras. Se pasean por el hielo como burbujas de forma humana. Pero nunca se aventuran por el aire, ya que el viento se los llevaría. Poseen casas en la piedra, con las paredes hechas de agujeros, y tiendas de campaña en el hielo, con la tela hecha de burbujas. De día permanecen en la piedra, y de noche vagan por el hielo, bailando a la luz de la luna llena. Pero nunca ven el sol, de otro modo estallarían. Solo comen vacío, comen la forma de los cadáveres, se emborrachan de palabras vacías, de todas las palabras vacías que nosotros pronunciamos. Hay quienes dicen que siempre fueron y que siempre serán. Otros dicen que son muertos. Y otros más dicen que cada hombre vivo tiene en la montaña su hombre-hueco, así como la espada tiene su funda, así como el pie tiene su huella, y que se encuentran en el momento de la muerte.
Cada ser que habla tiene pues su ser hueco en alguna parte, no como un complemento suyo sino como aquello que lo descompleta de manera irreductible. Es la falta de ser que escribimos con la $ y que se alimenta del vacío producido por el propio significante. Pero es a la vez el encuentro del cuerpo con los significantes de lalengua lo que introduce en este ser que habla la dimensión del goce y de la muerte. Pues bien, el estrecho vínculo del trauma con lo real de los “hombres-huecos” puede resumirse en lo siguiente: un momento más y tu hombre-hueco estallaba... como lo más real de tu inconsciente a la luz del día. Y a ti te corresponde descifrar los signos que su vacío deja inscritos en la piedra y en el hielo de tus días y tus noches.

24 d’agost 2013

Algunas reflexiones sobre el Tú


Jorge Palacios y Johnny Gavlovski en la lectura de "¡Hola, Tú!"















La obra de Johnny Gavlovski nos sumerge de lleno en las ambigüedades y fluctuaciones que la noción de personalidad experimenta en nuestro mundo. Nada más vaporoso que una personalidad repartida y diseminada hoy en una serie de “avatares” que no esconden ya su naturaleza virtual. Antes bien, esta multiplicación satisface de manera muy eficaz lo que la experiencia psicoanalítica aisló muy pronto con el término de narcisismo. Dicho de otra manera, esta obra nos confronta a la vacilación de las identificaciones que el sujeto contemporáneo experimenta con su Yo y a los modos de intentar remediarla. Y lo hace en primer lugar poniendo en escena la diferencia radical, la división irreductible, entre uno y otro, entre el sujeto y el Yo.
Tú no eres tu Yo, por decirlo así. Lo que suena igual en nuestra lengua a Tú no eres tuyo. ¿De quién entonces?
En una época en la que puede ya discutirse seriamente si una secuencia de ADN humano es patentable por una multinacional, la pregunta no carece de sentido ni de alcance, tanto ético como político. Supone sin embargo que el ser de cada sujeto podría reducirse de algún modo a la combinatoria de las letras que designan las cuatro bases del mal llamado código genético, AGCT. ¿Estará mi ser escrito allí? El alcance de la cuestión se convierte entonces en fundamentalmente clínico: cierra de un solo golpe la dimensión del inconsciente tal como Freud la abrió, dejando la responsabilidad del sujeto y de su síntoma al nuevo objeto de la genética, a su supuesta causalidad, o peor aún a la multinacional en liza.
La dimensión del inconsciente freudiano implica que las letras en las que mi ser puede leerse solo tienen realidad de lenguaje y están escritas a partir de los actos fundamentales de mi vida sin que el Yo lo sepa, siempre desarrollados en la Otra escena, para retomar la expresión freudiana. Así puede leerse el aforismo de Jacques Lacan “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Implica también que el Yo, y el Tú en el que se refleja, son los símbolos de una alienación fundamental del ser del sujeto en los actores pergeñados por el guión de ese inconsciente. Es una alienación que siempre reviste a los actores de cierta locura inherente a su ser de ficción: la personalidad, insistía Lacan, siempre es algo paranoica.

En el desarrollo del único acto de lenguaje que compone esta obra, hay algo que nos ha llamado la atención. Y es que nos acostumbramos muy pronto a los nombres de los personajes —“Yo” y “Tú”— desgajados del uso pronominal de los términos. La reducción de los pronombres a nombres propios parece casi natural y progresiva a pesar del trabalenguas en el que se produce. Yo me llamo “Yo”, así como Yo puedo llamarme “Tú”, o bien puedo llamarme Newton o Filómeno, o también Mamerto. Y tú igualmente. Un paso más y puedes llamarte Sahara, o incluso Guau. Todo consiste en vaciar de significación un significante y reducirlo a la función de nominación. El uso de las mayúsculas va a la par, en efecto, de la función de nominación y la poesía recurre muchas veces a esta característica de la letra para hacer propios algunos nombres comunes. Solo que en esta operación de reducción jibárica aparece una nueva entidad, incluso un nuevo ser: para que algo sea debe ser en primer lugar nombrado y la función del nombre propio se revela entonces como lo más impropio para cada ser, algo que le viene del Otro más radical. ¿Qué es lo primero que me ha venido del Otro si no es precisamente mi nombre llamado propio de manera tan impropia?
Así, reducir el pronombre más común, Yo o Tú, a un nombre propio tiene en efecto algo que toca el ser más íntimo del sujeto, casi al modo del insulto que solo toca a lo real en la medida que pierde su significación. El caso freudiano del Hombre de las Ratas contiene un episodio de este calibre, cuando el sujeto no encontraba otros términos para lanzar como insulto hacia el padre que lo había frustrado que la siguiente retahíla: “¡eh, tú, cuchillo, servilleta, lámpara!” Un significante vaciado de significación y usado a modo de objeto lanzadera puede tocar así el punto más íntimo, incluso ignorado, del Otro.
De modo que “Tú” puede también ser elevado a la categoría de insulto en su función más genuina. Depende simplemente del contexto en el que pierde su significación y su uso de shifter, —el término que en el enunciado designa el lugar del sujeto de la enunciación— para sostener la operación por la cual un significante se dirige a lo más real del Otro. Y esta obra de Gavlovski lo pone en escena de manera ejemplar.

A mediados del siglo pasado, en 1951, Jacques Lacan escribía un  texto en inglés titulado Some Reflections on the Ego, “Algunas reflexiones sobre el Yo”. Se dirigía a sus colegas psicoanalistas de la International Psychoanalytical Association que habían entronizado al Yo como amo y señor de los dominios del inconsciente y de sus pulsiones. Se trataba de hacer escuchar la estructura de ficción y de alienación imaginaria del Yo en su laberinto de imágenes y espejismos, el primero del los cuales es el Tú en el que se busca él mismo como otro. Hoy podemos decir que este laberinto se ha convertido en un gran espacio virtual, desde el propio espacio de Internet hasta la multiplicidad de lugares donde se inventan nuevos reales, uno de los cuales es el propio cerebro de las neurociencias donde se busca de manera incesante ese Tú correlativo al Yo. Sin éxito. Se busca en el mal lugar, cuando el lugar es el lenguaje mismo. Y en esta búsqueda, en efecto, algo no cesa de no escribirse, un real del que la palabra del poeta siempre seguirá siendo la mejor guía. Es un real que solo se hace presente a través de ciertas ausencias, al revés, como el título del poema del poeta catalán Gabriel Ferrater. Adjunto aquí su traducción al castellano para concluir y dar paso a la lectura de la obra de Johnny Gavlovski.


AL REVÉS[1]

Lo diré al revés. Diré la lluvia
frenética de agosto, los pies de un chico
enroscados al final del trampolín,
la levedad de lebrel que las lilas
desprenden en abril, la paciencia
de la araña que escribe su hambre,
el cuerpo —cuatro piernas, dos cabezas—
en un solar gris de crepúsculo,
el pez lábil cual arco de violín,
el oro y azul de las niñas en bici,
la sed dramática del perro, el filo
de los faros de camión en la madrugada
pútrida del mercado, los brazos suaves.
Diré lo que se me escapa. Nada diré de mí.



Nota:

Este texto es la presentación de la obra de teatro de Johnny Gavlovski “¡Hola, Tú! Una obra que no cesa de no escribirse”.
Después de recibir el texto escrito a su amable pedido, Johnny  Gavlovski me comenta que en el momento de realizar la primera lectura en público de la obra —lectura que él mismo hizo junto al actor español Jorge Palacios— empezó a caer en el lugar del escenario una fuerte tormenta, una “lluvia frenética” entre el público y los actores que vino acompañada de truenos y relámpagos. “Un efecto de real —me dice— sobre el cual esta pieza necesita siempre anudarse”. Un efecto de retorno, añado por mi parte, en el sujeto que recibe del Otro su propio mensaje de manera invertida, siempre “al revés”. Todo parece en efecto muy bien urdido por la “paciencia de la araña que escribe su hambre” y que no es otra cosa que el quehacer mismo de la literatura.






[1] Gabriel Ferrater, Las mujeres y los días. Poesía completa. Traducción de Maria Àngels Cabré, Editorial Lumen.