19 de febrer 2008

Por una política psicoanalítica en la Salud Mental












La segunda jornada del Colloque Déprime-Dépression vio desarrollarse, en el corazón mismo del Ministère de la Santé francés, un debate crucial sobre la política y la estrategia del psicoanálisis de orientación lacaniana en la Salud Mental. Ocho intervenciones, desplegadas en cuatro series de dos, expusieron los puntos fundamentales de la clínica de la melancolía y de la llamada “depresión”. Y apareció un mismo hilo conductor que podemos escribir muy bien con el siguiente matema:

D

-------- = M2

M


Matema que podemos leer así: el significante “Depresión” (D) ha venido a sustituir en la clínica actual a la “Melancolía” (M) como índice de la relación del sujeto con su ser. Lo que da como resultado una suerte de retorno del sujeto melancólico elevado a la segunda potencia (M2) en la multitud de fenómenos clínicos que se multiplican y que no pueden ser subsumidos por la mera descripción de la clínica del “trastorno” presentada por el DSM.

Así, en la primera serie dedicada a la cuestión de la melancolía, el Profesor Roland Gori introdujo el tema con la pregunta: “¿Hemos perdido la melancolía?” La “Depresión” pertenece, en efecto, a un estilo de discurso psiquiátrico, técnico y objetivo, que multiplicó por siete ese diagnóstico a partir de la década de los sesenta. El diagnóstico de depresión se ha convertido así en una epidemia en la misma medida que la psiquiatría se ha desconectado desconectado de la clínica clásica. Por el contrario, la melancolía es el resultado de haber perdido el cuidado y la cultura del objeto perdido mismo. La biopsiquiatría sufre así de una suerte de síndrome de Cottard, delirio de negación del ser mismo del sujeto en su vínculo con el Otro. Un diálogo de Kafka sirvió al orador para reivindicar el derecho a la pérdida: “¿Por qué esperas a alguien si sabes que no vendrá? – Es igual, prefiero que me falte mientras lo espero”.

Por su parte, el Dr. Jean-François Rabain, representante de la IPA francesa, expuso la doxa postfreudiana sobre la angustia de separación y su relación con el neodiagnóstico de depresión, cada vez más aplicado y tratado por los mismos médicos de cabecera y no tanto por los psiquiatras. La conclusión tenía, sin embargo, un tinte melancólico: la cura analítica no sería, ella misma, más que una melancolía a duo prolongada.

Jacques-Alain Miller situó en el debate la importancia del término “Depresión” en la actualidad y su coherencia con el esprit du temps. Es el vínculo del síntoma con la civilización, el punto de Arquímedes en el que debemos apoyarnos. El diálogo de “maestros” de la Academia Psicoanalítica sobre el texto de Freud “Duelo y melancolía”, que no se sostenía en estadística alguna, no interesa en absoluto a los evaluadores del bio-comportamentalismo.

La segunda serie fue introducida por el Profesor Alain Vanier que realizó una crítica sistemática a la concepción del DSM donde encontramos un continuum entre los trastornos del humor y las depresiones graves, con una total imprecisión clínica. Por otra parte, es de señalar el desplazamiento que se ha operado en la función de médico que ha asumido la función pedagógica de enseñar al enfermo un saber marcado por una estrategia financiada por los laboratorios farmacéuticos: el enfermo debe consentir al tratamiento sin saber de qué se trata. Todo ello, indica un declive de la propia experiencia del sujeto y del relato de esa experiencia, esencial para la clínica, en aras de una objetivación del sujeto. En este sentido, el problema no es que las TCC sean falsas sino que pueden llegar a ser verdaderas.

M. Hugo Freda puso el contrapunto de la posición irreductible del sujeto llamado depresivo como un “no consumidor” que representa un coste en la economía, pero que hace también presente una falta estructural que no puede colmarse. No hay en este sentido tratamiento standard de la depresión. Al analista le corresponde informar al Otro social de esta condición y, en su práctica, mostrar la eficiencia de la clínica realizada en los CPCT, experiencia que en Francia cuenta ya con diez centros y con unas cinco mil personas que se han beneficiado de sus tratamientos en ellos.

La intervención de Jacques-Alain Miller en este punto introdujo un punto clave que se hizo presente en todo el Coloquio: somos un pueblo sometido al poder de la industria y de la gestión de la población. Rechazamos este modo de gestión pero debemos también ofrecer una salida además de la resistencia: elaborar y proponer una política alternativa de salud mental. El éxito del término “Depresión” no es sólo un éxito de un complot farmacéutico, es también el índice de la relación del sujeto con el objeto al desnudo. La depresión es una enfermedad contemporánea, es cierto, y debemos demostrar que la “pedagogía” es impotente para combatir esta plaga. Hacen falta lugares donde el sujeto haga la experiencia de su relación con el objeto de otra forma, sin un significante amo director. Se trata para la política del psicoanálisis de promover una multiplicación de lugares de la palabra no directivos y de impulsar su socialización. Éric Laurent relanzó a continuación el debate haciendo una crítica de los métodos estadísticos de la correlación sobre muestras homogéneas del sistema actual de cuantificación. Frente a esta forma de evaluación, el psicoanálisis evalúa cualitativamente con métodos más complejos donde prevalece el saber hacer clínico sin la burocracia que lastra el método cuantificativo.

La dos últimas series, - El concepto de depresión en cuestión y El psicoanálisis y la depresión – expusieron desde diversas perspectivas la consistencia de la clínica psicoanalítica en relación a la epidemia depresiva. El Profesor Jean-Claude Maleval partió de una constatación: la “depresión” no existía antes de la invención de los antidepresivos. Así, la estadística del DSM contabiliza el duelo por una muerte como el único acontecimiento de tristeza no patológica, y no, por ejemplo, por una separación o un problema laboral. Así, el propio Robert Spitzer, uno de los redactores del DSM, ha podido señalar la concepción inadecuada al contexto como un problema de dicho manual, problema que se propone solucionar en la edición del año 2011 con la inclusión de nuevas elaboraciones y descripciones. Ante este crecimiento cada vez más ineficaz del sistema descriptivo, se alza por otra parte el cajón de sastre de la llamada “depresión residual” que hace estallar el conjunto de la clasificación. La Dra. Dominique Laurent situó a continuación el fenómeno de la depresión como un índice de que aquello que ha sido afectado es la relación del sujeto con lo viviente en el cuerpo, en la medida que está enfermo de lenguaje. La hipótesis biologicista es que el cerebro haría el Uno de ese cuerpo enfermo de lenguaje. Por el contrario, lo que los analistas podemos desprender de la clínica es que no hay sentido común en la relación al cuerpo del viviente.

El Profesor Roger Wartel empezó citando un testimonio de primera mano que escuchó del famoso psiquiatra americano Karl Menninger, fundador de la Menninger Clinic en Topeka, quien declaraba hacia el final de vida que “el DSM quedará como la vergüenza de la psiquiatría americana”. El cientismo subyacente ha confundido, en efecto, la causa y el efecto en la clínica de los “trastornos” y de los mecanismos neuronales en los neurotransmisores. Un contexto así impone es una servitud mortal en el llamado “deprimido”. ¿Por qué no considerar entonces la depresión como una reacción terapéutica negativa que pide la intervención del psicoanálisis? Las acciones que el psicoanálisis debe emprender en esta dirección pueden enumerarse así: no ceder a la intimidación, no ser prevencionistas, convencer por el caso clínico, poner la transferencia en el principio de nuestra acción.

Finalmente, el Profesor Hervé Castanet, siguiendo una de estas propuestas, expuso la importancia de la singularidad de un caso contra la lógica de la contabilidad. Un caso clínico de una mujer de 38 años que desde los tres años había sido diagnosticada de “depresión”. La muerte de la madre vino a sellar ese diagnóstico en un “yo soy la muerte de ella, así la tengo siempre en mí”, en un duelo imposible que hacía presente el vacó en el cuerpo. Durante un tratamiento de diez años, esta mujer rechazó cualquier tratamiento farmacológico para construir un velo que pudiera desplegarse sobre el vacío del objeto y poder decir así “no” de otra forma. Un interesante debate se abrió a continuación sobre la clínica del “caso por caso” en la que el psicoanálisis se transmite. ¿Es esta, sin embargo, la única forma posible de responder al cientismo cuantificador? El Proyecto Mathema, proyecto de creación de una base de datos psicoanalítica de síntomas, complementario de la clínica de los CPCT, es la formalización que precisa hoy el psicoanálisis para responder en la lengua de los gestores de la salud a los problemas actuales en Salud Mental.

Si la acogida dispensada por el Ministerio de Salud francés y de la ministra Mme. Roselyne Bachelot-Narquin fue, sin duda, un reconocimiento manifiesto y honorable al lugar y a la función del psicoanálisis de orientación lacaniana en la red de Salud, no es menos cierto que, más que nunca, se hace verdad la famosa sentencia freudiana cuando de la política psicoanalítica se trata: “The struggle is not yet over”. En realidad, no ha hecho más que empezar...

28 de desembre 2007

Du mystème au mathème, en passant par le mithème



Ils sont comme des perles, ces petits textes, qui seraient échappées de leur fil et attendaient patiemment d’être rassemblées à nouveau pour montrer leur cohérence dans la série : celle des Paradoxes de Lacan, soigneusement édités par Jacques-Alain Miller dans les volumes des éditions du Seuil.* Car même si ces paradoxes ne sont pas numérotés, ils ne font pas moins série, tous adressés à un auditoire attentif mais non pas nécessairement avisé de la psychanalyse, un auditoire qui n’est pas celui d’aujourd’hui mais qui peut représenter aussi l’opinion éclairée de ce moment où elle est touchée par le discours de la psychanalyse.

Les deux textes que nous commentons ici, « Du symbole, et de sa fonction religieuse » et « Intervention après un exposé de Claude Lévi-Strauss... », font partie du volume Le mythe individuel du névrosé, marqué par la lecture et l’analyse structurales que Jacques Lacan avait fait du cas freudien de l’Homme aux rats. Ces deux interventions - celle de 1954 lors d’ un Congrès de psychologie religieuse et celle de 1956 à la Société française de philosophie, suivent la logique découverte par Lacan comme celle du signifiant dans l’ainsi nommée « suprématie » du symbolique sur l’imaginaire et le réel, la même qui a permis dans les années cinquante son retour à Freud. Ainsi, en reprenant la conception lévi-straussienne de l’ « efficacité symbolique », on peut lire dans la première des interventions que « le symbolique est là [coup sur la table], et le réel est là [coup sur la table], et l’homme est dans le milieu [coup sur la table, suivi d’un silence] » (p. 64). Ou bien que « le monde de l’image existe, mais il ne nous intéresse que par son utilisation symbolique, en tant qu’il est pris dans l’univers du symbole et qu’il y remplit une fonction » (p. 77). Et c’est justement cette articulation qui motivera dans la seconde intervention la question adressée à Claude Lévi-Strauss : « sur la tendance, la direction dans laquelle vous orientez cette coordination de ce que j’appellerai, moi dans mon langage, le symbolique et l’imaginaire » (p. 111). La puissance, donc, du symbolique et du levier du signifiant sera ici mise à l’épreuve du dialogue à la suite de la démonstration de son efficacité dans l’analyse du cas de l’Homme aux rats. Mais justement, ce qui apparaît comme le plus intéressant à notre lecture de ces deux interventions, cinquante ans après, est ce qui fait objection déjà à cette suprématie du symbolique et constitue le véritable argument de Lacan dans son dialogue avec Mircea Eliade, dans la première, avec Claude Lévi-Strauss dans la seconde.

En effet, le dialogue avec Mircea Eliade a lieu dans le contexte d’une réunion autour de Saint Jean de la Croix et de la fonction du symbole dans les discours de la religion. Lacan veut distinguer sa conception du symbolique, ordonnée par la logique du signifiant, de sa réduction imaginaire au symbolisme, ce qui sera aussi l’argument de sa lecture critique de la théorie du symbolisme chez Ernest Jones dans le texte célèbre des Ecrits dédié à cette question. En effet, la question du symbolisme dans l’oeuvre de Saint Jean de la Croix était, et continue d’être, d’une densité frappante. Mais Jacques Lacan s’arrêtera justement à l’oeuvre du mystique baroque espagnol pour indiquer la présence d’un autre levier que celui du symbolique et du signifiant dans l’expérience du sujet, un autre levier qui préfigure, selon notre lecture, la fonction de l’objet a comme cause du désir du sujet. Et où mieux le repérer que dans l’oeuvre d’un mystique qui a pu écrire des choses comme celle-ci, trouvée dans une lettre adressée à la prieure des Carmélites : « Veillez à ce qu’il ne vous manque pas le désir qu’il vous manque » (Cate que no le falte el deseo de que le falte)[i] ? Il y a, en effet, dans l’oeuvre de ce mystique une évocation permanente de la dimension de la jouissance non symbolisable par le signifiant, cette jouissance non phallique sur laquelle Lacan s’arrêtera à nouveau, presque vingt ans plus tard dans son Séminaire Encore, pour ranger Saint Jean de la Croix, comme Sainte Thérèse, du côté féminin.



Nous croyons donc pouvoir isoler les termes qui préfigurent cette objection de l’objet a à la suprématie du symbolique dans deux expressions soulignées par Lacan dans ces interventions. La première est tirée justement du texte de Saint Jean de la Croix, Nuit obscure, quand il parle des « déguisements de l’âme » (disfraces del alma). Il faut signaler d’abord que l’expérience du sujet dans l’ascèse mystique, figurée dans la Montée au Mont Carmel, est une expérience qui se fait tout entière dans le registre du sens, c’est-à-dire dans le registre du symbolique plutôt que dans celui d’un symbolisme préétabli dans l’imaginaire. La nuit obscure est avant tout la nuit obscure du sens où le sujet fait l’expérience d’un non-sens radical pour accéder au sens de son être le plus intime. C’est dans cette ascèse que l’âme doit, pour séduire le Christ-Époux revêtir, dans la nuit, les déguisements ( faire semblant a une dimension un peu péjorative qui ne traduit pas votre propos ; je pense que la phrase ainsi transformée est plus fidèle à votre idée) qui seront en trois couleurs, le blanc de la foi, le vert de l’espérance et le rouge de la charité. Et Lacan, en critiquant la lecture symboliste qui établit des correspondances imaginaires, indique : « Réfléchissez que même les trois vertus théologales ne sont ici que des ‘déguisements de l’âme’ (...) ‘Déguisements de l’âme’, qu’est-ce que cela veut dire ? – si ce n’est que dans toute son analyse de la Montée, ou dans sa description de cette rencontre, comme vous voudrez, saint Jean de la Croix nous indique qu’une espèce de contorsion est nécessaire pour s’évader du monde du symbole. Je vous le répète, même l’ordre essentiellement symbolique des trois vertus théologales est momentanément considéré comme le manteau sous lequel s’abrite la dernière essence, qui va à l’union ineffable avec la divinité. Ce sont là des symboles d’évasion du symbole » (p. 82-83). Le symbole de l’évasion du symbole, voilà peut-être la meilleure description de ce point de non-sens dont l’expérience mystique fait le levier du désir et de la jouissance et qui sera élaboré plus tard par Lacan dans sa construction de l’objet a comme cette sorte de « symbole de l’évasion du symbole » par excellence, le mathème. L’un des lecteurs les plus attentifs de saint Jean de la Croix, le poète et critique José Angel Valente, avait reconnu cette même dimension du non-sens dans la fonction de la lettre comme inhérente à la texture de la parole et du symbolique. Et c’est précisément avec la catégorie logique de l’impossible, reprise aussi par Lacan dans la deuxième intervention que nous commentons, qu’il avait essayé de repérer sa fonction chez le sujet, là où « l’impossibilité même est la seule matière que fait possible le chant (...) la substance dernière du chant qui est, d’une certaine façon, l’impossibilité du chant » [ii].

Dans ce contexte, il ne sera donc pas excessif de repérer dans ces « déguisements de l’âme », tels que Lacan les isole, une sorte d’unité de l’expérience de jouissance du sujet mystique, une sorte de mystème pour le dire ainsi, qui fait présent la fuite du sens dans le symbole même, en trouant toute possibilité de faire consister un symbolisme quelconque. C’est avec l’instance de ce mystème que Lacan continue son « dialogue désopilant », comme le qualifie Jacques-Alain Miller dans la quatrième de couverture, avec l’historien des religions Mircea Eliade.



Et c’est avec lui que nous pouvons aborder maintenant l’autre dialogue de Lacan avec Claude Lévi-Strauss et « ses développements sur le mythème » (p. 103), pour y repérer l’autre terme qui préfigure ce qui dans le symbole fait présent l’évasion du symbole. Il s’agit maintenant d’appliquer la grille symbolique de ce mythème – unité minimale isolé par Lévi-Strauss dans l’analyse des mythes – qui s’est montré aussi efficace pour Lacan dans l’analyse des symptômes de la névrose obsessionnelle de l’Homme aux rats. Dans la nécessaire négativation de l’un des quatre termes de la structure – celui qui signifiera la mort et le phallus dans la structure subjective du mythe individuel du sujet obsessionnel – Lacan lit « le signe d’une espèce d’impossibilité de la totale résolution du problème du mythe » (p. 105). Dans les diverses variations de la combinatoire des éléments symboliques en jeu dans l’histoire du sujet et de ses répétitions, il y a au terme une solution impossible, une combinatoire qui ne cesse de ne pas se produire et qui fait fonction de ce réel qui ne parvient pas à être symbolisé. Il s’agit d’un point d’impossible qui sera nodal dans la structure du symptôme, comme dans celle du mythe même. Le symptôme obsessionnel se démontre alors lui-même comme l’impossibilité de réduire à la structure symbolique du signifiant ce qui de la jouissance fait retour dans le réel. Les « rats », ces rats qui sont devenus le nom même de jouissance du sujet, ne seraient donc que le symbole qui rend présente l’évasion irréductible du symbole dans le champ de la jouissance, ce que Lacan désigne un peu plus loin comme « le signifiant de l’impossible » (p. 106). N’est-ce pas un terme à retenir comme anticipation de ce qui fera trou dans la suprématie du symbolique et qui fera l’échec du Nom-du-Père à symboliser toute la jouissance ?

Les « symboles de l’évasion du symbole », le « signifiant de l’impossible » à symboliser, voici les formulations frappantes et paradoxales que Lacan construit à cette époque pour aller du mystème, la fuite de sens religieux inhérente à tout symbole, au mathème de l’objet nécessaire à la psychanalyse et au désir de l’analyste, tout en passant par le mithème de son contemporain Lévi-Strauss.



* Jacques Lacan, « Du symbole, et de sa fonction religieuse » et « Intervention après un exposé de Claude Lévi-Strauss à la Société française de philosophie, ‘Sur les rapports entre la mythologie et le rituel’, avec une réponse de celui-ci » dans Le mythe individuel du névrosé, Éditions du Seuil, Paris 2007.













[i] Vida y obras de San Juan de la Cruz, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1978, p. 371. (La traduction est notre).




[ii] Voir l’excellent article de José Angel Valente, “Juan de la Cruz, el humilde del sin sentido”, dans Variaciones sobre el pájaro y la red, Tusquets, Barcelona 1991, p. 71-75.

19 de desembre 2007

“Le Nouvel Âne”, una política del síntoma



Aperiódica, incisiva, sorprendente, más bien socarrona y de humor gracianesco – con arte e ingenio –, impulsora de foros y debates contra las políticas higienistas de salud que recorren los Ministerios europeos, crítica insurgente contra la homogenización y la ideología de la evaluación a la que nos someten buena parte de las políticas actuales, partidaria de lo singular en el arte y la cultura, del deseo como algo inesperado, inédito... Y todo ello siguiendo la clínica y el discurso del psicoanálisis de orientación lacaniana. Le Nouvel Âne (LNA) es la revista que, dirigida por Jacques-Alain Miller desde el país vecino, ha pasado decididamente al contraataque en un momento en el que Europa, la vieja Europa, parece olvidar la posición ética y cultural que la hizo crisol de la modernidad. Pero - ¡atención! - esta misma modernidad ha sido, a su vez, crisol de las ideologías que ahora retornan desde el Otro lugar con el ropaje “neo” (neoliberal, neohigienista, neoconservador...) Así que Europa no debe quejarse de la oleada sino que debe preguntarse de la buena manera cómo ha contribuido a ella, cómo ha alimentado a este Otro que ahora habita en su interior más íntimo. Es lo que el psicoanálisis puede hacer valer como posición ética al dirigirse al sujeto de nuestro tiempo y decirle: mira la parte que te corresponde en el desorden del que te quejas. Tu síntoma, como los síntomas que recorren nuestra civilización, no son atribuibles a una causa ajena a tí mismo – gen o neurona – sino que se alimentan del goce que tú mismo denuncias en el Otro.

Le Nouvel Âne recoge con esta voz el testigo de aquella otra revista llamada L’Âne (El Asno) que marcó una época en los años ochenta en Francia siguiendo la enseñanza del psicoanalista Jacques Lacan. De ahí le viene el nombre, de un chiste con el que Lacan quiso despertar a los propios psicoanalistas del sueño de su extraterritorialidad, encerrados en sus despachos, para que salieran a la escena pública e hicieran escuchar su voz en la ciudad: el Analista era así “L’Ane-à-liste” (El Asno en lista). El Nuevo Asno – la ironía del título indica que el psicoanalista se reconoce como el primer afectado por la enfermedad del lenguaje – tiene todas las razones para dirigirse de nuevo al sujeto de nuestro tiempo que quiere orientarse en la oleada, tsunami ya, de la llamada globalización.

Esta oleada ha sido designada por el movimiento generado alrededor de LNA – más precisamente por el lingüista y filósofo Jean-Claude Milner – de un modo muy preciso: se trata de la política de las cosas. Para esta política, el gobierno es algo demasiado serio como para confiarlo a los seres que hablan, esa especie que se arma un lío cada vez que abre la boca, y es mejor confiarlo a las cosas que se gobiernan por sí mismas en la mudez de los números, los protocolos y las estadísticas. Se necesitan entonces sólo expertos y gestores que traduzcan lo que las cosas dicen, generalmente en números y porcentajes. Tenemos muchos ejemplos de esta forma de gestión pública, guiada por el ideal de la eficacia mensurable y transparente, claramente contrastada cuando se trata de verificar la calidad de automóviles o aspiradoras, pero que termina siendo de lo más ineficaz y aniquilador, una verdadera pesadilla, cuando se aplica a las personas. Un ejemplo: la “Campaña Depresión” lanzada recientemente en Francia por el gobierno Sarkozy – y que tendrá seguramente su campaña homóloga en nuestro país – para prevenir y tratar el mal de nuestra época, ese cajón de sastre llamado “depresión”, el mal que la OMS ha establecido ya como la primera causa de invalidez cuando llegue el año 2020. El número 7 de LNA está dedicado a analizar y criticar los supuestos que esta campaña, desinformativa y más bien nociva para la salud pública, esconde en su aparente evidencia. En un momento donde varias estadísticas demuestran que el 90% de la población puede tener sentimientos depresivos, una campaña de alerta con el mensaje: “¡cuidado, puede estar usted deprimido sin saberlo!” tiene todas las posibilidades de acertar. Y de proveer enseguida al enfermo – eficacia probada – el remedio debidamente promocionado por las multinacionales de la farmacología. Pero, tal como insisten en hacer escuchar varios artículos de LNA, la medicalización masiva del sufrimiento psíquico es hoy una de las peores formas de asegurarse el retorno, cada vez más insidioso, del síntoma en la medida que no puede ser escuchado en su singularidad, con un sentido irreducible a una variable estadística. Como decía no hace mucho una autoridad sanitaria de nuestro país, alarmada por el gasto social dedicado a los psicofármacos: “Hoy se toman antidepresivos con demasiada alegría”. El humor, más o menos involuntario, de la declaración no debería dejar escondida la razón de esta política que la editorial de LNA sintetizaba así: “Reducir al humano a una cadena de neuronas y de neurotransmisores no es sólo reducirlo a la servidumbre, es condenarlo a un depresión definitiva”.

Es para ir a contracorriente de esta inercia, ciertamente depresiva, que LNA se ha propuesto reunir en Francia, y también más allá de sus fronteras, a las fuerzas vivas intelectuales del arte y de la cultura con el claro designio de incidir en la “polis” y hacer valer la singularidad del sujeto que el psicoanálisis encuentra en su experiencia. Los Forum organizados por LNA han reunido ya a nombres como Bernard-Henri Lévy o Philippe Sollers, de quien la revista ha tomado como lema su aforismo inspirado en el famoso de Voltaire: Tout est pour le mieux dans le pire des mondes possibles (Todo es para lo mejor en el peor – y no en “el mejor”, como decía Voltaire – de los mundos posibles). El último Forum LNA, realizado el pasado sábado 24 de Noviembre en París con 500 asistentes, contó con la participación de la directora de teatro Brigitte Jacques-Wajeman, acompañada de Emmanuel Demarcy-Mota, director del Théâtre de la Ville de Paris, del filósofo y lingüista Jean-Claude Milner, o de la artista Orlan, además de un buen número de psicoanalistas de varias ciudades europeas, de jóvenes estudiantes de psicología y filosofía, y de responsables de entidades médicas y de formación de psicoterapeutas. Se anuncia ya un próximo Forum LNA los días 1 y 2 de Febrero 2008 que el propio Ministerio de Sanidad francés ha tenido a bien acoger en sus locales (con sólo 250 plazas) y a la semana siguiente, el 9 y 10, un gran Meeting en los locales de la Mutualité de Paris (con un aforo de 1000 plazas).

Jacques Lacan pudo escribir un día: “que la felicidad se haya convertido en un factor de la política es una proposición impropia”, por la simple razón de que siempre lo ha sido. Así, el ideal de felicidad como promesa universal puede llevar también al “peor de los mundos posibles” y es por eso que el psicoanálisis confía más en la verdad que debe descifrarse en lo singular de cada síntoma. LNA ha hecho así suya aquella otra expresión de Lacan a la hora de responder al ideal de felicidad y darse el principio de su acción: una política del síntoma.

19 d’octubre 2006

El CPCT: una xarxa pel subjecte "linkless"











El terme de “precarietat”, tan vinculat al destí actual del subjecte anomenat “postmodern”, serveix per indicar en primer lloc una feblesa en els vincles socials que porten aquest subjecte a una situació d’exclusió cada vegada més extrema. La precarietat econòmica i la precarietat en els vincles socials solen ser l’index d’aquesta feblesa creixent del subjecte en el món simbòlic.

És el que ha justificat que poguem parlar de “precarietat simbòlica” en relació a la nova clínica que trobem en els CPCTs. El subjecte que arriba al CPCT és sovint un subjecte que pateix aquesta precarietat simbòlica traduïda en diverses formes de segregació i d’exclusió social. I la psicosi s’associa sovint a aquestes formes de segregació. El subjecte psicòtic és precisament aquell que queda fora del discurs i del vincle social, fins arribar a ser un subjecte sense vincles amb l’altre, un subjecte que podem qualificar de “linkless”.

Se sol dir que el grau d’inserció i d’importància d’una persona en el món actual de la globalització es mesura pel nombre de salts que el separen i que hauria de fer en els seus vincles socials per arribar a contactar amb el president dels EEUU.

Hi ha qui té, per exemple, el privilegi d’estar a només un salt del president dels EEUU. Normalment, i en contra del que solem pensar, són només tres o quatre. Però n’hi ha qui n’està a dèu, potser a vint salts, o fins i tot potser a dos-cents trenta, cosa que avui podria ser d’altra banda un index de seguretat, encara que fos en la més absoluta precarietat... És una manera molt pragmàtica d’entendre i d’avaluar el subjecte postmodern. Podria ser una pregunta per mesurar el grau de feblesa simbòlica, de precarietat de cada subjecte quan arriba a demanar una forma de tractamnt del seu malestar: Quants salts pensa vostè que el separen del president dels EEUU? Podríem mesurar així el grau d’inserció, d’integració d’aquest subjecte, el seu grau de salut en el món de les precarietats simbòliques.

Posin la nociò psicològica de “adaptació a l’entorn” o de “integració de la personalitat” en lloc del “president dels EEUU”, lloc que nosaltres designem amb el terme de “significant amo”, i tindran les formes d’avaluació psicològica dels subjectes que sovint se’ns proposen avui des d’una ideologia que funciona amb aparença de cientificitat.

La psicoanàlisi parteix d’una concepció absolutament diferent del subjecte. Sap que quan es tracta del subjecte de l’inconscient, del subjecte del malestar del símptoma, del subjecte que pateix o que obté plaer del seus fantasmes, aquestes formes d’avaluació són una forma més de cofondre el subjecte i el seu jo on noés es representa en l’imaginari, una forma d’esborrar el que anomenem subjecte dividit, el subjecte que no pot definir-se per la identitat del significant amo. Sap que finalment els salts que el separen d’aquest significant són relatius als seus ideals, als seus fantasmes, al seu propi inconscient. Sap que el veritable significant amo, el seu lloc en l’estructura subjectiva, és l’inconscient mateix, allò que se li escapa de més essencial en la vida. El subjecte que tracta la psicoanàlisi pateix d’aquesta precarietat estructural, la de no ser mai idèntic a si mateix a causa de l’inconscient. Aquesta no identitat té també efectes molt benèfics perquè el subjecte, quan no es confon amb el seu jo, amb els seus significants amo, sol ser molt més tolerant amb el seu propi gaudi i amb les formes de gaudi dels altres.

Cap persona és idèntica al lloc que ocupa; heus ací la precarietat estructural que imposa el subjecte de l’inconscient.

La bona pregunta des d’aqueta perspectiva seria doncs: a quants salts del president dels EEUU està... el propi president dels EEUU? Deu volgués que n’estigui a més de quatre o cinc, que fos ben poc normal en això, malgrat que ens temem tot al contrari, que últimament Déu està del cantó de la identitat impossible del subjecte de l’inconscient, la identitat impossible del subjecte amb ell mateix per tancar la fenedura que el fa, finalment, un exiliat de si mateix.

El subjecte analitzant que mirem de produir en el CPCT és un president dels EEUU que sap que està cada vegada a més salts de distància del president dels EEUU, és un subjecte que sap que els seu jo és d’una precarietat absoluta, gens relativa, quan es tracta de saber alguna cosa del desig que l’atia i del gaudi que el mossega. Però sap també que és a través d’aquesta precarietat que pot fer un nou ús del seu símptoma.

Així, la pregunta que podem fer-nos des de la psicoanàlisi per avaluar la posició del subjecte és més aviat: quants salts el separen de la seva divisió subjectiva, del seu inconscient?

La psicoanàlisi d’orientació lacaniana intenta formalitzar aquesta distància en cada cas amb un instrument molt precís que Jacques Lacan va inventar en la forma d’un objecte, el famós objecte a. El salt decisiu que em separa de mi mateix es diu objecte a i no el pot mesurar cap significant amo.

La bona pregunta serà aleshores: quants salts em separen del meu objecte a?

Jacques Lacan va introduir una bella imatge per estudiar les paradoxes d’aquests salts del subjecte amb el seu objecte, la imatge de la paradoxa d’Aquiles i la tortuga. És sabut que quan Aquiles havia fet un pas par atrapar la tortuga, aquesta ja havia avançat una miqueta més amb un altre pas. I així una vegada i una altra, fins entendre que Aquiles i la tortuga no s’havien de trobar mai, talment el subjecte i el gaudi de l’Altre.

El subjecte psicòtic té un problema afegit, i és que ell mateix encarna sovint en el real de la seva història, a voltes de la manera més descarnada, aquesta dimensió de l’objecte del gaudi de l’Altre.

Situaré breument un exemple: un subjecte jove que endevina en el seu encontre amb un analista el que ell ha estat en la seva infantesa per a la parella parental, parella de pares dels quals és fill adoptiu però que de fet, no podem assegurar que l’hagin adoptat a ell mateix com a subjecte... Més aviat a l’inrevés, el rebuig amb què l’han deixat caure redobla el lloc que els pares adoptius li tenien reservat en el seu fantasma: el de ser testimoni intocable però també necessari de les seves relacions sexuals.

No és pas fàcil de fer-se una història, un vincle amb els altres, a partir d’aquesta condició de ser l’objecte de gaudi dels altres, dels pares en primer lloc, sobre tot quan es troba repetint amb els seus altres, parelles, companys de lligams i deslligams en la vida, una i altra vegada l’impasse que suposa mantenir aquesta posició fins fer-se excloure, fins fer-se rebutjar de l’altre, i encarnar així de diverses maneres el lloc del rebuig, de la segregació i de la precarietat simbòlica i social.

Posició d’objecte que es tradueix en una passivitat extrema, depressiva, malencòlica fins i tot, i en un pendent a les addiccions on mira d’adormir la seva relació impossible amb el gaudi de l’altre. Fer-se fora de l’Altre, realitzant aquest fantasma en la realitat de ser l’objecte immòbil del seu gaudi, és el pendent al qual ha dedicat bona part de la vida. La precarietat s’agreuja quan la malaltia ve a fer més gran encara el forat en el teixit dels seus lligams amb els altres. El subjecte ha repetit aquesta posició d’objecte en la mesura que no en sabia res d’aquest lloc que ocupava en l’estructura, ho ha repetit de manera proporcional al seu no volver-ne saber res del que ell era com objecte per l’altre. Saber-ne alguna cosa - és el que un primer cicle de tractameent al CPCT ha pogut oferir-li - li proporciona ara un instrument per fer alguna cosa amb la seva precarietat.

Subratllem el fet particular que el tractament d’aquest subjecte ha trobat finalment un lloc menys precari entre dues ciutats, on manté un lligam amb un analista en cadascuna d’elles, un lloc entre dos analistes que fan la funció d’una mena de xarxa i on deixa de repetir-se la seva història. El subjecte mateix ha trobat una manera de dir aquesta forma de tractament amb l’expressió “ciutats adoptives”. Una és la ciutat que el va adoptar, l’altre és la ciutat que ell vol adoptar ara en la seva vida, com la ciutat de l’Altre si em permeten dir-ho així. Dos llocs són el mínim exigible per començar a teixir una xarxa.

La xarxa – hem dit el terme que ens sembla més propici a la funció del CPCT per tractar la precarietat simbòlica del subjecte post-modern (potser caldria ja qualificar-lo de post-humà, seguint la indicació de Jacques-Alain Miller per posar de relleu la dimensió de l’objecte inhumà que encarna en el món de la globalització). “Xarxa” és també el terme que el mateix Jacques-Alain Miller va proposar per articular el seguit d’iniciatives institucionals d’aquest ordre en el RIPA, la Xarxa Internacional de Psicoanàlisi Aplicada.

La xarxa de fet no té un únic centre, és un conjunt de nusos vinculats per allò que els constitueix com a tals, pel vincle mateix. Un nus en una xarxa és fet dels fils que el vinculen... amb un altre nus. Allò que fa nus, allò que fa xarxa, sabem que va ser tota una pràctica, tota una experiència en l’ensenyança de Jacques Lacan. La topologia no era pas per ell una elucubració en el cel de les idees, era una pràctica per mirar de fer alguna cosa amb la fragilitat dels lligams del subjecte amb el seu objecte i, doncs, amb els altres, i poder estrenyer així alguna cosa del real del qual està fet el subjecte. La xarxa dels CPCTs, el CPCT mateix com un nus en la xarxa sostingut pel lligam del subjecte amb un analista, és la forma que proposem per tractar la precarietat dels vincles en l’època de la globalització. El subjecte de la globalització, abans que un subjecte homeless, sense casa que el contingui, és un subjecte linkless, sense vincle en la mesura que queda fora de la xarxa dels lligams amb l’altre.

Doncs bé, la xarxa que la transferència analítica posa en acte pot ser un dels millors instruments per navegar sense ofegar-se en allò que un Zygmunt Bauman va qualificar ja fa uns anys com la “modernitat líquida”, expressió que diu molt bé la precarietat simbòlica dels vincles en la postmodernitat. La xarxa del CPCT, doncs, per fer front a la precarietat simbòlica, la xarxa que no és un lloc contenidor, que no es proposa com a casa, però que permet d’atrapar en els seus forats l’objecte escàpol i situar-lo per cada subjecte com l’objecte que el divideix i el separa de si mateix.

Una constatació final pel fa al subjecte psicòtic – ja que m’han demanat de fer-ne esment de manera més concreta – al subjecte psicòtic i al seu tractament possible en el CPCT, al subjecte que molt sovint és l’objecte de la precarietat social: quan aquest subjecte, ajudat per un tractament de xarxa, pot arribar a fer un vincle amb un analista particular (un vincle artificial, és cert, però quin no ho és finalment si sostenim amb la psicoanàlisi de Jacques Lacan que no hi ha mai un vincle natural entre subjecte i objecte), quan aquest subjecte arriba a situar i a estrényer, a situar així la dimensió de l’objecte amb certs significants amo de la seva història, aleshores veiem que se li fa la vida una mica més fàcil i tolerable en relació a aquesta dimensió de l’objecte escàpol, que pot afrontar de manera una mica menys precària l’exili i les fluctuacions del seu ésser en la modernitat líquida.


Intervenció a la II Jornada CPCT-Barcelona, Octubre de 2006, "Globalització i modalitats del vincle social: efectes subjectius"


19 de setembre 2006

La Promesa Prozac




A propósito de un dictamen de la Agencia Europea del Medicamento


1.- La reducción del síntoma a un trastorno orgánico sigue la misma lógica que la reducción del lenguaje a un órgano. Tratar el sufrimiento psíquico como la enfermedad de un órgano es una reducción del mismo orden que tratar el lenguaje como una función localizable en algún lugar del sistema nervioso central. Esta reducción, que excluye la dimensión del sentido y del sujeto de la palabra, la dimensión del ser que habla, ha sido uno de los sueños de lo que hoy podemos llamar, en sus distintas versiones, “la tecnociencia”, la práctica que tiene como fin, ya no el saber, sino el poder. Un mundo donde el lenguaje sería idéntico a un órgano – ¿por qué siempre se piensa en el cerebro? – es el sueño del tecnocientífico que piensa encontrar así la llave maestra de la teoría con la que justificar su práctica.



2. – Una reducción de este orden se opera cada vez que se propone el tratamiento farmacológico como solución mayor a un sufrimiento psíquico. Sucede así también cuando se trata de la serie de fenómenos que se agrupan bajo el término “depresión” y que responden en realidad a causas tan diversas como heterogéneas una vez escuchada la singularidad de cada caso. Estas causas no son reducibles, en ninguno de ellos, al órgano imaginado bajo la forma que sea (cerebro, neurotransmisor, gen o proteína). Resulta ser, sin embargo, una reducción seductora porque objetiva el malestar del sujeto atribuyéndole una causa aparentemente exterior a él, porque hace suponer que una acción directa sobre lo real del cuerpo actúa sobre la causa última del trastorno.



3. – Cuando el político o el gestor de la salud pública se dejan seducir por el sueño del tecnocientífico, el resultado puede ser una pesadilla de la que es difícil despertar. Hacia una pesadilla así nos conduce el reciente dictamen de la Agencia Europea del Medicamento por el que se recomienda el uso de la fluoxetina en los niños a partir de los ocho años diagnosticados de depresión. A pesar de opiniones autorizadas que desaconsejan claramente el uso de la fluoxetina especialmente a edades tempranas, la promesa del Prozac – término con el que se conoce en el mercado – se propone sin duda ir más allá del tratamiento de la depresión. Basta con ver el amplio espectro en el que se promueve su uso.



4. - Desde que en 1986 fuera descubierto el uso de la fluoxetina en los Estados Unidos, no han dejado de aparecer nuevas indicaciones de su uso, aunque no se conozcan bien los mecanismos de su acción. A la primera aplicación dirigida al tratamiento de las depresiones graves – el llamado trastorno depresivo mayor – siguió su indicación para el tratamiento de los “trastornos obsesivo-compulsivos”, se extendió al tratamiento de las depresiones menores y de las crisis de angustia – los “trastornos de pánico” – ya fueran o no derivadas en fobias, de los trastornos disfóricos premenstruales y de los asociados a la menopausia, pero también de la bulimia, la anorexia, el alcoholismo, los trastornos del sueño, las migrañas, las fibromialgias, el trastorno de stress postraumático, los tics, la obesidad, las disfunciones sexuales... hasta para el tratamiento del autismo. El furor generado en el mercado ha llevado a proponerla también para tratar ocasionalmente el llamado “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”, diagnóstico con el que se intenta la prevención de los futuros delincuentes y violentos.

Si bien la lista de aplicaciones se ha ido alargando por un lado, también se ha ido limitando por otro, habida cuenta de los efectos detectados, a veces manifiestamente paradójicos con sus virtudes curativas: además de los diversos efectos somáticos, se dan “efectos secundarios” como el insomnio, el nerviosismo, la ansiedad... hasta llegar al riesgo de suicidio, tal como avisó el conocido psiquiatra David Haley en la famosa polémica lanzada en el año 2000, polémica que atravesó el medio universitario para llegar a las multinacionales del fármaco y a los gabinetes de política de la salud.



5. - Sin poder parar, sin embargo, la maquinaria que denunciaba, David Haley constataba así algo que la clínica psicoanalítica sitúa con la brújula del deseo y de su paradójico objeto: desinhibir al depresivo, “curarlo” de esta forma del afecto que viene al lugar de la pregunta por la causa, puede ser la mejor forma de llevarlo al pasaje al acto. Cuanto más se abría el abanico de aplicaciones más se disputaba, por supuesto, el monopolio sobre el Prozac. La patente de su fabricación y comercialización, uno de los mayores negocios farmacéuticos de la historia en manos hasta entonces de una sola empresa, fue distribuida en 2001 a diversas empresas.



6. – La lógica de la reducción del síntoma al trastorno, del lenguaje al órgano, de la causa al neurotransmisor, tiene en este caso un efecto doblemente excluyente, doblemente segregativo, justamente al proponerse como tratamiento al alcance de todos, también en el periodo de la infancia. Propone tratar el trastorno-objeto por medio, no de un sujeto sino de otro objeto, el objeto denominado Prozac. La reducción del sujeto al objeto, principio de toda segregación, se ve ahora llevada más allá cuando es el niño y el adolescente el que se hace objeto de la promesa Prozac. Todo ello, por supuesto, en nombre del mejor ideal de integración y bienestar social.

El retorno del síntoma está sin embargo, siguiendo esta lógica, asegurado.



El fenómeno Prozac llega entonces a los medios de comunicación con toda la polémica propia de una panacea que va mostrando no sólo sus obvias limitaciones sino también su lado más oscuro y cuestionable. La pregunta en la calle da cuenta entonces del retorno de la pregunta por el sujeto que, con razón, siempre sospecha que va a ser tratado como un objeto en nombre de su bienestar: ¿No será que algo que cura tantas cosas terminará por curarnos de nosotros mismos? Se trata en realidad de una operación sistemática de control y de domesticación de lo más singular del sujeto en nombre del ideal del bienestar.



7. – Lo deplorable del dictamen y de las decisiones que justifica en el mercado de la salud mental no debe hacernos olvidar el principio ético que está en juego y que Jacques Lacan pudo señalar a propósito de su crítica a un Noam Chomsky y su concepción del lenguaje como un órgano: “Cuando el órgano es percibido él mismo como un útil, un útil separado, es concebido a este título como un objeto. En la concepción de Chomsky, el objeto no es abordado él mismo más que por un objeto. En cambio, es por la restitución del sujeto en tanto tal, en tanto que él mismo no puede más que estar dividido por la operación del lenguaje, que el [psico]análisis encuentra su difusión” [1]



8.- Una clínica y una política dirigidas a la reducción del sujeto a un objeto, y a su tratamiento... no por un sujeto sino por otro objeto, no anticipa otro destino que el retorno, cada vez más insidioso, del síntoma segregado. La política del psicoanálisis es aquí, de nuevo, la política del síntoma, esto es, propiciar una clínica del sujeto que se oponga a la “política de las cosas”[2].








[1] Jacques Lacan (1975), Le Séminaire, livre XXIII, “Le sinthome”, du Seuil, Paris 2005, p. 36. La traducción es nuestra.


[2] Es con este término que Jean-Claude Milner ha designado recientemente la pendiente actual de la política fundada en la ideología de la evaluación.

28 de març 2006

La madre de todas las psicoterapias



El psicoanálisis, “la madre de todas las psicoterapias” como lo llaman, está recibiendo ataques desde su nacimiento. Sigmund Freud, al que no dejamos de llamar por otra parte “padre del psicoanálisis”, tuvo que escribir muy pronto buen número de artículos en defensa de la práctica que había inventado y de la doctrina que intentaba explicarla, Y es que el propio Freud estaba convencido de que el descubrimiento del inconsciente y la experiencia del psicoanálisis eran tan radicales que difícilmente podían ser recibidos por la ciencia de su tiempo y por el público en general sin oponer enormes resistencias, negaciones y repudios de toda clase. Y, sin embargo, esa recepción se produjo con tal éxito que atravesó el siglo pasado y llega hasta el nuestro como un punto de referencia insoslayable para entender al sujeto de nuestro tiempo. Las críticas continúan a los 150 años del nacimiento de Freud y sorprende ver cómo muchas utilizan los mismos argumentos de entonces. Otras, reconociendo el lugar imborrable del nombre del padre Freud en la cultura y el pensamiento occidentales, dirigen la crítica al propio psicoanálisis como práctica y como experiencia.

El reportaje publicado en “El País” el pasado 26 de marzo con el título “Lo que queda de Freud” sigue esta vertiente, ignorando sin embargo lo que ha supuesto la enseñanza de Jacques Lacan en la reformulación del psicoanálisis de nuestro tiempo. El reportaje no declara la muerte de Freud como sus más feroces críticos, “el padre del psicoanálisis sigue vivo 150 años después”, pero supone que su práctica no está de moda en la época de la rapidez y de la rentabilidad inmediata, “pero ¿quien tiene tiempo y dinero para el diván?”. Pero ¿de qué psicoanálisis se trata?

Tiempo y dinero, los dos amos modernos ante los que se pliegan estados y naciones, usuarios y gestores, ¿quién osará bajarlos del pedestal al que los ha subido el utilitarismo postmoderno, posthumano preferimos decir, el mismo que reclama la curación inmediata de los males que promueve por otra parte a largo plazo? Son precisamente dos amos que el psicoanálisis ha movido de lugar, aunque con frecuencia sean los propios psicoanalistas los que se olvidan de ello. El tiempo no es la duración cronológica medida por el reloj, es una experiencia subjetiva relativa al inconsciente de cada sujeto; el dinero no es el patrón objetivo por el que todo se puede cambiar y medir, - “time is money” termina diciendo el utilitarismo más cretinizante -, el tiempo es un objeto que se trasmuta él mismo, desde lo más precioso hasta lo más excremencial, dejando a cada uno con el sinsentido de su deseo, más vacío cuanto más pensaba medirlo hasta colmarlo con el patrón oro. Jacques Lacan sostenía, por ejemplo, que era imposible analizar a un verdadero rico.

Tiempo y dinero. Los que siguen pensando que el psicoanálisis es “sesiones de 50 minutos cuatro veces a la semana durante el tiempo que haga falta” – quien lo dice en el reportaje afirma a la vez que la demanda de psicoanálisis decae – parecen olvidar que el propio Freud nunca fijó tales parámetros, que Jacques Lacan puso en cuestión de manera radical, tanto que le valió la exclusión de la institución oficial, el uso que se hacía de ellos por parte de los postfreudianos a partir de la regulación standard que promovieron. No, tiempo y dinero no pueden ser para el psicoanalista amos de lugar inmutable y los que se han formado en la orientación lacaniana saben que son relativos a la posición de cada sujeto, tomado uno por uno.

Tiempo y dinero son precisamente las dos variables que el psicoanálisis de orientación lacaniana ha puesto en juego de manera decidida con la creación de los Centros de psicoanálisis aplicado en varias ciudades de Europa y América (los denominados CPCT que han obtenido en España reconocimiento y colaboración económica del Estado). La apuesta, a pie de calle y dirigida, de manera especial aunque no exclusiva, a la población que no tiene recursos para pagarse tratamiento alguno, ha sido más que bien recibida tanto por la cantidad de demandas como por los gestores de la política sanitaria, y se enuncia así: tratamientos psicoanalíticos, gratuitos, de cuatro meses. ¿Osado? Los resultados terapéuticos están a la vista después de un tiempo de experiencia.

En efecto, el encuentro con un psicoanalista, cuando éste sabe aplicar el psicoanálisis atendiendo a la particularidad de cada sujeto, produce efectos estables que no se reducen al criterio meramente utilitarista de curación como acallar al síntoma cuanto antes mejor. El psicoanálisis constata que dar un lugar al síntoma y al sufrimiento psíquico en la palabra y en la vida del sujeto sin acallarlo, tiene, por paradójico que parezca, efectos terapéuticos mucho más estables que los que supuestamente se obtienen al intentar borrarlo con lo más inmediato. Y cuatro meses pueden ser suficientes para ello. En esta carrera, como diría Witgenstein, gana el que sabe correr más despacio.

18 de novembre 2005

Para no olvidarlo



Hace falta la chispa de la transferencia para que la experiencia del inconsciente se haga realidad y encienda su reguero de pólvora. Es una chispa que, en el instante mismo, siempre se muestra como un encuentro contingente, pero que se demuestra también como necesario visto un tiempo después. Hay que añadir algo de lo imposible de soportar, lo que solemos llamar “síntoma”, para que esta mezcla tenga efectos eruptivos, de verdadera pasión por el saber. O también, lo que puede resultar más complicado, de pasión por la verdad sin saber porqué.

Es lo que me ocurrió contando dieciséis años, cuando el país se debatía contra su propia oscuridad a finales del franquismo y yo con la mía a finales de un bachillerato nada apacible. La imagen que viene ahora para cifrar este encuentro, el que actuó de precipitante de la mezcla, procede de un regalo familiar, el regalo hecho por una hermana, un verdadero regalo: un ejemplar de la “Psicopatología de la vida cotidiana” de Sigmund Freud en la edición española de Alianza Editorial. Era una edición de bolsillo con una sugerente ilustración de tapa: el dibujo a tinta negra de una mano con el dedo índice levantado y un hilo rojo con un nudo atado a media altura. Un nudo para no olvidarse.

¿Para no olvidarse de qué? Había que abrir el libro para empezar a saberlo. Y el lector empezó a saberlo, a leer con pasión, sin saber porqué: Signorelli, la sexualidad y la muerte, aliquis, las mujeres y las generaciones, el olvido de los nombres y las palabras extranjeras, la pluralidad del sentido, el equívoco y los recuerdos infantiles, el olvido colectivo y los puentes de palabras, el goce sexual y las leyes fonéticas, la fe de los padres y la repetición, el estilo y el sinsentido, lo interior y lo exterior, el síntoma y el encuentro con lo nuevo... Cada cosa llevaba por un camino u otro al nudo de la propia historia y del propio malestar.

Sin embargo, el amor al saber conducía entonces en primer término al lugar donde se suponía que ese saber estaba, a la Universidad, la de Psicología si se trataba de seguir los nudos del hilo rojo en cuestión: Great Expectations, como decía el título de una pieza de jazz que acompañaba esas lecturas. Bastaron unos meses para experimentar la desilusión más descorazonadora y casi perder el hilo en las grandes expectativas. ¿Qué tenían que ver las “dos sigmas de separación de la media de adaptación”, el “condicionamiento palpebral” o la “sinapsis neuronal” con aquel nudo que se había formado para mí entre el síntoma, el saber y la verdad? Y además, esa apariencia de falsa ciencia con la que se revestía una ideología sostenida muchas veces desde la impostura, aunque fuera con algunos gestos progresistas, ¿cómo podía ni tan siquiera considerar la existencia de ese nudo con el que me las veía desde hacía un tiempo? Salvo honrosas excepciones, el discurso general iba del eclecticismo más diluido al reduccionismo empirista más banal. Casi nada que hablara de psicoanálisis y, cuando se hacía, era más bien para confinarlo en los anales de la historia de la psicología. Digamos al pasar que la cosa no es hoy, treinta años después, muy distinta. En aquel momento, aquella caída de los ideales de saber tuvo la virtud de hacerme interesar por la epistemología, por las condiciones con las que un saber se constituye y se propone como ciencia, por el estudio del lenguaje y de las lenguas, y de empezar a buscar fuera de aquel medio universitario una relación con el saber más viva y verdadera.

Una cita leída al vuelo como exordio en un libro crítico con la psicología académica, aconsejado por una de aquellas excepciones universitarias, sigue hoy subrayada en rojo: “La psicología es vehículo de ideales: la psique no representa más que el padrinazgo que la hace calificar de académica. El ideal es siervo de la sociedad”. La cita, tan explosiva para mí en aquel contexto como precisa en la actualidad, iba firmada por un tal Jacques Lacan y quedó como hilo conductor de las lecturas de ese primer año de Universidad. Era un hilo a la espera de un nuevo nudo, que no tardaría mucho tiempo en formarse. La frase tocaba de lleno el corazón del síntoma: la servidumbre de los ideales transmitidos en la historia familiar, el rechazo de esos ideales que acuciaban un deseo difícil de escuchar, cuando no imposible de decir, un “padrinazgo” que delataba la orfandad del deseo, el malestar de ese deseo ante cualquier academicismo de impostura.

Digamos que la apariencia de ciencia con la que se revestía la psicología académica era entonces menos pretenciosa: las TMC de la época decían mejor, aunque con igual brutalidad, lo que las TCC de hoy piensan camuflar bajo el nombre de “Terapias Cognitivo Conductuales”: eran puras y meras “Técnicas de Modificación de la Conducta”. Las contradicciones eran, sin embargo, fecundas para quien supiera escucharlas con cierta inquietud: a la vez que se aconsejaba la lectura y la ideología autoritaria de “Walden Dos” de Skinner, se comentaba el crudo impacto de “La Naranja Mecánica” de Kubrik; a la vez que se proponía la modificación de la conducta fóbica por medio de técnicas de implosión confrontando sistemáticamente al sujeto con el objeto fóbico, se flirteaba con el progresismo de Cooper y Laing en el tratamiento de la locura.

Lo heteróclito del panorama no escondía sin embargo el proyecto general, que ya tomaba la forma de programa universitario, de ignorar y hacer ignorar al psicoanálisis en los departamentos de la psicología científica. En el despacho de al lado, los “Psicodinámicos” que hoy diluyen el nombre y la experiencia del psicoanálisis en el eclecticismo de las psicoterapias aconsejaban entonces, lisa y llanamente, no leer a Jacques Lacan: demasiado difícil, demasiado abstracto, demasiado intelectual, demasiado incomprensible, demasiado… Y uno, que siguiendo el hilo rojo de la letra se había encontrado ya con aquella máxima de José Lezama Lima, “sólo lo difícil es estimulante”, no podía no encontrarse ya con el texto de Jacques Lacan.

Fue un encuentro en compañía de algún otro que cultivaba igualmente lo difícil y lo estimulante en la conversación amistosa y fue también un encuentro en la soledad de la lectura. Fue un encuentro mediado por alguien que había sido tocado también por ese texto, en otro país y momento, el psicoanalista argentino Oscar Masotta que había iniciado en Barcelona y otras ciudades de España un trabajo de lectura y de impulso de un movimiento que sería después el crisol para una escuela lacaniana en el país. Sin esta coyuntura, hecha de intersticios y de fracturas, no habría habido para mí encuentro con la disciplina freudiana, con la experiencia y con el discurso del psicoanálisis. Supe ya entonces que esas condiciones son de estructura y que, por lo mismo, un encuentro así no podrá subsumirse ni organizarse nunca en las formas universitarias del saber, que su propia naturaleza y su transmisión implican la existencia de lo intersticial para hacerlo habitable.

El encuentro con el texto de Jacques Lacan fue así lo más parecido a una experiencia traumática, un encuentro como a destiempo, con lo súbito incomprensible, pero realizado a la vez de un modo lento, con el paciente destello de lo que no se comprende pero toca lo más íntimo del ser, lo más ignorado de uno mismo. ¿Cómo un texto podía subvertir de tal manera el sentido común y producir efectos tan estimulantes, exigir un trabajo tan opaco a veces, tan a tientas, y ofrecer finalmente un relámpago tan certero, tan directo y de consecuencias tan singulares como pragmáticas? No, no había nada de “intelectual” en todo aquello, ese texto llamaba a la acción sobre el sujeto en su singularidad más íntima e irreductible, la incluía en su lógica de un modo que ninguna teoría ni ideario “revolucionario” podía ni imaginar. Tardes y tardes de conversaciones, noches y noches de lecturas, mañanas y mañanas de levantarse a tientas y con un sentimiento de fractura subjetiva que llegaba en sus resonancias a cada rincón de la vida. A la vez, había que escuchar de algún avispado y futuro ejecutivo del mundo psi que todo eso eran retóricas vacías, piruetas en el aire cuando el mundo real de la enfermedad y la locura exigía acciones concretas, verificables sólo en la empiria objetivada del laboratorio conductual y científico.

¿Pero qué había de más real que esa división subjetiva que yo mismo encarnaba? ¿Qué había de más concreto y verificable que ese efecto de la letra y del significante sobre el sentido vacilante de la vida en el que algo de la locura y su estructura misma se hacían evidentes? De ese real y de esos efectos podían deducirse las leyes de una clínica mucho más rigurosa que cualquier descripción empírica de lo observable.

Ese era el nudo, el nudo para no olvidar, el nudo que había que defender con una pasión por la verdad que muchas veces hacía estragos en uno mismo. Tiempo después, esa pasión por la verdad se demostraba como un verdadero obstáculo para poder operar con el sujeto de la experiencia analítica. Pero faltaba entonces ver cómo hacer y deshacer ese nudo, cómo rehacerlo para explicárselo a uno mismo y explicarlo a otro.

De ahí a estirarse en un diván había un paso, el que exige dar el sufrimiento del síntoma para empezar un análisis. Y la experiencia de estirarse en un diván y hablar al Otro – “hay que volver a aprender a hablar”, recuerdo haber dicho al inicio – empezó a cambiar muy pronto el pathos de la verdad por cierta alegría en el gay saber y por unos efectos de formación en los que encontré el deseo del analista, es decir, el deseo de ocupar esa extraña posición que es la del analista. Las consecuencias de este pasaje no fueron, por supuesto, extraídas de un día para otro. Tres periodos de análisis con tres analistas distintos – a la tercera fue le vencida, de trece años, y fuera de mi país – y una implicación constante en el movimiento psicoanalítico tejieron los hilos. El nudo, para no olvidarse, está formado ahora por la experiencia analítica y mi vínculo de trabajo con la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, que hace presente el discurso del psicoanálisis en España en el marco de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la que impulsó y sigue orientando con su deseo Jacques-Alain Miller.

Hoy sé que le debo a esa experiencia haber podido librarme del efecto mortificante de aquellos síntomas, pero también haber podido encontrar un modo de decir que toque y pueda tratar la división subjetiva, la que había sufrido con toda mi pasión, dándole un lugar más digno. Es esta una experiencia que nunca podrá reducirse a una adquisición de saber, una adquisición que, es cierto, no deja de producirse de múltiples formas una vez encontrado ese deseo inédito del analista y haber operado con él en la práctica. “Un modo de decir” es lo que Jacques Lacan formalizó con el Discurso del analista, es también un estilo de vida que parte de lo que no tiene forma para formarse en la singularidad de cada ser que habla, es también lo que cada psicoanalista debe hacer hoy presente para estar a la altura de la subjetividad de su época.

La experiencia analítica me ha enseñado, sin embargo, que tal modo de decir, extemporáneo en relación a los ideales de la época, sólo subsiste en la medida en que fracasa de la buena manera, sin llegar a la suficiencia de su éxito, que sólo obtiene su lugar y sus verdaderas consecuencias sobre lo real en su “no dejar de no conseguirlo”. Era la idea, más bien antiexitista, de Jacques Lacan: “si el psicoanálisis tiene éxito, se extinguirá hasta no ser más que un síntoma olvidado”[1]. El psicoanalista, más que nadie, sabe la importancia de lo fallido para hacer posible el tratamiento del sujeto y no borrarlo de lo real con la solución más rápida y eficaz.

Es para no olvidarlo que conviene defender hoy la experiencia del psicoanálisis de su reducción a un saber evaluable según los criterios generales de la eficacia utilitarista.










[1] Jacques Lacan, “La tercera”, en Intervenciones y Textos 2, Ed. Manantial, Buenos Aires 1988, p. 85.