Oscar Masotta |
Intervención en la presentación del libro de Cloe Masotta con cartas de Oscar Masotta: «Tendremos que encontrar un lugar donde encontrarnos». Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona, 19 de febrero de 2021.
Mi amigo Germán García —que siempre se reconoció como alumno de Oscar Masotta— publicó hace unos años un libro, fruto de la serie de conferencias llamadas «Conferencias Oscar Masotta» que hicimos en honor del fundador de la Biblioteca Freudiana de Barcelona, un libro con un título que siempre me gustó por enigmático: «Oscar Masotta, los ecos de un nombre». Resonaba para mí como el eco de un encuentro que, no es exagerado decirlo, marcó mi vida, mi encuentro con el psicoanálisis y con la orientación lacaniana. Y, sobre todo, marcó mi encuentro con los textos de Jacques Lacan.
A mí me gustaría hoy intervenir en esta mesa con una expresión un poco copiada de la de Germán para decirles cómo presentar este libro, qué he encontrado yo en este precioso libro, tan especial y singular. Diré: «Oscar Masotta, los ecos de un estilo».
Porque para mí, el nombre de Oscar Masotta quedó muy pronto —y cuando digo muy pronto, digo a los 18 años, que fue cuando me encontré con él—asociado a un estilo. Un estilo de lectura, un estilo de enseñanza y de transmisión de los textos. El propio Jacques Lacan dijo que el estilo es, en realidad, lo único que se transmite en la enseñanza del psicoanálisis. Un estilo es un modo de abordar lo real, de abordar lo que no se puede nombrar, de abordar eso que llamamos el inconsciente o que, desde otra lógica, escribimos también con la letra a del objeto. El estilo es un modo de abordar el objeto a, el modo de gozar singular de cada uno. Y OM tenía un estilo —incluso en el sentido más inglés de la palabra, a unique style, un estilo único—, un estilo de abordar su propio objeto a, que él situaba con frecuencia en su auditorio, en su lector. Y Cloe Masotta, es lo que reconozco en este libro, tiene también un estilo, un modo de abordar su encuentro con alguien tan cercano como su padre, alguien, a la vez, tan enigmático para ella como su padre.
Y lo hace iniciando su libro con una cita que aprecio especialmente, un acita de un peoma de Maria Mercè Marçal:
«Amb fils d’oblit / L’agulla enfila [...] cus la memòria / la sargidora cega»
«Con hilos de olvido / la aguja enhebra […] cose la memoria / la zurcidora ciega»
La memoria, una zurcidora ciega. Todo ejercicio de memoria es un coser y recoser a ciegas porque, al decir de Freud, todo recuerdo es encubridor, todo recuerdo es ya un zurcido hecho en un roto del tejido, en los agujeros que nos quedan en el texto tejido de la vida, más o menos traumáticos para cada uno.
O, como también decía otro poeta —Gabriel Ferrater—, la «memòria, la marmanyera, i l’oblit, el drapaire mut»: la memoria, la mentirosa, y el olvido, el trapero, el chatarrero mudo (como los que hoy deambulan por las calles de nuestras ciudades con un carrito de la compra lleno de piezas sueltas).
Más allá del recuerdo encubridor, la memoria, sin embargo, deja escritas las cosas de la vida, en mensajes que debemos aprender a descifrar, también en cartas como las que Cloe rescató a uno y otro lado del Atlántico para hacer este libro.
Quiero agradecerle de veras haberlo hecho porque también para mí es la oportunidad para reescribir mi memoria más allá de los recuerdos encubridores de lo que fue mi encuentro con Oscar Masotta. Y no equivocarme demasiado, yo también, recosiendo el tejido y texto de la vida.
Oscar Masotta lo hacía observar así: con la historia siempre podemos engañarnos, nos vemos siempre evolucionando en un sentido, con el sentido de la vida, con el sentido que le damos a esa zurcidora ciega y a ese chatarrero mudo. En lo imaginario, nos vemos siempre progresando, del pasado al futuro. Pero no es cierto, no hay progreso, solo vueltas en una espiral alrededor de los agujeros que quedan en el tejido, en el texto de la vida. La idea misma de progreso se funda en este malentendido.
Y también lo escribía así, lo cito:
“Estuve pensando hace poco el destino de la literatura de quienes, como nosotros, sólo disponemos de los analistas como audiencia. Temible. Sólo tendremos lectores dentro de veinte años (un escritor de otro tipo puede fantasear a su audiencia en términos de cientos de años) si la banda que hoy nos lee se mantiene hasta mañana. Como se ve, mi lamelle [mi deseo, mi estilo] no carece de motivos para inducir vuestra investigación. ¿Pero qué es lo que hace que una banda pueda articular las oscuridades de hoy en una ciencia del porvenir?”
Oscar Masotta no tuvo, no ha tenido, no tiene hoy, solo a los analistas como audiencia. Esta mesa es una prueba de ello. La exposición del MACBA (2018) dedicada a su obra —«La teoría como acción», impulsada por Cloe— también lo fue. Ustedes, aquí, son también una prueba de ello, con su interés por Oscar Masotta.
Y, por otra parte, la banda esta que lo leíamos entonces, y que lo seguimos leyendo hoy, resulta que se ha mantenido ya algo más de veinte años. Vamos al menos por los cuarenta. No está mal, y hay razones para pensar que las oscuridades de ayer se articulan hoy, si no en una ciencia, sí en una experiencia sostenida de modo insistente, persistente. Y, en primer lugar, se trata de la experiencia de una Escuela de psicoanálisis, deseo que estaba siempre en la acción de Masotta. No está nada mal tampoco.
Y todo esto que sigue sucediendo, sucedió de hecho en poco más de tres años: ¡desde 1975, momento de su llegada a Barcelona, hasta 1979, momento de su muerte!
Las oscuridades de hoy pueden articularse en un saber —si no una ciencia— de lo que se nos presenta —hoy también— como el porvenir, ya sea de la vida de cada uno como de la propia experiencia del psicoanálisis.
Si leen la presentación de Cloe Masotta verán las razones para confiar en la memoria ciega, o en el chatarrero mudo, nombres los dos del inconsciente, más allá de nuestros temores, más allá también de lo que cada uno recuerda. Hay, en efecto, encuentros, encuentros no previstos pero escritos en la memoria de los cuerpos, que está ahí para ser leída, escrita y reescrita por cada uno.
Cloe empezó esa operación de lectura y escritura sobre «una mesa de luz», el lugar —ese es «el lugar»— donde reescribir con sus letras la memoria de lo perdido. Lo verán muy bien en el libro, lo verán materialmente, con el soporte material de la letra, en la mesa de luz donde Cloe sigue y bordea las palabras de las cartas de su padre.
Déjenme concluir entonces con algo más que me ha parecido encontrar en su carta-letra-prólogo. Porque hay un mismo rasgo de estilo, resultado de su encuentro:
«Entonces, leer tus cartas fue un encuentro en el que pude imaginar mi vida familiar antes de tu muerte. Hoy, papá, escribirte es un hilo de sutura, después de tantos años de no saber cómo hacer con tu pérdida, con el vacío que dejaste, llegando incluso a huir de aquellas aulas donde se mencionaba tu nombre. Las heridas que nos inflige la vida, los traumas, son como agujeros en nuestros relatos, y siempre contienen algo de oscuridad, algo insondable, pero ahí está el arte para que podamos habitarla y transformarla.»
Así pues, gracias Cloe por haber escrito estos ecos de tu encuentro, gracias por hacer de las oscuridades de hoy —siempre son las de hoy—, una luz de porvenir donde seguir escribiendo nuestra memoria.
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