26 de juny 2017

El fin de la deriva no es su objeto





















(Notas para una debate sobre el fin del psicoanálisis)

Cada deriva tiene su fin, aunque sea el más inesperado en relación a su objeto y el más funesto para el sujeto que lo sufre.
Entiéndase “fin” en su sentido más freudiano y “deriva” en el sentido con el que Lacan tradujo el concepto de Trieb (pulsión) pasando por el inglés: es el “drive” (pulsión) que se convierte en “dérive”, en la deriva que pasa a través de las lenguas. Entonces, cada Trieb tiene un Ziel (fin). El fin de la pulsión es siempre la satisfacción, tal como sostiene Freud en “Las pulsiones y sus destinos”. Pero ¿cuál es su Objekt, su objeto? La pulsión es, en efecto, deriva que sólo busca su satisfacción a expensas del sujeto y del placer homeostático del Yo. Y ello en la contingencia del encuentro con un objeto que —esa es toda la cuestión, estimado Jorge— se revela siempre distinto con respecto al fin de la satisfacción.
Dicho de otro modo: el fin del goce no es su objeto, se goza con un fin —no siempre el mejor— pero el objeto está en otra parte —no siempre confesado ni confesable—.
Sin duda, nuestro amigo Jorge Alemán quiere utilizar la palabra “Fin” en su sentido heideggeriano. Lo avisa, hace años dedicó al tema un excelente libro titulado La experiencia del fin: psicoanálisis y metafísica[1]. Y su apresurado comentario publicado en Facebook que motiva aquí el mío, no menos apresurado, pide sin duda ser leído desde él, habiendo leído a su vez cuidadosamente sus páginas. Sorprende sin embargo que en ese comentario —¿dirigido a qué en realidad, con qué objeto?— utilice la palabra “final” en lugar de “fin”. Podemos hablar del final de la tragedia de Hamlet —donde no queda, como se suele decir, ni el apuntador— pero ese no será nunca su “fin”, el del deseo que se realiza en la resolución de la trama. “Final” tiene sin duda connotaciones mucho más teleológicas, más apocalípticas incluso, a pesar de que se lo quiera modular como “Otro inicio”. La experiencia del final, también la del análisis, no será nunca la experiencia del fin.
La elaboración de Jorge Alemán nos conduce en sus páginas, con un brillante estilo en claroscuro, a través de la lógica lacaniana para separarse de la lógica hegeliana: “Lacan precisamente, a diferencia de Hegel, concibe un fin que es el propio de la experiencia analítica que no se resuelve en una totalidad que garantice el encuentro de la Verdad con el Saber”.[2] Recorrido impecable para separar el saber de la verdad (no hacen falta, de hecho, las mayúsculas para encontrar su disyunción) y presentarnos una salida heideggeriana del fin, “una torsión distinta a una superación hegeliana”[3]. Es la que parece escoger el autor para pensar el fin del lado del no-todo , de la verdad y de la lógica del goce femenino. Interesante.
Pero llama la atención también, a través de todas las páginas de La experiencia del fin, la confusión del fin con el objeto, abordado sólo tangencialmente en su recorrido por el lado del objeto del arte[4] y del lado del objeto técnico[5]. ¿Quid del objeto como causa de la experiencia, incluida la del fin o la del final?
Digámoslo sin rodeos: confundir el fin con el objeto lleva a una deriva fatal.
Entonces, ¿final del psicoanálisis? Es cierto, nada nos permite suponer que el psicoanálisis sea eterno. Más bien podría, según indica Lacan, fenecer por su propio éxito —la pulsión de nuevo, que yerra su objeto para alcanzar su fin—.  No, nada nos indica, estimado Jorge, que el psicoanálisis vaya a ser eterno. Pero el deseo, el deseo que Freud sostuvo hasta el final, el deseo con el que concluía su “Interpretación de los sueños”, ese deseo, estimado Jorge, es tan eterno como indestructible. Y es con él con lo que nos las tenemos que ver cada día para no creer “culminado el trabajo fundante e instituyente” del psicoanálisis. Esa observación va sin duda destinada al corazón de la Escuela y de la AMP. ¿Con qué objeto?
La Escuela es un medio para la causa analítica. Es cierto también, estimado Jorge, que la Escuela no es el fin del psicoanálisis. Algunos podrán entonces maltratarla confundiendo, precisamente, la causa con el fin, el objeto con la satisfacción. Pero es por eso precisamente que si esa Escuela llega a funcionar al servicio del fin, de la satisfacción de cada uno, hay que ponerla patas arriba cada vez que convenga. La Escuela no es un fin pero es el mejor medio que tenemos siguiendo la enseñanza de Lacan para hacer existir la experiencia y la causa analíticas. Y requiere de un deseo que se sepa reconocer eterno, sin final, para defenderla también cuando convenga.



[1] Jorge Alemán, La experiencia del fin: psicoanálisis y metafísica. Miguel Gómez Editores, Málaga 1996.
[2] Opus cit. p. 19.
[3] Ibídem, p. 23.
[4] Ibidem, p. 49.
[5] Ibidem, p. 128.