Prólogo al libro de Lêda Gimarães y Luís Darío Salamone, Una mujer y un hombre después del análisis. Editorial Grama, Buenos Aires 2016.
¿Cómo se termina un psicoanálisis? Más
precisamente todavía: ¿cómo se lleva hasta su justo final la experiencia de un
análisis cuando éste está implicado en una Escuela orientada por la enseñanza
de Jacques Lacan?
Primera respuesta: nunca de una manera
igual a otra, incluso nunca de una manera parecida a otra. Lo que nos enseña la
experiencia del pase en las Escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
es que la serie de Analistas de la Escuela, los AE que se nombran en ella, es
siempre y cada vez lo que en lógica se llama una lawless sequence, una serie sin ley. A diferencia de una lawlike sequence en la que se conoce de
antemano la ley de construcción de la serie de sus elementos —como, por
ejemplo, en la serie de los números naturales: 1, 2, 3…—, una serie sin ley no
está nunca predeterminada. No disponemos pues en la experiencia de generación
de los AE de un procedimiento que nos asegure o nos pueda anticipar cuál o cómo
será el nuevo elemento que viene a continuación. Lo que da lugar siempre a la
sorpresa, a lo imprevisto, a lo no calculable ni programable. Y, sin embargo,
nada impide hacer con ellos una serie, lo que para Lacan era lo único serio
cuando se trata de averiguar la lógica de la experiencia analítica.
El mejor ejemplo de una serie sin ley
es la tirada de dados de la que Stephane Mallarmé supo escribir que “nunca
abolirá el azar”. El ejemplo ha sido motivo clásicamente para vincular la serie
sin ley de una tirada de dados con la experiencia del amor: A joc de daus vos acompararé —te
compararé a un juego de dados— escribía el poeta Ausiàs March ya en el siglo XV
para nombrar la contingencia de los encuentros y de los desencuentros con su
objeto de amor.
Pues bien, el lector tiene en sus
manos el fruto de un sabio encuentro de este orden, un encuentro contingente de
dos Analistas de la Escuela, un encuentro que muestra sin embargo un mismo
amor… por la Escuela, por la relación con la causa analítica de la que esta
Escuela es su médium, su vía de transmisión, su transferencia en el sentido
propiamente analítico. El hecho de que los dos analistas que nos ofrecen aquí
sus testimonios, Lêda Guimarães y Luís Salamone, sean miembros de dos
Escuelas distintas de la AMP, —la Escola Brasileira de Psicanálise (Brasil) y
la Escuela de Orientación Lacaniana (Argentina)—, no hace más que subrayar la
dimensión de encuentro que la AMP propicia entre lugares distintos bajo la
égida de una misma experiencia de Escuela.
No estoy aquí para certificar este
encuentro, ni tan solo para decir las condiciones que lo han hecho posible,
—ellos lo hacen ya muy bien en distintos momentos de sus textos—, mucho menos
para hacer de maestro de ceremonias. Pero sí para señalar la singularidad que
nos enseña el valor de agalma, de
tesoro de saber, que tiene siempre para nosotros la experiencia del pase. Es
también el mejor recurso del que disponemos para apostar por el futuro del
psicoanálisis, sin garantía alguna por otra parte.
He aquí pues dos testimonios de dos
finales de análisis… pero explicados un tiempo después, bastante tiempo
después, más de una década para cada uno. Este rasgo no pasará desapercibido al
lector. Cada uno explica lo que fue su final de análisis y lo que sucedió
después de él, después de experimentar el fogonazo, el relámpago inaugural de
esa experiencia que llamamos también el post-analítico, incluso el “ultrapase”
siguiendo la indicación de Jacques-Alain Miller. De modo que se trata en cada
caso de una relectura après coup, hecha
desde un ahora que intenta atrapar lo que quedó de aquel ahora inaugural,
modificado por las nuevas contingencias que la vida ha deparado a cada uno
durante este tiempo. Lo que da a estos dos testimonios un valor añadido, más
allá de la confirmación de lo que fue el final de análisis para cada uno. Y
ello para mostrarnos que aquel que ha quedado marcado por la experiencia de su
final del análisis y del pase no deja ya nunca de hacer ese pase, de tejer de
nuevo con los hilos que quedaron en sus manos la tela del discurso del
analista.
Lêda y Luís, la mujer “mundana” y el
hombre al que “le dolía una mujer en todo el cuerpo”. O Luís y Lêda, el hombre
que se desprendió de su destino de culpabilidad y la mujer que lo construyó a
partir del encuentro con un vacío irreductible. Ambos dialogan, en efecto, en
este libro sin esperar del otro el retorno que complementaría su ser de
lenguaje porque saben, cada uno, que el
Otro ya no existe para eso.
Entonces, más bien: Lêda, una mujer de
“ser inconsistente” una vez ha sacado las consecuencias de su ser de goce, y
Luís, el “completo incompleto” —para retomar el título de la canción— que pudo
“abrazar lo hetero con pasión”.
Lêda y Luís, Luís y Lêda, cada uno con
su estilo, muy directo y punzante en el caso de ella, sabiamente indirecto y
evocador en el caso de él, nos tienden sendos hilos para desentrañar el nudo
que existe entre los sexos y en su falta de relación, esa falta que Jacques Lacan
no dejó de investigar en la serie de impasses encontrados en la clínica y en lo
más común de lo cotidiano. Los dos testimonios no sólo nos muestran a su manera
que no hay simetría entre los sexos, la simetría que la vindicación de los
géneros pretendería establecer, sino sobre todo que no hay reciprocidad
posible, que el goce del Uno no es nunca recíproco del goce del Otro… si
existiera.
En la paciente labor del largo
análisis del que los dos nos dan su testimonio, un mismo tema los reúne sin
embargo de un modo que el lector sabrá apreciar para sacar de ahí una preciosa
enseñanza: la diferencia entre el goce del superyó y el goce femenino, lo que
esta diferencia le debe a un más allá del Edipo y a un más allá de la función
del padre. El resto que queda de esta diferencia para cada uno, el mismo resto
que Freud encontró como un límite, como una roca del final del análisis más
allá de la cual sólo podía vislumbrar un insondable desierto, es aquí el campo
propio de una investigación que se prosigue. Se trata para ambos de una
aceptación, de un consentimiento, de una autorización, de una elección —los
términos son tan diversos como inevitablemente fallidos para decirlo de una
manera concluyente— de la feminidad en lo que tiene de imposible de ser
representada por el significante.
Echemos mano por nuestra parte de una
referencia que el lector encontrará en las páginas que siguen y que Lacan tomó
en su momento como brújula para recorrer esta terra incognita más allá del Edipo y del goce simbolizado por el
falo, campo en el que se adentra cada analizante de hoy. Es una sentencia de San
Juan de la Cruz que sólo podrá entenderse del lado femenino de la sexuación y
que espero servirá al lector para adentrarse, él mismo, en la geografía que aquí
le espera: “Cate [advierta] que no le falte el deseo de que le falte”[1].
[1] San Juan de la Cruz , Vida y obras de San Juan de la Cruz, Biblioteca
de Autores Cristianos, Madrid, 1978, p. 371.