22 d’agost 2016

La locura de Ramon Llull y el psicoanálisis


























Leo con cierto retraso la entrevista, publicada en l del comentarioeciarlo si no supdigital a letra en la psikcosisistas escuchamos en lo matnte lo disecamos objetivado en los santa revista “El Temps” el 8 de diciembre de 2015, a la reconocida medievalista Lola Badia celebrando el año Llull que estaba a punto de comenzar[1]. Se hace en ella una buena panorámica del Beato, errante mallorquín, con todo el rigor que la filóloga ha aportado al estudio de su obra y que me ha servido con frecuencia para orientarme en su lectura, tan difícil como todavía enigmática.
Es cierto, tal como se desprende de sus palabras, que hay tantos Llulls como lectores de su texto: Llull el místico, Llull el padre de la lengua catalana, Llull el precursor de la lógica moderna y de la informática, Llull el primer filósofo en lengua vernácula, incluso el apócrifo Llull alquimista (alquimista de las palabras más bien)… ¡Sean todos bienvenidos! Hacen posible que la letra luliana se extienda por todas partes y contagie las ganas de leerlo. Luego hay que descifrarla, por supuesto, y aquí la cosa se complica porque el texto de Llull no se deja leer fácilmente, tampoco con los instrumentos de la “crítica antigua”, si seguimos la denominación que la opuso a la llamada “nouvelle critique”, la de Roland Barthes & Cia.
A veces ilegible, al estilo de Joyce, y no sólo por la distancia temporal que nos separa de él, el texto de Llull es una suerte de mensaje cifrado en el que cada palabra remite continuamente a otra, en una metonimia infinita sin freno: “una significación es ocasión de otra”, escribe Llull, lo que quiere decir que la interpretación puede ser una máquina de producir y de encontrar sentido de manera imparable. Y tiene razón. El historiador y el filólogo nos ayudan a seguir los meandros del texto pero sería demasiado osado, si no fruto de la impostura académica, pensar que su exégesis nos daría su sentido último.
Sin duda, como en el caso de otros textos, la máquina de la interpretación genera en el mundo del lulismo toda suerte de debates y malentendidos. “Y por esto —dice Lola Badia— nos peleamos y nos decimos cosas feas los unos a los otros”. No me añadiré a la pelea, yo que no soy ni lulista ni filólogo ni historiador, pero seguro como estoy también de que toda interpretación es, llevada a su límite, siempre delirante. Cosas del oficio, cuando leo a Llull me propongo dejarme enseñar por su interpretación, la de Llull y la de sus lectores. Y la interpretación que Llull hace de lo real que encuentra en la estructura del lenguaje —aquello que tomará finalmente la forma de su Arte— no es ni más ni menos delirante que cualquier otra construida en nuestros días.
En un momento de la entrevista Lola Badia hace referencia, en un tono que podría parecer despectivo, a la lectura que los “psicólogos lacanianos” hacen del texto de Llull y la tilda precisamente de “delirante”. Esta es la respuesta que da a la pregunta, muy pertinente, de si “la idea de un Llull loco no habrá hecho mucho daño”:

— En Llull, la palabra locura tiene un valor positivo que viene de San Pablo. Pero hay psicólogos de todo tipo que la han entendido en el sentido de disparatado [forassenyat]. Los que lo han querido menospreciar lo han tildado de loco. Hay incluso escritos de psicólogos lacanianos. Todo lo que quieras. Es un discurso delirante. Claro, Llull explica en la Vida coetánea una experiencia un poco alarmante para una mentalidad de nuestros siglos, la experiencia de una depresión, con unas visiones, y esto también lo interpretan psicológicamente cuando creo que el motivo por el que lo explica es dialéctico, para explicar cómo supera racionalmente la tentación de la depresión, cómo supera el fracaso por la pérdida del control racional con la afirmación de su proyecto. La famosa crisis de Génova ha sido interpretada por escuelas de psicología que no tienen nada que ver con las de la época de Llull. Hablan de la patología de Llull. Todo el mundo es libre de decir lo que quiera pero desde el punto de vista de un filólogo y un historiador son las cosas que merecen menos respeto.

Seguramente no hay tantos “psicólogos lacanianos” que hayan escrito sobre Llull, de modo que me he sentido aludido al haber dedicado y publicado una tesis sobre la obra de Ramon Llull y el psicoanálisis de Jacques Lacan[2]. Aunque, seamos precisos, debemos decir de inmediato que tal vez no haya ni un solo “psicólogo lacaniano”. Y ello por una razón muy simple: el psicoanálisis de Lacan y la psicología académica de hoy, dedicada más bien a corregir “pensamientos erróneos” y a querer hacer pasar el camello del síntoma por el ojo de aguja de la normalidad, parecen ya incompatibles, conjuntos disjuntos. Y esto es así, entre otras cosas, precisamente por la posición ante lo que llamamos “locura”.
Nunca un psicoanalista que se haya formado en la lectura de Jacques Lacan podría menospreciar la palabra ni la experiencia de la locura como disparatada, aunque más no fuera porque ha hecho suya aquella premisa de un joven Lacan cuando estaba pasando de la psiquiatría clásica —psiquiatría hoy, es cierto, tan menospreciada por la ferocidad neurocéntrica— al psicoanálisis para subvertirla de arriba abajo: “Lejos de que la locura sea para la libertad ‘un insulto’ [como todavía puede pensar cierto sentido común], ella es su más fiel compañera, la sigue como una sombra. Y el ser del hombre, no sólo no se puede entender sin la locura sino que no sería el ser del hombre si no llevara en sí misma la locura como el límite de su libertad.”[3] Así pues, ¡respeto por la locura! La locura no es un déficit cuando se la escucha descifrando su lógica, es tan “positiva” como el delirio del que ya Freud nos avisaba que no es la enfermedad sino un serio intento de curación.
Y también, entonces, respeto por la locura de Ramon Llull que la conoció y reconoció muy bien en sí mismo, y que la supo tratar como muy pocos han sabido hacerlo: “En la palabra uno se muestra loco”[4]. Esto lo firmaría también el último Lacan cuando llegaba a sostener que “todo el mundo delira”, que el ser afectado por la palabra y el lenguaje está tan necesariamente loco que —citando a Pascal— “sería estar loco de otra locura no estar loco”.
No se trata de una idealización ni de una banalización de la locura, tampoco de hacer entrar la locura de Ramon Llull en la desgraciada serie de aquellos “Locos egregios” con la que la psiquiatría franquista de Vallejo-Nágera reduplicaba la segregación que recae, todavía y siempre, sobre ella.
Ramon no se esconde, explica con toda suerte detalles una serie de crisis subjetivas y de fenómenos de una lógica tan precisa que costaría inventarlos con finalidades puramente dialécticas sin haber hecho su experiencia, estremecedora con frecuencia. Se considera y se presenta como un loco, como también lo hacía, por ejemplo, Salvador Dalí en su delirio, tan productivo también: un loco no tan loco a fuerza de presentarse como un loco ante quien fuera, reyes y clérigos, universitarios sesudos de la época o muftis infieles de Bugía. Hacer derivar su locura de San Pablo no nos dirá, sin embargo, la lógica que la conduce. La locura de Ramon Llull es más bien la del Phantasticus, título de un texto increíble y sin par en su época, diálogo fingido entre “Ramon el loco” y un clérigo representante de la Iglesia. Es un texto que Lola Badia ha editado y comentado y del que no podría escapársele la feroz ironía, solo al alcance de alguien que ha sufrido de veras y que anima su escritura. Por ejemplo, cuando el propio Llull pone en boca de su aturdido interlocutor al que acaba de explicarle las derivas de su vida: “no sólo sois un phantasticus sino un superphantasticus [“fantasticissimus” dice la versión latina]”. ¿Simple recurso de estilo dialéctico? En cualquier cosa, San Pablo no sabría llegar tan lejos.
Entonces, la experiencia que Llull relata en su Vida coetánea y en otros textos, rellena de alucinaciones, de fenómenos corporales, de momentos de ruptura radical con la realidad, no podrían ser fingidos ni entendidos como un recurso de estilo, sea en la época que sea, ni tampoco como un modo de hacer admisible por la Iglesia la radicalidad de su Revelación. El interés retórico de presentarse como un loco no podría esconder nunca la verdad que se revela, de una lógica implacable que siempre termina excluyendo al sujeto de su relación con el Otro, ya sea en el amor como en el saber, en un diálogo que se muestra cada vez imposible a fuerza de partir de la certeza inalterable en las premisas. Su diálogo infinito con el Amado o con el sarraceno infiel es una buena muestra de ello.
De hecho, la operación Llull en relación a la comunidad escolástica de su época es más parecida a la de Marx (Groucho) que no a la de un partidario de la integración a ultranza: no querría pertenecer a ningún club que llegara a aceptar como socio a alguien como él. Su posición subjetiva seguirá siendo en este punto tan excéntrica y aguda como la del amigo en relación al Amado. Y ello —va aquí un aviso para los que encuentran hoy en su figura un posible referente para el ecumenismo— marca también su posición en relación a la imposible unificación de religiones y culturas, concepción hoy tan idealizada como llena de contradicciones insolubles. Así pues, si hay un interés retórico en Llull es el de tensar la cuerda que lo mantiene agarrado a su Otro (Dios el Amado, pero también el sarraceno infiel) en un diálogo infinito y de posiciones que se demuestran siempre irreductibles. Nunca para confundirse con él en una mística de la fusión. Es necesario leer en este punto, como aconsejaba Lacan, el texto de Pierre Rousselot[5] sobre las concepciones del amor en la Edad Media para entender la tortuosa relación de Llull con su Otro: lo busca, se ata a él con las “cuerdas de amor”, lo interroga, lo pincha, llega a provocarlo hasta hacerlo salir de sus casillas, pero vuelve a tensar la cuerda, lo vuelve a interrogar, lo vuelve a pinchar… y todo para mantener la necesaria dualidad entre el Uno y el Otro en un vínculo de amor y de muerte, de Amort (amor-muerte), como dirían hoy Biel Mesquida y el añorado Carles Hac Mor[6].
Finalmente, ¿qué ganaríamos negando o desliendo la locura de Ramon Llull, tanto si nos parece patológica como si no? ¿Ganaríamos su beatificación? De hecho, no le sentará nunca bien a “Ramon el laico” que lo coloquemos en el ara de la lengua nacional. Más bien perderíamos la posibilidad de entender la lógica de lenguaje que gobierna sus descubrimientos. Me referiré sólo a los tres que me han hecho trabajar y que me siguen “maravillando” —para retomar el término luliano— en su texto:
    El del Amor del amigo y el Amado, en una experiencia que nos aclara la estructura delirante de todo amor. Llull quería hacer de ella una ciencia, una Amància, pero fue finalmente para mostrar el nudo que el amor mantiene con la muerte y que lo convierte en amortificación —el sabio neologismo es suyo— en la locura. Nadie lo había podido decir todavía tan bien, sin duda por haber hecho, él mismo en su vida, esa experiencia llevada al límite.
    La del Affatus, otro neologismo que designa al lenguaje como un “sexto sentido”. Se trata del sorprendente descubrimiento de un real del lenguaje que hoy escapa todavía a la lingüística y que habría que releer a la luz de la noción lacaniana de lalangue. Sorprende que un Kurt Gödel, cuya obra subvirtió el siglo pasado la lógica y la propia ciencia, sostuviera seiscientos años después del mallorquín errante que la razón, el Logos del lenguaje, era también un “sexto sentido”. Es cierto, comparten los dos una locura que permite una experiencia lo bastante radical del lenguaje y una precisa intuición de lo más real de la lengua que nos habla, antes de que la hablemos nosotros.
    La del Arte como un aparato de escritura inédito en su época y que anticipa, ciertamente, un uso lógico moderno de la letra. Que Ramon mismo nos diga una y otra vez que ha recibido esta letra, y con ella la estructura del lenguaje del Arte, de su Dios Amado no debería hacernos perder de vista lo que le debe a la revelación de su inconsciente. El texto de Llull está tan lleno de sabrosos testimonios de esta revelación que sería realmente menospreciarlo si no supiéramos leerlos. “La instancia de la letra en el inconsciente…” empieza diciendo el título de un famoso texto de Jacques Lacan. Que acaba: “…o la razón desde Freud”.
Pensamos que todo esto tal vez podría contribuir un poco a devolver su singularidad al sujeto Ramon Llull cuando inevitablemente lo disecamos objetivado en los santuarios del saber.
Hemos dado un aperitivo del comentario de estos tres descubrimientos en un texto que forma parte del catálogo de la exposición que acaba de inaugurarse en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, visitable hasta el 11 de diciembre, gracias al buen hacer de Amador Vega que es su comisario. La exposición tiene un título muy revelador de lo que hoy es la locura que los psicoanalistas escuchamos en lo más común del sujeto de nuestro tiempo: “La máquina de pensar”.


[1] Este 2016 se celebra el “Año Ramon Llull” conmemorando el séptimo centenario de su muerte.
[2] La tesis fue presentada en Octubre del año 2000 en el Département de Psychanalyse de l’Université Paris 8 con el título L’amour, la parole et la lettre chez Raymond Lulle. Fue publicada en español con el título Llull con Lacan. El amor, la palabra y la letra en la psicosis, Editorial Gredos, Madrid 2011.
[3] Jacques Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1971, p. 166.
[4] Ramon Llull, Arbre de Sciencia, ORL XVIII, p. 368.
[5] Pierre Rousselot, Pour l’histoire du problème de l’amour au Moyen Age, Münster i. W, 1908.
[6] Ver el texto de Biel Mesquida en el diario digital Núvol del 7/3/2016, “Carles Hac Mor / Amort”.

2 comentaris:

Paco ha dit...

Molt interessant. Per cert no us perdeu l'exposició i activitats al voltant del tema "Bogeria i modernitat" organitzada per l'Institut d'Història de la Medicina i la Ciència de la U.V. (València).

Miquel Bassols i Puig ha dit...

Gràcies per la informació!!