Los tres últimos Congresos de la AMP han
seguido la triada de lo Simbólico, lo Real y lo Imaginario, principio de la
enseñanza de Jacques Lacan, en la reformulación del concepto de inconsciente
para su actualización en el siglo XXI*. Jacques-Alain Miller, en su decisivo
trabajo de elaboración de la última enseñanza de Lacan, ha desgajado para
nosotros los puntos de referencia fundamentales para orientarnos en las consecuencias
de esta enseñanza. El “parlêtre”, el ser del cuerpo hablante, anuncia sin duda
una nueva época en la práctica del psicoanálisis. Jacques-Alain Miller lo
indicaba así en su conferencia al finalizar el Congreso de Paris en 2014:
“analizar al parlêtre es lo que ya hacemos, y tenemos pendiente saber decirlo.”
Hay pues ya un saber-hacerlo, un saber-hacer con eso, al modo del artista que
sabe hacer con su síntoma. Nos falta ahora un un saber decirlo, un
hacerlo-saber de un modo que sea de recibo por nuestro mundo contemporáneo.
Siguiendo esta línea, Jaques-Alain Miller
retomaba la referencia al dualismo cartesiano de un modo que enseguida me
pareció que reformulaba de manera radical el inconsciente en el siglo XXI y que
nos plantea consecuencias importantes en la práctica analítica a partir de la
orientación lacaniana. Es una reformulación que afecta al estatuto mismo del
inconsciente pero también a las condiciones de la ciencia contemporánea y al
mundo psi en general.
Es un punto que ha tratado en diversos
momentos. Veamos, por ejemplo, cómo lo comentaba en su Curso “Sutilezas
analíticas” (en la p. 272 de la edición de Paidós) al plantear una hipótesis
necesaria a partir de Lacan, la hipótesis que podemos llamar de la “substancia
gozante”. Suponer una substancia gozante en el ser que habla introduce “una
modificación de la substancia pensante (res cogitans). Correlativamente,
la substancia gozante es una modificación conceptual de la substancia extensa,
que reintroduce el cuerpo, la unidad del cuerpo vivo […], se trata de una
substancia corporal, del cuerpo vivo considerado como substancia y cuyo
atributo principal sería el goce como afección de este cuerpo. El goce sería
propiedad y afección del cuerpo vivo”.
Me parece que efectivamente encontramos
aquí una reformulación radical, una subversión de hecho, del dualismo
cartesiano, introduciendo esta res fruens, si me permiten esta versión
latina del término “substancia gozante”, que hace específico al “cuerpo
hablante”, al parlêtre. Es la subversión incluida en la fórmula
lacaniana: “Pienso luego se goza” (Je pense donc se jouit). Es la
variable que Lacan introducirá al final de su enseñanza donde el « se
goza » vendrá al lugar del « yo pienso ».
Ahora bien, todo ello nos obliga a
reformular también el propio estatuto del inconsciente freudiano y su relación
con el cuerpo hablante.
Les propongo seguir esta referencia, esta
reformulación del inconsciente, en una lectura paso a paso del segundo capítulo
del Seminario “Encore”, que Jacques-Alain Miller tituló con la dedicatoria de
Jacques Lacan a su amigo lingüista, “A Jakobson”, especialmente a partir del
punto 3 (pp. 24, 25 y 26 de la edición de Du Seuil).
Es allí donde Lacan introduce el término,
ya subrayado por Jacques-Alain Miller en aquel momento en las frases de exordio
que puntúan el capítulo, de “substancia gozante”. Es un término que tiene todo
su peso, que merece nuestra atención y un desarrollo.
Veamos qué hilo nos tiende ahí Lacan para
ello. Lo cito paso a paso:
“Desde que uno substantiva es para suponer
una substancia, y de substancias, Dios mío, hoy por hoy, no las tenemos a
montones. Tenemos la substancia pensante y la substancia extensa.”
Dos y no más. Y en estas dos substancias
supuestas se sigue moviendo la ciencia y el pensamiento contemporáneo, ya sea
para intentar reducir la una a la otra, —es la empresa destinada al fracaso del
cientificismo actual— o para sostener su relación, una correlación entre la
llamada “actividad psíquica” y el llamado “correlato neuronal”, una correlación
que no termina nunca de desentrañarse por la simple razón de que no existe. No
hay, de hecho, correlación neuronal que pueda dar cuenta, por ejemplo, del
fantasma de la conciencia, como tampoco de las diversas versiones del fantasma
de la relación sexual que los analistas escuchamos en cada caso.
La dos substancias clásicas se proponen,
sin embargo, como complementarias. El término es del propio Lacan un poco más
adelante: “la famosa substancia extensa, complemento de la otra”. Una es
complemento de la otra, con una relación que ya estaría dada por supuesta pero
que es el verdadero misterio que Descartes introduce para cerrarlo de inmediato
en ese momento inaugural de la ciencia moderna. Este misterio es el
inconsciente, es el misterio de lo real del cuerpo que habla, ese misterio que
retorna de hecho con Freud para fundar el discurso del psicoanalista.
Parece que Lacan, desde el axioma Y a
d’l’Un, quisiera aquí introducir un ternario necesario para abordar este
misterio que sigue, como alma en pena, sin resolverse. La “dimensión
substancial”, como la sigue llamando, no tiene sin embargo otra substancia que
la dit-mension (la dicho-mención o la dicho-mansión), no tiene otro
referente u otra morada que el lenguaje mismo, “la función del lenguaje” que
vela por ella. Sigue diciendo:
“En primer lugar, de la substancia
pensante se puede decir sin embargo que nosotros la hemos modificado
sensiblemente. Desde ese yo pienso que, al suponerse él mismo, funda la
existencia, hemos tenido que dar un paso, que es el del inconsciente”.
En efecto, la res cogitans ha sido
modificada por el psicoanálisis, subvertida por el inconsciente freudiano. Ya
no es el sujeto quien piensa: “El sujeto no es el que piensa”. Hay un saber sin
sujeto, ese es el descubrimiento del inconsciente, y el sujeto es sólo aquél a
quien invitamos en el dispositivo analítico a decir lo que sea, aunque le
parezcan tonterías. “Es con estas tonterías como vamos a hacer el análisis”,
para entrar en “el nuevo sujeto que es el del inconsciente”, un sujeto que sólo
convocamos en la medida en que “no quiere ya pensar lo que dice”. El ser que
habla lo hace así como una res non cogitans, una cosa que puede querer
pensarse incluso a sí misma, pero que en realidad no piensa, no puede pensar lo
que dice. Imposible decir y pensar a la vez. Se suele decir así: lo dice en
broma en un lugar pero es porque lo piensa en serio en otro.
Sólo por este sesgo “surge un decir”, un
decir que es nuevo, que no siempre llega a “ex—sistir al dicho”, que sólo lo
hace por sorpresa, sin esperarlo, sin pensarlo. Y es por allí que, sigue
diciendo Lacan, “en el análisis de cualquiera, por tonto que sea, cierto real
puede alcanzarse”. Es por ahí que lo real del inconsciente puede dejar de no
escribirse, de manera siempre contingente.
En este punto podemos decir que Lacan
propone desembarazarse de la famosa “substancia pensante” como del fantasma de
la conciencia que recorre todo el mundo psi y la ciencia contemporánea.
Porque es un fantasma que se complementa siempre con su inefable pareja, la
“substancia extensa” en la que cree sostenerse.
Veamos entonces qué puede decir Lacan de
la otra substancia en juego en el dualismo.
“De la famosa substancia extensa, complemento
de la otra, uno no se desembaraza, uno no se deshace tan fácilmente tampoco,
porque [esa res extensa] es el espacio moderno. Substancia de puro
espacio, así como se dice puro espíritu, [pura—mente, podemos decir nosotros en
castellano]. No se puede decir que esto sea prometedor.” La famosa substancia
extensa no tiene así nada de dato empírico u objetivo, no más ni menos de hecho
que el puro espacio como un a priori en el que nos representamos el
mundo y a nosotros mismos con él, y siempre según las coordenadas simbólicas
propias de cada momento. Vivimos hoy, es cierto, sumergidos en el espacio de la
ciencia moderna, ese espacio fundado en un interior-exterior que tiene, sin
embargo, fronteras cada vez más frágiles. De hecho este espacio extenso es finalmente
una sugestión inducida por el cuerpo propio, por el cuerpo imaginario, por el
cuerpo del estadio del espejo y sus dimensiones de res extensa.
Freud lo supo ver muy bien al decir
—recuerden su texto de 1923 “El Yo y el Ello”— que el Yo es una extensión de la
superficie corporal, pura—mente por decirlo así. De modo que la res extensa
en la quiere sostenerse la res cogitans supuestamente complementaria no
es nada más que una extensión de la superficie corporal del Yo, fundada en el
espejismo de un interior-exterior que divide ese espacio en partes.
Y es por ello que Lacan dice de inmediato
que este “puro espacio se funda en la noción de parte, a condición de añadir lo
siguiente, que [esas partes] son externas todas para todas [cada una para todas
las otras] — partes extra partes [según la clásica expresión latina].”
Es decir, que cada parte que podemos delimitar en la supuesta res extensa
es siempre externa, exterior a cada otra parte delimitada en esta operación
imaginaria.
Señalemos aquí por ejemplo las paradojas
en las que se empantana el neurocentrismo de nuestros días cuando no puede
llegar a delimitar de manera certera en qué parte reside finalmente tal o cual
función mental, o hasta dónde se extiende incluso el propio cerebro como órgano
en el sistema nervioso, o también más allá de ese sistema cuando no puede
delimitarse tan fácilmente en el propio cuerpo. Hasta el punto de llegar a
sostener, en un salto que tiene todo su sentido, que sus funciones pueden
llegar a residir incluso fuera del cuerpo mismo. En efecto, ¿no aprendemos
nosotros que hay un goce fuera del cuerpo que modifica de manera sustancial el
goce del propio cuerpo? Lo noción misma de extensión le debe aquí todo su valor
a la dimensión (dit-mension) imaginaria del Yo corporal y a lo que hay
de éxtimo en él.
¿Cómo salir entonces de este embrollo en
el que vive y nada el sujeto de nuestro tiempo con todos sus síntomas? O mejor
¿cómo entrar en él armado con algo más consistente que el supuesto dualismo
cartesiano? Decimos “supuesto” también porque Descartes mismo enunciaba de
hecho un trinitarismo, tres substancias en juego: res cogitans, res extensa,
res infinita. Y queda siempre en el aire la consistencia o la
inconsistencia de esta tercera res infinita, divina o no, que daría
paradójicamente su última consistencia a las otras dos.
Pues bien, es aquí donde Lacan da un salto
que puede parecer inusitado, pero que es consecuencia del giro fundamental de
su enseñanza al introducir la noción de goce, de cuerpo hablante y su pareja
significante con el axioma Y a d’l’Un, —Hay lo Uno.
Lacan propone entonces una nueva
“suposición”, no menos supuesta que las anteriores pero que las altera de modo
radical. Pero es una suposición que proviene de la propia experiencia
analítica, fundada como saben en otra suposición, la del sujeto supuesto saber.
Propone “sopesar el gozar de un cuerpo” de un cuerpo simbolizado por el
lugar del Otro y que “comporta tal vez algo de una naturaleza que nos hace
establecer otra forma de substancia, la substancia gozante.” He ahí la
palabreja.
Lacan no le da a esta “substancia gozante”
otra condición que el de una suposición, es cierto, pero es una suposición en
la que reposa la experiencia analítica en el mismo grado que reposa sobre el
sujeto supuesto saber del inconsciente: “¿No es eso —sigue preguntando—lo que
supone propiamente la experiencia psicoanalítica?” La suposición de que hay un goce
del cuerpo, con todo el equívoco del genitivo en la expresión: que hay un
goce en el cuerpo propio, pero también que hay un goce del cuerpo del otro, ya
sea que yo goce del cuerpo del otro o que el otro goce en su cuerpo. Tenemos de
nuevo aquí la paradoja partes extra partes.
En todo caso, es sólo por esta vía, por la
vía del goce, que la experiencia psicoanalítica puede establecer que hay “la
substancia del cuerpo, a condición de que se defina solamente por el hecho de
que se goza”. Es la única propiedad que podemos adscribir a un cuerpo viviente,
lo único que puede especificar lo viviente de un cuerpo para diferenciarlo de
otros, el hecho de que ese cuerpo se goza. Sin duda es por esta única vía de la
substancia gozante que podría aclararse hoy lo que la Biología ha dejado para
siempre en la sombra de su objeto con la pregunta, que recuerdo siempre, de
Erwin Schrödinger: “¿Qué es la vida?” No hay finalmente otra señal de vida que
la que nos hace suponer un goce del Otro, ya sea en el propio cuerpo o en lo
más extraño que imaginamos como mundo extraterrestre. La cuestión de lo vivo
se resuelve en la suposición siguiente: eso goza. Mejor dicho incluso: eso se
goza.
Pero, sigo ahora citando el pasaje de
Lacan, “eso sólo se goza por corporificarlo de manera significante”. Sólo puede
suponerse pues ese “se goza” gracias al lenguaje, gracias a lalengua
—escrito todo junto— cuyas resonancias afectan al cuerpo. Lo que es un modo muy
distinto de plantear la cuestión que a partir de la res extensa, modo
que quedará siempre empantanado en las paradojas de lo interior y lo
exterior, del “partes extra partes de la substancia extensa”.
Para mostrar esta paradoja Lacan, en lugar
de evocar la ciencia moderna, evoca en este punto a Sade, “esa suerte de
kantiano”, como lo llama, para quien “solo se puede gozar de una parte del
cuerpo del Otro, por la simple razón que nadie ha visto nunca a un cuerpo
enrollarse completamente alrededor del cuerpo del Otro hasta incluirlo y
fagocitarlo”.
Cuando se trata de la substancia gozante
del cuerpo no hay modo de reducir el goce del Otro a una totalidad partes
extra partes. No hay otro goce que el de una parte del cuerpo y esa parte
no puede distinguirse en todo caso de otra parte como exterior a ella para
hacer de ella una totalidad. Lo que nos conduce a la necesidad del no-todo, del
no-todo de la substancia gozante del cuerpo. La expresión “gozar de un cuerpo”
tendrá siempre esta ambigüedad del significante que implica que gozar del
cuerpo del Otro es siempre gozar de una parte suya y que esa parte suya es
también la parte del propio cuerpo del que el Otro goza. “No soy sino la mano
con la que tu palpas”, escribe el poeta[1] siguiendo la
experiencia más elemental del goce del cuerpo del Otro.
Es este, en efecto, un “nivel elemental”,
como dice Lacan para abordar la tercera substancia que es la substancia
gozante, verdadera novedad de la experiencia analítica.
Rebobinemos entonces desde el punto de
partida a partir de este comentario del texto lacaniano.
Después del ternario de lo simbólico del
lenguaje (que fue motivo del Congreso de Buenos Aires en 2012), lo real del Uno
(Paris 2014) y lo imaginario del cuerpo hablante (Rio de Janeiro 2016) , ¿a qué
nos vemos conducidos? Nos vemos conducidos a considerar el cuerpo hablante
afectado por una nueva substancia, la “substancia gozante” que modifica el
tradicional dualismo cartesiano (en el que se funda la ciencia moderna, lo
quiera o no, y el mundo Psi con ella) para convertirlo, desde la orientación
lacaniana, en una nueva triada: substancia pensante (ya modificada por
el psicoanálisis, por el inconsciente freudiano), substancia extensa (el
espacio como tal fundado sobre la noción de parte, partes extra partes)
y la “substancia gozante”, novedad de la última enseñanza de Lacan,
subrayada por Jacques-Alain Miller en su conferencia final del Congreso de
Paris de 2014.
Por esta vía, podríamos también releer y
reformular aquella pareja-síntoma que fue tema del Primer Congreso de la AMP en
Barcelona del año 1998, tema que les recuerdo con su subtítulo completo: El
Partenaire-síntoma. Cómo se anudan, se sostienen y se desanudan las parejas
contemporáneas. Y podemos releerlo a partir de una nueva tríada, la del
inconsciente, el cuerpo, y el sinthome. Es la triada que Lacan introdujo
en su intervención en un Congreso de Roma en 1974, titulada “la Tercera”. Se
trata, en efecto, para nosotros de abordar esta tercera substancia con todas
las consecuencias clínicas que se deducen de la experiencia analítica.
¿Cómo abordarla sino es por la dimensión
del acto, siempre distinta de la dimensión propia del inconsciente?
Digamos, para seguir el hilo que Guy
Briole nos tiende en su intervención retomando la distinción de Jacques-Alain
Miller entre el “donc lógico” y el “donc analítico”, que es la consideración de
esta “substancia gozante” la que permite a Lacan interpretar el famoso cogito
cartesiano “je pense donc je suis” (pienso luego existo) con su fórmula “je
pense donc se jouit” (pienso luego se goza). Y que es también por esta vía que
el análisis del “parlêtre” de hoy nos conduce necesariamente a la dimensión del
acto como distinta a la de la interpretación.
Si el inconsciente hace pareja con la
interpretación, el goce hace pareja con el acto. Dicho de otro manera: no hay
introducción al acto si no es a través de la suposición de una substancia
gozante en el cuerpo del ser viviente. Y el acto analítico, especialmente en su
función de corte y de suspensión del sentido en la cadena significante, es tal
vez el que mejor puede articular estas dos parejas —Inconsciente e
Interpretación, Goce y Acto— en los cuatro términos en los que se juega el
futuro del psicoanálisis.
* Intervención en el X Congreso de la AMP: “El cuerpo hablante”, Rio de Janeiro, Abril 2016.
[1] Traducimos del catalán : “No sóc sinó la mà amb què tu palpeges”, Gabriel Ferrater, Posseït.