El prestigioso
Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha
resumido así los efectos de los resultados de las elecciones municipales y
autonómicas en España del pasado 24 de Mayo: “Acabamos de tener otro terremoto
electoral en la eurozona: los candidatos respaldados por Podemos han ganado las
elecciones municipales en Madrid y Barcelona”. ¿Estamos asistiendo, como piensa
Paul Krugman, a una réplica del terremoto griego originado por Syriza? Se trata
en todo caso de movimientos distintos, surgidos en España del tejido asociativo
y de base de las ciudades, de las asambleas de barrio, de las reivindicaciones
a pie de calle que el movimiento llamado del 15M puso en el primer plano de la
política del país. Las réplicas del terremoto han terminado por llegar así a
las esferas más altas del poder.
Y en efecto, Manuela
Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona están, cuando estoy escribiendo
estas líneas, en clara posición para ocupar las alcaldías respectivas de las
dos mayores ciudades del Estado español. Faltaba añadir un tercer epicentro del
terremoto, esta vez en Valencia, donde Mónica Oltra está también a punto de
ocupar la presidencia del gobierno en la Generalitat valenciana.
Tres mujeres, las
tres llevadas en volandas por el movimiento surgido hace tan sólo un año y
medio con el nombre de Podemos, aunque con distintas declinaciones. Las tres tomarán
así previsiblemente el poder en las tres ciudades y zonas más importantes del
estado español, ganando a los partidos clásicos que se alternaban hasta ahora
en el poder, el Partido Popular, el Partido Socialista y Convergència i Unió en
Catalunya.
Digamos en primer
lugar lo que estos nuevos movimientos han conseguido en tan corto plazo de
tiempo: cambiar las reglas del lenguaje político, trastocar el eje de
coordenadas simbólico en el que los discursos, —“dar un sentido más puro a las
palabras de la tribu”, Mallarmé dixit—, estaban perdiendo su sentido un día
tras otro. Es un cambio que empieza por los significantes que designan los
epicentros del terremoto: Podemos, Ahora
Madrid, Barcelona en Comú, Compromís... No
son ya significantes destinados a describir una posición política localizable
en el arco parlamentario habitual. Son significantes performativos, —siguiendo
de hecho el estilo y el éxito de la consigna “Yes, we can”—, destinados a hacer
lo que dicen, a pasar al acto, a dar un paso sin vuelta atrás generando un
nuevo sentido. Pablo Iglesias, el carismático líder de Podemos, lo explicaba
así: “Siempre he sido de izquierdas, pero nuestros problemas no pueden
explicarse en términos de la ideología izquierda-derecha, sino en términos de una
lucha contra los privilegiados que están abusando de la mayoría de los
ciudadanos que están debajo de ellos”. Las nuevas coordenadas del discurso político
han pasado así de orientarse según el eje “izquierda-derecha” a hacerlo según el
eje “abajo-arriba”, mucho más convincente para el ciudadano de hoy, más eficaz incluso
desde una perspectiva geográfica: el sur europeo de cálidas aguas mediterráneas
contra los oprimentes vientos del frio norte financiero.
Las nuevas
metáforas han calado hondo y el terremoto se ha ido transformando en tsunami. Nada
indica que deba detenerse en las fronteras, cada vez más tenues, de la Europa
del sur, en los límites que se han intentado fundar hasta ahora en la relación
recíproca entre significantes, relación en la que siempre es posible suponer un
Otro del Otro y que tiene sus repercusiones simbólicas e imaginarias. Es sabido
que una frontera distingue dos espacios entre los que puede establecerse una relación
recíproca entre representaciones, como es el caso por ejemplo de los consulados
que representan a un país para cada uno de los otros. Esta es la lógica del
significante. Del mismo modo, la izquierda ha sido izquierda para la derecha y
la derecha ha sido derecha para la izquierda. Después del tsunami, la derecha española
puede quejarse así de que la izquierda está encontrando su unidad para
desbancarla de los ayuntamientos y los gobiernos autónomos. Y no le falta
razón, pero desconoce así, a la vez, las razones del tsunami que se le ha
venido encima y que ha finalizado un periodo de mayorías absolutas para pasar a
un nuevo momento en el que minorías aliadas entre sí aparecen con una
multiplicidad de modos de representación. Ya no hay, de hecho, fronteras claras
para ordenar a estas minorías, cada una con su propio síntoma a modo de emblema:
los desahuciados por las hipotecas, los condenados a la miseria por el sistema
financiero, los expoliados de y por su trabajo, los oprimidos por el poder
central... “No nos representan”, era la consigna que unió a esta amplia
variedad de malestares sociales.
Las nuevas fuerzas
políticas no siguen ya la lógica de la representación recíproca propia de los
significantes anteriores, tampoco de los significantes que intentaron ordenar
el mapa de las autonomías en la España del postfranquismo. Siguen más bien la
lógica de la disparidad, del litoral, que Jacques Lacan opuso en su momento a
la relación recíproca entre significantes, entre sus representaciones y sus fronteras
geográficas. Obtienen
su sentido a partir de experiencias subjetivas vinculadas a la singularidad del
síntoma, de la opacidad del goce, como solemos decir en la orientación lacaniana.
Y seguramente es por ello también que estas nuevas fuerzas están más del lado
femenino.
Veamos.
Manuela Carmena, reconocida
jurista y antigua militante del Partido Comunista, fue cofundadora del despacho
laboralista de Madrid en el que se produjo la sanguinaria matanza de Atocha de
1977, atentado terrorista de la ultraderecha franquista que convulsionó al país.
Su acción como abogada laboralista ha marcado un antes y un después en la lucha
por los derechos civiles y de los trabajadores, y ello al precio de un
sufrimiento subjetivo que Manuela no quiere esconder, tampoco en la reciente
contienda electoral: "La
campaña me ha hecho sufrir. Si pudiera dar marcha atrás, hubiera preferido otra
sin lugar a dudas." En lugar del gastado y ya inútil debate sobre los
pactos entre centro y autonomías, Manuela introduce un discurso mucho más
seductor para tratar ese real que ha hecho desde siempre imposible la unidad
del Estado español: “A partir de ahí, a mí me parece que cuando dos ciudades se
gustan tienen menos interés en separarse. Si desde Madrid estamos interesados
en lo que pasa en Barcelona y desde Barcelona en Madrid, como que tendríamos
menos prisa en plantearnos la separación, ¿no?”
Ada Colau tenía
sólo tres años cuando Manuela sufrió en propia carne, aunque por fortuna no
estuviera allí ese fatídico día, los atentados de Atocha de 1977. A Ada le gusta iniciar su autobiografía con
estas palabras: “Nací la madrugada del 3 de marzo de 1974 en Barcelona. Pocas horas
antes, el régimen fascista de Franco asesinaba en la cárcel Modelo a Salvador
Puig Antich, un hecho que mi madre me ha recordado aniversario tras aniversario
y que ha marcado mi compromiso con la lucha por el cambio social.” Ada ha apuntalado su merecido lugar de enunciación en la política en un incansable
activismo a favor de los desahuciados por las hipotecas bancarias. Y votó “sí,
sí” —sí al derecho a decidir, y sí a un estado independiente— en el referéndum
ilegal por la independencia realizado en Catalunya el pasado mes de Noviembre.
Mónica Oltra, nacida
en Alemania cinco años antes que Ada, militaba a los quince años en el Partido
Comunista del País Valenciano. Adquirió un gran protagonismo con sus
intervenciones y apariciones en la cámara valenciana, de la que fue incluso expulsada
por vestir una camiseta negra con una fotografía de su presidente, salpicado
por los sucesivos escándalos de corrupción del caso Gürtel, con la inscripción
“Wanted. Only alive”. Y hay que decir que ha obtenido un buen resultado: “¡Qué
hostia, qué hostia!” exclamaba, después de conocer los resultados de las
elecciones, la folclórica Rita Barberá, hasta ahora alcaldesa de Valencia, sin
saber que los micrófonos estaban registrando sus lamentos.
Señalar ahora estos
tres rasgos, estos tres conflictos, puede dar una idea de lo que hoy está en
juego en la política española, de la fuerza que ha obtenido súbitamente la
división del sujeto ante los oscuros significantes del poder que pasaron
indemnes la llamada transición después de la muerte del dictador. Es la
división de un sujeto que no esconde su sufrimiento ante sí mismo ni ante los
otros. Conviene escuchar desde esta perspectiva el discurso de cada una de
estas tres mujeres, una por una, para entender la fuerza del conflicto en el
que fundan su división y los nuevos lugares de enunciación surgidos, en
apariencia de modo tan repentino, en la escena política española.
Y es una división
que se contagia como un reguero de pólvora. Se contagia con la fuerza del débil
que gana sobre la debilidad del poder cuando éste ha mostrado su impostura, su
dimisión ante el Otro poder, el de las anónimas leyes financieras, el del fracaso
del principio del mercado, el que sigue inexorablemente las leyes de aquel otro
famoso “fracaso del principio del placer” freudiano. Estamos ahora en la
proliferación de síntomas que retornan de este fracaso y que luchan por hacerse
un lugar en la vieja Europa.
Ada Colau lo dijo de
manera sintética en su primera aparición después de ganar las elecciones:
“David ha ganado a Goliat”. Y es que Goliat se ha demostrado durante mucho
tiempo demasiado débil ante su propio Goliat, ante el Otro que se agita en sus
mismas entrañas, el que nos seguirá esperando sin embargo a cada uno a la
vuelta de la esquina.
¡Ah! ¡Qué no daría
yo por asistir al previsible desencuentro de estas tres mujeres con Angela
Merkel!
La diferencia entre la lógica del significante,
fundada en la reciprocidad de las representaciones y situada del lado
masculino, y la lógica de la letra, del litoral, que pone en suspenso esta
reciprocidad del lado femenino, puede rastrearse en la última parte de la
enseñanza de Lacan. “La lettre n'est-elle pas... littorale plus proprement,
soit figurant qu'un domaine tout entier fait pour l'autre frontière, de ce
qu'ils sont étrangers, jusqu'à n'être pas réciproques?” Jacques Lacan,
“Lituraterre”, in Autres écrits,
Editions du Seuil, Paris 2001, p. 14.
Sobre el pasaje de la reciprocidad del significante a la diparidad, cf.
Jacques-Alain Miller, “La orientación lacaniana. Extimidad”, lección del 4 de
Diciembre de 1985, “Sea cual fuere el desfasaje de registro entre lo simbólico
y lo imaginario, debe verse que lo que vale es siempre la reciprocidad. La comunicación
simbólica no parece más que un calco de la comunicación imaginaria (…) Pasemos
de la reciprocidad, simbólica o imaginaria, a la disparidad”. Extimidad, Paidós, Buenos Aires 2010, p.
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