Villa dei Misteri, Pompeya |
Contribución para la Conversación
Clínica del Instituto del Campo Freudiano 2015, “Homosexuales en análisis”, con el comentario del siguiente texto de Jacques Lacan, distribuido por la comisión de organización.
"Falta sacar la lección de la naturalidad con que
semejantes mujeres proclaman su calidad de hombres, para oponerla al estilo de
delirio del transexualista masculino.
Tal vez se descubra por ahí el paso que lleva de la sexualidad femenina al
deseo mismo."
Jacques Lacan,
"Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina", Escritos 2, Barcelona, 2001, p. 714.
Con este
párrafo, Lacan vuelve a poner sobre la mesa, una vez más, no sólo la asimetría que
existe entre los sexos sino, más radicalmente todavía, la no reciprocidad entre
la posición femenina y la posición masculina cuando se trata de las
identificaciones y del deseo sexual. Masculino y femenino no son anverso y
reverso de una misma moneda, ni son tampoco posiciones complementarias en el
deseo. Pero además, no son tampoco posiciones recíprocas donde cada Uno sería
el Otro para el Otro. Esta falta de reciprocidad se debe al lugar de la mujer
como “Otra para sí misma”, del mismo modo que lo es para el hombre, tal como
Lacan lo formulará en este mismo texto. Dicho de otra manera, la mujer encarna
la Alteridad del sexo como tal, en oposición al Uno fálico. Y será precisamente
la sexualidad femenina, desde la homosexualidad o desde la heterosexualidad, la
que indicará a Lacan el camino hacia un más allá del goce fálico, así como un
más allá del Edipo freudiano. En este más allá, entre Uno y Otro sexo no hay
simetría ni reciprocidad posibles.
Pero
recordemos que el párrafo de la cita está extraído de un texto escrito en 1958,
año de especial relevancia por lo que se refiere a la elaboración en la enseñanza
de Lacan sobre la significación del falo como significante del deseo y como
localizador del goce. El significante del falo viene precisamente al lugar de
la no reciprocidad —de la no relación, dirá Lacan más adelante— entre los sexos
y es el significante que en el lugar del Otro, del Otro sexo en primer lugar,
dará una significación a su deseo, haciendo posible la localización del goce en
una identificación sexuada, masculina o femenina. Esta alteridad sin
reciprocidad posible de la mujer en el campo del deseo y del goce quedará
definida por Lacan en esta misma época como “la mujer que falta a todos los
hombres” (en su texto “Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis”). Más adelante, en los años setenta, será el famoso aforismo
lacaniano el que vendrá a confirmar esta imposibilidad de representación de la
mujer como un universal que existiera para todos: “La mujer no existe”.
Valga pues este
breve recorrido para situar una posible lectura del párrafo citado. Señalemos
de entrada que el término “semejantes mujeres” designa en el texto a las
mujeres homosexuales. Si la homosexual femenina puede afirmar su posición masculina
de manera más “natural”, —el término no deja de tener cierta ironía en Lacan cuando
nada de la sexualidad puede entenderse aquí como algo natural— es precisamente
porque desde ahí, desde el lugar del Uno fálico, puede tomar más directamente a
Otra mujer como objeto, encontrando así en ella esa “Otra para sí misma” y amándola por lo que no tiene, ese Uno del
falo que sí podrá hacer parecer ella misma con su cuerpo en la parada sexual.
En esta lógica, el pasaje hacia el deseo del Otro parece, en efecto, más
balizado incluso que en el caso del propio hombre que nada sabe de esa “Otra
para sí misma”.
En el lugar
opuesto, es interesante observar que Lacan no sitúa al homosexual masculino,
que se identifica también con el Uno fálico para el deseo del Otro, para el
deseo de la madre en primer lugar. Ni sitúa tampoco al travestista, que juega a
hacer aparecer y desaparecer ese Uno del falo bajo los velos del disfraz
femenino. Sitúa al transexualista masculino que se identifica precisamente con
“La mujer” como tal, con esa “mujer que falta a todos los hombres” y que se
encuentra tanto en el principio como en el horizonte del delirio del presidente
Schreber, al que Lacan refiere de forma paradigmática la posición transexual.
Transformarse
en “La mujer” que falta a todos los hombres, en la mujer de Dios para el caso
de Schreber, es en efecto una posición opuesta a la que hemos señalado en la
homosexual femenina en relación al Uno fálico. Pero sobre todo es una posición
menos “natural”, si se nos permite redoblar la ironía lacaniana, dado que
contraviene de manera decidida la famosa máxima según la cual la anatomía,
natural, sería el destino de la identificación sexuada.
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