“No es una crisis,
es una estafa”*. La frase fue uno de los lemas acuñados por el movimiento del
15-M en España cuando una multitud salió, el 15 de Mayo de 2011, a las calles
de distintas ciudades haciéndose eco del creciente malestar producido por las
nuevas políticas de recortes y de eliminación de derechos sociales. El lema
hizo fortuna y se ha ido instalando cada vez más como una interpretación
individual de lo que se imponía como un malestar en el orden social producto de
la llamada crisis del sistema financiero. El lema era de hecho el índice de un nuevo
sujeto de lo colectivo, un sujeto que surge de una reformulación de las
coordenadas simbólicas que intentan ordenar el malestar del síntoma
contemporáneo, un sujeto que traduce hoy en términos de delito, de fraude y de
engaño, lo que en otros momentos y desde otro lugar se diagnosticaba como un
momento de transformación, de cambio —argumentado como necesario desde el
cinismo político—, un cambio supuestamente inherente a los procesos de reorganización
social.
Vale la pena
subrayar lo que la interpretación de este lema supone como cambio de discurso para
responder a la desigualdad en la distribución social de los bienes y recursos. No
se trata ya de un momento de crisis del sistema sino de su propia perpetuación sostenida
sobre la figura de un Otro del goce que se revela finalmente en su dimensión
más radical y traumática como imposición de un orden social fundado en el
fraude y en el engaño, en el expolio sistemático de los bienes de muchos por
unos pocos. El sistema simbólico imperante, lejos de proponerse “gestionar la
crisis”, se revela entonces como un sistema que se alimenta él mismo de su
propia crisis, dejando velada tras una cortina de humo la figura de Otro goce.
Es un goce de los bienes y recursos tanto más codiciado cuanto más supuesto en
el Otro, pero igualmente menos decible por el discurso que lo impone como
necesario para todos, como un sueño del que sería mejor no despertar. Es la
lógica del discurso capitalista tal como Lacan pudo formularla en su momento[1]
al hablar de la llamada “crisis” del discurso capitalista que toma el relevo
del discurso del amo. Es una crisis que se consuma en su propia consumición, o
también una crisis que se consume en su propia consumación. Es una crisis finalmente
que se alimenta de sí misma de un modo asintótico, sin que parezca llegar nunca
al mismo límite que ordena su lógica y su movimiento internos.
Del mismo modo, el
superyó que Freud describe en “El malestar en la cultura” se alimenta de las
renuncias que impone a la satisfacción pulsional del sujeto, engordando cuanto
más adelgaza el bienestar que el principio del placer intenta mantener en el
aparato psíquico. En esta coyuntura, la figura del Otro goce —siempre Otro,
siempre un poco más— que el superyó tiene a bien imponer —y siempre,
precisamente, en nombre de un Bien—, se hace cada vez más consistente cuanto más
supuesto. Es este imperativo de goce del superyó el que se escondía bajo la
piel de cordero de las mejores intenciones enunciadas en nombre de la creación
de riqueza y bienestar social.
El análisis lógico
de Lacan indica que se trata, en la estructura de sus cuatro discursos, de una
simple pero decisiva mutación, una permutación de los términos del sujeto ($) y
del significante amo (S1) en los lugares que ocupan en el Discurso
del amo. Allí donde en el Discurso del amo se sitúa el significante agente que
comanda las significaciones y ordena el goce, allí mismo se sitúa en el
Discurso capitalista la crisis del sujeto dividido por el imperativo de ese goce
pulsional que lo habita. Hacer de este sujeto y de su malestar permanente el
agente y el motor del propio discurso, la llave de vuelta de la maquinaria de producción
de un “plus de gozar” que viene al lugar de la famosa “plusvalía”, y todo ello
dejando velado el significante que ordena ese goce, es tal vez el invento más
sutil del capitalismo en sus formas contemporáneas. Dicho de otro modo: hacer
de la crisis del sujeto el alimento de la propia maquinaria que lo determina en
su relación con el goce. Dicho todavía de otro modo: ¡Consúmase usted mismo…
para consumar la crisis en la que se consume!
Constatación clínica. Debajo de la
crisis, se esconde el superyó con su imperativo de goce imposible de cumplir.
Querer curar la crisis —la de angustia, de pánico, de duelo, de insatisfacción,
pero también la que carcome el orden social actual—, puede ser a veces la mejor
manera de alimentar ese imperativo y sus efectos devastadores si no se analiza
antes el significante que ordena —en todos los sentidos de la palabra
“ordenar”— ese goce impuesto en nombre del Bien. La clínica del psicoanálisis,
tal como indicó hace tiempo Jacques-Alain Miller, es en primer lugar una
clínica del superyó y sus paradojas[2].
Constatación política. Conviene no
confundir la justicia distributiva de los bienes y recursos, —tan defendible
como la que se funda en los derechos humanos—, con la justicia distributiva del
goce, incluida la del goce de esos mismos bienes y recursos. Esta última, más
bien inhumana y de ascendencia siempre dudosa para Lacan, topa con un real
imposible de “gestionar” de modo colectivo cuando se trata de la economía individual
del goce pulsional. En realidad, ordenar la cosa pública no dirá nunca en qué
consiste ni qué ordena el goce privado de esa cosa. Y hace falta a veces estirarse
en la privacidad de un diván para descifrar lo que públicamente permanece como indecible
de la Cosa que Freud llamó das Ding,
el objeto indecible del goce. En este punto, la crisis está siempre asegurada.
Constatación epistémica. Todo
sistema simbólico incluye entre sus principios la imposibilidad lógica de dar
cuenta del nuevo real que él mismo engendra, si es que no se ha fundado ya en
él. Los momentos críticos que se producen en todo sistema son momentos
privilegiados para dar cuenta de ese real. Este teorema, que supuso en la
historia de la ciencia su propio momento crítico (cf. Kurt Gödel), tiene para
el psicoanálisis de orientación lacaniana su transcripción lógica: S(/A),
significante de la falta del Otro; y su concepto: el inconsciente real.
Detengámonos
entonces un momento más en este desplazamiento actual del malestar del síntoma
y de su discurso que va desde la crisis estructural hacia la estafa de un goce
que estaría en su reverso. Intenta dar cuenta de un nuevo real en el que se
fundan tanto la crisis como la estafa. De hecho, el lema “No es una crisis, es
una estafa” quiere decir también que toda crisis tiene algo de estafa, de
pérdida de un goce que ha sido hurtado en el juego de manos de la maquinaria
del discurso en la producción de su “plus de gozar”. Estafa pues, pero más bien
estafa de un goce que no puede hacerse equivalente ni reducirse a los bienes
que se trataba de distribuir. Cada sujeto puede hacer la experiencia, a veces
de modo especialmente traumático, de esta diferencia cuando constata que el
goce del objeto no estaba en el objeto mismo: tal vez estaba sólo en la adquisición
del objeto, a veces en su misma pérdida, y casi siempre como un goce
primeramente supuesto en el Otro.
Es una experiencia
de verdad que sólo el psicoanálisis ha llevado a su condición de experiencia
ética. Y tiene consecuencias decisivas para el estatuto de la propia verdad.
Cada crisis en un
sistema simbólico de significantes, de semblantes, es así en primer lugar una
crisis de la verdad que se sostenía en ellos. Desde esta perspectiva, como
señalaba Jacques-Alain Miller citando a Gilles Deleuze[3],
el tiempo siempre pondrá en crisis la verdad de cualquier sistema porque la
verdad es tributaria de su tiempo interno, relativa al flujo de sus
significaciones. No hay verdades eternas, como se suele decir, pero es porque, —al
decir de Baltasar Gracián para quien el término “crisis” obtuvo su justa medida
con El Criticón—, “la verdad siempre
llega la última, y tarde cojeando con el tiempo”, siempre a contrapié y marcando
un momento de crisis del sistema de significantes que requerirá su nueva
ordenación. Es en este punto donde la verdad muestra su parentesco con el goce,
un parentesco de fraternidad que Lacan había señalado muy bien en su Seminario
XVII[4].
La verdad es allí hermana del goce. Cada crisis de la verdad es entonces en su
reverso irrupción de un goce, de una satisfacción pulsional que el sistema del
discurso no podía prever ni representar, un goce que siempre aparece marcado
por una pérdida, hasta como un goce perdido. De ahí que en la experiencia
subjetiva que aprehendemos en lo más particular de cada análisis, los momentos
de crisis comporten siempre, de una manera o de otra, una pérdida del valor
libidinal que algunos objetos tenían para el sujeto y un retorno de ese valor
libidinal en otra satisfacción que no siempre se adecuará al placer. Lo que
puede ser experimentado muy bien como una estafa por poco que esa pérdida se
atribuya al Otro, a cargo de la contabilidad general de la justicia
distributiva. La actualidad de la crisis nos muestra sin embargo que esos
momentos puedan ser experimentados también como un momento privilegiado de
elección, hasta de oportunidad como quiere hacer suponer aquella falsa verdad
que, desde que John F. Kennedy la pusiera en circulación, da ese sentido de
“oportunidad” al término chino de “crisis”.
De una forma o de otra,
los momentos de crisis son siempre momentos de pérdida de un goce que retorna
bajo las distintas formas del síntoma. Implican, cada vez, la irrupción de un
real que exige una respuesta al ser que habla. Es la respuesta que el
psicoanálisis de Jacques Lacan designó primero con el término “sujeto” para
indicar el lugar de responsabilidad sobre ese goce imposible de contabilizar
por el Otro, por ese Otro… si existiera. Es en esta respuesta, cada vez
singular, donde la palabra “crisis” recupera su sentido genuino, el que la
etimología le da también al traducirla como un “yo decido, yo separo, yo
juzgo”.
* Texto de preparación del Congreso de la
NLS, Ginebra 9 y 10 de Mayo de 2015, sobre el tema “Moments de crises”.
[1] Especialmente en su intervención del 12 de Mayo de 1972 en Milán recogida en Lacan in Italia 1953- 1978, La Salamandra, 1978, pp. 32-55.
[1] Especialmente en su intervención del 12 de Mayo de 1972 en Milán recogida en Lacan in Italia 1953- 1978, La Salamandra, 1978, pp. 32-55.
[2] Jacques-Alain Miller, “Clínica del
superyó”, en Recorrido de Lacan,
Caracas 1984.
[3] Citado
a su vez por Gil Caroz en su texto de presentación del Congreso de la NLS,
“Moments de crise”: http://www.amp-nls.org/page/fr/170/le-congrs
Ver Jacques-Alain Miller, “Introduction à l’érotique
du temps”, La Cause freudienne, nº
56, Navarin éditeur, Paris 2004, p. 69.
[4]
Jacques Lacan, Seminario XVII, “El
reverso del psicoanálisis”, Paidós, Barcelona, p. 57.