Contribución al debate para el Forum de Torino de la Scuola Lacaniana di Psicoanalisi (11/10/2014) sobre "Sociedad de la transparencia, opacidad de la intimidad".
Agradezco a Begonya Gasch y Jordi Marimon haberme dado a conocer el libro de Han que ha motivado esta reseña.
“Ningún otro lema domina hoy tanto el
discurso público como la transparencia”. Así empieza el breve ensayo del
filósofo Byung-Chul Han, titulado La
sociedad de la transparencia (Berlín 2012). Sus referencias van de Platón a
Heidegger, de Barthes a Foucault, de Freud a Lacan, y abre un amplio abanico de
significaciones de lo que se revela ya como un significante amo de nuestra
civilización. El ideal de transparencia va hoy mucho más allá de la denuncia de
la corrupción política y de la defensa de la libertad de información, llega a
cada ámbito del ser que habla para transformar su universo en “un infierno de
lo igual”, sin alteridad posible. Es el ideal transformado en un imperativo de
hacer transparente a lo Otro, de hacer desaparecer la alteridad que se presenta
siempre como opacidad de un goce, reduciéndola a una información objetiva y
transmisible, sin equivocidad posible, reduciendo también así la dimensión de
la verdad de la palabra a la exactitud de la cifra.
La experiencia analítica muestra que no
hay, sin embargo, imperativo del superyó sin el retorno paradójico de aquello
que intenta liquidar. El imperativo de la transparencia alimenta así la
opacidad que el goce hace presente en la intimidad de cada ser que habla tomado
en su singularidad irreductible. Hasta el punto de hacer de ese retorno un
nuevo imperativo, no menos paradójico: ¡Gozar de la transparencia misma sin
saber nada de la opacidad que la habita! Y ello en cada uno de los registros
señalados por el filósofo:
— En la sociedad llamada “positiva”, cuyo
instrumento ideal sería un lenguaje sin equívocos, como el lenguaje formal de
la máquina lógica. El retorno de la opacidad del goce toma aquí la forma de la falta de ser, del sinsentido que habita
en la acumulación constante de información.
— En la
exposición sin secretos ante la mirada del Otro, exposición que aniquila
la distancia de lo íntimo en un ideal de integración de cualquier alteridad.
Pero la falta de distancia no es cercanía. La opacidad del goce requiere de un
“desalejar” (término heideggeriano), de una distancia para alojar su alteridad.
— En la ideología de la evaluación y de
la evidencia de los procedimientos que deja en la opacidad el objeto del goce,
ese objeto subrayado por Lacan en la obra freudiana como das Ding, la Cosa imposible de representar, de hacer evidente. De
ella sólo tenemos los indicios —es la buena interpretación de la famosa evidence con la que nos machaca el
cientificismo actual—, los signos que requieren siempre de una interpretación.
— En la extensión de la pornografía, de la
exposición sin velos que reduce la erótica del cuerpo a la obscenidad de la
carne, borrando de la imagen del cuerpo aquel punctum en el que Barthes situaba el tiempo necesario de la
contemplación y del deseo.
— En la aceleración del tiempo de
comprender que reduce cualquier relato, cualquier discurso simbólico, a un
proceso de información inmediata. Se requiere aquí un toque proustiano, más
allá de la desaceleración necesaria, donde el sujeto no aparece en el “disfrute
de lo inmediato” sino “mucho más tarde”, en el tiempo de la reminiscencia que
es el tiempo propio del significante irreducible a la unidad de información.
— En la tiranía de la intimidad entendida
como transparencia psicológica del sujeto ante sí mismo. Se trata aquí, por el
contrario, de situar la intimidad del goce como el máximo grado de opacidad del
sujeto, allí donde es más Otro para sí mismo.
— En la sociedad llamada “de la
información” que “no engendra ninguna verdad”. En ella, la hiperinformación no
arroja luz en la oscuridad sino que deja a la propia verdad (la aletheia) sin posibilidad de
desocultarse.
— En la revelación, que ha perdido el
valor que tuvo por ejemplo en la experiencia religiosa, reducida a la
adquisición de un conocimiento objetivo. Rousseau y Kant son aquí dos
testimonios de la instauración del Otro de la vigilancia y del control en los
que se pueden ordenar hoy dos vertientes del discurso pedagógico.
— En la sociedad llamada “del control”,
donde el panóptico único de Bentham se ha transformado en una red de habitantes
que se controlan recíprocamente en la era del “panóptico digital”. La supuesta
transparencia convierte aquí al sujeto en un objeto de intercambio bajo la
sombra opaca del goce del Otro, diseminado ahora en una ubicuidad virtual.
En cada uno de estos registros, la experiencia
analítica orientada por la brújula lacaniana de lo real podrá sernos útil para
replantear la singularidad del ser que habla en las paradojas de la
transparencia y la opacidad del goce.
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