La obra de Johnny Gavlovski nos sumerge de lleno en las
ambigüedades y fluctuaciones que la noción de personalidad experimenta en
nuestro mundo. Nada más vaporoso que una personalidad repartida y diseminada hoy
en una serie de “avatares” que no esconden ya su naturaleza virtual. Antes
bien, esta multiplicación satisface de manera muy eficaz lo que la experiencia
psicoanalítica aisló muy pronto con el término de narcisismo. Dicho de otra
manera, esta obra nos confronta a la vacilación de las identificaciones que el
sujeto contemporáneo experimenta con su Yo y a los modos de intentar remediarla.
Y lo hace en primer lugar poniendo en escena la diferencia radical, la división
irreductible, entre uno y otro, entre el sujeto y el Yo.
Tú no eres tu Yo, por
decirlo así. Lo que suena igual en nuestra lengua a Tú no eres tuyo. ¿De quién entonces?
En una época en la que puede ya discutirse seriamente si una
secuencia de ADN humano es patentable por una multinacional, la pregunta no
carece de sentido ni de alcance, tanto ético como político. Supone sin embargo
que el ser de cada sujeto podría reducirse de algún modo a la combinatoria de
las letras que designan las cuatro bases del mal llamado código genético, AGCT.
¿Estará mi ser escrito allí? El alcance de la cuestión se convierte entonces en
fundamentalmente clínico: cierra de un solo golpe la dimensión del inconsciente
tal como Freud la abrió, dejando la responsabilidad del sujeto y de su síntoma
al nuevo objeto de la genética, a su supuesta causalidad, o peor aún a la
multinacional en liza.
La dimensión del inconsciente freudiano implica que las letras
en las que mi ser puede leerse solo tienen realidad de lenguaje y están
escritas a partir de los actos fundamentales de mi vida sin que el Yo lo sepa,
siempre desarrollados en la Otra escena, para retomar la expresión freudiana. Así
puede leerse el aforismo de Jacques Lacan “el inconsciente está estructurado
como un lenguaje”. Implica también que el Yo, y el Tú en el que se refleja, son
los símbolos de una alienación fundamental del ser del sujeto en los actores
pergeñados por el guión de ese inconsciente. Es una alienación que siempre
reviste a los actores de cierta locura inherente a su ser de ficción: la
personalidad, insistía Lacan, siempre es algo paranoica.
En el desarrollo del único acto de lenguaje que compone esta
obra, hay algo que nos ha llamado la atención. Y es que nos acostumbramos muy pronto
a los nombres de los personajes —“Yo” y “Tú”— desgajados del uso pronominal de
los términos. La reducción de los pronombres a nombres propios parece casi
natural y progresiva a pesar del trabalenguas en el que se produce. Yo me llamo
“Yo”, así como Yo puedo llamarme “Tú”, o bien puedo llamarme Newton o Filómeno,
o también Mamerto. Y tú igualmente. Un paso más y puedes llamarte Sahara, o
incluso Guau. Todo consiste en vaciar de significación un significante y
reducirlo a la función de nominación. El uso de las mayúsculas va a la par, en
efecto, de la función de nominación y la poesía recurre muchas veces a esta
característica de la letra para hacer propios algunos nombres comunes. Solo que
en esta operación de reducción jibárica aparece una nueva entidad, incluso un
nuevo ser: para que algo sea debe ser en primer lugar nombrado y la función del
nombre propio se revela entonces como lo más impropio para cada ser, algo que
le viene del Otro más radical. ¿Qué es lo primero que me ha venido del Otro si
no es precisamente mi nombre llamado propio de manera tan impropia?
Así, reducir el pronombre más común, Yo o Tú, a un nombre propio
tiene en efecto algo que toca el ser más íntimo del sujeto, casi al modo del
insulto que solo toca a lo real en la medida que pierde su significación. El
caso freudiano del Hombre de las Ratas contiene un episodio de este calibre,
cuando el sujeto no encontraba otros términos para lanzar como insulto hacia el
padre que lo había frustrado que la siguiente retahíla: “¡eh, tú, cuchillo,
servilleta, lámpara!” Un significante vaciado de significación y usado a modo
de objeto lanzadera puede tocar así el punto más íntimo, incluso ignorado, del
Otro.
De modo que “Tú” puede también ser elevado a la categoría de insulto en su
función más genuina. Depende simplemente del contexto en el que pierde su
significación y su uso de shifter,
—el término que en el enunciado designa el lugar del sujeto de la
enunciación— para sostener la
operación por la cual un significante se dirige a lo más real del Otro. Y esta
obra de Gavlovski lo pone en escena de manera ejemplar.
A mediados del siglo pasado, en 1951, Jacques Lacan escribía un texto en inglés titulado Some Reflections on the Ego, “Algunas reflexiones sobre el Yo”. Se
dirigía a sus colegas psicoanalistas de la International
Psychoanalytical Association que habían entronizado al Yo como amo y señor
de los dominios del inconsciente y de sus pulsiones. Se trataba de hacer
escuchar la estructura de ficción y de alienación imaginaria del Yo en su
laberinto de imágenes y espejismos, el primero del los cuales es el Tú en el
que se busca él mismo como otro. Hoy podemos decir que este laberinto se ha
convertido en un gran espacio virtual, desde el propio espacio de Internet
hasta la multiplicidad de lugares donde se inventan nuevos reales, uno de los
cuales es el propio cerebro de las neurociencias donde se busca de manera
incesante ese Tú correlativo al Yo. Sin éxito. Se busca en el mal lugar, cuando
el lugar es el lenguaje mismo. Y en esta búsqueda, en efecto, algo no cesa de
no escribirse, un real del que la palabra del poeta siempre seguirá siendo la
mejor guía. Es un real que solo se hace presente a través de ciertas ausencias,
al revés, como el título del poema del poeta catalán Gabriel Ferrater. Adjunto
aquí su traducción al castellano para concluir y dar paso a la lectura de la
obra de Johnny Gavlovski.
AL REVÉS[1]
Lo diré
al revés. Diré la lluvia
frenética
de agosto, los pies de un chico
enroscados
al final del trampolín,
la
levedad de lebrel que las lilas
desprenden
en abril, la paciencia
de la
araña que escribe su hambre,
el cuerpo
—cuatro piernas, dos cabezas—
en un
solar gris de crepúsculo,
el pez
lábil cual arco de violín,
el oro y
azul de las niñas en bici,
la sed
dramática del perro, el filo
de los
faros de camión en la madrugada
pútrida
del mercado, los brazos suaves.
Diré lo
que se me escapa. Nada diré de mí.
Nota:
Este texto es la presentación de la obra de teatro de
Johnny Gavlovski “¡Hola, Tú! Una obra que no cesa de no escribirse”.
Después de recibir el texto escrito a su amable pedido,
Johnny Gavlovski me comenta que en el
momento de realizar la primera lectura en público de la obra —lectura que él
mismo hizo junto al actor español Jorge Palacios— empezó a caer en el lugar del
escenario una fuerte tormenta, una “lluvia frenética” entre el público y los
actores que vino acompañada de truenos y relámpagos. “Un efecto de real —me
dice— sobre el cual esta pieza necesita siempre anudarse”. Un efecto de retorno,
añado por mi parte, en el sujeto que recibe del Otro su propio mensaje de
manera invertida, siempre “al revés”. Todo parece en efecto muy bien urdido por
la “paciencia de la araña que escribe su hambre” y que no es otra cosa que el
quehacer mismo de la literatura.
[1] Gabriel Ferrater, Las mujeres y los días. Poesía
completa. Traducción de Maria Àngels Cabré, Editorial Lumen.