El periódico "La Vanguardia" de Barcelona me ha dirigido algunas preguntas sobre el tema de la coherencia y las compatibilidades entre la vida privada y la actividad pública de los políticos, en la perspectiva de realizar una reflexión ética. Van aquí algunas notas comentadas de lo que he respondido.
Hay dos fenómenos relativamente recientes que enmarcan la cuestión:
1) La frontera entre la vida privada y la vida pública se mueve y se va borrando cada vez más. Es un hecho que va a la par de la llamada globalización y es un hecho del que, por otra parte, se goza también privadamente - en la privacidad del espectador de TV por ejemplo-. A la vez, el ideal de este espectador puede ser hoy que su propia vida privada aparezca en la escena pública de esta misma TV. Se goza así del mismo hecho por ambas partes: el que muestra, el que se exhibe, y el que observa. Es un goce banal pero que inunda hoy por igual lo público y lo privado borrando sus límites. Hay en este punto un goce compartido de encontrar lo más privado e íntimo en el escaparate de lo más público, con el escándalo hipócrita que esto implica la mayor parte de las veces.
2) Existe un interés y un uso creciente de la vida privada de los políticos en las campañas. Es cierto que se trata de un fenómeno que en Europa hemos importado de lo peor del moralismo puritano angloamericano. Se dice a veces que aquí en España todavía no ha llegado ese ciclón que barre con cualquier político que no esconda o se apresure a confesar sus posibles pecados privados. Pero, sin duda, es algo que ya ha llegado a nuestras costas y que no hará más que aumentar. Un ejemplo reciente, interesante por la negativa: el de la llamada, por los periódicos, "infanta invisible", la infanta que por su discreción se hace notar tan poco en los medios de comunicación. La noticia de esta última semana, en primera página, ha sido precisamente la noticia de que ella no era noticia, hasta que un acontecimiento más o menos fortuito ha atraído los focos sobre ella.
3) Y un hecho que se constata en las campañas para las elecciones. Un hecho de la vida privada que haya quedado escondido puede descalificar al político en la campaña. Ese mismo hecho confesado en ella puede convertirse en un punto a favor. Así lo entendió, por ejemplo, el alcaldable Bertrand Delanoë al "confesar" su homosexualidad en plena campaña a la alcaldía de París. Así lo ha entendido también el duo McCain - Palin al programar cuidadosamente la noticia del embarazo de la hija de la segunda en plena campaña.
El político de hoy tiene que enseñar, pues, la patita blanca a la opinión pública e incluir siempre en su agenda alguna escena bien calculada de su vida privada. Se añade a esto cada vez más el imperativo de declarar sus condiciones de goce en nombre de una supuesta pureza ética que resulta en un moralismo de rasgos cada vez más sádicos.
Con todo ello se suele disfrazar finalmente el problema verdadero para el político: el del valor de un acto que no debe reducirse a la pura gestión más o menos eficaz de los bienes, según dicta el llamado "estado del bienestar". ¿Cómo devolver su dignidad al acto político? Un político puede argumentar, por ejemplo, su decisión de empezar una guerra contra alguien porque, cito, "Después de todo, este tipo es el que quiso matar a mi papá" (Bush contra Saddam). Es un ejemplo trágico de cómo los fantasmas más íntimos y privados pueden afectar y determinar de manera brutal lo más público y general.
A la pregunta sobre si debe exigirse a un político que sea ejemplo y referente ético para sus conciudadanos, el psicoanalista puede responder con lo que aprende de su propia experiencia. Lo que es esperable de él es que haya llegado a cierto saber y distancia de sus propios fantasmas, un saber y distancia suficientes como para no poner en acto esos fantasmas "de forma inconsciente", como se suele decir, a la hora de sostener su acto. En esto debería ser, en efecto, ejemplar y ser un referente ético. Pero eso poco tiene que ver con el imperativo actual de confesiones obligadas de la intimidad, confesiones destinadas a alimentar los fantasmas, lo que se suele llamar el "morbo", privado y público de los ciudadanos anónimos.
Hay dos fenómenos relativamente recientes que enmarcan la cuestión:
1) La frontera entre la vida privada y la vida pública se mueve y se va borrando cada vez más. Es un hecho que va a la par de la llamada globalización y es un hecho del que, por otra parte, se goza también privadamente - en la privacidad del espectador de TV por ejemplo-. A la vez, el ideal de este espectador puede ser hoy que su propia vida privada aparezca en la escena pública de esta misma TV. Se goza así del mismo hecho por ambas partes: el que muestra, el que se exhibe, y el que observa. Es un goce banal pero que inunda hoy por igual lo público y lo privado borrando sus límites. Hay en este punto un goce compartido de encontrar lo más privado e íntimo en el escaparate de lo más público, con el escándalo hipócrita que esto implica la mayor parte de las veces.
2) Existe un interés y un uso creciente de la vida privada de los políticos en las campañas. Es cierto que se trata de un fenómeno que en Europa hemos importado de lo peor del moralismo puritano angloamericano. Se dice a veces que aquí en España todavía no ha llegado ese ciclón que barre con cualquier político que no esconda o se apresure a confesar sus posibles pecados privados. Pero, sin duda, es algo que ya ha llegado a nuestras costas y que no hará más que aumentar. Un ejemplo reciente, interesante por la negativa: el de la llamada, por los periódicos, "infanta invisible", la infanta que por su discreción se hace notar tan poco en los medios de comunicación. La noticia de esta última semana, en primera página, ha sido precisamente la noticia de que ella no era noticia, hasta que un acontecimiento más o menos fortuito ha atraído los focos sobre ella.
3) Y un hecho que se constata en las campañas para las elecciones. Un hecho de la vida privada que haya quedado escondido puede descalificar al político en la campaña. Ese mismo hecho confesado en ella puede convertirse en un punto a favor. Así lo entendió, por ejemplo, el alcaldable Bertrand Delanoë al "confesar" su homosexualidad en plena campaña a la alcaldía de París. Así lo ha entendido también el duo McCain - Palin al programar cuidadosamente la noticia del embarazo de la hija de la segunda en plena campaña.
El político de hoy tiene que enseñar, pues, la patita blanca a la opinión pública e incluir siempre en su agenda alguna escena bien calculada de su vida privada. Se añade a esto cada vez más el imperativo de declarar sus condiciones de goce en nombre de una supuesta pureza ética que resulta en un moralismo de rasgos cada vez más sádicos.
Con todo ello se suele disfrazar finalmente el problema verdadero para el político: el del valor de un acto que no debe reducirse a la pura gestión más o menos eficaz de los bienes, según dicta el llamado "estado del bienestar". ¿Cómo devolver su dignidad al acto político? Un político puede argumentar, por ejemplo, su decisión de empezar una guerra contra alguien porque, cito, "Después de todo, este tipo es el que quiso matar a mi papá" (Bush contra Saddam). Es un ejemplo trágico de cómo los fantasmas más íntimos y privados pueden afectar y determinar de manera brutal lo más público y general.
A la pregunta sobre si debe exigirse a un político que sea ejemplo y referente ético para sus conciudadanos, el psicoanalista puede responder con lo que aprende de su propia experiencia. Lo que es esperable de él es que haya llegado a cierto saber y distancia de sus propios fantasmas, un saber y distancia suficientes como para no poner en acto esos fantasmas "de forma inconsciente", como se suele decir, a la hora de sostener su acto. En esto debería ser, en efecto, ejemplar y ser un referente ético. Pero eso poco tiene que ver con el imperativo actual de confesiones obligadas de la intimidad, confesiones destinadas a alimentar los fantasmas, lo que se suele llamar el "morbo", privado y público de los ciudadanos anónimos.
6 comentaris:
Por fin un BLOG bueno, entraré y espero que puedan haber comentarios, lo que da vidilla a los BLOGS
Grazie per il Vostro interessante articolo e per questo spazio.
Direi che l'esperienza della psicoanalisi può apportare una funzione simbolica che oggigiorno viene sempre più a mancare. E al suo posto troviamo una incitazione al godimento: sia al di là del rispetto delle leggi, in uno Stato di diritto, sia al di là di un moralismo che spesso diventa soltanto eccessivo e inaccettabile.
Produrre una distanza e un sapere dai propri fantasmi, però, implica che, in quella distanza, un soggetto è confrontato con l'angoscia; si tratta quindi di una esperienza possibile soltanto in una relazione di transfert con uno psicoanalista e quindi con una scuola di psicoanalisi. E' importante l'esistenza di una scuola forte che faccia da struttura sia per chi esercita la psicoanalisi sia per chi si avvicina alla pratica analitica. E' importante l'esistenza di una scuola che metta in primo luogo in discussione i suoi membri nel proprio operato e che non chiuda gli occhi davanti ai fantasmi dei suoi membri, perchè questo può produrre seri danni alla psicoanalisi. Senza una struttura che permetta al soggetto di apportare del simbolico al reale del godimento e dell'angoscia resteremo legati al racconto delle "favole" famigliari, alle confidenze dichiarate o riportate nell'orecchio.
Senza questa struttura, dicevo, penso sia impossibile non alimentare il "morbo" privato o pubblico dei cittadini anonimi, io credo. Ma mi chiedo: qual è, a questo punto, il "morbo" peggiore?
a fma
Gracias por tu mensaje. De momento, estos "desescritos" se parecen más a botellas lanzadas al mar translingüístico que a otra cosa... ¡Y es un gusto recibir respuestas!
a "un.soggetto"
Il suo commento è molto opportuno e mostra di più la vocazione translinguistica di questo blog. Grazie!
È vero che attraversare i propri fantasmi implica molte volte un passaggio per l’esperienza dell’angoscia. L’angoscia si rivela allora come una bussola di quello di più nascosto e intimo, di più velato del proprio fantasma. Lei sa senza dubbio la specificità di una Scuola di psicoanalisi, diversa di un insegnamento universitario, dove giustamente il sapere non deve fare di schermo a questo punto nascosto del proprio fantasma. Dunque, l’esperienza di una Scuola nell’orientamento di Jacques Lacan non esclude questo passaggio e a bisogno de soggetti abbastanza allontanati del “morbo” del quale parliamo. Cosa che non sempre accade... e che sempre va allo peggiore. (Scusi il mio povero italiano).
Non può immaginare quanto sia onorata e felice di una sua risposta, davvero inaspettata, e mi dispiace, nel mio anonimato, di non essere in sintonia con ciò che è meglio per una scuola di orientamento lacaniano e quindi non posso che ringraziarla della sua risposta e forse smettere di scrivere perchè non riesco a farlo se non in questa forma anonima, anche se preferirei scrivere il mio nome a chiare lettere, ma non sono nella posizione per poterlo fare e non avrei gli strumenti per fronteggiare le conseguenze di questo atto, e probabilmente potrei fare soltanto danni, danni alla psicoanalisi, ulteriori danni. Quindi cercherò il più possibile di starmene zitta, devo riuscirci. Grazie ancora. Mille grazie
Sempre ho pensato che è molto meglio di non essere “in sintonia” quando si tratta di un dibattito sull’etica della psicoanalisi e le sue forme de trasmissione istituzionale. Dunque, grazie per la sua lettura, anche sia nell’anonimato!
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