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15 d’agost 2012

Respuestas a "Exordio"











Respuestas a César Mazza para la revista “Exordio”

1- ¿Frente a la facticidad real del “campo de concentración”, en qué se diferencia la posición de Lacan respecto del humanismo y de los fascinados por el horror?

La expresión de Jacques Lacan que usted evoca, esa “facticidad real, demasiado real, suficientemente real ... [del] campo de concentración”, sigue resonando en mí cada vez que veo los fenómenos de segregación a los que estamos abocados, de manera más manifiesta si cabe que en 1967, cuando él hizo esta observación. Parecía entonces, siguiendo los ideales tanto progresistas como liberales de toda una generación, que el mundo estaba un poco más a salvo de los horrores de la segregación. No es así. A la caducidad del orden de lo simbólico que hemos estudiado en el pasado Congreso de la AMP, realizado en Buenos Aires, caducidad correlativa al declive de las formas patriarcales de la autoridad, responde hoy la facticidad de lo real, —eso quiere decir, lo real que retorna como idéntico a sí mismo, sin caducidad posible—, tema que estudiaremos en el próximo Congreso de 2014 en París, con el lema siguiente: “un gran desorden de lo real en el siglo XXI”. Los fenómenos de segregación se están globalizando de tal manera que los ideales humanistas clásicos muestran más que nunca su inconsistencia, incluso su inesperada connivencia con las nuevas formas de segregación. Paradójicamente, hoy estos fenómenos se producen en nombre de los semblantes del humanismo, de la razón humana como valor supremo, de los valores culturales más altos, de la propia ciencia, así como en nombre de las bondades de las leyes del mercado —el comercio no es pecado, la riqueza es señal de que Dios bendice al trabajador, proclamaba el humanismo naciente—. Hoy mismo leo en primera página del periódico la afirmación atribuida a un ministro europeo: la propia unidad de Europa podría estar amenazada “por el exceso de solidaridad”. El mensaje no se refiere de manera explícita sólo a ciertos países sino a todo un sector de la población cada vez más sometido a la exclusión social. ¿Cómo entender que sea precisamente en Europa, cuna del humanismo y de la ciencia moderna, donde esta perspectiva esté ocupando el horizonte de la acción social y política siguiendo su ortodoxia? Hay aquí un punto de imposibilidad que tanto el humanismo como lo que usted evoca bajo la figura de la fascinación del horror obliteran necesariamente. Creer que los semblantes promovidos por la nueva alianza del discurso capitalista con la ciencia pueden borrar, liquidar, este punto de imposibilidad conduce a un impasse cada vez mayor.
Ante estos fenómenos, la posición de Lacan fue elaborar la categoría de lo real no sólo como irreductible a la acción de lo simbólico sino como brújula para la acción política, en el sentido más fuerte del término. Lo real hace presente un punto de imposibilidad que no cesa de no escribirse y que muestra lo irreductible del inconsciente, como una saber que no sabe a sí mismo, y del goce, como una satisfacción que fascina y que promueve a la vez la intolerancia del otro. En este punto, me permito citar una observación de Jacques-Alain Miller cuando estudió en su curso los efectos sobre el sujeto de esta nueva época: “El uso de los semblantes es vano, inoperante, hasta profundamente nocivo si se omite lo real en juego” (en El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Buenos Aires, p. 13.) Todo el problema está ahí: cómo hacer un uso de los nuevos semblantes de esta época sin omitir lo real que ellos mismos ponen en juego sin saberlo. Creo que la posición introducida por Lacan de manera decidida se fundó en este punto.

2- Usted plantea que existe un empuje a hacerse excluir, algo que podría llamarse el goce de la autosegregación. ¿Habría un tratamiento posible a este goce desde el dispositivo analítico, desde la comunidad analítica?

El problema del goce, tal como lo evocaba en la anterior respuesta, puede entenderse precisamente como una suerte de “autosegregación”, una forma de no querer saber nada del propio inconsciente y de gozar a la vez de ese no querer saber nada. Es lo que encontramos en muchos fenómenos de la actualidad: desde las nuevas formas de adicción, en las que el sujeto se autosegrega del Otro y del vínculo social, hasta otras formas de goce sintomáticas en las que el propio sujeto segrega, por decirlo así, una parte de sí mismo. La satisfacción pulsional incluida en estas formas de autosegregación explica el fracaso de las mejores intenciones de las terapias o políticas de integración a cualquier precio, pensadas según el modo: hay una buena forma de gozar que el otro puede proponer, incluso imponer si el sujeto no se aviene a ello. El psicoanálisis parte de una perspectiva distinta —no hay una buena forma de gozar del Otro, en los dos sentidos: una buena forma de satisfacerse del Otro o una buena forma de satisfacción que el Otro pueda proponerme. Por el contrario, hay un saber rechazado por el sujeto en cada una de estas formas de autosegregación del goce, aunque sea la más extraña aparentemente, y es un saber que puede descifrarse para modificar esa posición ante la autosegregación estructural del goce. Tratar lo singular del goce del síntoma a partir de esta premisa es el principio del tratamiento analítico. Y también es la premisa de lo que hace posible esa “comunidad analítica” que se funda, precisamente, en lo que no hace comunidad posible del goce.

3- Tal como fue planteado por Jacques Lacan, existe el horror de saber, un horror de cada uno separado del horror de los demás. Entonces ¿cómo no banalizar las ideas en la transmisión y la enseñanza del psicoanálisis, para que siga existiendo, teniendo un lugar en el mercado?

Precisamente, partiendo de la idea de que no hay un deseo de saber dado de entrada sino más bien un horror al saber. Banalizamos en la misma medida en que damos algo por supuesto y creemos entonces comprender, siempre demasiado rápido. Es por ello que siempre hay cierta dosis de incomprensión cuando transmitimos algo del saber del psicoanálisis, y es por eso también que el psicoanálisis generó desde un principio cierto rechazo, tanto en el ámbito de la ciencia como en el medio social. Freud lo tuvo en cuenta a su manera, poniendo el acento en esa resistencia que encontraba en el propio medio, inventándose a veces un interlocutor escéptico ante sus ideas, más bien resistente. Lacan no cedió un palmo en este punto, sin esperar nada de la falsa compresión, poniendo de hecho el acento en que la resistencia es aquí siempre la del propio analista. Y es un hecho que eso sigue haciendo mucho más difícil la banalización de su enseñanza. Aun así, el psicoanalista no está nunca a salvo de la impostura que supone hacerse depositario del supuesto saber, sobre el inconsciente y sobre el goce. Le conviene entonces ponerse a prueba una y otra vez en la transmisión de lo que el psicoanálisis le enseña, también sin concesiones, y si es ante un interlocutor escéptico, mucho mejor.

4- Ud. señala que la inscripción de Oscar Masotta es un punto de origen del psicoanálisis en España. ¿Cómo pensar esa operación de inscripción? ¿Qué pasajes fueron necesarios entre el Atlántico y los Pirineos? ¿Se trata de internacionalidad o de extimidad? 

De hecho, ha sido el propio Jacques-Alain Miller quien ha señalado en distintos momentos el lugar que ocupó Oscar Masotta como “punto cero” del psicoanálisis lacaniano en castellano, tanto en Argentina como en España y en otros lugares. Ese lugar siempre se obtiene de manera retroactiva, a partir de alguien que permite leerlo como tal. Mi colega Germán García ha estudiado muy bien esa operación en distintos momentos de la historia del psicoanálisis en castellano y a propósito de Oscar Masotta en especial, ya que ha sido parte implicada en ello. No hace mucho, el Institut Ramon Llull, institución señera de la vida cultural catalana, se puso en contacto conmigo mostrando su interés por la figura de Oscar Masotta y lo que ésta supuso en la Barcelona de finales de los años setenta. No es fácil explicar por qué la enseñanza de Lacan tuvo que esperar a cruzar el Atlántico desde Argentina para ir más allá de los Pirineos y llegar a España. También hay que explicar por qué tuvo que atravesar esos Pirineos con el Campo Freudiano para llevar a término las consecuencias que habían quedado en suspenso en ese cruce. Todo ello no puede entenderse sin la condición del deseo singular de los que han sostenido y sostienen la enseñanza del psicoanálisis lacaniano en diversas lenguas y lugares. Por mi parte, siempre pienso que esa enseñanza tiene necesariamente un lugar intersticial entre los discursos y las instituciones de cada lugar, un lugar “éxtimo”, es cierto. Con todo, hay que ir con cuidado, como decía el propio Oscar Masotta en diversas ocasiones, uno siempre se ve progresando en el sentido de la historia y ese sentido es necesariamente engañoso cuando se trata de explicar la causa del discurso en el que uno está embarcado.

5- Se publicó este año, en Español, “Otros Escritos”. Jacques-Alain Miller dedica esta recopilación  a un nuevo lector que tendrá que vérselas con “Otras inquisiciones” en la cultura: las TCC, la ideología del neohigienismo, la evaluación. Teniendo en cuenta el aspecto de “ilegibilidad” necesaria de los Escritos, vale decir: es necesario que el lector ponga su parte, no se puede captar su virulencia, su novedad desde un lugar preconcebido. ¿Cómo estar a la altura de esta renovada apuesta?

La “ilegibilidad” del texto de Jacques Lacan tiene una fuerza semejante a la de los jeroglíficos de la piedra Rosetta, enterrados durante siglos bajo la arena y esperando pacientemente a cada uno de sus descifradores. A la vez, es como la famosa carta robada del cuento de Poe leído por Lacan, esa carta-letra que está a la vista de todos pero que sólo se dirige a cada uno de ellos en la medida que se sienten ya concernidos por ella. Imposible que esa letra le diga algo a alguien sin que éste le suponga al menos ya un saber sobre lo más ignorado de si mismo. Esa es una de las fuerzas gravitatorias del texto de Lacan que atrae a tantos lectores pero que también los repele a veces con la sensación de una incomprensión decepcionante. En este sentido, el texto de Lacan me parece tan generoso como expeditivo: cada uno saca de él según lo que está dispuesto a poner en el trabajo de su desciframiento, siempre mucho más de lo que esperaba si no ceja en el intento, pero a la vez no le permitirá usarlo para traicionar su sentido sin pagar un alto precio, generalmente el de creer asimilado o ya superado ese sentido. Los “Otros escritos” son paradigmáticos de esta fuerza “agalmática” y nos darán trabajo para tiempo. Aunque, por lo que he dicho, está claro que cada uno demuestra finalmente la altura de su apuesta en el modo que tenga de leerlos, o de no leerlos.

6- La traducción refiere en forma directa a la extranjeridad de una lengua, al encuentro con el propio exilio. Hallamos un trabajo suyo sobre Ramón Llull (catalán) escrito en francés, también ubicamos un poema traducido por Ud. de J.V. Foix, en la revista “Escrita” publicada en 1983 en nuestra ciudad de Córdoba. Le recuerdo unos versos:

“Todas las rejas tienen su trampa
Y tememos que su sombra nos haga prisioneros.
Cada escalón nos acerca al Libro del Exilio
y con mirada vellosa vemos lo ofrecido.
No hay caza para quien no va alerta;
¡ni el nuevo ardiente, o el adverso!, para los locos del pasado.
No es libre ni franco quien no se olvida
o se mira en el agua, con clac y faldones largos.
No son los unicolores los esquemas del atlas:
el griego tiene su turco y el polonés, el ruso”

(De Todos estaremos en el puerto con la desconocida, J.V. Foix)

Un filósofo Cordobés, poeta y también traductor, Oscar del Barco afirma que “a la poesía no se la interpreta (no se la podría comprender), se accede a ella para salir de la comprensión” ¿Qué puede decir de esta experiencia como traductor de poesía?  El lector-traductor de poesía ¿renovaría la apuesta, movería lo “mental” de cierta rutina del practicante (joven o viejo) poco dúctil de dejarse sorprender por lo real?


Casi me sonroja leer ahora esa traducción, no por lo más o menos desacertada que es con respecto al poema original de J. V. Foix —lo es en algún momento—, sino por haberme atrevido precisamente a traducirlo. Lo hice con un gran aprecio por los colegas que editaban la revista. Siguiendo lo que usted cita tan acertadamente de Oscar del Barco: a la poesía no se la traduce, en todo caso se la recrea para salir también de la comprensión en la que pensábamos haber concluido. Con todo, esos versos dicen muy bien la extrañeza del sentido cuando nos damos cuenta de lo imposible de comprender entre las lenguas y los discursos, de aquello que escapa a su sentido y rompe finalmente la unidad homogénea cuando nos miramos en el agua de nuestras identificaciones más asentadas. Un poema certero siempre viene a decirnos que nunca somos idénticos a nosotros mismos y que en realidad la lengua, lalengua tal como Lacan la escribía en una sola palabra, es una traducción permanente de lo que no se deja decir en cada palabra, de aquello que es lo más singular e intransferible de la experiencia de sentido de cada sujeto. En este sentido, valga la redundancia, toda traducción es necesariamente interpretación, transcripción incluso de un original que no existe, que siempre estará perdido.

26 de maig 2012

La infancia bajo control




El sábado 2 de Junio tiene lugar en la ciudad de Sevilla el Forum 3 con un tema especialmente actual y punzante: “Lo que la evaluación silencia: la infancia bajo control”. Señalemos algunos puntos que nos ha sugerido la enunciación de este tema[1].

1) La infancia no existe desde siempre. Es un hecho que pusieron ya de relieve estudiosos como Philippe Aries y la llamada Historia de las mentalidades. El tiempo designado como “infancia” ha variado bastante a lo largo de la historia, lo que nos indica que la infancia es, en primer lugar, un hecho  de discurso. Lo que hoy entendemos por “infancia” se constituye necesariamente como “un tiempo pasado”, más o menos idealizado, como un lugar localizado en y desde el discurso del Otro. Por otra parte, no estará de más recordar, como subrayó Lacan en su momento, la etimología del termino “infancia” que proviene de infans: (in-fari) alguien incapaz de hablar, no tanto de articular palabras sino de hablar en público, de representarse públicamente como sujeto de la palabra. De entrada, pues, la infancia se constituye retroactivamente desde el discurso como un lugar anterior y exterior a él. El lugar de objeto le está destinado desde un principio. El niño es así el que debe permanecer necesariamente a cargo del Otro, sin poder hacerse sujeto de una responsabilidad social.

2) ¿Por qué habría que “controlar” este hecho de discurso, construido él mismo por lo simbólico del lenguaje? Porque la infancia ha venido a designar también algo ignorado en la vida de cada sujeto, algo que queda también fuera de discurso, como lo más íntimo y extraño a la vez, lo más idealizado y a veces también lo más escondido. Si Freud pudo decir que todo recuerdo es encubridor, la infancia, como experiencia de un tiempo subjetivo, es el recuerdo encubridor por excelencia para cada sujeto: esconde siempre un secreto familiar, es él mismo un velo, una pantalla de algo siempre ignorado.

3) ¿Y cuál es este secreto? En primer lugar es el secreto de lo que llamamos “el goce”, una experiencia vinculada a los objetos pulsionales. La infancia tiende así a hacer presente el objeto de una experiencia de goce para cada sujeto. La “infancia bajo control” es entonces la infancia como objeto de las prácticas de control del Otro, prácticas de poder, de vigilancia, de castigo (cf. Michel Foucault). La infancia como objeto es también, necesariamente, el lugar de una segregación, haciendo serie históricamente con el loco y con la mujer. Recordemos la observación de Jacques Lacan en 1968, en su “Discurso de clausura de las Jornadas sobre las psicosis en el niño”: la segregación aparece allí como “el factor, el problema más candente en nuestra época, en la medida en que es la primera que ha de sentir en sí misma que, a causa del progreso de la ciencia, se hayan puesto en cuestión todas las estructuras sociales”. Lacan anticipaba así la segregación como el fenómeno “cada vez más acuciante” de nuestra época.
A pesar de las buenas intenciones de toda política de integración, ¿no podemos decir que la infancia es hoy también objeto de una segregación, en tanto la segregación es inherente a la función misma del objeto como resto de un goce? No es seguro que la mayor atención a la infancia extraiga por sí misma a la infancia de este lugar de segregación. Podemos ver varios ejemplos de este efecto en políticas de integración del niño “diferente”, una integración a cualquier precio que redobla finalmente ese efecto de segregación. Debajo del ideal normativizante del niño hay siempre el lugar del objeto segregado como objeto de una satisfacción pulsional, como resto de un goce.

4) El niño ha sido y es objeto del goce del Otro, especialmente como objeto sexual: se supone que esta observación forma parte, ya asumida, del descubrimiento freudiano.
Pero localizar la infancia como objeto no fue el punto más subversivo y verdadero del descubrimiento freudiano. El verdadero descubrimiento (ya desde los “Tres ensayos para una teoría sexual” de 1905) es haber escuchado al sujeto de la infancia como un sujeto de pleno derecho en relación al inconsciente y al deseo. Hay algo más escandaloso todavía que la idea del niño como objeto sexual, es la idea de que hay un deseo sexual en la infancia, de que hay un sujeto, responsable, de ese deseo y del goce en el propio espacio que llamamos “infancia”, de que hay una responsabilidad en el sujeto del inconsciente freudiano que se extiende a la infancia como lugar de un sujeto de la palabra y del lenguaje.

5) ¿Quién está dispuesto hoy, en los distintos campos del saber y en las distintas prácticas, a hacerse cargo de esta verdad y de sus efectos? Sobre la infancia como lugar de un sujeto del deseo y del goce, se guarda más bien un silencio. Y ello se conjuga desde diversas vertientes.
El discurso científico, en su alianza con el discurso del capitalismo, ha entrado decididamente en una estrategia de evaluación, de control, de prevención, de la infancia como sujeto de un goce que se hace intolerable, que augura a veces el peor de los destinos sociales. No está de más recordar las iniciativas promovidas en algunos países para la prevención de la delincuencia adulta a partir del control evaluativo de los niños en las escuelas.
El discurso jurídico tiene hoy problemas para localizar la responsabilidad del sujeto de la infancia: ¿a partir de qué momento podemos hacer responsable jurídicamente al sujeto de sus actos? La aplicación de las leyes hace retroceder ese momento cada vez más en el tiempo.
El discurso pedagógico, por su parte, se divide hoy claramente entre una concepción del niño como objeto de control y de prevención de los “trastornos” del mundo adulto y una concepción del niño como “educando”, sujeto de una experiencia en relación al saber.

6) Para el discurso analítico el niño es, antes que nada, un “sujeto supuesto saber” como el adulto.  Fue la observación de Jacques-Alain Miller en su intervención en la Jornada del Instituto del Niño de Marzo de 2011, El niño y el saber: “Es el niño, en el psicoanálisis, quien es supuesto saber. En cambio, es al Otro al que hay que educar, es al Otro al que hay que enseñar a comportarse. Cuando este Otro es incoherente y desgarrado, cuando deja al sujeto sin brújula y sin identificación, hay que elucubrar con el niño un saber que esté a su alcance, a su medida, que le pueda servir. Cuando el Otro asfixia al sujeto se trata, con el niño, de hacerlo recular a fin de devolverle la respiración. En todos los casos, el analista está del lado del sujeto.”
Entender y escuchar a la infancia como sujeto supuesto saber implica tomar a cada niño como un ser que habla, incluso allí donde es ya hablado por el Otro como “infans”, como síntoma de ese Otro, responsable de un deseo y de un goce que lo habitan, siempre fuera de control.





[1] Intervención en el espacio preparatorio de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, hacia el Forum 3, “Lo que la evaluación silencia: la infancia bajo control”, Sevilla 2 de Junio de 2012.

09 de desembre 2008

Pasar de la identificación










Generalmente, cuando se habla de segregación social se trata de hecho de distinguir formas incompatibles de identificación entre grupos constituidos y determinados por un rasgo*. Se habla por ejemplo de la segregación de clases, de la segregación racial, de la segregación social urbana, ya sea en ghettos o en grupos suburbanos, de la segregación sexual, incluso religiosa o ideológica. En cada caso, se trata de la referencia del sujeto a un rasgo de identificación, por la positiva o por la negativa, en una lógica del significante amo que gobierna la diferencia y la segregación en juego. La segregación, en muchas de estas ocasiones, refuerza la identificación en lugar de disolverla. Es por esto que podemos hablar de un “pasar de la identificación” que, en realidad, refuerza su contraria al final del pasaje. No es tan simple pasar de la identificación sin pasar por ella.
En esta dimensión, se ordenan buen número de posiciones subjetivas que aparecen a primera vista como desinserciones pero que son recicladas de inmediato en la lógica de las identificaciones grupales. Hay sujetos que rechazan, por ejemplo, los vínculos sociales que se sostienen por ciertas identificaciones. Y bien es cierto que para pasar de estas identificaciones, al menos hay que haber pasado por ellas. Muchas veces, estas formas de “pasar de la identificación” producen posiciones que generan nuevas formas de identificación fundadas en lo que fue segregado por otras. Basta con repasar la emergencia histórica de nuevos grupos sociales a partir de lo segregado por otros.
Los sujetos que no han pasado por la identificación a algún rasgo de un grupo son de hecho los sujetos que no pueden “pasar” tampoco de la identificación, son lo sujetos que quedan reducidos a esa forma de segregación que sigue siendo la verdadera locura. Es así como lo indicaba Jacques Lacan en su Seminario R. S. I. del 15 de Abril de 1975 (Ornicar? nº 15, p. 55): “Seguro que los seres humanos se identifican con un grupo. Cuando no lo hacen, están jorobados, están para encerrar. Pero no digo con esto a qué punto del grupo tienen que identificarse”. Toda la cuestión es saber a qué punto del grupo – real, imaginario o simbólico – se identifica o no un sujeto.
Se abre aquí un campo de investigación sobre las formas diversas de identificaciones, así como de las formas de “pasar” de y por ellas, en los fenómenos de inserción y desinserción social.
Esta lógica responde a un deseo fundamental del sujeto en la forma de inserción que supone la identificación con el grupo, deseo señalado recientemente por Jacques-Alain Miller (Jornada Ripa, Barcelona, Noviembre 2008): “El tema inserción / des-inserción está hecho para eso. Me parece que podemos decir que un deseo fundamental en el ser hablante es el deseo de inserción, que el ser hablante desea insertarse.” Lo social se funda en este deseo de inserción que la identificación satisface en parte en cada sujeto. Hay, en efecto, un primer movimiento en toda identificación que es la alienación a los significantes que constituyen el grupo con el que el sujeto se identifica. Pero esta es sólo la primera operación lógica presente en toda identificación. La segunda se funda en la separación, operación indicada por Lacan como correlativa de la primera y subrayada por el propio Jacques-Alain Miller del siguiente modo en la intervención referida: “La alienación es la identificación y del otro lado se necesita el S2, el significante del saber para hacer renacer al sujeto. Y con eso se desprende del cuerpo el famoso objeto pequeño a. Es importante ver que en el texto de Posición del inconsciente Lacan dice, comentando la palabra separación, que el sujeto desea ser pars, ser parte, y que el deseo de ser parte, de pertenecer a un todo, tiene que ver con el objeto, con el plus de goce.”
Así pues, a cada proceso de identificación y de su “pasaje” por ella le corresponde de hecho un proceso de separación en el que se juega el goce del sujeto, la separación del objeto que quedaba recubierto y velado por la primera vertiente de la alienación significante.
Volver a considerar entonces las formas de inserción y desinserción bajo esta perspectiva del objeto y de la separación puede abrir nuevas perspectivas en su estudio.


* Contribución a la preparación del Encuentro PIPOL 4 sobre "Clínica y pragmáica de la desinserción en psicoanálisis", Barcelona, 11 y 12 de Julio de 2008.