30 de desembre 2012

Hablar con el cuerpo, sin saberlo

















Hablar con el cuerpo*. La expresión no es obvia y tiene su referencia en el Seminario 20, “Aún”, de Jacques Lacan, tal como nos la ha recordado tan oportunamente Ricardo Seldes[1]. Veamos el contexto: “Yo hablo con mi cuerpo, y eso sin saberlo. Digo pues siempre más de lo que sé. Con ello llego al sentido de la palabra sujeto en el discurso analítico. Aquello que habla sin saberlo me hace yo, sujeto del verbo”.[2] ¿Qué es entonces aquello que habla con mi cuerpo sin que yo lo sepa?  Hay en el texto en francés una homofonía que conviene señalar: el sujeto —sujet— incluye lo sabido —su— y el yo —je— sujeto del verbo, sujeto del enunciado. Tal como había indicado el propio Lacan un poco antes en el mismo Seminario, aquello que habla con mi cuerpo y en lo que deberé reconocerme finalmente como sujeto, como Yo, no puede ser otra cosa que el Ello freudiano, el Ello pulsional que habla, que goza y que no sabe nada de eso. Este Ello es aquí el sentido de la palabra “sujeto” en el discurso analítico al que se refiere Lacan: “Allí donde ello habla, ello goza, y ello (no) sabe nada”. Conviene, en efecto, forzar un poco la gramática en cada lengua para acercarse a aquello que habla con mi cuerpo como sujeto, aquello con lo que terminaré identificándome como Yo, en el mejor de los casos. Hay toda una clínica que nos muestra que eso no siempre es posible, ni necesario. En algunas psicosis, por ejemplo, el sujeto puede muy bien no identificarse en absoluto con aquello que habla con su cuerpo. El cuerpo va entonces por una parte, el sujeto por otra. ¿Cómo alguien termina por identificarse como sujeto, como Yo, con aquello que habla con su cuerpo? Es un proceso que siempre tiene algún desajuste, allí por donde Ello habla sin que Yo lo sepa, diciendo más de lo que Yo sé, generalmente en el síntoma.
Todo ello supone en primer lugar que un cuerpo no habla por sí mismo, supone por el contrario que un cuerpo es aquello con lo que el Ello habla, con lo que habla el sujeto pulsional —si esa expresión tiene un sentido en la medida en que la pulsión es acéfala, sin sujeto—. Un cuerpo no habla por sí mismo, es preciso que esté habitado de alguna forma por lo que escuchamos como el deseo del Otro. De nuevo puede parecer obvio señalarlo pero no lo es de ningún modo, al menos para la ciencia de nuestro tiempo para quien los cuerpos dicen, hablan por sí mismos, significan cosas con un saber ya escrito en ellos, ya sea en el gen o en la neurona. El sentido que el término “sujeto” tiene para el psicoanálisis implica, por el contrario, que un cuerpo no habla por sí mismo sino que más bien es hablado por el Ello, por el sujeto del goce, sin saber nada de ello.
Hablar con el cuerpo es entonces una expresión muy bien encontrada si pensamos además que uno de los ideales de la ciencia de nuestro tiempo sería precisamente poder hablar sin el cuerpo. Veamos, por ejemplo, lo que dice un científico como Kevin Warwick, ingeniero, profesor de Cibernética en la Universidad de Reading, conocido por sus investigaciones en robótica y sobre la interface cuerpo-ordenador. Son investigaciones de este tipo las que están marcando el horizonte en el que el sujeto de este siglo hace ya la experiencia de su cuerpo como algo separado, como separable de él como sujeto, anexionable a toda una serie de artificios técnicos, mejorable en todas sus cualidades y, finalmente, parcializado en lo que conocemos como el cuerpo despedazado anterior al estadio del espejo. En su reciente paso por Barcelona, Kevin Warwick, apodado Captain Cyber y a quien tomamos ahora como portavoz de un cientificismo en alza, pudo afirmar sin ninguna sombra de duda: “Nuestro cuerpo ya es solo un estorbo para nuestro cerebro”[3]. Por supuesto, la primera pregunta que podríamos dirigirle es si ha dejado ya de considerar a “nuestro cerebro” como una parte de “nuestro cuerpo”. El problema no es banal, está en el centro de las neurociencias actuales cuando intentan definir los límites del cuerpo en relación a la mente, en un dualismo que retorna sin cesar a pesar de considerarlo ya resuelto. Pero veremos que ese “nuestro”, término simbólico que debería fundar la unidad del cuerpo en cuestión, término fundado a su vez en una identificación con aquello que habla con “nuestro” cuerpo, ese “nuestro” es más bien vacilante y, a fin de cuentas, absolutamente prescindible para la ciencia. Una vez troceado el cuerpo en diversas partes, ninguna de las cuales incluye necesariamente la identidad del ser que habla, el conjunto o la unidad que podamos recomponer con técnicas cada vez más sofisticadas no asegura tampoco ningún tipo de identificación ni de identidad: “¡Ahí esta el problema! La gran incógnita del futuro es nuestra identidad”, exclama entonces el científico que cree —es una creencia— que la identidad del sujeto es un dato inscrito en lo real del organismo, como si fuera una cualidad inherente a su naturaleza. La imagen que se dibuja en el horizonte del avance tecnocientífico, aunque parezca más bien una realidad de ciencia ficción, es entonces la siguiente: una red de cerebros conectados entre sí sin necesidad de soportar ese resto de funciones prescindibles en las que se resumiría un cuerpo. El ideal que acompaña esta imagen es tan explícito como el que ha llevado a Kevin Warwick a intentar vencer los insondables problemas de comunicación que parece tener con su mujer. Es el ideal de una conexión directa de cerebro a cerebro: “Estaba claro que teníamos un problema de comunicación. Así que un día conectamos mi sistema nervioso a su mano y, cuando ella la movía, yo recibía los impulsos en mi cerebro, y nos comunicábamos con código morse.” Es una experiencia que realizaría de forma literal, sin metáfora alguna, aquella otra que el poeta encuentra en el amor: “No soy sino la mano con la que tú palpas”[4]. De hecho, es una forma como otra de creer que la relación sexual puede escribirse, aquí en código morse, y que los sujetos pueden hablarse sin necesidad de pasar por el goce del cuerpo, de su bla-bla-bla tan engorroso como ineficaz desde el punto de vista del conocimiento científico.
El problema que encuentra Kevin Warwick por esta vía es, sin embargo, indicativo de otro real que se agita en los cuerpos y que no parece ser reducible al real que la ciencia aborda con sus instrumentos. Es el real del propio lenguaje, el real que aprendemos a situar con el término de lalengua. Si el sujeto tampoco ha logrado así la correcta comunicación con su mujer es porque el ingenio “topó con la misma barrera que nosotros: la interfaz entre cerebros, el lenguaje […] Comparado con lo instantáneo y preciso de la transmisión en la red neuronal, nuestro lenguaje es un código ambiguo e impreciso... Y hablar, ¡qué lenta y primitiva manera de emitir y recibir ondas sonoras!” Entonces, si los cuerpos eran ya un estorbo también lo será finalmente el lenguaje humano que se muestra absolutamente inexacto e ineficaz, equívoco y parasitario, imbuido de un goce inútil. Queda sin embargo, a juicio del propio científico, un resto imposible de eliminar: esa presencia del lenguaje en los cuerpos, un real del que ese goce inútil es el mejor testimonio.
Es precisamente en este goce inútil donde el psicoanálisis ha encontrado al sujeto del Ello, aquello que habla sin saberlo yo, ese Ello que siempre era —“Donde Ello era…” — y al que Yo, como sujeto, debo advenir, para retomar la fórmula de la ética freudiana releída por Lacan. Y Ello siempre habla, aunque sea de un modo que parezca primitivo, Ello siempre goza allí donde el sujeto menos lo sabe. También en el científico.

Retomemos entonces la preciosa expresión de Lacan: hablar con el cuerpo será siempre el mejor testimonio de este Otro real que el psicoanálisis ha descubierto con el nombre de inconsciente y que nos convoca con tanto entusiasmo a nuestro próximo VI Enapol.




* Texto de presentación del tema para el VI Encuentro Americano de la Orientación Lacaniana, Buenos Aires 22-23 de Noviembre de 2013, "Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real".
[1] En “Presentar el cuerpo”, consultable en la Web de ENAPOL: http://www.enapol.com/es/template.php?file=Textos/Presentar-el-cuerpo_Ricardo-Seldes.html
[2] Jacques Lacan, Le Séminaire XX, “Encore”, Du Seuil, Paris 1981, p. 108.
[3] Ver la entrevista en el periódico “La Vanguardia” del 19 de Noviembre de 2012:
http://www.lavanguardia.com/lacontra/20121119/54355365278/la-contra-kevin-warwick.html
[4] Evocamos aquí al poeta catalán Gabriel Ferrater: “No sóc sinó la mà amb què tu palpeges”.

28 de desembre 2012

La AMP: del pacto simbólico a una respuesta de lo real





















A los veinte años de la Asociación Mundial de Psicoanálisis

Desde la perspectiva que nos dan veinte años desde la creación de la Asociación Mundial de Psicoanálisis conviene recordar de dónde surgió para situar la apuesta que hoy hace presente la causa analítica en nuestro mundo. La creación de la AMP fue el punto de apoyo del llamado Pacto de París —Febrero de 1992—, hecho realidad en aquel momento por las cuatro Escuelas que se referían a la red de la Fundación del Campo Freudiano: la École de la Cause freudienne, la Escuela del Campo Freudiano de Caracas, la Escuela Europea de Psicoanálisis y la Escuela de la Orientación Lacaniana. Propuesto e impulsado por Jacques-Alain Miller, el Pacto de París anudaba estas cuatro Escuelas en una adhesión de mutuo reconocimiento, y de elaboración provocada por la propia AMP que cumplía así la función de Más Uno para su anudamiento en el trabajo de cada una de dichas Escuelas. Es un anudamiento al que se han añadido después otras Escuelas, hasta el número de siete, y que ha ido transformando sus elementos alrededor de su agujero central, el mismo que bordeamos cada vez que damos cuenta de la no existencia de El analista como un universal, como una figura estándar que ofrecería un modelo más o menos profesional a los practicantes del psicoanálisis. La AMP no es, en efecto, ni un colegio profesional ni una asociación para defender los derechos de sus practicantes, asociación que siempre terminaría funcionando como una sociedad de asistencia mutua contra el discurso analítico, una SAMCDA, como la bautizó Jacques Lacan. Tal asociación tendría finalmente la clave para definir al psicoanalista lacaniano estándar, ya fuera para distinguirlo del psicoterapeuta aplicado o para confundirlo finalmente con él. Un pacto simbólico se constituye siempre alrededor de un agujero, y la AMP se constituyó precisamente alrededor de un agujero central en el saber sobre qué es el analista lacaniano. A este saber no hace falta agujerearlo, porque parte ya del agujero que es estructural en la experiencia analítica y que anotamos con la A tachada de la falta del Otro. No está de más recordarlo para distinguir esta falta del Otro de la función de Más Uno con la que a veces se lo confunde y que hoy hace presente la llamada Escuela Una. Las razones para esta distinción tienen fecha en la intensa historia de la AMP: 1998 fue su punto de viraje, 2000 fue el momento de creación de la Escuela Una.

La AMP tiene pues esto en su haber, sabe que parte de una falta en lo simbólico, a diferencia de una sociedad corporativista que la recubre con su funcionamiento de grupo. Es por esto mismo que el grupo psicoanalítico es imposible y que por esta imposibilidad lógica funda su real (cf. “L’Étourdit”, Autres écrits, p. 475). Lo que llamamos Escuela Una es la forma de apuntar a este real para tratarlo de una forma acorde con la experiencia analítica. Pero también nos indica cómo abordar y tratar lo real en la contemporaneidad de nuestro mundo. Es lo real de la ciencia con el que el psicoanálisis de este siglo tendrá que vérselas una y otra vez para poner a prueba la solidez de su clínica, de su episteme y de su política. Lo real de la ciencia aloja precisamente un saber que parece ya escrito en él —ya sea en el gen o en la neurona—, un saber que tapona todo agujero, y siempre, según indicaba Lacan, consiguiéndolo de manera eficaz.
Así pues, el movimiento de las distintas Escuelas de la AMP sigue una misma brújula: la que nos conduce desde un agujero en lo simbólico hacia un agujero en lo real, el agujero que define la apuesta de la AMP para este siglo marcado por la alianza de la ciencia con el discurso del capitalismo. Jacques-Alain Miller lo señaló al final del pasado Congreso de la AMP en Buenos Aires anunciando el tema del próximo, en Paris 2014, sobre “Un real para el siglo XXI”: “Diré que capitalismo y ciencia se han combinado para hacer desaparecer la naturaleza y lo que queda del desvanecimiento de la naturaleza es lo que llamamos lo real, es decir, un resto, por estructura, desordenado”. Una vez la naturaleza ha desaparecido como un sistema más o menos ordenado de leyes simbólicas, queda el resto de lo real sin ley.
La acción lacaniana de este siglo debe tener en cuenta entonces que el problema no es ya en última instancia el del agujero en lo simbólico, el que motivó tanto la caída de los grandes relatos edípicos como la propia clínica que se ordenaba a través del Nombre del Padre, sino el del desorden de lo real que queda como resto de esta caída. El problema es hoy cómo responder a eso que en lo real hace agujero.
¿Cómo transmitir hoy el lugar decisivo de este real que en el lenguaje solo reaparece como aquello que no cesa de no escribirse y del que, como nos muestra la clínica, depende el destino de cada sujeto y, con él, el del psicoanálisis?
En esta perspectiva, el debate no ha hecho más que comenzar.