09 de desembre 2008

Pasar de la identificación










Generalmente, cuando se habla de segregación social se trata de hecho de distinguir formas incompatibles de identificación entre grupos constituidos y determinados por un rasgo*. Se habla por ejemplo de la segregación de clases, de la segregación racial, de la segregación social urbana, ya sea en ghettos o en grupos suburbanos, de la segregación sexual, incluso religiosa o ideológica. En cada caso, se trata de la referencia del sujeto a un rasgo de identificación, por la positiva o por la negativa, en una lógica del significante amo que gobierna la diferencia y la segregación en juego. La segregación, en muchas de estas ocasiones, refuerza la identificación en lugar de disolverla. Es por esto que podemos hablar de un “pasar de la identificación” que, en realidad, refuerza su contraria al final del pasaje. No es tan simple pasar de la identificación sin pasar por ella.
En esta dimensión, se ordenan buen número de posiciones subjetivas que aparecen a primera vista como desinserciones pero que son recicladas de inmediato en la lógica de las identificaciones grupales. Hay sujetos que rechazan, por ejemplo, los vínculos sociales que se sostienen por ciertas identificaciones. Y bien es cierto que para pasar de estas identificaciones, al menos hay que haber pasado por ellas. Muchas veces, estas formas de “pasar de la identificación” producen posiciones que generan nuevas formas de identificación fundadas en lo que fue segregado por otras. Basta con repasar la emergencia histórica de nuevos grupos sociales a partir de lo segregado por otros.
Los sujetos que no han pasado por la identificación a algún rasgo de un grupo son de hecho los sujetos que no pueden “pasar” tampoco de la identificación, son lo sujetos que quedan reducidos a esa forma de segregación que sigue siendo la verdadera locura. Es así como lo indicaba Jacques Lacan en su Seminario R. S. I. del 15 de Abril de 1975 (Ornicar? nº 15, p. 55): “Seguro que los seres humanos se identifican con un grupo. Cuando no lo hacen, están jorobados, están para encerrar. Pero no digo con esto a qué punto del grupo tienen que identificarse”. Toda la cuestión es saber a qué punto del grupo – real, imaginario o simbólico – se identifica o no un sujeto.
Se abre aquí un campo de investigación sobre las formas diversas de identificaciones, así como de las formas de “pasar” de y por ellas, en los fenómenos de inserción y desinserción social.
Esta lógica responde a un deseo fundamental del sujeto en la forma de inserción que supone la identificación con el grupo, deseo señalado recientemente por Jacques-Alain Miller (Jornada Ripa, Barcelona, Noviembre 2008): “El tema inserción / des-inserción está hecho para eso. Me parece que podemos decir que un deseo fundamental en el ser hablante es el deseo de inserción, que el ser hablante desea insertarse.” Lo social se funda en este deseo de inserción que la identificación satisface en parte en cada sujeto. Hay, en efecto, un primer movimiento en toda identificación que es la alienación a los significantes que constituyen el grupo con el que el sujeto se identifica. Pero esta es sólo la primera operación lógica presente en toda identificación. La segunda se funda en la separación, operación indicada por Lacan como correlativa de la primera y subrayada por el propio Jacques-Alain Miller del siguiente modo en la intervención referida: “La alienación es la identificación y del otro lado se necesita el S2, el significante del saber para hacer renacer al sujeto. Y con eso se desprende del cuerpo el famoso objeto pequeño a. Es importante ver que en el texto de Posición del inconsciente Lacan dice, comentando la palabra separación, que el sujeto desea ser pars, ser parte, y que el deseo de ser parte, de pertenecer a un todo, tiene que ver con el objeto, con el plus de goce.”
Así pues, a cada proceso de identificación y de su “pasaje” por ella le corresponde de hecho un proceso de separación en el que se juega el goce del sujeto, la separación del objeto que quedaba recubierto y velado por la primera vertiente de la alienación significante.
Volver a considerar entonces las formas de inserción y desinserción bajo esta perspectiva del objeto y de la separación puede abrir nuevas perspectivas en su estudio.


* Contribución a la preparación del Encuentro PIPOL 4 sobre "Clínica y pragmáica de la desinserción en psicoanálisis", Barcelona, 11 y 12 de Julio de 2008.

04 de desembre 2008

De matemáticos, ajedrecistas y psicoanalistas












La invitación al debate de nuestra Presidenta Lucía D’Angelo* me ha llegado cuando recibía a la vez un interesante texto que acaba de publicarse en su traducción catalana. Se trata de A Mathematician’s Apology , “Apología de un Matemático”, escrito en 1940 por Godfrey Harold Hardy, ilustre matemático inglés especialmente dedicado a la matemática pura. Su lectura me parece más que aconsejable después de la referencia que Jacques-Alain Miller dio en su primer curso de este año, Choses de finesse en psychanalyse, el pasado 12 de Noviembre, en relación a la diferencia entre matemática pura y matemática aplicada para centrar nuestro debate actual entorno al psicoanálisis puro y aplicado.
Va una cita del texto de Hardy en su defensa de la matemática pura: “Creo que podría reforzar mi argumento apelando a los sentimientos de los propios jugadores de ajedrez. Seguro que un maestro de ajedrez que juega grandes partidas en torneos importantes, en el fondo, desdeña el arte puramente matemático subyacente en los problemas de ajedrez. El jugador guarda el arte matemático como una reserva que puede utilizar en una emergencia”. La idea de Hardy es que la matemática pura, - la “auténtica”, llega a decir -, puede quedar entonces desdeñada, y hasta olvidada, en las aplicaciones que hacen de ella los físicos o las técnicas que encuentran su utilidad inmediata. Al maestro de ajedrez evocado por Hardy puede ocurrirle lo que a aquellos panaderos evocados por Richard Sennett y citados por nuestra colega Mercedes de Francisco en la última Jornada Ripa en Barcelona: saben apretar los botones para hacer pan, pero no saben ya cuál es el noble arte de hacer pan. El ganador de la partida de ajedrez sabe hacer los movimientos para hacer jaque mate después de haber memorizado muchos finales de partida, como hizo la máquina Deep Blue frente a Kasparov, pero puede llegar a desdeñar el arte matemático que subyace en la lógica de esos movimientos. Y puede ocurrirle entonces algún día lo que le ocurrió a los personajes del cuento de Ray Bradbury evocado por Jacques-Alain Miller en la misma Jornada Ripa, esos personajes que con sus grandes ordenadores habían olvidado cómo tratar un problema que alguien vino a resolver finalmente con un lápiz y un papel.
El problema no es banal y la caricatura que supondría poner en serie con estos personajes un practicante actual del psicoanálisis, - ese que podría olvidar su noble arte con sus aplicaciones terapéuticas - no debe escondernos la verdadera naturaleza del problema, que es el de la naturaleza misma del psicoanálisis.
Pero sigamos todavía un poco más la argumentación por el lado de la matemática, para ver qué puede enseñarnos. En la excelente Introducción a la edición catalana de la obra de Hardy, el matemático Josep Pla escribe algo que puede parecer sorprendente: “No hay que confundir la matemática aplicada con la aplicación de la matemática (...) La matemática aplicada es matemática, forma parte de lo que se incluye semánticamente en la palabra matemática. Las aplicaciones de la matemática son los usos, más o menos restringidos, que de la matemática hacen los físicos – aquí es donde hay que ir con pies de plomo –, los ingenieros, los arquitectos, los informáticos, los biólogos, los sociólogos y muchos otros científicos. Un matemático aplicado, insisto, hace matemática”. Es algo tan esclarecedor como aparentemente tautológico. Entonces, un físico, por ejemplo, no hace de hecho matemática – ni pura ni aplicada – sino que aplica la matemática de manera restringida a fenómenos que en realidad no son fenómenos matemáticos. Pero entonces, sólo el matemático hace realmente matemática aplicada cuando aplica la matemática con toda su potencialidad... ¡a los fenómenos propiamente matemáticos!
La conclusión de Hardy siguiendo esta línea de argumentación es de lo más jugosa: “Todo esto puede parecer evidente, sin embargo es bastante confuso ya que las materias más ‘útiles’ muchas veces son las que parecen más inútiles cuando las aprendemos (...) Por mi parte, nunca me he encontrado en ninguna situación en la que mis conocimientos científicos, al margen de los que tengo en matemática pura, me hayan servido de algo” (las itálicas son nuestras). Finalmente, la mayor utilidad no es la que se deriva de las aplicaciones de la matemática en sus usos restringidos sino la que el matemático Hardy ha encontrado en la matemática pura, aquella que permite ser aplicada a los propios fenómenos matemáticos.

Debo confesar que la argumentación me parece impecable y que tal vez puede enseñarnos algo para nuestro debate.
¿No convendría distinguir también, por nuestra parte, el psicoanálisis aplicado de las aplicaciones del psicoanálisis, de los usos, más o menos restringidos, que hacemos del psicoanálisis en sus diversas potencialidades? Por ejemplo, – y llego así a uno de los puntos claves de nuestro debate –, la aplicación que hacemos del psicoanálisis en los Cpct es un uso restringido, dosificado, del psicoanálisis a “consultas” y “tratamientos” específicos, es una aplicación con la que producimos, siempre por añadidura, efectos terapéuticos. Conviene no olvidar, en efecto, que lo terapéutico es aquí también un efecto colateral – un “daño colateral”, me atrevería a decir – y no tanto el campo específico de la aplicación. Y lo más útil desde el punto de vista de la demanda social no es, no debería ser en realidad, lo más interesante y útil desde la perspectiva del propio psicoanálisis. Lo más útil para el psicoanálisis es lo que parece más inútil para la demanda social en las “consultas y tratamientos”, lo más útil para nosotros es lo que de todo eso podemos aplicar al propio psicoanálisis.
¿Sería exagerado decir por nuestra parte que el psicoanalista sólo hace psicoanálisis aplicado cuando aplica el análisis a los fenómenos propiamente analíticos? Me parece una perspectiva interesante. Y tal vez es lo mejor que deberíamos esperar de un analista en la Escuela.
Veo así un beneficio en esta forma “matemática” de argumentación. Y es que nos hace más presente la pregunta, que nunca debería parecernos evidente ni ya respondida en una Escuela: ¿Qué es un psicoanalista? O bien, según al expresión de Lacan: lo que el psicoanálisis nos enseña, ¿cómo enseñarlo?

En eso estamos. Y es por este sesgo que lo que llamamos psicoanálisis puro, entendido como una experiencia y no como una terapéutica, tiene hoy su mayor razón de ser. Pero esto puede ser ya motivo para otra contribución al debate.

*Este texto ha sido una contribuión al debate impulsado por la Presidenta de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) en su Lista ELP-Debates.