17 de juny 2024

La voz áfona y lo real



Intervención en el Taller Clínico de Cochabamba  (Institut du Champ Freudien) sobre “La voz y los fenómenos elementales.” 12 de abril de 2024.




Es sabido que hay dos nuevos objetos que Lacan añadió a la conocida serie freudiana de los objetos para la satisfacción de la pulsión: el objeto oral, el objeto anal y el objeto fálico. Estos dos nuevos objetos son la mirada y la voz.

La mirada no es un objeto observable ni objetivable de manera empírica, es un objeto todavía más intangible, más evanescente, que la voz, y mucho más intangible todavía que el seno materno o los excrementos. Podemos registrar la voz en un soporte material, (ahora, por ejemplo, en un soporte digital), pero es difícil pensar cómo localizar la mirada en algún soporte. De hecho, nos parece imposible. Podemos registrar imágenes (hoy no dejamos de hacerlo a cada momento con las nuevas tecnologías), pero registrar la mirada como tal no es algo nada obvio, nada evidente (nunca mejor dicho). Sí podría parecernos que la voz, a diferencia de la mirada, es un objeto más tangible, más registrable, más material que la mirada misma. Pero es solo una ilusión.

Si llego a transmitirles de la mejor manera posible lo que aprendemos de la experiencia analítica sobre la voz como objeto, espero que lleguen a hacerse una idea de la imposibilidad de imaginarnos qué es realmente la voz, la voz como ese objeto a que Lacan localizó en su enseñanza. No sabemos qué es la voz en lo real, fuera del registro imaginario o de lo simbólico, donde nos representamos la voz como lo que la lingüística llamó “la imagen acústica” de las palabras.

Cuando se trata de la voz separada de la “imagen acústica”, de la fonética misma de la palabra, no tenemos ninguna representación simbólica. Y ello especialmente cuando se trata del fenómeno de la alucinación (de las alucinaciones llamadas auditivas), de los “fenómenos elementales” o de lo que también se llamaba, en la clínica psiquiátrica clásica, “el eco del pensamiento” del que siguen dando testimonio los casos de psicosis desencadenadas.

Señalemos en primer lugar una diferencia que encontramos en muchas lenguas, la diferencia entre oír y escuchar. Es una distinción general que podemos hacer a partir de la comprensión de la significación de una frase, de una cadena significante. Hay una gran diferencia entre oír y escuchar: la comprensión de la significación. Si lo que se oye se entiende y tiene algún significado para el oyente, decimos entonces que se está escuchando. Sin embargo, si solo se perciben los sonidos, pero no tienen ninguna significación, decimos que tan solo se está oyendo. ¿Qué es lo que se añade, entonces, al hecho de escuchar una voz que no puede reducirse al hecho físico, orgánico, de oír unos sonidos? ¿Qué se está escuchando cuando estamos en el registro del lenguaje, qué se está escuchando en una cadena significante?

Para intentar situarlo, permítanme referirme a un fenómeno que seguramente algunos de ustedes habrán comprobado, a veces con cierta sorpresa como ha sido en mi caso. Cuando leemos un texto, especialmente cuando se trata de un autor al que tenemos cierta estima, suponemos siempre una voz que no tiene nada que ver con la voz precisa de esa persona en la realidad. Construimos esa voz a medida que vamos leyendo y leyendo, sin darnos cuenta. Es una voz construida, distinta a una voz física, distinta a cualquier realidad fonética. Es algo que me ha ocurrido con algunos textos que he leído y releído antes de conocer o haber escuchado a su autor en la realidad. Yo había leído, por ejemplo, con especial gusto al escritor cubano José Lezama Lima y fui construyendo sin saberlo una voz atribuida a ese texto. El día que llegué a escuchar, no hace mucho, una grabación de José Lezama Lima leyendo sus poemas y sus relatos, tuve una experiencia muy extraña, cercana a la experiencia de lo siniestro, de una extraña familiaridad. La voz que estaba escuchando no tenía nada que ver con la que yo había construido durante la lectura de sus textos. Debo decir que me ocurrió lo mismo con la voz de Lacan, a quien había leído durante mucho tiempo sin haberlo escuchado nunca en la realidad (sin que su cuerpo, como él mismo decía, hiciera de pantalla a su enseñanza).

Pues bien, ¿de qué se trataba en esa voz que yo había construido sin proponérmelo, leyendo los textos, con rasgos muy precisos que no tenían nada que ver con la voz realmente producida por su autor? Era una voz afona, separada de todo sonido realmente emitido. Pero no por ello dejaba de ser una voz muy real, en el sentido que Lacan da a lo real, distinto de la realidad percibida. Se trata del registro de la voz tomada como un objeto. Suponemos una voz a un texto, la escuchamos realmente sin oírla en la realidad. Es un registro fuera de la comprensión, fuera de la significación o el sentido. Es el registro que nos interesa señalar para entender algo de la voz como objeto y, especialmente, cuando se trata de los fenómenos de la alucinación llamada verbal.

Lacan se dedicó largo tiempo a estudiar estos fenómenos. En su tesis de 1932, La psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad, tiene ya observaciones fundamentales al respecto. Pero será en su Seminario 3 sobre “Las psicosis” donde aislará este fenómeno de la alucinación como una aparición del significante en lo real, excluida, forcluida, dirá, de lo simbólico. Y será en su texto de 1958, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, donde dará la estructura fundamental de la alucinación verbal para situar, a la vez, esta dimensión de la voz como un objeto distinto a su realidad o imagen fónica.

Conviene, pues, leer de manera muy atenta lo que Lacan dice sobre este tema en su texto de los Escritos.



***



Son dos páginas (514-515 en la edición castellana) tan densas como cruciales sobre la alucinación y especialmente sobre la voz (están en el punto 2 de la primera parte titulada “Hacia Freud”). Les propongo leer paso a paso algunos de sus párrafos indicando algunas referencias implícitas, algunas fueron desarrolladas hace años por Jacques-Alain Miller en su Seminario dedicado a este escrito.

Lacan utiliza aquí una terminología “escolástica” (casi medieval) para hacer una crítica de las concepciones de la alucinación que sigue siendo del todo actual: percipiens (el sistema perceptivo) / perceptum (lo percibido, el objeto percibido) / sensorium (el sentido entendido a partir de los cinco sentidos clásicos: los sentidos que, desde Aristóteles, solo pueden ser cinco: el oído, la vista, el olfato, el gusto, el tacto. Veremos que, en realidad, Lacan sitúa un sexto elemento, la estructura del lenguaje, como el organizador primero, prioritario, sobre esos cinco sentidos.

Lacan empieza por reunir todas las concepciones de la alucinación (en la psiquiatría y la psicología fenomenológica de su tiempo) que tienen un punto en común: entender el fenómeno de la alucinación como “una percepción sin objeto” debida a un trastorno en el el sistema de la percepción (percipiens), un sistema equivalente a uno de los cinco sentidos determinado (el sensorium). Es un prejuicio que parece evidente, demasiado evidente: alucinar es percibir algo que no está en la realidad:

“Nos atrevemos efectivamente a meter en el mismo saco, si puede decirse, todas las posiciones, sean mecanicistas o dinamistas en la materia, ya sea [ya se trate] en ellas [de] la génesis del organismo o del psiquismo…”

Hoy podríamos distinguir estas posiciones entre las más reduccionistas (biologicistas) o las más “psicológicas” (cognitivistas), ya sea que se sitúe la causa en una alteración orgánica o en lo que se llama de manera tan difusa “lo psíquico, lo mental”. Aquí habría que referirse además al problema del dualismo cartesiano (res cogitans / res extensa) que se ha reducido ahora al dualismo cuerpo / mente, con todos los problemas que plantea y que deja irresueltos. Ver, por ejemplo, el discurso de Antonio Damasio, neurocientífico y psicólogo universitario) que cree haber sobrepasado ese dualismo en un reduccionismo biologicista: la mente sería un fenómeno emergente del sistema nervioso que se explicaría en última instancia por el aparato neuronal. Lacan pone todas estas concepciones, que siguen existiendo de una manera u otra, aunque con nombres distintos, en un mismo saco:

“si, todas, por ingeniosas que se muestren [comparten un mismo prejuicio], por cuanto en nombre del hecho, manifiesto, de que una alucinación es un perceptum sin objeto [algo percibido sin su existencia en la realidad], esas posiciones se atienen a pedir razón al percipiens [al sistema perceptivo como aquello que percibe una realidad que ya estaría dada de entrada] [piden razón al sistema perceptivo] de [la aparición de] ese perceptum [sin objeto]…”

Es decir, todas se dirigen al sistema perceptivo como soporte orgánico (al sistema Percepción-Conciencia en términos freudianos) para explicar el fenómeno de la alucinación. Pero Lacan ha partido ya de una perspectiva radicalmente diferente. La realidad no está ya ahí para el sujeto, constituida como tal para ser representada para ese sujeto a través del lenguaje reducido a un sistema de representación. El lenguaje no “representa” la realidad como un sistema supuestamente exterior a ella. El lenguaje forma parte de la realidad y, además, como sistema simbólico, la constituye como tal en la experiencia que hace de ella el sujeto. Este punto de partida es fundamental para entender la experiencia del psicoanálisis y para entender también los fenómenos de la alucinación, y especialmente de la voz como fenómeno elemental de las alucinaciones. Dicho en términos posteriores de Lacan: hay un real del lenguaje alrededor del cual se estructura la realidad.

Todas las explicaciones orgánicas, neurológicas, de la alucinación fundan su investigación en atribuir la alucinación a un trastorno de la percepción:

“…sin que a nadie [sigue escribiendo Lacan] se le ocurra que en esa pesquisa se salta un tiempo, el de interrogarse sobre si el perceptum mismo deja un sentido unívoco al percipiens aquí conminado a explicarlo.”

Hay un tiempo lógico fundamental que no se tiene en cuenta. El objeto percibido no es un dato empírico, en bruto, que ya está ahí en la realidad esperando a ser percibido. El objeto percibido es un producto del lenguaje, de una operación simbólica que no es unívoca. Un objeto puede tener diversos sentidos dependiendo de la estructura de lenguaje en la que tenga lugar con un uso y una existencia particulares. Y ese tiempo está marcado por la lógica de la retroactividad entre dos significantes: S1 -- S2.

La significación de una cadena significante es retroactiva. “El lenguaje, decía José María Valverde, es eso: uno empieza una frase… y tiene que terminarla de alguna manera”. Depende de cómo la termine, del lugar y momento en que ponga un punto y aparte, o un punto final, una coma, una escansión, se producirá una significación distinta.

***

Voy a hacer un breve excurso con un ejemplo para entender mejor esta dimensión del equívoco del significante con respecto al objeto. Es una bonita observación que encontramos en la obra de Ignace Gelb, un estudioso de los sistemas de escritura, en su libro “La historia de la escritura”. Veremos cómo el objeto se convierte en soporte del significante y cómo su precepción se hace entonces equívoca. Se trata de un curioso ritual que Gelb observó en la tribu africana de los yorubas y que consiste en lo siguiente: un hombre envía a una mujer un objeto enigmático, tan enigmático como seis rosquillas ensartadas en una rama, y recibe después, como respuesta, ocho conchas hilvanadas en una cuerda. Después el hombre y la mujer se casan. Podríamos preguntarnos si es un ritual vinculado a la alimentación, pero, en realidad, es un intercambio simbólico. Son dos cartas de amor. Hay que saber que en la lengua de los yorubas la palabra efan quiere decir seis, pero también quiere decir enamorado. Y la palabra eion quiere decir ocho, pero también de acuerdo. Es decir, hay que conocer esta estructura significante previa para entender que estos objetos son los soportes de dos cartas de amor, son significantes en los que hay que saber leer un mensaje de amor. Pero eso ocurre solo a partir del equívoco significante de las palabras efan y eion, que quieren decir cada una dos cosas diferentes. Es un ejemplo interesante porque los historiadores están seguros de que hay lenguaje y escritura solo a partir del momento en que hay un equívoco significante. Es decir, no basta un código donde un término remite de forma unívoca a un significado, sino que, para que exista un lenguaje y una escritura, es preciso que un elemento, un objeto convertido en significante, remita al menos a dos significados distintos como en este caso. Alguien podría decir que se trata aquí de un código. Pero es algo más que un código, porque en un código un signo remite solo a un significado, mientras que aquí no. Aquí un significante remite al menos a dos significados. Y no solo eso. Lo importante es que, gracias a este equívoco, los objetos en juego, las rosquillas, las conchas, la rama, etcétera, se convierten —se transforman— en significantes, en letras que hay que leer, que sen da a leer, hay que interpretar, que hay que descifrar. Y por eso estos dos objetos son dos cartas de amor que se interpelan. Esto es lo que hace que un objeto se convierta en significante. La posibilidad del equívoco significante es lo que atrapa a un objeto para transformarlo en letra.

Este registro de la letra y del equívoco será de gran importancia para Lacan en la clínica de las psicosis. No es por nada que entre su Seminario 3 dedicado a “La psicosis” (1955-56) y este escrito de 1958 se encuentra su escrito sobre “La instancia de la letra en el inconsciente…” de 1957. El soporte material de la letra en la estructura de lenguaje y su tiempo lógico, subjetivo, está implicado en la lógica de la alucinación.

***

Ahora bien, este proceso en el que el objeto queda significantizado en la estructura de lenguaje requiere de un tiempo lógico siguiendo la retroactividad de la significación en la cadena significante (S1-->S2 / a). En este proceso, el objeto deja de ser un objeto empírico, idéntico a sí mismo para elevarse a la categoría de significante, incluso de símbolo, un significante que no será unívoco sino equívoco. A falta de esta simbolización primera (a falta de esta Bejahung, afirmación primaria), por la que el significante y el objeto se distinguen, el significante mismo se convierte en un objeto en lo real. Y ese será para Lacan el prinocio lógico de la alucinación: es la percepción del significante en lo real.

Ese objeto, a falta de ser simbolizado, a falta de tener su lugar en lo simbólico por la acción del significante, reaparece en lo real sin distinguirse del significante mismo. Es lo que Lacan llama en este momento “forclusión”: lo no simbolizado reaparece en lo real. Es también lo que en el Seminario III Lacan llamada: la aparición del “significante en lo real”. El significante mismo es real.

En todo este proceso, ya sea ordenado en lo simbólico por la cadena significante o ya sea por el mecanismo de la forclusión, hay un tiempo lógico inherente al lenguaje hasta que el sujeto da un sentido a ese objeto. El objeto no se percibe de la misma manera en cada caso, depende de la estructura del lenguaje en el que está inmerso el sujeto (si no formo parte del mundo de los Yorubas, puedo pensar que ese hombre y esa mujer están delirando, están alucinando mensajes de amor). El perceptum, el objeto percibido, no tiene pues una existencia en bruto, es un producto de la relación del sujeto con el significante que supone un tiempo lógico S1--S2.

Todo el problema, de la alucinación y de la voz como objeto se sitúa para Lacan en este tiempo lógico del significante. Sigue escribiendo:

“Este tiempo debería parecer sin embargo legitimo a todo examen no prevenido de la alucinación verbal, por el hecho de que no es reductible, como vamos a verlo, ni a un sensorium particular [sentido perceptivo] ni sobre todo a un percipiens en cuanto que le daría su unidad.”

El tiempo del significante no es el tiempo cronológico medible con el reloj. El tiempo del significante es un tiempo lógico (siguiendo aquel otro texto anterior de Lacan sobre “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada). El tiempo del significante es un tiempo doble:

1 — el tiempo de una anticipación: cuando empiezo a escuchar una frase anticipo su significación. Hago una “atribución subjetiva” a lo que escucho, aun sin entender bien de qué se trata. Ocurre, por ejemplo, cuando escucho una lengua extranjera que desconozco: intento anticipar una significación… hasta que llegado un momento concluyo que no entiendo nada.

2 — el tiempo de una retroacción: cuando termina la frase encuentro la significación de lo que no llegaba a entender desde un principio.

En todo este tiempo hay un objeto, una voz, que atraviesa los distintos momentos, un objeto que es distinto a la voz en su realidad fonética, una voz que supongo a la cadena significante (una voz que puede ser familiar o extraña, amiga o extranjera, imperativa o no). Es esa voz la que es inherente al hecho del lenguaje y que puedo situar en un lugar o en otro: en lo imaginario, en lo simbólico o en lo real.

Si esa voz se me anticipa en lo real antes de encontrar yo una significación, estamos en el campo de la alucinación, del fenómeno elemental.

Así es como va a seguir el texto de Lacan:

“Es un error en efecto considerarla [considerar la alucinación verbal] como auditiva por su naturaleza [es decir, no se trata de la audición, no se trata del aparato perceptivo o del sentido del oído, no se trata de la realidad fonética de la voz], cuando es concebible en última instancia que no lo sea en ningún grado [y ahí Lacan pondrá un ejemplo que habrá que seguir de cerca en sus referencias implícitas] (en un sordomudo por ejemplo, o en un registro cualquiera no auditivo de deletreo alucinatorio)…”

Es decir, que incluso en el caso de un sordomudo (de nacimiento) podemos encontrar este registro de la voz, y también la posibilidad de que se den alucinaciones verbales.

Esta es una referencia implícita y sorprendente del texto de Lacan a una observación que seguro conocía y tenía presente al escribir estas líneas: A Cramer, psiquiatra del siglo XIX en Götingen, que escribió un precioso texto titulado “A propósito de las alucinaciones e los sordomudos enfermos mentales” (Berlin 1896, traducido y publicado en francés en Analytica 28, revista de nuestros colegas de la ECF, con una introducción de su traductor, Jacques Adam).

Voy a citarles y a comentar algunos pasajes de este artículo muy interesantes para nuestro tema.

Se trata del estudio de ese fenómeno clínico que la psiquiatría del siglo XIX describió como “voces interiores”, como “el pensamiento formulado en palabras”, o como “doble pensamiento”, o también Nachsprechen der Gedanken: retroacción verbal o hablada de los pensamientos, o como “eco del pensamiento”, y que después el psiquiatra Clérambault (el “único maestro en psiquiatría” que Lacan reconocía) llamó “automatismo mental”. Lacan dirá que “no hay nada más natural que el automatismo mental” en el ser humano. Es decir, que estos fenómenos “patológicos” de la alucinación verbal, de la aparición de una voz en lo real (del cuerpo) nos indican algo que es estructural en el lenguaje para cada ser hablante. Si me permiten el exabrupto, un poco exagerado, diré que finalmente es el lenguaje mismo el que es un automatismo mental, el que introduce en cada cuerpo hablante esa voz áfona que escribimos con el objeto a.

Cramer estudia varios casos de alucinaciones verbales, y eso es lo que llama la atención a Lacan, en sujetos sordomudos (y algunos que eran sordomudos de nacimiento, es decir, que no habían podido tener una experiencia de la imagen sonora de la voz; pero eso no impide que no estuviera en juego esta otra dimensión de la voz que estamos estudiando en lo real del cuerpo y que está en el principio lógico de las alucinaciones verbales). Los testimonios recogidos por Cramer son, por supuesto, por escrito ya que los sujetos no disponen de la palabra hablada, o solo de manera muy precaria.

En un primer caso se trata de una paranoia, un sujeto que tiene la certeza de ser perseguido, y que dice: “es extraño, siempre escucho que (me) llaman: ¡Príncipe! ¡Emperador!” Al preguntarle de dónde provienen esos mensajes que se refieren a él, el sujeto explica que nacen de una “máquina”: “La máquina dice que el hombre joven que estoy pintando [es alguien que pinta cuadros de cierto valor] es del todo inconveniente, que el cuadro es una falsedad muy curiosa, y la máquina añade: Emperador, Príncipe…” Cramer observa la paradoja de que “el paciente no puede oír el tic tac de un reloj pegado a su oreja, ni ruidos comparables al de una gran campana de una iglesia”. Pero está comprobado que alguien sordo de nacimiento puede “traducir”, por decirlo así, las vibraciones producidas por un ruido, por un sonido, en su cuerpo en representaciones simbólicas. Este sujeto podía, por ejemplo, “escuchar” la melodía de un piano “por contacto”, poniendo las palmas de su mano en la caja de resonancia del instrumento.

Cuando Cramer le pregunta quién dice “¡Principe!”, el sujeto responde: “Ese llamado, no lo he escuchado, lo he leído en los pensamientos. La máquina registra los pensamientos de manera muy exacta, como un telégrafo, funciona como un teléfono. Con la máquina todo es posible”. Esa máquina está, por supuesto, en su cuerpo y es la propia estructura del lenguaje.

Cuando Cramer le dice que “tal vez esté siendo víctima de una alucinación”, el sujeto responde de manera ejemplar: “Tal vez sea una gran alucinación de los sentidos, no es algo que escuche [en el sentido fonético, material del sonido], sino que se transmite “por vías invisibles, por supuesto” cercanas al “magnetismo”.

Otro sujeto sordomudo aquejado de alucinaciones verbales y del eco del pensamiento le dirá a Cramer: “Mi cerebro habla”. De hecho, es algo tan “normal” como cuando alguien (un neurocientífico también) dice: “Mi cerebro piensa”. ¡Es también una atribución subjetiva como cualquier otra!

Y Cramer, con una lucidez extrema, comentará lo siguiente:

“El eco del pensamiento puede penetrar en un entorno sano y puede tomar entonces formas atenuadas. Este síntoma se produce, pues, también en un sujeto que goza de una salud mental perfecta y lo he podido constatar recientemente en un colega que no presentaba ningún trastorno mental”.

Es una observación que deberían tener en cuenta los neurocientíficos de hoy (no digo ya los psiquiatras, porque la psiquiatría, de hecho, la clínica psiquiátrica de este estilo, ha desaparecido como tal). Es decir, que este registro de la voz es enteramente “normal” en el ser hablante. (Hay muchos testimonios que podemos encontrar de ello. Por ejemplo, el gran escritor Vladimir Nabokov, tiene observaciones de este orden en su autobiografía).

La conclusión de Cramer es llamativa: “puedo concebir el eco del pensamiento sin intervención de las imágenes motrices de palabras”, es decir, sin las imágenes sonoras correlativas en el oído como sentido de la percepción.

En la alucinación verbal no se trata pues, de la “imagen sonora”, del sonido como realidad física, sino de otra cosa: de una anticipación de la significación en la cadena significante y de una atribución subjetiva a esta misma cadena significante.

Anticipación de la significación en la cadena significante y atribución subjetiva de una voz distinta a su imagen sonora: son los dos términos que Lacan introduce aquí para seguir la lógica de la alucinación verbal como un efecto del significante en lo real del cuerpo. Y va a referirse también a otros psiquiatras de la época que habían situado esta lógica, aunque sin poder descifrarla, en las alucinaciones verbales en sujetos no sordomudos, a través de lo motricidad de los órganos vinculados al habla (la lengua, las mandíbulas):

“Las clínicos han dado un paso mejor al descubrir la alucinación motriz verbal por detección de movimientos fonatorios esbozados. Pero no por ello han articulado dónde reside el punto crucial: es que, dado que el sensorium [el sentido del oído] es indiferente en la producción de una cadena significante: (…)”

Y ahí Lacan enumerará tres fórmulas fundamentales vinculadas al fenómeno de las alucinaciones verbales:

“1o. ésta [la cadena significante] se impone por sí misma al sujeto en su dimensión de voz;”

Es decir, la cadena significante (ya sea como pensamientos o como frases efectivamente escuchadas) se impone como tal al sujeto como una voz (una voz áfona, pero una voz finalmente tan real, o más todavía, como la efectivamente escuchada)

“2o. toma [esta voz de la cadena singificante] como tal una realidad proporcional al tiempo, perfectamente observable en la experiencia, que implica su atribución subjetiva;”

Es decir, hay un tiempo (no cronológico: puede ser una milésima de segunda, pero también puede ser todo un día o mucho más; es un tiempo lógico) en que el sujeto termina por atribuir un sujeto a esa voz. Ese tiempo será analizado por Lacan en su famoso ejemplo, en las páginas siguientes, del caso de la alucinación que se conoce como “¡Marrana!”, y que no voy a comentar aquí.

3o. su estructura propia en cuanto significante es determinante en esa atribución que, por regla, es distributiva, es decir con varias voces, y que pone pues, como tal, al percipiens, pretendidamente unificador, como equivoco.”

Es decir, lo importante es la estructura significante del fenómeno clínico, de la alucinación que supone esa atribución de un sujeto a la voz. El sujeto puede creer que es él mismo (es lo que suele hacer el sujeto “normal”) o bien puede concluir en la certeza de que es Otro, el Otro (el vecino, pero también cualquier lugar al que atribuya esa voz). Y es una polifonía, con varias voces posibles, que muestran que la función de la percepción no es unificadora en absoluto. Se trata más bien de una coral de varias voces, separadas entre sí o bien que se van encadenando como sucede en un canon musical.

***

Voy a dar un último ejemplo clínico de un sujeto que recibí hace años en mi consulta y que siempre tengo presente a la hora de plantear el tratamiento posible de la psicosis en el dispositivo analítico.

En un primer encuentro, un sujeto me explica que, estando en la playa hacía unos días, sintió que las olas le hablaban. Era una alucinación, no era una falsa percepción como podría pensar todavía alguien formado en la psiquiatría o la psicología de nuestros días. El murmullo de las olas se convirtió en una alucinación, en la aparición de un significante en lo real (diremos retomando la indicación de Lacan en su Seminario 3 sobre “Las psicosis”). Era un mensaje que se dirigía a él en lo que Lacan llama un fenómeno de alusión. Fue el momento de un desencadenamiento en el que se sintió observado por todos los que estaban en la playa. Ahí, aparejada a esa alucinación verbal en las olas de la playa, aparece el otro objeto lacaniano, la mirada, una mirada que se extendía a toda la playa en su conjunto, como un espacio opuesto al rumor de las olas que le hablaban. No podía ni quería girarse, porque no había necesidad de verificar que todos los estaban observando, era una certeza. Por lo demás, en su delirio, todos le hacían culpable de un problema surgido en su familia entorno a una herencia y que sería largo de explicar. Entonces, durante la entrevista, sucede que suena el teléfono y mantengo una breve conversación. Solo colgar el teléfono, el sujeto me dice con igual certeza: «era la policía, ya saben que yo venía a hablar con usted». A partir de ahí, estaba claro que no era nada fácil de manejar mi lugar en la transferencia. Mantuve todas las entrevistas cara a cara con este sujeto, aunque en muchos momentos sin mirarlo directamente, poniendo mi mirada un poco de lado y hablando, cuando lo hacía, un poco de costado, sin dirigirme directamente a él. Pero esa mirada y esa voz estaban ahí, localizadas como una señal de que, al menos, no estaban en todas partes dirigidas a él.

Esta dimensión de la mirada y de la voz como objeto no tiene nada que ver con la dimensión de la visión o de la audición. En este caso, su lugar no estaba localizado en lo simbólico y reaparecía en lo real de manera alucinatoria, siempre con estas dos características: una anticipación de la significación en la cadena significante (con una certeza imborrable, incuestionable sobre esa significación) y una atribución subjetiva sobre el lugar desde el que se originaba esa cadena significante.

Es esta voz áfona, que se impone para el sujeto en lo real, la que anida en todos los fenómenos de automatismo mental o de las llamadas “alucinaciones verbales”, pero también en la forma que tenemos, cada uno, de escuchar la voz en cada lengua.





[1] Jacques-Alain Miller, “Jacques Lacan y la voz”, en Freudiana 21, Paidós, Barcelona 1997, p. 17.
[2] D. P. Schreber, Memorias de un neurópata, Ed. Petrel, Buenos Aires 1978, p. 173
.

30 de maig 2024

L'acte psicoanalític i el subjecte suposat saber


Intervenció a la presentació del Seminari XV de Jacques Lacan, «L’acte psychanalytique», a l’Ecole de la Cause freudienne, a Paris, el 28 de maig de 2024.

 

Cada publicació d'un Seminari de Jacques Lacan és un esdeveniment, i no només per a aquesta comunitat que anomenem psicoanalítica, sinó molt més enllà. És un esdeveniment basat en una transferència amb l'ensenyament de Lacan? Podríem sostenir-ho tenint en compte el que esperem de llegir el seu text tot suposant-li un saber. Aleshores hi recollim les perles que ens semblen encara més clares amb les escansions, les puntuacions, amb els títols i subtítols que ens el fan més llegible. I això és gràcies al treball perseverant de Jacques-Alain Miller que l’ha establert, com finalment també queda indicat a la portada del llibre editat per Editions du Seuil, només —cal remarcar-ho— a partir dels dos darrers Seminaris publicats.

L'esdeveniment de la publicació de cada Seminari és un acte? Això és més difícil de sostenir, encara que, per la meva part, puc dir que sempre hi ha un abans i un després amb la publicació d'un Seminari de Lacan. Així descriu ell mateix un acte: és allò que marca un abans i un després, com les campanes que indiquen el final d'un any i l'inici d'un altre. És un acte que rellança, cada vegada, la nostra transferència de treball a les Escoles de l’Associació Mundial de Psicoanàlisi. Però això no necessàriament és un acte.

D’altra banda, Lacan es fa la pregunta en aquest Seminari: ensenyar és un acte? No, precisament, i ho aclareix per no prestar-se al malentès del que s’ha de considerar ensenyament (pàg. 73): “ensenyar no és un acte, mai ho ha estat”. I afegeix: “un ensenyament és una tesi”, una tesi que cal demostrar o contradir. No és una posició gens còmoda. És per això que Lacan es reconeix de seguida en una posició excèntrica (p.29): “el meu lloc aquí, aquell des del qual us parlo, ja testimonia prou d'alguna cosa que s’ha esdevingut i que em situa envers els psicoanalistes en una posició excèntrica”. També és una posició excèntrica a la funció de la transferència que és definida (pàg. 164) com un “acte de fe” del subjecte suposat saber. I Lacan no es deixa atrapar en aquest lloc, en aquesta funció del subjecte suposat saber. Se n'escapa com una anguila just després de causar un efecte d'ensenyament. I al mateix temps separa el lloc de l'analista d'aquest subjecte suposat saber (pàg. 65): “Contràriament al que es creu, això no vol dir que ell [l'analitzant] identifiqui aquest subjecte suposat saber amb el seu analista.» En el millor dels casos, l'identifica amb el seu inconscient, amb l'inconscient del qual es fa subjecte. Veiem, doncs, la paradoxa on es troba Lacan: ensenyar què és l'acte analític en un ensenyament que no se sosté com un acte.

Trobem en l'experiència analítica el mecanisme d'aquest aparell paradoxal, que Lacan formula amb una expressió que ha fet fortuna: el subjecte suposat saber —un fantasma, una formació simptomàtica també de l'inconscient: la suposició que ja hi ha un saber inscrit en algun lloc per endavant, però també que hi ha un subjecte d'aquest saber. El treball d'anàlisi és, tot i així, (pàg. 66) un treball de “reducció” de la funció d'aquest subjecte suposat saber, una reducció “a allò que és” finalment, un objecte. Es tracta d'una reducció de la transferència a aquesta funció de l’objecte residu, deixalla de l'operació. L'acte analític pressuposa doncs la transferència (pàg. 55): “fora del que he anomenat manipulació de la transferència, no hi ha acte analític”. La pressuposa però és precisament per des-suposar-la al mateix temps d'aquest acte, i finalment per destituir aquest subjecte suposat saber al final de l'anàlisi.

El resultat és que no hi ha un subjecte que pugui plantejar-se com a agent de l'acte analític. L'agent sempre està del costat de l'objecte, de l'objecte com a causa del procés. Com dur a terme, doncs, aquesta operació que consisteix a sostenir-se en el subjecte suposat saber per destituir-lo alhora? Es de l'ordre de l'impossible, i ningú podria afirmar que n’és el subjecte sense caure en la impostura. Per tant, conclou Lacan, l'analista ha d'“oblidar”  i de “fingir” —aquests són els termes que utilitza— allò que ha après en la seva experiència com a analitzant per donar suport a aquesta posició (pàg. 66): “correspon a l’analista fingir que la posició del subjecte suposat saber és sostenible, perquè aquest és l'únic accés a una veritat de la qual aquest subjecte serà rebutjat per quedar reduït a la seva funció de causa d'un procés en impasse. » Lacan mateix indica l'enormitat d'aquesta paradoxa que pot prestar-se a tota mena d'impostures i hipocresies. Afegeix: «Que l'analista fingeixi oblidar que el seu acte ha de ser la causa d'aquest procés, és greu».

Però, a veure, com pot ser que algú pugui «fingir que oblida» qualsevol sigui el que sigui ? No és el cas d'aquell home que va anar a una illa per oblidar, per oblidar què? Si li preguntem, no ho sap, ho ha oblidat. És el cas que també esmenta Lacan (p. 71) a l'obra de Tom Stoppard, Rosencrantz and Guildersteien are Dead, en aquest diàleg que llegeix a l'inici de la quarta sessió:

 

- Digues, què és el primer que recordes?

- Què vols dir, el primer que em ve al cap?

- No, el primer record que hagis tingut.

Llarga reflexió...

- Ho he d'haver oblidat.

- Precisament el primer que no has oblidat.

Llarga reflexió...

- He oblidat la pregunta.

 

No, precisament, l'analista no ha d'haver oblidat la pregunta de què es tracta en el seu acte, la que planteja, cada vegada, el subjecte suposat saber. Podem dir que aquest seminari de Lacan està fet precisament per no oblidar-lo. En el cas de la posició de l'analista, ho sap, ho ha de saber precisament a partir de la seva experiència com a analitzant, si és cert que ha arribat al seu final de la seva experiència i que, a més, pot donar testimoni del fet que va reduir aquest fantasma del subjecte suposat saber a un objecte, la resta que en última instància és el seu residu. Però per donar suport a l'acte analític també ha de fingir que ho ha oblidat al mateix temps! És una posició insostenible, que només estaria a l'abast d'un veritable sant —aquell sant de Baltasar Gracián que Lacan evocava en aquesta època— o fins i tot d'un autèntic impostor! I per això no es pot confiar immediatament en algú que diu que està posseït per aquest desig estrany d'ocupar un lloc així. Hem de comprovar-ho, un per un. I aquesta és la invenció del passi que Lacan està posant en marxa en aquell moment, l'any 1967, a la seva Escola. Només en una experiència col·lectiva d'aquest tipus —una experiència el suposat subjecte de la qual és aquest mateix col·lectiu— podem verificar la possibilitat de sostenir aquest lloc en l'acte analític.

Tot i així, cal anar amb compte. Perquè, com ens recorda Lacan, i sobretot pel que fa a l'acte, oblivium est levis, l'oblit allisa, esborra de la manera més segura, allò que està en joc en l'acte analític.

17 de maig 2024

Marcel Proust: el record i la memòria

Marcel Proust


Notes d'una intervenció a la Societat d’Amics de Marcel Proust, el 13 d’abril de 2024.

 

 

Començaré, de manera una mica immodesta, amb un record de com vaig trobar-me amb l’obra de Marcel Proust. Perquè ara, en el moment d’haver de tornar-hi per preparar aquestes notes, he hagut de refer el mateix camí sobre el que vull conversar amb vosaltres, entre el record i la memòria.

Any 1976, tinc 18 anys i assisteixo  des de fa un any a un grup d’estudis que Oscar Masotta, psicoanalista argentí, fa a Barcelona sobre la lectura de Jacques Lacan i la psicoanàlisi. Aquell any 1976, O. Masotta publica un llibre, Ensayos lacanianos,  que s’obre amb una citació de la Recherche de Proust:

« C’est la décision que je pris. Elle me fit penser à moi. Or, comme le Moi vit incessamment en pensant une quantité de choses, qu’il n’est que la pensée de ces choses, quand par hasard, au lieu d’avoir devant lui des choses, il pense tout d’un coup à soi-même, il ne trouve qu’un appareil vide, quelque chose qu’il ne connaît pas, auquel pour lui donner quelque réalité il ajoute le souvenir d’une figure aperçue dans la glace. Ce drôle de sourire, ces moustaches inégales c’est cela qui disparaîtra de la surface de la terre. Quand je me tuerais dans cinq ans… »

De seguida vaig voler seguir el meu aprenentatge de la llengua francesa per llegir Marcel Proust i Jacques Lacan. Havia començat a llegir la Recherche en la traducció castellana d’aleshores i volia seguir-la en francès. N’assajo una traducció en català, que no sé si coincidirà molt o poc amb la que deu fer Valèria Gaillard:

"És la decisió que vaig prendre. Ella em va fer pensar en mi. Ara bé, com que el Jo (Moi) viu incessantment pensant una quantitat de coses, i és només el pensament d'aquestes coses, quan per atzar, en comptes de tenir coses davant seu, de sobte pensa en si mateix, només troba un aparell buit, una cosa que no coneix, a la qual per donar-li una mica de realitat afegeix el record d'una figura percebuda al mirall. Aquell somriure ridícul, aquells bigotis desiguals, això és el que desapareixerà de la faç de la terra. [I acaba amb una nota molt malastruga] Quan em mataré dintre de cinc anys..."

En aquesta citació hi havia un munt de coses que m’atrapaven:

— El Jo (la personalitat, la persona, que és al centre de la psicologia contemporània) com una construcció imaginària, una imatge de permanència i de duració que ens dona la il·lusió d’una continuïtat en la vida, d’identitat més o menys estable. Costa poc posar en relació aquest passatge de Proust amb el famós “estadi del mirall” de Jacques Lacan.

— Quan aquesta construcció imaginària es gira sobre ella mateixa, per mirar d’identificar-se entre les coses que tenia al davant, es descobreix, però, com una identitat buida que vol captar-se a si mateixa. Gran paradoxa: el subjecte no és idèntic a si mateix, es descobreix com una identitat buida, sense cap essència possible. Tal com escrivia Francesc Fontanella, ja en ple segle XVII: “desconec la figura de mi mateix en mi”. Quan cadascú vol girar-se sobre si mateix, en allò que s’anomena tan impròpiament “introspecció”, hi troba “un aparell buit”, un buit al qual només pot donar una realitat amb el record de la pròpia imatge en el mirall.

És ben bé la diferència freudiana entre el Jo (com una figura imaginària) i el Subjecte de l’inconscient que és, de fet, un aparell buit.

— I també l’atzar: “quan per atzar...” Hi ha sempre un encontre imprevist en la trobada amb la veritat d’un mateix.

Es sobre tot això que vull conversar amb vosaltres, seguint una idea que em sembla interessant de situar en l’obra de Proust, una diferència que fem des de la psicoanàlisi, la diferència entre el record i la memòria. Son dos registres diferents en el subjecte de l’inconscient. El mateix Proust s’ho planteja en molts llocs de la seva escriptura: “Tots tenim els nostres records, o si més no la facultat per recordar-los [...] Tanmateix, què és un record que no podem recordar?” (Sodoma i Gomorra). On son els “records” que no recordem, però que potser podem arribar a recordar en algun moment? I els que mai no arribarem a recordar, on son? Quina memòria els guarda? I quina incidència poden tenir en la vida de cadascú de nosaltres allà on siguin inscrits? Aquesta pregunta ens porta immediatament a la idea d’una memòria inconscient, de la que no tenim cap representació possible, però que segueix fent la seva feina d’alguna manera (en els somnis, en els símptomes que podem patir, per exemple, en tot allò que anomenem “formacions de l’inconscient”). Els records no recordats (si se’m permet, doncs, la paradoxa) deuen seguir les lleis d’una memòria que no se sap a si mateixa, un saber que no se sap a si mateix i que és, tal como el va reformular Lacan, el saber de l’inconscient: un saber no sabut en ell mateix.

Això ens introdueix necessàriament a la diferència entre record i memòria.

Subratllaré dues observacions de Freud al respecte, tan primerenques com fonamentals: 

1 — Consciència i memòria s’exclouen. No puc tenir consciència de la memòria que està escrita en mi mateix (una memòria que és, sempre, inconscient). I no puc tenir memòria de tot allò que percebo des de la consciencia. Només aquell Funes el memorioso de Borges n’era capaç, i era una veritable tortura que fa necessària la funció de l’oblit.

2 — Tot record és encobridor. Pot semblar una nova paradoxa, però és el que hem de deduir d’aquesta lògica que també trobem en l’obra de Proust. Només cal, però, que cadascú de vosaltres pensi en un record d’infantesa: apareix com una escena on et veus des d’un lloc on no podies estar; allà on et veus no és allà des d’on et veus; has deformat, has transformat, has reescrit, doncs, el record que només per aquesta raó ja hem de dir que és sempre un record encobridor.

Hi ha, en l’obra de Proust, un tercer element, un fenomen prou conegut i comentat, els esdeveniments de la “memòria involuntària”, amb els famosos exemples de la magdalena sucada en la tassa de te, la frase musical de Vinteuil, o les dues lloses amb què s’entrebanca al pati. Son una mena d’epifanies on, de cop, apareix una llambregada, una intuïció d’una veritat sentida, experimentada de manera molt intensa pel subjecte, però que no podia ser recordada de manera voluntària. Apareix necessàriament de manera involuntària, com ho fa un somni, o un lapsus, d’altra banda.

En aquest sentit, tota memòria involuntària és una descoberta del més ignorat de mi mateix, alguna cosa que s’escriu més enllà del que crec saber de mi mateix.

Aquest espai, aquest interval de la memòria involuntària, és un espai que té un lloc especial en l’experiència de Proust i, de fet, en l’experiència de cadascú.

On l’hem de situar, aquest espai?

Entre el record, sempre encobridor, i la memòria que sembla impossible de retrobar, com el “temps perdut”, hi ha això que Proust anomena la “memòria involuntària”, una formació de l’inconscient que interromp la continuïtat del pensament conscient, de manera més o menys estranya, i que cal desxifrar.

Un lapsus, una acte fallit, una errada, poden ser també una memòria involuntària.

Son un efecte del “retorn del reprimit”, idea freudiana per explicar el símptoma com a formació de l’inconscient.

No hi hauria memòria involuntària sense oblit, tal com observa Yves Tadié al seu llibre El lago desconocido: entre Proust y Freud. Si hi ha retorn del reprimit és perquè la repressió ha fallat d’alguna manera. Una repressió reeixida no produeix cap memòria involuntària. És una paradoxa, com la d’aquell subjecte que va marxar a una illa per oblidar... per oblidar què? No ho sap, se n’ha oblidat! Això seria una repressió reeixida. En tot cas, hi ha una memòria (el record no recordat) que funciona més enllà de la voluntat del subjecte. Sobre aquesta memòria inconscient, Yves Tadié afegeix: «la memòria reorganitza sense parar el seu magatzem de records».

La memòria, doncs, no és el mateix que el record. El record és una imatge, una representació, la memòria és una organització, una estructura de llocs buits de representació i buits de sentit, llocs que només es relacionen entre ells mitjançant unes lleis simbòliques que són definides per Freud com a condensacions i desplaçaments i que Lacan reformula amb les operacions de la metàfora i la metonímia. 

Una petjada, una inscripció —el que queda inscrit com una memòria— és, de fet, un lloc buit que no vol dir res si no es connecta amb una altra petjada, i així aquests elements poden permutar en els llocs buits de l’estructura com les restes del record. La memòria és així un sistema d’escriptura, una escriptura simbòlica que no té cap mena de sentit per ella mateixa, però que reorganitza les representacions del record que és sempre encobridor. Aquesta és l’estructura del funcionament de l’inconscient descobert per Freud.

De tant en tant, la memòria reescriu els records de manera que ens arriben, sense voler-ho nosaltres, de manera impensada, com una llambregada d’aquella escriptura que han deixat en cadascú de nosaltres les coses viscudes, oblidades o perdudes. I demanen una interpretació. És això que Proust anomena “memòria involuntària”. 

Sovint aquesta memòria està feta de detalls que semblen insignificants, coses sense importància que són al costat, als marges dels esdeveniments que ens semblen decisius en la vida, però son precisament els detalls més importants, els que al capdavall tenen un sentit decisiu. És el que Freud anomenava desplaçament: l’important rau en els detalls colaterals. I és el que Lacan reduirà en la figura retòrica de la metonímia com un dels mecanismes de  l’inconscient: l’important és al marge, i pren la seva importància per contigüitat amb altres elements de l’estructura. Proust ho subratlla molt bé al començament de A l’ombra de les noies en flor: «el que més ens recorda una persona és el que havíem oblidat perquè era [o ens semblava] insignificant, i així hem deixat que conservi tota la seva força». I quan ens arriba al discurs conscient ho fa com un detall que sembla sense importància.

Hi ha una altra cosa que aprenem de la lectura de Proust. El nucli d’atracció al voltant del qual giren totes aquestes representacions és aquest espai que anomenem infantesa i que, de fet, és tan fora del temps cronològic com l’inconscient mateix. De fet, és un espai del tot estranger a nosaltres mateixos, tal com Proust mateix ho escriu a Le temps retrouvé: “Aquest estranger era jo mateix, l’infant que jo era aleshores”. És tan fora del temps que no en tenim, parlant estrictament, cap record cert, només records encobridors. Ives Tadié ho comenta també de manera oportuna: “No hi ha records de la infantesa sinó records relatius ala infantesa formats posteriorment”. És una idea ben freudiana que trobem escrita de la següent manera: “els suposats records infantils no son els vestigis d’esdeveniments reals sinó una elaboració ulterior d’aquests vestigis, que ha calgut elaborar sota la influència de diverses forces psíquiques que han intervingut posteriorment”. De nou trobem la diferència entre record (encobridor) i memòria (les “forces psíquiques” que segueixen les lleis dels processos primaris de l’inconscient).

Hi ha una elaboració, doncs, seguint aquestes llei de la memòria inconscient, una reescriptura constant de les restes dels records. 

Hi ha un tret important d’aquesta memòria, un tret que el record sempre deixa velat amb la il·lusió de la duració cronològica del temps en el record. És el "Temps” de la recerca de Proust, un temps perdut en la mesura que és fora del temps evolutiu en la vida i l’experiència de cadascú. El Temps no existeix com a tal en l’estructura de l’inconscient, només la consciència el percep com una il·lusió de continuïtat en això que anomenem el “Jo” (diferent del subjecte). 

De nou Proust ens dona una imatge molt precisa d’aquest temps: “Al cap d’un segon feia ja moltes hores que havia marxat” (El temps recobrat). Aquest temps subjectiu, no cronològic, és el que es retroba al final de la Recherche, de l’immens treball de reescriptura  de la memòria proustiana: “una mica de temps en estat pur”, un instant en què se’ns fa present la memòria perduda de les coses (que no és el record de les coses perdudes) i la seva llei estranya.

 

Ordenem ara aquests termes seguint els tres registres que són al fonament de l’ensenyament de Jacques Lacan, l’Imaginari, el Simbòlic i el Real:

— El record (encobridor) és de l’ordre de les imatges: és l’ordre de l’Imaginari.

— La memòria és un sistema organitzador (sense contingut), amb lleis simbòliques que regeixen el seu funcionament (inconscient): és l’ordre del Simbòlic.

— Entre record encobridor i memòria, en la seva intersecció, hi ha  la “memòria involuntària”, una troballa, una “tyché” (un encontre fortuït segons el terme aristotèlic que Lacan fa servir per oposar-lo a l’automatisme de repetició de l’inconscient), un esdeveniment imprevist, un encontre amb el real que no funciona amb cap llei prèvia: és el registre del Real, el més real en la vida de cadascú.

 

Heus ací potser el millor exemple que podem trobar d’aquesta tripartició en l’obra de Proust (i que Gilles Deleuze va remarcar per acabar el seu llibre Proust i els signes), un darrer passatge de la “Recherche” que comentaré. 

És un paràgraf d’El Tems retrobat on trobem aquesta observació: “Jo no havia anat a buscar aquelles dues lloses del pati amb què vaig entrebancar-me. Però, precisament, la forma fortuïta, inevitable, en què havia tornat a trobar aquella sensació, governava la veritat d’un passat que aquella sensació ressuscitava, de les imatges que desencadenava, atès que sentim el seu esforç per remuntar-se cap a la llum, sentim l’alegria del real retrobat...”

Tal com Proust escriu una mica més endavant, tot aquest procés, fet d’instants imprevistos, no té, en el real, cap programa ni llei prèvia: “Pel que fa al llibre interior d’aquests signes desconeguts [...] ningú podia ajudar-me en la seva lectura amb cap regla, aquesta lectura consisteix en un acte de creació en el que ningú pot suplir-nos, ni tan sols col·laborar amb nosaltres [...] El llibre de caràcters figurats, no traçats per nosaltres, és el nostre únic llibre [és una definició molt precisa de l’inconscient freudià] [...] Només la impressió, per feble que sembli la seva matèria, per inversemblant que sembli la seva traça, és un criteri de veritat i, per això mateix, és l’única que mereix ser aprehesa per la ment, puix que és l’única capaç, si sap alliberar aquesta veritat, de portar-la a una major perfecció i de donar-li una pura joia [joie, un gaudi]

Aquí hi és tot:

—  Les dues lloses del pati, jo no les havia anat a buscar, son sempre un encontre imprevist, una memòria involuntària. No les havia anat a buscar, però me les he trobat de manera imprevista, fortuïta. És la tyché, un encontre amb el real: “l’alegria del real retrobat” (el real, no la realitat). A vegades no produeix una alegria sinó un terrabastall de patiments, també cal dir-ho.

— tot això son “signes d’un llibre” que he d’aprendre a llegir, el “llibre interior” del meu inconscient, un llibre que és, de fet, amb les pàgines en blanc, que només la memòria involuntària deixa de no escriure fent aparèixer aquests signes com si fos una tinta invisible posada a la flama del llenguatge. (Vaig dedicar un llibre a això: Lecturas de la pàgina en blanco. La letra y el objeto.)

— No hi ha cap regla ni llei prèvia que m’ajudi a desxifrar-lo. Només puc deixar-me portar pel discurs (associació lliure) i està disposat a les troballes imprevistes.

— Aquesta lectura / escriptura és un acte de creació que ningú pot fer per mi. Tampoc l’analista, com a vegades es podria creure. L’analista només pot funcionar com un altre encontre imprevist en el millor dels casos, com si fos ell mateix les dues lloses on m’entrebanco en un encontre del real i que fan possible (de fet m’obliguen) a fer el treball de desxiframent dels signes del llibre interior que és l’inconscient.

— No hi ha una veritat exterior al llibre. Només “la impressió”, la lletra inscrita en la memòria que hi ha en les paraules dites, en el discurs, i que, per feble que sigui, és el criteri de veritat, l’única brúixola en aquest sistema buit de contingut, d’un significat previ.

— Només per aquesta via es pot trobar la veritat (que s’amagava mostrant-se, com l’aletheia grega, que és a la vista de tothom i amagada a la de cadascú) amb “la joia” de la vida. Proust fa servir la paraula “joie”, però podria haver escrit molt bé “jouissance”, el gaudi com a satisfacció de les pulsions més ignorades pel subjecte.

Doncs bé, diré per acabar que això és també el millor que podem esperar d’una psicoanàlisi.

14 de maig 2024

Guy Briole, “Monólogo compartido con la locura”

Intervención en la presentación del libro publicado en Grama ediciones, Buenos Aires 2024.

 

 

1— Lógica de un título paradójico

 

Un título, decimos a veces, es el álgebra del texto, es la fórmula lógica que debe poder descifrarse, demostrarse en su desarrollo, es la ecuación que debe poder resolverse con su lectura. No todos los libros lo permiten. Hay libros que solo repiten fórmulas y ecuaciones de otros. Pueden ser útiles para ordenarlas, pero no piden ese trabajo de demostración, no proponen la solución a la ecuación. De hecho, hablando estrictamente, solo un libro de lógica matemática puede hacerlo de manera consistente. Este libro de nuestro colega Guy Briole lo permite. Es, a la vez, un libro lógico y sobre la lógica de la locura entendida desde la experiencia del psicoanálisis. Su título nos da los términos de la ecuación y en sus páginas, de cuidada redacción, el lector encuentra a su modo una solución a la ecuación. 

No necesariamente es la misma solución para cada lector. Tal como yo lo he leído, nos dice que la locura (como fenómeno, como concepto y como experiencia que atraviesa la historia del ser humano) no puede ser igual para todos y cada uno, que solo puede ser una solución singular y que, sobre todo, es una locura que no puede reconocerse a sí misma, que no puede descifrarse a sí misma. Y que el psicoanálisis es la forma que hemos encontrado para poder reconocerla y, así, poder tratarla en el otro, con el Otro. “Con” es el término del título que nos da la sintaxis de la ecuación, la preposición que introduce el complemento circunstancial. No "ante", ni "bajo", ni "contra", ni tampoco "a favor" (no es un elogio de la locura). Es con la locura misma como se mantiene y se comparte ese monólogo. Si es un monólogo es necesariamente del sujeto consigo mismo tomándome a sí mismo como si fuera Otro. Eso es un análisis, un monólogo compartido con el Otro de esta forma, cosa que ya parece una locura.

Lo que Guy Briolle nos muestra en estas páginas es que solo se pude compartir un monólogo si se lo escucha incluyéndose en él. Y no al revés, no intentando asimilar la locura al propio ideal, ya sea un ideal de normalidad o no. Se trata de saber escuchar el monólogo incluyéndose en él. Lo que supone intervenir de cierta manera. El “secretario del alienado”, como lo llamaba Lacan, interviene, no solo toma notas.

Entre las diversas referencias a casos clínicos, hay un ejemplo muy preciso y especialmente ilustrativo de esta posición. Es una intervención que trata de encontrar un “camino intermedio” entre la erotomanía y el vaciamento de todo afecto. Y el analista solo puede hacerlo de manera contingente, sin una intención o programa previo. Lo encontrarán el página 62. Es algo que siempre implica cierto riesgo.

 

 

2— La clínica psiquiátrica y la “clínica continuista” del psicoanálisis

 

Encontrarán en el libro un nuevo abordaje de esta problemática. El psicoanálisis es, sin duda, heredero de la clínica psiquiátrica: la clínica de las neurosis y las psicosis especialmente.  La cuestión es qué hace el heredero con esta herencia. 

Ahí, sin duda, ha sido decisiva la enseñanza de Lacan, del Lacan psiquiatra que no puede entenderse hoy sin el Lacan psicoanalista y, especialmente, sin lo que llamamos el “ultimísimo Lacan”, con la lectura que Jacques-Alain Miller ha hecho en las passada décadas con el término (que no es una nueva categoría clínica) de las “psicosis ordinarias”. Ello nos lleva a lo que hoy llamamos una “clínica continuista” que reescribe la "clínica estructural" de las neurosis y las psicosis del primer Lacan, el de "Función y campo de la palabra y del lenguaje..." y de “La cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, la clínica fundada en la frontera de la Metáfora Paterna y el significante del Nombre del Padre. Es una frontera heredera de hecho de la reordenación que Lacan hizo de la clínica freudiana (fundada, a su vez, en la clínica psiquiátrica de las psicosis y las neurosis.)

Y Guy Briole señala algo que me parece capital, creo que es el punto de apoyo del desarrollo de la tesis de su libro (p. 57-58): “el abordaje continuista no es el de la continuidad”. No es un borramiento de las fronteras clínicas, no es el borramiento de la clínica misma, es su reinscripción en otro espacio, el espacio continuista de lo real del síntoma: espacio homólogo al espacio lógico de la recta real que Lacan toma como brújula de la experiencia analítica al final de su enseñanza. Estas dos páginas son todo un programa de trabajo al que nos invita este libro. Es la invitación a un trabajo que podría también llamarse de construcción de una clínica de “fronteras móviles”: las fronteras no desaparecen, pero son móviles en cada caso, y lo son caso por caso.

 

 

3— Un detalle final

Van a encontrar en el libro una referencia, seguramente desconocida por todos ustedes (yo, al menos, no la conocía) a un personaje de la psiquiatría francesa de finales del siglo XVIII: Joseph Daquin, un pionero olvidado, un psiquiatra rescatado del olvido que vivió y trabajó, precisamente, en las fronteras, entre Turín y Chamberí (con los Alpes por en medio), pero también entre la filosofía y la psiquiatría. Fue alguien con una “concepción filosófica de la locura”, con una “clínica inventiva” y con un rasgo que Guy Briole ha pescado en la obra de Joseph Daquin “La filosofía de la locura”: una “prudencia ilustrada”. Es una prudencia clínica que condensa la fronesis aristotélica y las luces de la Ilustración. Pues bien, es también el rasgo en el que me ha parecido reconocer, por mi parte, a quien ha escrito este valioso libro.

05 d’abril 2024

Entre el amor y la locura

ENTRE EL AMOR Y LA LOCURA. El traumatismo de lalengua, Rosa Apartin y  Verónica Carbone (compiladoras)


Entre el amor y la locura El traumatismo de lalengua

Rosa Apartín y Verónica Carbone (complidaroas). Prólogo de Fabián Fajnwaks

Grama ediciones, 2023

(Texto de la presentación del libro, 5 de abril de 2024)

 

Son 26 textos, 25 intervenciones más un prólogo, de colegas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis alrededor de cuatro términos y de sus posibles articulaciones: el amor, la locura, el trauma y lalengua.

El título de un libro es el álgebra de su contenido, en este caso de textos heterogéneos, pero que desarrollan las distintas combinatorios entre los términos de la ecuación. Pueden parecer cuatro términos heterogéneos —de hecho, lo son—, pero muestran su estrecha relación, y también muestran la buena elección de las compiladoras (Rosa Apartín y Verónica Carbone), cuando los emparejamos de diversas maneras siguiendo la experiencia analítica. 

Veamos las combinatorias posibles.

— El amor puede ser una locura que no se escoge. En realidad, “entre el amor y la locura” no hay elección posible: si uno escoge amar entra necesariamente en el campo de la locura. La locura, de hecho, uno no la escoge, es ella quien le escoge a uno. También se pregunta uno de los textos si el trauma es una elección. Y responde que no. Y también podemos decir algo parecido del amor: uno no escoge amar o no, es el amor quien lo escoge a uno. La expresión freudiana “elección de objeto”, si esa elección es inconsciente, puede leerse con el genitivo objetico: es el objeto quien lo elige a uno.

— El amor también puede ser, (es con frecuencia, si seguimos los testimonios del libro) una experiencia traumática:  son los amores devastadores, al estilo del que encontramos en obras como la de Marguerite Duras: "El amor es una fuerza indomable que nos consume y nos libera al mismo tiempo", “el amor es imposible”. No se trata la impotencia de amar, que es otra cosa, sino de la esa relación tan extraña entre  el amor y lo real.

— A la vez, el amor puede mostrarse muy productivo cuando se convierte precisamente en un amor a lalengua. “El amor de lalengua” fue un librito muy interesante publicado en los años setenta de Jean-Claude Milner (lingüista alumno de Lacan) en el que vincula precisamente el amor con el goce a través de la experiencia de la lengua y de la letra. 

Por otra parte, si vemos los otros lazos posibles entre los términos:

— Por otra parte, sabemos que la locura no es siempre amable, puede a veces desencadenar el odio —también el odio a la locura misma—, puede transformar el amor en odio (como en la paranoia), y mantiene también relaciones muy estrechas con lo más real de lalengua, ese depósito de equívocos, de neologismos y de barbarismos que la literatura explota con efectos de creación.

La relación con lalengua puede ser entonces también traumática cuando queda fuera de sentido, como sucede en el caso del autismo.

Así, el lector de este libro podrá recorrer las distintas combinatorias entre estos cuatro términos (amor, locura, trauma y lalengua), en una serie de textos que, por supuesto, no voy a intentar resumir ni tan solo cartografiar (el autor del prólogo, Fabian Fajnwaks, lo hace muy bien en su texto inicial, “Del amor loco a la clave del amor”).

Sí voy a señalar algunas cuestiones que me han surgido a lo largo de la lectura del libro, una vez puestos en serie los 26 textos como un trabajo común de elaboración epistémica en nuestras Escuelas de la  AMP. De hecho, el libro es un resultado de un trabajo de cartel en el que han participado las compiladoras y que declaran en su presentación la importancia de este dispositivo, el cartel, en la investigación de nuestras Escuelas. 

Tomaré, pues, cuatro hilos rojos que podemos seguir en la serie de textos que componen el libro:

 

—1. Un fenómeno de civilización: el amor parece cada vez más ausente de los discursos contemporáneos, ya sean discursos identitarios o reivindicativos, ya sea el discurso de la ciencia o el discurso de la política (a excepción, tal vez, de algunos discursos de orden religioso). Tal vez la experiencia del psicoanálisis sea uno de los pocos refugios donde se escuche hoy un discurso sobre o del amor. 

Es notable, por ejemplo, la ausencia casi general de una referencia al amor en los discursos llamados de “identidad de género” o en los movimientos “trans”, donde muchas veces el amor es entendido directamente como un instrumento de opresión, o como (cito a uno de sus representantes) “una tecnología de gobierno de los cuerpos”. 

Lo constatamos también en el recurso actual del sujeto “trans” al psicoanalista, por ejemplo, en un caso expuesto en uno de los textos, el “caso Juan”, un joven que quiere cambiar de sexo. Cuando al inicio de las consultas percibe que la analista no intenta convencerlo de que cambie de opinión, aparece un discurso sobre el goce de su cuerpo en la transformación, fuera de todo vínculo con el amor del Otro (p. 187): “su interés está puesto en las diversas transformaciones y no en el otro sexo como partenaire”.  Ese parece el rasgo común que escuchamos en muchos sujetos como un rasgo de civilización actual: el deseo y el goce se dirigen al propio cuerpo que viene al lugar del Otro, no se dirigen al Otro sexo como tal. Para dirigirse al Otro sexo como tal hace falta que se ponga en juego algo del amor, dimensión que brilla por su ausencia en los discursos contemporáneos.

Y esta es una verdadera cuestión para el psicoanálisis si tenemos en cuenta, como decía Lacan en su Seminario sobre “La transferencia”, que “al comienzo de la experiencia analítica fue el amor”. 

 

— 2. El amor al final del análisis: ¿hay un amor más allá del narcisismo? Para Freud, el amor es siempre narcisista: amar es ser amado (Lacan lo recuerda en su Seminario “Encore” añadiendo que “el amor siempre es recíproco”). A la vez, la experiencia analítica apunta a “un amor más digno”, que permita al goce (al goce del Uno solo) condescender al deseo (al deseo del Otro), también apunta a “un amor sin límites, fuera de los límites de la ley” (al final del Seminario XI). Pero Lacan, de manera desconcertante, también indica (al final del Seminario “Encore”) que “el verdadero amor desemboca en el odio”, el odio que se dirige de manera mucho más certera que el amor mismo al ser del otro (ya sea el otro como semejante o el otro como extranjero). Entonces, para el discurso analítico no hay posibilidad de hacer ninguna pastoral del amor (como sí puede hacerlo el discurso de la religión). 

Parecería que solo podemos hacer del amor una pura contingencia, un encuentro cada vez nuevo en la repetición, un encuentro no programable pero tampoco garantizable en una totalidad. “Te amaré toda la vida”, le dice uno al otro intentando ofrecer una garantía al amor. Y el otro le responde: “me contentaré con que me ames cada día”, cada día, uno por uno, en una serie contingente, sin ley ni garantía posible. ¿Cómo hablar de ese amor que siempre debe ser nuevo?

Varios textos se refieren a la emergencia de “un nuevo amor” (expresión que Lacan retoma de Rimbaud) en la experiencia analítica: un amor que sea el soporte “entre dos saberes inconscientes”. ¿Es un amor al final del análisis? ¿Es un amor que debe estar a lo largo de su recorrido en la transferencia?

De hecho, podemos decir que el amor está en el principio del psicoanálisis como amor de transferencia: al principio del psicoanálisis está la transferencia. El destino del amor de transferencia sería entonces un amor al inconsciente (como la alteridad más íntima en uno mismo) y la posibilidad de que dos saberes inconscientes se encuentren, siempre de manera contingente, azarosa. 

Hay, sin embargo, una paradoja: no solo ese encuentro ocurre de manera contingente, no programable, sino que sucede necesariamente “entre dos saberes inconscientes”, es decir, dos saberes no sabidos por cada sujeto en cuestión, es decir, que no pueden saberlo ellos mismos.

Dicho de otra manera: el “amor al saber” no puede saberse a sí mismo. Y eso es algo que hace difícil transmitir en el mundo contemporáneo le dimensión del amor que sostiene la experiencia analítica. Solo queda la posibilidad de producir encuentros contingentes para que advenga algo de ese amor (también el amor al inconsciente y al psicoanálisis mismo). 

Y todo esto, es cierto, tiene siempre algo cercano a una locura, y a veces solo se produce a partir de un encuentro traumático, como del que dan testimonio algunos textos del libro.

 

— 3. La relación entre el amor y el goce: es una relación antinómica entre los dos términos, de contradicción, incluso de incompatibilidad entre amor y goce. Como dice unos de los textos (p. 126): “todo iría bien si la gente no gozara”, y especialmente todo iría bien en el amor. Hay cierta imposibilidad en amar aquello de lo que uno goza, como también de gozar de aquel o de aquella que uno ama.

No hay, de entrada, una relación entre amor y goce —varios textos se entran en esta cuestión— porque en el campo del goce no hay relación entre el goce del Uno y el Goce del Otro. Y el amor solo puede venir en lugar de esa no-relación. Pero, de nuevo, cada sujeto solo puede llegar a situarse allí sin saberlo, sin saberlo ni el Uno ni el Otro.

Volvemos, entonces, al problema inicial para el psicoanálisis: la relación del amor con el saber, y especialmente con el saber del inconsciente. 

¿Todo iría bien si la gente amara a su inconsciente? Dejo ahí la pregunta, aunque imagino ya una respuesta.

Hay, sin embargo, otra experiencia distinta a la del psicoanálisis que aborda la misma cuestión, una experiencia a la que el libro dedica su última parte: “El arte, un modo de hacer cuerpo y amor” (título sugerente).

 

— 4. El amor y la creación: 

Encontramos a Fellini y el amor en La Dolce Vita; Bernard Shaw y su Pigmalion; Yayoi Kusama (artista japonesa) y sus redes infinitas de puntos inscritos en el cuerpo para tratar los fenómenos elementales; también encontramos a la artista Marina Abramovic con su propio cuerpo como lugar de creación para explorar sus límites. Cada uno nos indica una solución distinta en la experiencia del arte para anudar el goce del cuerpo con el deseo del Otro y con el amor. 

Cada solución pasa por una locura distinta, y cada una pone en cuestión dos tópicos conocidos sobre el amor que este libro contradice: 

— Uno se resume en la conocida frase cuando quiere decirse que algo se hace de forma gratuita, “por amor al arte”, por el placer de hacerlo, sin miedos ni angustias. No, lo que encontramos en este libro es más bien el testimonio de que la creación en el arte (lo que a veces llamamos sinthome) pasa siempre por la angustia y por la experiencia traumática. 

— El Otro tópico (con el que terminaré) se funda en la idea de que habría una pedagogía, una propedéutica del amor, tal como se titulaba aquel libro de Erich Fromm, un “arte de amar”. Ese ha sido uno de los tópicos mayores en Occidente (y también en la cultura oriental), la de un ars amatoria que podría aprenderse y transmitirse. 

La experiencia analítica nos muestra, por el contrario, que no hay tampoco una didáctica, un programa propedéutico del amor. Solo un largo aprendizaje a través de ese amor que descubrimos como el amor de transferencia, incluso (para tomar la frase final del Prólogo) como un amor por “aquella parte maldita que cada uno lleva en sí."

 

31 de març 2024

Cientisme i forclusió


El ràpid desenvolupament de la tècnica i la multiplicació dels seus objectes, desenvolupament vertiginós com llegim sovint, es produeix des de fa dècades d'una manera cada cop més independent del propi discurs de la ciència. Tal com indicava J.-A. Miller al seu Curs «Tothom és boig»: «Ens adonem perfectament que la tecnologia no està subordinada a la ciència, que representa una dimensió pròpia de l'activitat i del pensament. La tecnologia té una dinàmica pròpia».
[1] És aquesta dinàmica de vertigen, estesa avui a tots els camps de la vida humana —inclosa la pròpia ciència— en allò que es coneix com a cientisme, el que els proposo interrogar a la llum de l'experiència analítica. De què es tracta en aquest vertigen?

Vist des de la perspectiva d'una clínica freudiana, és un vertigen semblant al que trobem en el cas del petit Hans quan el subjecte sent que el cavall desbocat de la tècnica no respon ja a les regnes del pensament, sinó que és el pensament mateix el que es veu arrossegat per ella. L'objecte tècnic —elevat, en efecte, al zenit de la civilització— ha esdevingut així en la vida quotidiana un objecte que pot ser tant un objecte d'amor com un objecte fòbic. Per això el món es pot repartir avui entre tecnofílics i tecnofòbics, entre els tecnoprofetes que prometen la salvació a través de l'objecte tècnic i els tecnocatastrofistes que anuncien ni més ni menys que la fi de l'espècie humana tal com la coneixem fins ara.


Vist des de la perspectiva d'una clínica dels nusos, aquest vertigen sembla, però, un efecte del que anomenem amb Lacan una forclusió generalitzada. Cal veure, encara, de quin subjecte es tracta en aquesta forclusió.


Vegem què passa avui al camp específic de les anomenades neurociències, on és el cervell el que ha vingut a ocupar el lloc de l'objecte tècnic, un model a igualar i a superar, o també a complementar amb les noves invencions mecàniques que segueixen el somni de La Mettrie al segle XVII. Fins i tot algú amb un perspectiva tan reduccionista com el prestigiós neurocientífic cognitiu Stanislas Dehaene ha assenyalat aquest any passat que «la tècnica està evolucionant molt ràpidament» però que cal ser molt cautelosos a l'hora de treure'n conclusions massa ràpides. 

Quan s’intenten localitzar amb els dispositius actuals els correlats neuronals del pensament o del llenguatge, assenyala que, en realitat, «no estem veient l‘activitat elèctrica de les neurones, només estem veient el flux de sang que hi arriba molt més tard». «Aleshores —afegeix en una fugida cap a endavant del cavall— volem tecnologies que ens permetin observar l'activitat de les neurones molt més directament»[2], i anuncia els progressos de la nova tècnica anomenada magnetoencefalografia que permetrà la captació dels camps magnètics neuronals i donar-nos la clau dels correlats de l'activitat psíquica. Per descomptat, és la mateixa noció de correlat neuronal de l'activitat psíquica, ja sàviament criticada per Jacques Lacan[3] als anys quaranta del segle passat, la que avui segueix sense poder-se elucidar conceptualment.

La bogeria, si n'hi ha alguna, prové aquí del que la psicoanàlisi ens ha ensenyat a formular com el subjecte suposat saber, que no és només suposar un saber a l'Altre, fins i tot a l'objecte tècnic en qüestió, sinó sobretot suposar un subjecte en qualsevol lloc on es concep un saber. I és el que avui segueix fent el neurocientífic: suposar un subjecte en allò que observa cada cop amb més precisió, des de la neurona, passant pels espais intersinàptics fins més enllà. I arriba a preguntar-se, amb raó, si no estarà afectat per aquella patologia que es descriu com a pampsiquisme, és a dir, suposar un subjecte de la consciència a qualsevol lloc de l'univers.


Aquest lloc, ja des del primer ensenyament de Lacan, no és altre que el lloc de la paraula, impossible de localitzar en tal o qual part del sistema nerviós o de l'organisme. És el que alguns estudiosos de les neurociències han definit com la fal·làcia mereològica[4] —que resulta de prendre la part pel tot— quan se sosté, sense cap rigor, que la neurona respon, o que el cervell decideix o ordena tal o qual cosa prenent el lloc del propi subjecte. Aquesta forma de cientisme, fins i tot d'animisme, segueix avui al cor de l'activitat científica i bé mereix el nom de deliri interpretatiu. Seguint aquesta via, el cientisme troba avui la seva extensió generalitzada: el subjecte forclòs en el registre simbòlic retorna en el registre real d'una manera gairebé al·lucinatòria.


Cal assenyalar, però, que el problema es planteja seguint un nou dualisme, tan difícil d'exorcitzar com el dualisme cartesià contemporani del naixement de la ciència moderna. No es tracta ara tant del dualisme entre ment (com a suposada res cogitans) i cervell (com a suposada res extensa) sinó del dualisme entre el propi cos i el cervell. En els termes que utilitza Antonio Damasio en el seu últim llibre titulat Feeling and Knowing (que es pot traduir com Sentir i saber)[5]: el problema actual és desentranyar com «cos i sistema nerviós interaccionen directament i abundant». Així, el cervell ha deixat de formar part de la unitat imaginària del cos per convertir-se en un nou objecte adherit i connectat a ell. I ara es tracta de saber com un, el cos, es vincula amb l'altre, el cervell, i fins on es pot estendre el sistema nerviós mateix. Les noves tècniques d'implants cerebrals ja fan possible aquesta extensió en allò que s'ha anomenat exocervell[6], una entitat que va més enllà dels límits imaginaris del cos per connectar-se amb la xarxa d'objectes proveïts per les noves tecnologies i, molt especialment, per l'anomenada Intel·ligència Artificial.


Aquest nou paradigma no supera, per més que el critiqui, el paradigma cartesià fundat en el seu cogito, ergo sum. En realitat, només el reescriu amb una nova fórmula que ha fet fortuna: I feel, therefore I am. Sento, doncs soc[7]. O dit amb la fórmula que avui anima bona part de moviments reivindicatius, jo soc el que dic sentir. El problema ja no és si el subjecte pensa o com pensa, sinó què sent en pensar i com sent el que pensa. La màquina de l'Altre ja no és només una màquina de pensar, sinó que pot ser una màquina de sentir i, per tant, de gaudir. Què em pot voler, doncs, si està habitada per una voluntat de gaudi? Passem així del problema clàssic derivat del cogito cartesià —pot pensar una màquina? era la famosa pregunta de Turing el 1950[8]— al problema plantejat per la nova fórmula: una màquina pot sentir i gaudir d'un saber? Només cal formular la pregunta per començar a embogir mig món.


Les conseqüències no són menors. L'enllaç cientista entre neurociències, cognitivisme i Intel·ligència Artificial ja ha trobat un futur prometedor amb l'aplicació de ChatGPT —aquesta meravellosa màquina de pensar— i altres xatbots al camp de les psicoteràpies. Hi ha preocupacions ètiques, per descomptat, però no semblen insalvables, de manera que ja s'admeten sense escrúpols com a assistents del terapeuta a les Teràpies Cognitivo-Comportamentals. Hi ha una llarga bibliografia sobre això en revistes científiques de renom on es constata un ús cada vegada més freqüent entre els joves de chatbots que s'ofereixen com a psicoterapeutes. El personatge anomenat Psychologist[9], creat per un jove estudiant de psicologia de Nova Zelanda, ha comptat aquest últim any més de 80 milions de consultes. L'avantatge, a més d'estar disponible en qualsevol lloc i moment, és que aprèn molt ràpidament a fer semblant de saber i de sentir com un ésser humà, de manera que l'usuari no troba o oblida molt aviat la diferència. Té sempre una resposta a punt, aprèn dels mateixos usuaris més ràpid que ningú, i sobretot aprèn de la seva anomenada intel·ligència emocional. Sembla sens dubte una mala notícia per als professionals que ja s'han mobilitzat presos de cert vertigen.


Bona notícia per a la psicoanàlisi: ChatGPT sempre respon, diu tot el que sap sense equívocs, i no sap guardar silenci. Si no sap alguna cosa, també ho diu i remet a les fonts d'informació que l'alimenten dia a dia. I no, no està exclòs que sembli fer semblant d'objecte, com s'escolta a dir de vegades, de manera poc precisa, per no dir del tot equivocada[10], sobre la posició de l'analista. En realitat, ChatGPT no fa altra cosa, semblar-ho. Però localitzar, com sosté el discurs de l'analista, l'objecte mateix en el seu lloc de semblant per a cada subjecte, d'això, res de res.


Així, el vertiginós projecte cientista seguirà el seu curs de manera imparable en la forclusió del subjecte. Hi ha qui ho ha pres amb cert bon humor i ha proposat un suplement al famós Test de Turing. No es tracta només que la màquina convenci l'examinador que ella no es distingeix en les seves respostes d'un ésser humà. Cal afegir un nou ítem: es tracta sobretot que la màquina convenci l'examinador que ell mateix pensa i sent d'una manera que no es distingeix d'una màquina.


No dubtem que el programa neurocientista dels nostres dies continuarà esforçant-se per aconseguir-ho.

 

 


[1] Jacques-Alain Miller, «Todo el mundo es loco», Curs del 14 de novembre de 2007. Paidós, Buenos Aires 2015, p. 20.

[2] Stanislas Dehaene, director del NeuroSpin Brain Imaging Center de París, en una entrevista concedida al diari digital El Confidencial, l'11 de febrer de 2023, consultable on-line: https://www.elconfidencial.com/tecnologia/ciencia/ 2023-02-11/entrevista-ia-stanislas-dehaene-neurociencia_3571582/

[3] En el seu debat amb l'organodinamisme d'Henri Ey. Jacques Lacan (1946), «Sobre la causalitat psíquica», a Escritos, Segle XXI, Mèxic 1984, p. 150.

[4] Vegeu, per exemple, M. R. Bennett i P.M.S. Hacker, als seus Philosophical Foundations of Neuroscience, quan posen el següent exemple: “dir que el cervell pensa és equivalent a dir que el pastís d'aniversari va ser tallat pels nervis deferents cervicals 5 i 8 de la medul·la espinal.”

[5] Damasio, A., Sentir y saber. El camino de la consciencia. Editorial Planeta, Barcelona 2021, p. 17.

[6] L’antropòleg Roger Bartra, nascut a Mèxic i fill d’Agustí Bartra i Anna Murià, ha inventat aquest terme, «exocervell», a Antropología del cerebro. Conciencia, cultura y libre albedrío. Pre-textos, Valencia 2014.

[7] El mateix Antonio Damasio segueix aquesta lògica al llibre esmentat.

[8] Assenyalem aquí una observació de Lacan: «Admeto que un ordinador pensi, però qui pot dir que sap? La fundació d'un saber és que el gaudi del seu exercici és el mateix que el de la seva adquisició.». Seminari 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, p. 117.

[9] És un entre diversos que existeixen a la plataforma Chracter.ai. Sam Zaia, estudiant de psicologia a Nova Zalanda, és el creador i trainer d'aquest chatbot.

[10] «Durant anys he intentat sense èxit extirpar del nostre ús l'expressió semblant d'objecte que fa creure que l'objecte és diferent del semblant ». Jacques-Alain Miller (1995), «La imagen reina», a Elucidación de Lacan, Paidós 1998, p. 581. No hi haurà aquí una de les claus de l'experiència de l'Escola i dels seus impassos a l'hora de localitzar-hi el desig de l'analista?