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05 d’agost 2019

El imposible despertar de Thomas l’Obscur


(Fragmento de un texto para un número de Atualittà Lacaniana  sobre Risvegli)

Si es verdad, como sostenía Jacques Lacan, que sólo despertamos para seguir soñando en la consciencia de lo que llamamos realidad [1], se impone la pregunta: ¿Podemos despertar del sueño de la consciencia? Es decir ¿podemos despertar del sueño de creernos despiertos? Sólo un sujeto que despertara sin cesar a lo más real del inconsciente podría responder a esta pregunta. El inconsciente —tal como indicaba Jacques-Alain Miller en su “Prólogo de Guitrancourt” [2]— es un saber en el que no hay nadie para decir “yo sé”. Es un saber que viene siempre enunciado desde el lugar del Otro, desde la Otra escena en la que no hay un sujeto que pueda hacerse ni reconocerse como autor de este saber. Del mismo modo el sueño, como una de las formaciones prínceps del inconsciente, es una experiencia en la que no hay nadie que pueda decir “yo sueño”, “yo soy el autor de este sueño”. Como sujeto, “yo” solo puede hacerse receptor, en el momento de despertar, de un mensaje cifrado que viene del lugar del Otro y que ha sido enunciado desde allí mientras “yo” dormía, ausente de mí mismo. En realidad, no hay nadie, ni dormido ni despierto, que pueda decir “yo sueño”. Más bien este “yo” deberá decir que “el Otro sueña”, que “el Otro sueña en mí” o incluso que “el Otro me sueña” [3]. Una vez ahí, sujeto y objeto gramatical pueden intercambiarse los lugares. Tal como sucedía en el famoso relato del filósofo chino que había soñado ser una mariposa, Chuang-Tse no sabe al despertar si ha soñado que era una mariposa o si es la mariposa la que ahora sueña que es Chuang-Tse. Esta estructura no es, sin embargo, reversible. No tenemos noticia de que la mariposa se pregunte en algún momento si ella misma no será Chuang-Tse soñando ser una mariposa. La mariposa no es más que la mirada de Chuang-Tse tomada como objeto en el circuito pulsional que el sueño pone en escena, no es ningún sujeto que pueda pensarse como representable en el lugar del Otro. No hay reciprocidad entre el sujeto y el Otro, no hay intersubjetividad posible. Esta imposible reciprocidad indica ya que en el Otro lado del sujeto no hay más que un agujero. Allí donde debería aparecer otro sujeto correlativo al sujeto de la consciencia no hay más que un objeto reducido a la nada de una mirada. El sujeto del sueño es sólo entonces un sujeto supuesto, tan supuesto como la propia consciencia con la que se reviste para proveerse de una representación en la imagen del Yo, la consciencia de ser “Yo” una vez se supone despierto. 

Si ahí, en el sueño, hubiera un sujeto, un sujeto que pudiera decir de manera explícita “yo sueño”, “yo soy el que sueña”, y si ese sujeto pudiera seguir hablando o escribiendo una vez despierto para hacerse autor de la experiencia del sueño, un resultado posible sería Thomas l’Obscur, el relato de Maurice Blanchot escrito en 1941 y reescrito en 1950, un discurso llevado hasta el grado último de disolución del Yo de la consciencia, ahí donde sólo el objeto causa del deseo podría hablar. La consciencia —viene a decirnos Thomas con su estilo oscuro y transparente a la vez— es un simple fantasma con el que la falta de ser se reviste ante la angustia del des-ser, ante el “horror experimentado como goce [cuando] se abre en él la consciencia de que ningún sentimiento es posible, como por lo demás ningún pensamiento ni ninguna consciencia”[4]. Este sentimiento de la imposibilidad de sentimiento es un “sentimiento que es preciso nombrar y que yo llamo la angustia” [5]. Si este sujeto imposible de la consciencia, el sujeto mismo de la angustia, pudiera escribir más allá del despertar [6], entonces un resultado posible sería Thomas l’Obscur.

(...)


[1]"Un sueño te despierta justo en el momento en que podría soltar la verdad, de modo que sólo nos despertamos para seguir soñando, soñando en lo real, o para ser más exactos, en la realidad". J. Lacan, Seminario XVII, “El reverso del psicoanálisis”. Ediciones Paidós, Buenos Aires 1992, p. 60.
[2]J.-A. Miller (1988) “Prólogo de Guitrancourt”. Consultable en http://www.scb-icf.net
[3]El Yo aparece entonces, como señalará Freud, en cada imagen fragmentada de este sueño que mesueña.

[4]Seguimos el texto en francés publicado en la edición bilingüe catalán-francés: Maurice Blanchot, Thomas l’Obscur. Traducció d’Arnau Pons, Editorial Flâneur, Barcelona 2018, p. 191. Las traducciones al español son nuestras.
[5]Maurice Blanchot, op. cit., p. 191.
[6]Pero no hay despertar de este sueño, vana ilusión que el sueño mismo induce en mí cuando me creo despierto.

29 d’agost 2011

Los zapatos de Antonio Damasio

















Y el cerebro creó al hombre —es la curiosa traducción, llena de resonancias religiosas, del último título del conocido neurocientífico Antonio Damasio, cuyo original en inglés es Self Comes to Mind—
Se trata, una vez más, del Yo de la psicología y de sus espejismos. ¿Pero dónde encontramos, no al Self ni al Yo, sino al sujeto tachado, escrito $, en el discurso de Antonio Damasio? Allí donde solemos encontrarlo cada vez en la experiencia, en sus formaciones del inconsciente y en su división producida por el despertar de la angustia. Digamos que, en este punto al menos, A. Damasio recibe todavía ciertos ecos de lo que debió ser su lectura de Freud, ya que es a propósito de esta lectura como tendrá la honestidad, aunque haya sido sin saberlo del todo, de hacernos presente esta división. Veamos cómo[1].
Su libro se abre precisamente con la evocación de un momento de despertar: “Cuando desperté, estábamos bajando. Había dormido bastante rato como para que me pasaran por alto las informaciones sobre el aterrizaje y el tiempo. No había estado consciente ni de mí ni de lo que me rodeaba. Había estado inconsciente.”[2] En efecto, nunca un Yo podrá decir: “Yo soy inconsciente” o “Yo estoy inconsciente”. Y es por esto, precisamente, que lo inconsciente —mejor substantivarlo ahora así— no podrá ser nunca entendido como un estado, ni como un proceso subliminal a la conciencia que sería entonces su reverso. No, ese “inconsciente cognitivo”, esa no-conciencia que le habría hecho pasar por alto a A. Damasio las informaciones del lugar de destino al que estaba llegando, no es ni será nunca el inconsciente freudiano. El inconsciente real está siempre en Otra parte, en Otro destino.
¿Estaría tal vez el inconsciente real en el sueño que Antonio Damasio olvidó solo despertar para recobrar su Yo, ese sueño que hubiera sido su verdadero destino como sujeto Antonio Damasio, más allá de su Yo? Pero resulta que Antonio Damasio, según él mismo nos confiesa, suele olvidar siempre todos sus sueños si no los escribe —lo que, por otra parte, es siempre otra forma de “olvidarlos”—.
¿Todos? No, no todos. Hay al menos uno que no se deja olvidar por mucho que el sujeto quiera y que nos dice algo de sus supersticiones.[3] Es un enigmático sueño que lo acucia —una “leve pesadilla recurrente”—, y que suele tener la vigilia de pronunciar una conferencia. De hecho, el propio A. Damasio nos acaba de confesar un poco antes su embarazo ante la invitación a dictar una conferencia sobre Freud y la neurociencia: “Es el tipo de propuesta que habría que rechazar por completo, pero me sentí tentado y acepté”[4]. Y es así como nos narra después su sueño. “Las variaciones compartían siempre la misma esencia: llego tarde, muy tarde, y me falta alguna cosa fundamental. Tal vez me han desaparecido los zapatos, o la sombra de las cinco de la tarde se está transformando en una barba de dos días y no encuentro en ninguna parte la máquina de afeitar, o el aeropuerto ha cerrado a causa de la niebla y no puedo volar. Me siento angustiado y a veces avergonzado, como cuando (en el sueño, por supuesto) caminaba por el escenario descalzo (pero con un vestido de Armani). Es por ello que, todavía hoy, no dejo nunca los zapatos para que me los limpien en la puerta de la habitación del hotel”[5].
Se trata, en efecto, de uno de aquellos  sueños de repetición en los que Freud, en su famoso “Más allá del principio del placer”, encontró una de las formas en las que lo real del trauma se hace presente en una repetición que está siempre más allá del principio del placer. Por supuesto, las asociaciones del propio Antonio Damasio sobre cada elemento de su pesadilla serían necesarias para desplegar las diversas significaciones tejidas en la trama del inconsciente.
Con las variaciones de un mismo punto que se repite, lo real vuelve siempre al mismo lugar porque no llega a tenerlo del todo, llega solo para dividir al sujeto en la angustia y en la vergüenza. Son éstos precisamente los dos afectos por excelencia que en el Yo son signos de un goce, un displacer, tan ignorado por el Yo como experimentado como cierto. El inconsciente real es precisamente este lugar, sin lugar representable en el mapa, al que el sujeto Antonio Damasio siempre llega tarde, muy tarde, demasiado tarde para poder decir que el inconsciente es el mapeador que siempre faltará en su mapa. Este real en el que él, como Yo, no cesa de no representarse es el inconsciente que le pesca a punto de despertar para dejarlo después con el sentimiento de una falta fundamental, una falta que podemos escribir muy bien con la $ del sujeto tachado, del sujeto dividido por el significante y por un goce ignorado.
El inconsciente freudiano es este real todavía por escribir, un real que no cesa de no escribirse en el sistema neuronal por muchos mappings, escaneados o resonancias magnéticas que le apliquemos. Solo a través de la palabra y del lenguaje podemos acceder a él para tratarlo.
¿Cómo insiste en hacerse representar, sin embargo, este real tan íntimo que el sujeto lleva pegado como una parte de su cuerpo? Precisamente con una falta, la falta de los zapatos que brillan por su ausencia en el escenario del sueño. Y brillan más en la medida que el sujeto llega siempre tarde a su conferencia, a su cita con lo real del objeto. Así pues, el inconsciente real de Antonio Damasio es estos mismos zapatos que teme perder y que no cesan de no estar en la puerta de su habitación del hotel cada noche previa a una de sus conferencias. Son esos zapatos, como todo buen síntoma, el reverso de lo más real de su inconsciente que solo el propio sujeto podría decidirse a descifrar.
Aunque, por supuesto, para ello haría falta admitir primero que unos zapatos, en tanto significantes, son tan buena cosa como un cerebro para “crear al hombre”, es decir, para representar al sujeto de su inconsciente.


[1] Señalemos que las cuatro páginas tituladas por A. Damasio “El inconsciente freudiano” nos han parecido sin duda las más jugosas de su libro. Cumplen en su mapa la función que tenían en los mapas antiguos las zonas delimitadas en blanco con el nombre: terra incognita. Pero incluso en esas zonas, los sueños y otras formaciones del inconsciente dan testimonio de los extraños habitantes de su geografía: hic sunt dracones, aquí hay dragones, aparece escrito en ellas algunas veces.
[2] Antonio Damasio, I el cervell va crear l'home, (trad. al catalán), Ed. Destino: Barcelona 2010, p. 15.
[3] Sí, también los científicos son supersticiosos a causa de los significantes que los representan “en su ausencia” en el inconsciente. Y esas supersticiones siempre tienen que ver, más de lo que podría parecer, con sus investigaciones y descubrimientos. El ejemplo del gran físico Wolfgang Pauli y sus “sincronicidades” es tal vez uno de los más conocidos por haber sido tratado y comentado por Carl Gustav Jung.
[4] A. Damasio, op. cit., p. 249.
[5] Ibidem, p. 252.

27 de març 2010

Adicciones: un dormir sin sueño











“La muerte es un dormir sin sueño y tal vez sin despertar”. La frase es atribuida a Napoleón y fue retomada por Freud evocando el parentesco entre Hipnos (el sueño) y Tánatos (la muerte).

Generalmente, en la orientación lacaniana abordamos la clínica de las adicciones y del consumo por la vertiente del goce, como una satisfacción que lleva al sujeto más allá del principio del placer hacia la pulsión de muerte y que queda anclada como un imperativo del superyó dirigido al sujeto: ¡goza, goza un poco más todavía!

Pero podemos también tratar la cuestión de la toxicomanía y del consumo en general por una vertiente tal vez no tan explorada: la vertiente de la “pérdida de la conciencia” como una forma especial del sujeto del goce. En realidad, siempre ha existido esta vertiente en las adicciones: perder la conciencia, no pensar más, aparece muchas veces como un ideal buscado en el consumo del tóxico. Hacer de la conciencia un objeto es, por otra parte, lo que nos promete la ciencia de la cognición que reduce el sujeto a la conciencia tomada como objeto, incluso cuando se le añade la idea de un “inconsciente” neuronal.

La droga suele cumplir esta función de proveer al sujeto de “un dormir sin sueño”, en los dos sentidos de la expresión: dormir sin estar ya sometido al pensamiento (función de los hipnóticos) o soñar sin estar dormido (función de los alucinógenos o también de las anfetaminas). Las dos funciones tienen en común el ideal de “dormir sin sueño” para seguir durmiendo en la realidad, esto es, para seguir viviendo sin hacerse cargo de los efectos del lenguaje sobre el sujeto, para así sustraerse a los efectos del inconsciente. Era la constatación de Lacan: el sujeto despierta… para seguir durmiendo en los brazos de la realidad, hasta un nuevo (des)encuentro con lo real que lo despierte del sueño de su conciencia. Es algo que nos ocurre, de hecho, de una forma generalizada por la función hipnótica que va desde los medios de comunicación – basta con quedarse sentado cierto rato ante una televisión – hasta otras formas más sutiles de entrar en estados de discontinuidad de la conciencia. El consumo del tóxico vendría así a promover el adormecimiento del sujeto ante lo real, siempre mal calculado ya que lo real retorna cuando menos se lo esperaba. Ante la posibilidad de este retorno, nada parecería mejor estrategia que un “dormir sin sueño” en el que la conciencia misma se transforme en un objeto desechable, como un producto más al alcance del mercado.

Visto desde esta perspectiva, hay en las adicciones una vertiente cercana a lo que Zygmunt Bauman, en “Vida de consumo” (Fondo de Cultura Económica, 2007), denomina “fetichismo de la subjetividad”. Se trata del empuje al que se ve llevado el promotor de un producto cuando debe convertirse, él mismo, en el primer producto que debe promover. Es la estrategia comercial de la (hiper)modernidad líquida en la que se produce la conversión del sujeto en un objeto. Tal como escribe Bauman (p. 25): “En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo cualidades y habilidades que se exigen a todo producto de consumo”. No es sólo que en este proceso el sujeto quede reducido a un objeto, es que para ser un sujeto representable en el Otro del campo social hay que convertirse primero en un producto. Ser producto es ahora condición de subjetividad, lo que converge en aquella fórmula lacaniana, puesta de relieve por Jacques-Alain Miller, según la cual asistimos a un “ascenso al cenit social del objeto a”, el objeto causa del deseo.

Así, en la “capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles”, señalada por Bauman (p. 26), podemos encontrar hoy uno de los principios de toda adicción como forma de fetichismo del producto situado en el lugar del sujeto agente.

A su vez, este proceso va acompañado de un efecto de transformación de la experiencia del tiempo subjetivo. Se trata de lo que el propio Bauman (p. 51-52) define como una “renegociación del significado del tiempo”, de la experiencia de un tiempo puntillista en lugar del tiempo lineal o cíclico, propio de otros momentos de la civilización. Este nuevo tiempo subjetivo aparece como una experiencia, de la que el adicto da muchas veces testimonio, de una serie de “instantes eternos” pulverizados en su discontinuidad. Es también la “vida ahorista” como ideal del adicto a lo fugaz e instantáneo. No es sólo una forma de goce pulsional, de la satisfacción obtenida con el objeto, es también una elección de hacer de la objetivación (o de la objetalidad) una condición de la subjetividad.

Señalemos entonces una hipótesis conclusiva: la adicción generalizada como “un dormir sin sueño”, ese dormir que limita con la pulsión de muerte, es un producto, él mismo, del nuevo fetichismo de la subjetividad; y es, a la vez, la objeción del sujeto a su reducción a lo cognitivo, a la reducción de su conciencia a un nuevo objeto de consumo.

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(Resumen de la intervención en el Grupo de Investigación en Toxicomanías y Alcoholismo, de la Sección Clínica de Barcelona, el 16 de Diciembre de 2009. Puede consultarse una reseña en el Blog de la ELP).