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05 d’abril 2024

Entre el amor y la locura


Entre el amor y la locura El traumatismo de lalengua

Rosa Apartín y Verónica Carbone (complidaroas). Prólogo de Fabián Fajnwaks

Grama ediciones, 2023

(Texto de la presentación del libro, 5 de abril de 2024)

 

Son 26 textos, 25 intervenciones más un prólogo, de colegas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis alrededor de cuatro términos y de sus posibles articulaciones: el amor, la locura, el trauma y lalengua.

El título de un libro es el álgebra de su contenido, en este caso de textos heterogéneos, pero que desarrollan las distintas combinatorios entre los términos de la ecuación. Pueden parecer cuatro términos heterogéneos —de hecho, lo son—, pero muestran su estrecha relación, y también muestran la buena elección de las compiladoras (Rosa Apartín y Verónica Carbone), cuando los emparejamos de diversas maneras siguiendo la experiencia analítica. 

Veamos las combinatorias posibles.

— El amor puede ser una locura que no se escoge. En realidad, “entre el amor y la locura” no hay elección posible: si uno escoge amar entra necesariamente en el campo de la locura. La locura, de hecho, uno no la escoge, es ella quien le escoge a uno. También se pregunta uno de los textos si el trauma es una elección. Y responde que no. Y también podemos decir algo parecido del amor: uno no escoge amar o no, es el amor quien lo escoge a uno. La expresión freudiana “elección de objeto”, si esa elección es inconsciente, puede leerse con el genitivo objetico: es el objeto quien lo elige a uno.

— El amor también puede ser, (es con frecuencia, si seguimos los testimonios del libro) una experiencia traumática:  son los amores devastadores, al estilo del que encontramos en obras como la de Marguerite Duras: "El amor es una fuerza indomable que nos consume y nos libera al mismo tiempo", “el amor es imposible”. No se trata la impotencia de amar, que es otra cosa, sino de la esa relación tan extraña entre  el amor y lo real.

— A la vez, el amor puede mostrarse muy productivo cuando se convierte precisamente en un amor a lalengua. “El amor de lalengua” fue un librito muy interesante publicado en los años setenta de Jean-Claude Milner (lingüista alumno de Lacan) en el que vincula precisamente el amor con el goce a través de la experiencia de la lengua y de la letra. 

Por otra parte, si vemos los otros lazos posibles entre los términos:

— Por otra parte, sabemos que la locura no es siempre amable, puede a veces desencadenar el odio —también el odio a la locura misma—, puede transformar el amor en odio (como en la paranoia), y mantiene también relaciones muy estrechas con lo más real de lalengua, ese depósito de equívocos, de neologismos y de barbarismos que la literatura explota con efectos de creación.

La relación con lalengua puede ser entonces también traumática cuando queda fuera de sentido, como sucede en el caso del autismo.

Así, el lector de este libro podrá recorrer las distintas combinatorias entre estos cuatro términos (amor, locura, trauma y lalengua), en una serie de textos que, por supuesto, no voy a intentar resumir ni tan solo cartografiar (el autor del prólogo, Fabian Fajnwaks, lo hace muy bien en su texto inicial, “Del amor loco a la clave del amor”).

Sí voy a señalar algunas cuestiones que me han surgido a lo largo de la lectura del libro, una vez puestos en serie los 26 textos como un trabajo común de elaboración epistémica en nuestras Escuelas de la  AMP. De hecho, el libro es un resultado de un trabajo de cartel en el que han participado las compiladoras y que declaran en su presentación la importancia de este dispositivo, el cartel, en la investigación de nuestras Escuelas. 

Tomaré, pues, cuatro hilos rojos que podemos seguir en la serie de textos que componen el libro:

 

—1. Un fenómeno de civilización: el amor parece cada vez más ausente de los discursos contemporáneos, ya sean discursos identitarios o reivindicativos, ya sea el discurso de la ciencia o el discurso de la política (a excepción, tal vez, de algunos discursos de orden religioso). Tal vez la experiencia del psicoanálisis sea uno de los pocos refugios donde se escuche hoy un discurso sobre o del amor. 

Es notable, por ejemplo, la ausencia casi general de una referencia al amor en los discursos llamados de “identidad de género” o en los movimientos “trans”, donde muchas veces el amor es entendido directamente como un instrumento de opresión, o como (cito a uno de sus representantes) “una tecnología de gobierno de los cuerpos”. 

Lo constatamos también en el recurso actual del sujeto “trans” al psicoanalista, por ejemplo, en un caso expuesto en uno de los textos, el “caso Juan”, un joven que quiere cambiar de sexo. Cuando al inicio de las consultas percibe que la analista no intenta convencerlo de que cambie de opinión, aparece un discurso sobre el goce de su cuerpo en la transformación, fuera de todo vínculo con el amor del Otro (p. 187): “su interés está puesto en las diversas transformaciones y no en el otro sexo como partenaire”.  Ese parece el rasgo común que escuchamos en muchos sujetos como un rasgo de civilización actual: el deseo y el goce se dirigen al propio cuerpo que viene al lugar del Otro, no se dirigen al Otro sexo como tal. Para dirigirse al Otro sexo como tal hace falta que se ponga en juego algo del amor, dimensión que brilla por su ausencia en los discursos contemporáneos.

Y esta es una verdadera cuestión para el psicoanálisis si tenemos en cuenta, como decía Lacan en su Seminario sobre “La transferencia”, que “al comienzo de la experiencia analítica fue el amor”. 

 

— 2. El amor al final del análisis: ¿hay un amor más allá del narcisismo? Para Freud, el amor es siempre narcisista: amar es ser amado (Lacan lo recuerda en su Seminario “Encore” añadiendo que “el amor siempre es recíproco”). A la vez, la experiencia analítica apunta a “un amor más digno”, que permita al goce (al goce del Uno solo) condescender al deseo (al deseo del Otro), también apunta a “un amor sin límites, fuera de los límites de la ley” (al final del Seminario XI). Pero Lacan, de manera desconcertante, también indica (al final del Seminario “Encore”) que “el verdadero amor desemboca en el odio”, el odio que se dirige de manera mucho más certera que el amor mismo al ser del otro (ya sea el otro como semejante o el otro como extranjero). Entonces, para el discurso analítico no hay posibilidad de hacer ninguna pastoral del amor (como sí puede hacerlo el discurso de la religión). 

Parecería que solo podemos hacer del amor una pura contingencia, un encuentro cada vez nuevo en la repetición, un encuentro no programable pero tampoco garantizable en una totalidad. “Te amaré toda la vida”, le dice uno al otro intentando ofrecer una garantía al amor. Y el otro le responde: “me contentaré con que me ames cada día”, cada día, uno por uno, en una serie contingente, sin ley ni garantía posible. ¿Cómo hablar de ese amor que siempre debe ser nuevo?

Varios textos se refieren a la emergencia de “un nuevo amor” (expresión que Lacan retoma de Rimbaud) en la experiencia analítica: un amor que sea el soporte “entre dos saberes inconscientes”. ¿Es un amor al final del análisis? ¿Es un amor que debe estar a lo largo de su recorrido en la transferencia?

De hecho, podemos decir que el amor está en el principio del psicoanálisis como amor de transferencia: al principio del psicoanálisis está la transferencia. El destino del amor de transferencia sería entonces un amor al inconsciente (como la alteridad más íntima en uno mismo) y la posibilidad de que dos saberes inconscientes se encuentren, siempre de manera contingente, azarosa. 

Hay, sin embargo, una paradoja: no solo ese encuentro ocurre de manera contingente, no programable, sino que sucede necesariamente “entre dos saberes inconscientes”, es decir, dos saberes no sabidos por cada sujeto en cuestión, es decir, que no pueden saberlo ellos mismos.

Dicho de otra manera: el “amor al saber” no puede saberse a sí mismo. Y eso es algo que hace difícil transmitir en el mundo contemporáneo le dimensión del amor que sostiene la experiencia analítica. Solo queda la posibilidad de producir encuentros contingentes para que advenga algo de ese amor (también el amor al inconsciente y al psicoanálisis mismo). 

Y todo esto, es cierto, tiene siempre algo cercano a una locura, y a veces solo se produce a partir de un encuentro traumático, como del que dan testimonio algunos textos del libro.

 

— 3. La relación entre el amor y el goce: es una relación antinómica entre los dos términos, de contradicción, incluso de incompatibilidad entre amor y goce. Como dice unos de los textos (p. 126): “todo iría bien si la gente no gozara”, y especialmente todo iría bien en el amor. Hay cierta imposibilidad en amar aquello de lo que uno goza, como también de gozar de aquel o de aquella que uno ama.

No hay, de entrada, una relación entre amor y goce —varios textos se entran en esta cuestión— porque en el campo del goce no hay relación entre el goce del Uno y el Goce del Otro. Y el amor solo puede venir en lugar de esa no-relación. Pero, de nuevo, cada sujeto solo puede llegar a situarse allí sin saberlo, sin saberlo ni el Uno ni el Otro.

Volvemos, entonces, al problema inicial para el psicoanálisis: la relación del amor con el saber, y especialmente con el saber del inconsciente. 

¿Todo iría bien si la gente amara a su inconsciente? Dejo ahí la pregunta, aunque imagino ya una respuesta.

Hay, sin embargo, otra experiencia distinta a la del psicoanálisis que aborda la misma cuestión, una experiencia a la que el libro dedica su última parte: “El arte, un modo de hacer cuerpo y amor” (título sugerente).

 

— 4. El amor y la creación: 

Encontramos a Fellini y el amor en La Dolce Vita; Bernard Shaw y su Pigmalion; Yayoi Kusama (artista japonesa) y sus redes infinitas de puntos inscritos en el cuerpo para tratar los fenómenos elementales; también encontramos a la artista Marina Abramovic con su propio cuerpo como lugar de creación para explorar sus límites. Cada uno nos indica una solución distinta en la experiencia del arte para anudar el goce del cuerpo con el deseo del Otro y con el amor. 

Cada solución pasa por una locura distinta, y cada una pone en cuestión dos tópicos conocidos sobre el amor que este libro contradice: 

— Uno se resume en la conocida frase cuando quiere decirse que algo se hace de forma gratuita, “por amor al arte”, por el placer de hacerlo, sin miedos ni angustias. No, lo que encontramos en este libro es más bien el testimonio de que la creación en el arte (lo que a veces llamamos sinthome) pasa siempre por la angustia y por la experiencia traumática. 

— El Otro tópico (con el que terminaré) se funda en la idea de que habría una pedagogía, una propedéutica del amor, tal como se titulaba aquel libro de Erich Fromm, un “arte de amar”. Ese ha sido uno de los tópicos mayores en Occidente (y también en la cultura oriental), la de un ars amatoria que podría aprenderse y transmitirse. 

La experiencia analítica nos muestra, por el contrario, que no hay tampoco una didáctica, un programa propedéutico del amor. Solo un largo aprendizaje a través de ese amor que descubrimos como el amor de transferencia, incluso (para tomar la frase final del Prólogo) como un amor por “aquella parte maldita que cada uno lleva en sí."

 

13 de desembre 2020

El autismo, entre lalengua y la letra




















Intervención en la presentación del libro de Patricio Alvarez, El autismo, entre lalengua y la letra. Editorial Grama, Buenos Aires 2020.

 

Diré en primer lugar lo que he encontrado en el libro de Patricio Alvarez después de una primera lectura —digo primera porque ya sé que es para leerlo varias veces— y de seguir sus precisas articulaciones: es una valiosísima actualización de la clínica del autismo a la luz de la última enseñanza de Lacan. Pero es una actualización no a la manera acumulativa, siguiendo una supuesta evolución de saber —desde un primer Lacan hasta un último Lacan— como si hubiera una superposición de etapas. No, es una actualización al modo, digamos, «transversal», mostrando que hay unas líneas de fuerza muy intensas en la enseñanza de Lacan que la atraviesan y que tienen un valor clínico muy importante. Y esta operación de lectura que nos da el libro de Patricio —es casi una operación clínica en sí misma— se hace siguiendo un trabajo minucioso sobre dos nociones fundamentales de Lacan, dos líneas de tensión que están en el título del libro como su cifra: lelangua y la letra. Son dos nociones que no tienen nada que ver con lo que habitualmente se entiende por ellas en el discurso común, y también en otros campos y prácticas. 

1. Lalengua no es aquí un instrumento de comunicación (como lo entiende buena parte de la lingüística o también de las llamadas ciencias cognitivas). Lalengua —escrito todo junto, en un solo bloque—  es un impacto, es una colisión, es un golpe que el lenguaje produce en el cuerpo, en el goce del cuerpo hablante. No sabemos de hecho qué es un cuerpo hablante, y esta pregunta se nos hace especialmente significativa leyendo este libro así como cuando tratamos al sujeto con autismo. Porque por un lado constatamos, percibimos que el sujeto con autismo es un cuerpo hablante, que no está fuera del lenguaje, pero que está habitado por la lengua de un modo singular, sin una «intención comunicativa» por decirlo así. Lalengua se revela entonces como un medio de goce del cuerpo antes de ser un medio de comunicación, como también saben muy bien los poetas.

2. La segunda línea de tensión es la letra. La letra no es una inscripción, no es la impresión, no es una representación gráfica de los sonidos de la lengua. La letra es para Lacan un recorte en el saber y en el cuerpo del goce, es lo que permite la constitución de un borde alrededor de los agujeros del cuerpo. La letra es «un soporte material» —es una definición temprana de Lacan—, un soporte en el cuerpo para organizar en él los recorridos pulsionales alrededor de sus diversos agujeros. Y la clínica del autismo nos muestra qué ocurre cuando la letra no puede recortar, bordear los agujeros del cuerpo para enlazar la pulsión con el campo del Otro.

Lo que nos muestra Patricio de un modo muy clarificador es la gran operatividad de estas dos nociones —lalengua y la letra— en la clínica y en el tratamiento del sujeto con autismo. Y lo muestra también con la exposición de cuatro breves secuencias clínicas, en cuatro casos concretos expuestos en el capítulo 7. Son tres casos atendidos por él y un cuarto por nuestro colega Carlos Rossi. Son tres niños y un adulto. El segundo, el caso llamado «El contador», es un hombre de 35 años que Patricio ha acompañado durante ocho años en un tratamiento que tiene como instrumento fundamental los números (p. 144-148). Es un caso muy interesante por varios motivos. Por la operación de anudamiento entre lalengua y la letra que se produce con un uso muy singular del número y en su modo de experimentar la transferencia con su analista, al que llama «el profesor de las cosas sin sentido». El contador llega a aislar en las intervenciones de Patricio «16 modos de intervenir», que no son 16 frases concretas sino 16 modos de responderle que él ha ido contabilizando. En efecto, el número es en cada lengua aquello que no tiene sentido pero que puede servir para contabilizar distintos modos de sinsentido, modos de anudar lalengua y la letra. El caso de «el contador» nos plantea también una cuestión que no se suele tratar y que es el destino del sujeto con autismo en la edad adulta, especialmente cuando faltan estos recursos como los que sí tiene «el Contador» de Patricio. Dejo solo planteada la cuestión.

Entender esta función de anudamiento del número entre lalengua y la letra, entre el cuerpo del goce y el lenguaje, requiere una lectura transversal, no acumulativa, de la enseñanza de Lacan. Entonces, el trabajo de Patricio no es solo una actualización epistémica pivotando sobre estos dos operadores —lalengua y la letra—, sino que es una actualización clínica que decide, finalmente y como él mismo lo recuerda, una posición ética frente al sujeto llamado autista. Es verdad, como decimos con frecuencia, que no hay clínica sin ética. Y en el caso del autismo la cuestión se ha convertido ya en una elección de civilización: qué hacer con el sujeto con autismo: ¿Integrarlo, no integrarlo? ¿Respetar su aislamiento, modificarlo para adaptarlo a su entorno, modificar el entorno para adecuarse a él? La operación de acompañarlo en la construcción de un objeto autístico —como muestra el uso de los números del contador de Patricio— es una operación que escapa a estas falsas alternativas.

Entonces, lalengua y la letra. En realidad, vemos que sin estos dos operadores no pueden explicarse los fenómenos más importantes de lo que llamamos autismo, y que tampoco puede abordarse un tratamiento que respete la singularidad del sujeto. Pero tampoco puede explicarse sin ellos, finalmente, lo que hay de autista en cada ser hablante, el goce de lalengua que toma como soporte el cuerpo de la letra.

Quiero «detenerme» en una expresión que Patricio toma de Lacan a propósito del autismo y que desarrolla en varios momentos de su libro en sus consecuencias clínicas. Es una expresión que no sólo describe fenómenos que encontramos siempre en el registro de los trastornos del habla en el autismo, sino que apunta a lo más estructural del ser hablante. Es «la detención del lenguaje». No se trata de una detención en el sentido evolutivo, psicológico, de la detención en una supuesta fase de desarrollo del lenguaje, como se piensa en psicología evolutiva. No hay, de hecho, evolución del lenguaje en sentido genético. El lenguaje funciona de manera sincrónica, como el inconsciente, más bien en bloques, sintácticos y semánticos. No se trata de la detención del desarrollo de la lengua. Tal como observó Lacan —y Patricio vuelve sobre ello en varios momentos— los sujetos con autismo pueden ser muy «verbosos». Se trata de una detención más bien en el sentido de parálisis, incluso de fijación, de congelamiento, de momentos de interrupción, de desconexión. Es también la detención de lo que llamamos «iteración» para distinguirlo de la repetición. En la repetición hay diferencia entre los dos acontecimientos que se repiten, una diferencia que es condición del surgimiento de algo nuevo. En la iteración, que encontramos con frecuencia en las estereotipias reiteradas de sujetos con autismo, no hay tiempo, no hay diferencia, no hay aparición de lo nuevo hasta que, de manera siempre contingente, puede enlazarse con el campo del Otro.

Este fenómeno de la detención del lenguaje nos plantea, cada vez, la pregunta sobre qué es hablar, qué quiere decir hablar, qué es este «enigma del cuerpo hablante», como plantea la última enseñanza de Lacan, enigma que es de hecho el propio enigma del psicoanálisis que trata solo con el cuerpo hablante. Nada en la naturaleza de un cuerpo indica que deba ser un cuerpo hablante. La ciencia de nuestros días se encuentra con muchas dificultades al querer definir un cuerpo como hablante, al querer localizar en tal o cual parte suya la función misma del habla. Es mucho más fácil distinguir y localizar, por ejemplo, la función orgánica de la digestión. Pero ¿de dónde le viene el habla? El habla, se suele imaginar de manera tan ambigua, es una función, una adquisición que se aprende. Toda la psicología, evolutiva o no, se funda en esta idea: el niño aprende a hablar, aunque para sostener esta idea haya que recurrir, como hizo Noam Chomsky, al supuesto de una «estructura profunda» que estaría inscrita de algún modo en el genoma del individuo. Así, un cuerpo hablante nos parecería algo bien natural. Pero un cuerpo hablante no tiene nada de natural, y la clínica del autismo nos lo muestra cada día.

Es conocido el fenómeno en algunos casos de sujetos para los que el habla parece que llegaría a des-aprenderse de un modo que ninguna determinación genética o biológica, ningún proceso evolutivo o regresivo puede explicar. Veamos, por ejemplo el interesante testimonio del escritor francés Pascal Quignard, en su precioso relato titulado «El nombre en la punta de la lengua», donde explica que en sus primeros años llegó a perder dos veces el habla. Son precisamente dos «detenciones del lenguaje». No se trata de «perder el habla» como quien se queda pasmado, o aturdido por un acontecimiento traumático, o de alguien que encuentra a faltar una palabra por un olvido más o menos episódico. Se trató para Pascal Quignard de perder absolutamente la función misma del habla, de quedar desconectado de ella, de quedar desconectado del lenguaje en bloque y por entero, durante un tiempo: «Perdí dos veces el lenguaje —escribe—. A los dieciocho meses me callé. Comía en la oscuridad sobre una mesa azul de cañizos de la que me acuerdo mejor que de mí mismo. Se plegaba. Era mi mesa de silencio. Es por esta razón que nunca he podido escribir sobre una mesa o un escritorio y que nunca tendré ninguno.»(1)  A los dieciséis años el habla volvió a abandonarle, como si se tratara de una sombra que se desprendía de su cuerpo para dejarlo inerme en el mutismo. El conjunto del lenguaje en bloque funcionaba para él como un nombre imposible de atrapar: «No era un nombre en la punta de mi lengua sino en la punta [en el borde] de mi cuerpo». El testimonio de Pascal Quignard, alguien que por otra parte no desconoce los textos de Lacan, transmite una concepción del cuerpo hablante que no se adecua en modo alguno al de una función cognitiva u orgánica, fruto de un aprendizaje. El habla, sigue escribiendo, «no es un acto reflejo […] no somos animales que hablan del mismo modo que ven», podemos conocer su abandono. Lo que quiere decir que el conjunto del lenguaje funciona como una suerte de parásito en el cuerpo —incluso como un virus— y no como una memoria almacenada por paquetes de información en alguna parte suya, en el cerebro por ejemplo, como todavía creen y siguen buscando confirmar algunos en nombre de una falsa ciencia. También a propósito del autismo.

Es desde ahí que la experiencia del sujeto con autismo nos enseña algo fundamental sobre qué es un cuerpo hablante. Lo que hace que un cuerpo sea hablante no es una función biológica o una función cognitiva que se aprenda. Más bien, el habla se «aprehende» (con hache intercalada), se contagia, se transmite como una epidemia. Y es sabido que uno debe sumergirse en la lengua del país para que prenda en el cuerpo, para que las resonancias de esa lengua, propia de cada lugar, lo aprehendan a uno. Siguiendo esta vía nos damos cuenta muy pronto que el habla del cuerpo hablante no es del registro del aprendizaje, pero tampoco finalmente es del registro de la lingüística —de la «lingüistería» como terminó llamándola Lacan— que no puede dejar de estudiarla como un sistema de comunicación verbal. Y es por ello que Lacan tuvo que crear este neologismo para el habla del cuerpo hablante, el término «lalangue» que traducimos por «lalengua» (escrito todo junto). La introducción de este nuevo término va a la par de la introducción de otro término que vendrá a substituir el que había utilizado hasta entonces con el nombre de sujeto del inconsciente, el sujeto representado por el significante. Este otro término, lo conocemos y citamos con frecuencia, es el «parlêtre», término del que ninguna traducción agota sus múltiples resonancias y que incluye la letra, el ser hablante, el hablante-ser, pero también «por-letra», «por-el-ser». Todo se juega entonces entre lalengua del goce y la letra del cuerpo.

El sujeto con autismo es precisamente el que se mantiene en una posición «congelada», detenida, de modo re-iterado (son varios los términos que Patricio aísla en Lacan para definirla), una posición «entre lalengua y la letra». Hay el «entre» en el título del libro de Patricio, un «entre» que me parece fundamental para seguir esta elaboración de la clínica del autismo: es un lugar entre lalengua y la letra.  El «entre» nos indica la importancia de este lugar tan singular del sujeto con autismo que, por su misma estructura, no es tanto un lugar como la falta de un lugar. En lugar del lugar, lo que encontramos es, por una parte, un cuerpo sin lugar y, por la otra, una lengua privada que no puede conectarse con el campo del Otro. 

Recordemos el título de otro interesante libro de Dona Williams, una mujer que explica su experiencia autista en su conocido libro: «Nadie en ningún lugar. La historia extraordinaria de una autista desde su infancia hasta su juventud.» Nadie, en ningún lugar. Es una fórmula que se pone en serie con la fórmula que Eric Laurent ha utilizado y que Patricio trabaja en varios lugares para situar la posición del autismo en el mundo del lenguaje: «la forclusión de un agujero». La forclusión —es decir, la no inscripción— de un agujero es la imposibilidad misma del lugar. Allí donde no puede inscribirse un agujero en el cuerpo no hay posibilidad de hacerse un lugar en el mundo. Es, en efecto, «nadie en ningún lugar». La posibilidad de construir un objeto autístico es también la posibilidad de construir un lugar desde el que el sujeto pueda soportar ser un cuerpo hablante. Este objeto, con mucha frecuencia, se instala precisamente en el soporte de la letra. Y es por ello que Patricio puede rescatar esta función de soporte de la letra, a través de la observación de Eric Laurent, que permite «un abordaje no social del lenguaje», un puente posible entre la lengua privada del autista, de lalengua reducida muchas veces a sonidos, incluso a ruidos, con la lengua común del Otro del que está separado, detenido, congelado, en el borde entre el Uno del goce y el Otro del discurso.

El autismo nos plantea entonces de manera privilegiada la cuestión de este lugar del «entre». Situar el autismo en un espacio «entre lalengua y la letra», entre el goce de la lengua y el agujero que la letra recorta en el cuerpo, es ya una buena manera de dar un lugar al sujeto con autismo. Darle un lugar ahí donde no lo tiene en absoluto como cuerpo hablante. No es pues que en el autismo haya un lugar vacío, deshabitado. En este punto debemos contradecir el título del libro clásico de Bruno Bettelheim, «La fortaleza vacía. Autismo infantil y el nacimiento del Yo». No, en el autismo no se trata de un lugar vacío, se trata precisamente de la forclusión de todo lugar, se trata de que no hay un lugar para habitar o deshabitar, es la imposibilidad misma del lugar. Y no se trata tampoco del nacimiento del Yo, sino del nacimiento del Otro, como titularon Rosine y Robert Lefort su clásico libro sobre el tema, y que es una mejor referencia tomada por Patricio para el estudio del autismo. Se trata primero del nacimiento del Otro para hacer un lugar al sujeto. Y todo el tratamiento posible del sujeto con autismo desde la orientación lacaniana —también en lo que llamamos «práctica entre varios»— toma su apoyo en esta inversión: no es el nacimiento de un Yo sino el nacimiento del Otro desde el que inscribir un lugar al sujeto. Y este lugar sólo puede generarse «entre lalengua y la letra», como indica el título de Patricio.

Aquí, como suele suceder, nos resulta siempre muy valioso el testimonio del poeta. Citaré aquí a un artista llamado Perejaume, un artista con quien estoy trabajando actualmente en la traducción y edición en lengua catalana de un complejo texto de Lacan titulado «Lituraterre», un texto del que podemos aprender mucho también para la clínica y tratamiento del autismo. Perejaume escribe (traduzco del catalán): «Cuanto más se examina un lugar, más verdad se encuentra en él. Bajo una forma u otra de atención, la singularidad es inagotable, desbordante […] A veces me he preguntado si los lugares pueden habitar en personas»(2).

Pues bien, la investigación sobre el autismo que Patricio nos presenta y propone en su libro me parece de este mismo orden, casi poético: examinar ese extraño lugar que es un no lugar, el lugar del autismo en la singularidad de cada caso, examinar cómo el lugar puede llegar a habitar a un sujeto que de entrada no lo tiene, ni en el lenguaje ni en el discurso del Otro.



[1] Pascal Quignard, Le nom sur le bout de la langue, P.O.L. Paris 1993, p. 62 (la traducción es nuestra).

[2] Perejaume, Treure una marededéu a ballar. Galaxia Gutenberg, Barcelona 2018, p. 114-115, y p. 31.

05 de desembre 2019

La poesía sonora de Bartolomé Ferrando y Laura Tejeda


Poema "A Jacques Lacan", por Bartrolomé Ferrando, en las Jornadas de la ELP.

Texto elaborado a partir de la perfomance “Poesía Sonora" realizada por Bartolomé Ferrando y Laura Tejeda y de la conversación mantenida entre Miquel Bassols y Bartolomé Ferrando en el espacio Conversando sobre poesía sonora: “La lengua y el cuerpo de la letra” en las XVIII Jornadas de la ELP “La discordia entre los sexos a la luz del psicoanálisis” celebradas en Valencia los días 23 y 24 de noviembre de 2019.
Publicado en el Blog de la ELP.

¿Hay alguna poesía que no sea sonora? Toda poesía debería ser leída en voz alta, pero incluso cuando leemos en silencio siempre hay una voz singular que se deja escuchar. El arte de Bartolomé Ferrando consiste precisamente en hacernos escuchar esta voz áfona y silenciosa en el límite donde la significación del lenguaje se desvanece, allí donde el sonido de las palabras se fragmenta hasta llegar al silencio, hasta llegar a una deconstrucción sistemática de la cadena significante en el lenguaje. Y ello en una lengua que resulta ser finalmente translingüística, sin necesidad de traducción alguna porque es ella misma una traducción incesante. Allí la significación del habla deja de hablar para dejar hablar a aquella voz áfona que Jacques Lacan localizaba como el objeto a de la pulsión oral en su mayor pureza, en el silencio mismo. Entonces el silencio también habla, entonces el silencio puede revelarse incluso, tal como decía Miles Davis, como “el ruido más fuerte”. O también entonces nos resulta evidente que “el silencio absoluto no existe”, como recordaba Bartolomé citando a John Cage. Para llegar a esta zona de la palabra donde el significante se encuentra con el objeto silencioso de la voz, Bartolomé utiliza el soporte de la letra, el soporte material del lenguaje reducido a veces a un simple trazo, a una muesca de lo real del lenguaje. Es por el recorte de la letra —por el “retall de la lletra” diríamos con una metátesis en lengua catalana— que la cadena significante se puede fragmentar hasta tocar —en el sentido más instrumental de la palabra— los intervalos que hay entre las palabras y también entre las letras. “La música —decía Claude Debussy— es el silencio entre las notas”. Bartolomé Ferrando y Laura Tejeda “tocaron” el silencio con las palabras para hacerlo resonar en el goce de los cuerpos. Una experiencia de este orden linda necesariamente con aquello que conocemos en la enseñanza de Jacques Lacan como lo más real de lalenguala lengua escrita en una sola palabra, ella misma reducida al soporte de la letra que resuena de manera singular en el cuerpo de cada ser hablante, en la experiencia pulsional de goce que supone el hecho de hablar.

Si el tema de las Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis era “La discordia entre los sexos”, la performance de Bartolomé Ferrando y Laura Tejeda sacudió la escucha de cada uno de los asistentes mostrando que la discordia fundamental empieza con la palabra, con el lenguaje mismo. Sin lenguaje no habría posibilidad de discordia. Si los seres sexuados no quisieran hablarse no habría necesidad de discordia alguna, discordia necesaria para que exista la ficción de una relación entre ellos. Bartolomé y Laura nos hicieron explorar así varias discordias en cada una de sus poemas sonoros: entre el significado y el significante, entre el sonido y el sentido, entre el signo y la significación, entre la palabra dicha y la letra como soporte material del significante, entre el cuerpo y el lenguaje, entre el lenguaje y la comunicación, entre el ritmo y el sentido, entre el significante y la voz, entre el grito y el gesto. La exploración de cada una de estas discordias resulta preciosa para orientarnos en la experiencia analítica.

Subrayemos la sutileza con la que Bartolomé expuso en acto, en un momento de nuestra conversación, la articulación entre escritura y palabra dicha, entre letra y significante, con la lectura hablada —casi cantada— de un texto suyo de signos indescifrables para cualquier otro. Es una sutileza fruto a la vez de una larga experiencia en la poesía visual y sonora y de una intensa elaboración epistémica que encontramos en sus textos [1]. Refiriéndose a su participación en el grupo de poesía fonética llamado Flatus Vocis Trio, experiencia desarrollada a finales de los años ochenta, Bartolomé puede escribir por ejemplo: “El habla y la escritura pertenecen a dos órdenes distintos. La escritura se separa del sujeto, es un desvío, una oblicuidad. Mediante el habla, abrimos al emisor el espacio blanco del silencio, de la espera. El habla es un desarreglo; es una fuga que se separa y remolca al mismo tiempo, al sujeto enunciado. La escritura no realiza el mismo recorrido que lo que se dice: la escritura se inscribe en un espacio en el que toma cuerpo, en el que se hace cuerpo. Construye su propia arquitectura, su propio edificio de grafos. El habla añade a lo escrito la impronta de otro cuerpo, la carne del que habla, el ritmo de su respiración, la intensidad del deseo y del goce, simultáneamente inscritos en la articulación verbal”[2]. Tal elaboración sólo es posible si se está dispuesto a llevar a cabo un trabajo radical de reducción del lenguaje hacia una suerte de grado cero de la significación a través de la escritura, y también a convertir la palabra en un instrumento de percusión que marca el ritmo siguiendo su pulsación en el cuerpo. Sin duda, dicha experiencia nos evocó a muchos las formas de tratamiento de lo más real del lenguaje que encontramos en la clínica, tanto del autismo, de las diversas psicosis como de las neurosis mismas. Pero en todo caso la experiencia de poesía sonora nos lleva cada vez a la pregunta sobre qué quiere decir hablar para cada ser hablante, qué real se pone en juego en el acto singular de hablar.

Y es que asistir a una práctica de reducción de la significación por descomposición del lenguaje como la que nos presentaron Bartolomé y Laura en sus performances nos plantea al menos dos posiciones posibles, dos formas ante lo real del lenguaje y del hecho de escuchar. Una encuentra su satisfacción en el grado cero de la significación cuando la palabra deja resonando su pura materialidad irreductible de letra en el cuerpo. Otra la encuentra en un sentido que se muestra igualmente irreductible y que queda resonando en el fantasma singular de cada uno. Una y otra pueden, sin embargo, hacer también presente algo insoportable para quien esperaba una significación unívoca del acto de hablar. Son posiciones ante el lenguaje que la experiencia analítica también aborda en cada caso. Un analizante que ha llevado su experiencia hasta su justo término debería saber soportar precisamente estos dos extremos que, de una manera u otra, se articulan siempre en la experiencia analítica: el goce pulsional del cuerpo hablante y el fantasma en el que cada uno fija su forma singular de gozar. Es también lo que le permitirá aprender aquello que de la una —la experiencia analítica— se sostiene en la otra —la experiencia poética— para seguir causando en cada sujeto su propio esfuerzo de poesía. 

Gracias Bartolomé, gracias Laura, por habernos hecho presente en nuestras Jornadas esta experiencia de lo más real del lenguaje con vuestra densa y elocuente poesía sonora.




[1] Ver, por ejemplo, Bartolomé Ferrando, Arte y cotidianeidad hacia la transformación de la vida en arte. Ediciones Árdora, Madrid, 2012.
[2] Bartolomé Ferrando, Desde Flatus Vocis Trio, consultable en www.utsanga.it