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25 de novembre 2016

Elogio de las psicosis ordinarias



Para comentarles en los diez minutos de los que dispongo el tema del próximo Congreso de la AMP que tendrá lugar en Barcelona el mes de Abril de 2018, no encuentro hoy mejor manera que entonar una suerte de “elogio de las psicosis ordinarias”*.
Es un elogio a la actualidad clínica y política del estudio de las llamadas “psicosis ordinarias”. El término, se lo recuerdo, fue introducido por Jacques-Alain Miller[1] a finales de los años noventa para dar cuenta de una serie de fenómenos clínicos que pasaban desapercibidos en los mapas diagnósticos habituales, tanto para la psiquiatría más descriptiva como para el propio psicoanálisis orientado por la primera enseñanza de Lacan, la que distingue las psicosis y las neurosis a partir de elementos discretos como la forclusión del Nombre del Padre. Encontramos hoy una serie de fenómenos que, escuchados desde la última enseñanza de Lacan, podemos localizar en el campo de las psicosis aun cuando no se trate de  psicosis desencadenadas con su clásico cortejo de fenómenos clínicos. Discretos acontecimientos de cuerpo, sutiles plomadas de sentido en el deslizamiento de la significación, velados fenómenos de alusión, suplencias minimalistas en las que el sujeto sostiene la frágil estabilidad de su realidad psíquica. Estos fenómenos estaban ahí, a la vista de todos, pero se confundían por su frecuencia con el paisaje de la normalidad. Retomar hoy este tema con el título propuesto para al Congreso, “Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia”, pone en cuestión en primer lugar el prejuicio clínico que sigue ordenando la supuesta salud mental a partir de la idea estadística de normalidad. Pero pone también en cuestión la universalidad de una clínica ordenada bajo la égida del Complejo de Edipo o de su formalización, hoy  clásica, con la metáfora paterna realizada por la primera enseñanza de Lacan.
Se impone pues una relectura y una actualización de esa clínica desde la perspectiva de la última enseñanza de Lacan, tal como la ha desbrozado Jacques-Alain Miller a partir de la noción de parlêtre, del análisis del cuerpo hablante más allá del Edipo tal como lo hemos ya abordado en el pasado Congreso de Rio.
Recordemos de dónde venimos para señalar cierta sabia ironía en el título escogido para el Congreso. Hubo un tiempo en el que las psicosis que eran ordinarias, las que se diagnosticaban habitualmente como tales, eran de hecho las psicosis clásicas, las que se sitúan de manera clara en el campo de la paranoia y de la esquizofrenia, incluyendo también a la melancolía si queremos ser más precisos. En aquel tiempo, en el tiempo pre-AMP por decirlo así, el título “Las psicosis ordinarias y las otras” hubiera sido entendido de manera muy diferente. Y es como seguramente será hoy entendido por aquellos que no hayan seguido nuestra orientación. Las “psicosis ordinarias” serían entonces las clásicas y las “otras” sería un término que evocaría un campo más o menos confuso de fenómenos que no entraban en las casillas precisas de la clínica estructural. Las “otras” serían tan otras, tan diferentes, que no podríamos reconocerlas de entrada como tales. A veces se habla entonces de “borderline”, o de “locuras histéricas”, o de “trastornos límites de la personalidad”…
Ahora bien, desde el momento en que las psicosis ordinarias se están convirtiendo para nosotros en el Uno de las psicosis, los términos se invierten y las psicosis clásicas se convierten entonces en su Otro, su alteridad, en las verdaderamente “otras”. Señalo este interesante giro para sostener que el título del Congreso es de hecho una interpretación, con efectos distintos si es recibida desde el interior o desde el exterior de la AMP, antes o después del giro que los motiva.
Hay para nosotros una primera consecuencia de esta interpretación. Y es que el término “psicosis ordinarias” no designa en ningún caso una clase, no designa una clase clínica clásica —si me permiten la redundancia— como sí ocurre con todas las anteriores clasificaciones diagnósticas, vengan de donde vengan[2]. Es decir, no hay modo de enumerar en un listado completo y consistente la serie de rasgos que definirían una clase llamada “psicosis ordinarias”. Intenten hacerlo y verán cómo la serie de rasgos se extiende enseguida como un virus a todas las otras categorías clínicas que consideren en ese sistema de clasificación. En este sentido, “psicosis ordinarias” es una categoría clínica imposible de introducir en un sistema clasificatorio al estilo DSM o CIE. Y si algún día ocurriera tal posibilidad sería para ver cómo este sistema implosiona desde adentro. Lo que, de hecho, y dicho sea de paso, está ocurriendo realmente si seguimos de cerca los debates que acucian actualmente a la clínica que se orienta en estos sistemas clasificatorios que parecen haber entrado en una crisis irreversible.
Todo sistema diagnóstico se sostiene de hecho en la creencia en un universo ordenado por rasgos que forman clases, supone siempre el lugar divino de un Otro clasificador.
El título del próximo Congreso de la AMP, con su ordenación aparentemente tan simple entre “las psicosis ordinarias” y “las otras”, me evoca por el contrario aquel extraño sistema de clasificación que Borges expuso de manera tan irónica como certera en su libro Otras inquisiciones, bello ejemplo de clasificación imposible de ordenar en una lógica de clases y que nos muestra que “no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural”. Lo encontrarán también evocado en el punto de partida del libro de Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Es la clasificación que aparece en “cierta enciclopedia china” según la cual, —se  la recuerdo— “los animales se dividen en: (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.”[3]
Señalemos por nuestra parte que en la lógica de las “psicosis ordinarias” podríamos tal vez incluir un nuevo ítem que vendría a contradecir el punto “(h) incluidos en esta clasificación”, ítem que intenta cerrar precisamente la inconsistencia y la incompletud de toda clasificación con una suerte de catálogo de todos lo catálogos. Podríamos incluir más bien a las psicosis ordinarias en un ítem “(o) los no incluidos en esta clasificación” y así dejar abierto el agujero de la falta del Otro, el que incluye su propia inconsistencia e incompletud.
Las “psicosis ordinarias” no se sostienen pues en una lógica de clases ordenada por un Otro completo sino por la falta del Otro, por la falta de cualquier forma divina del Otro. Si me permiten decirlo así, es el único diagnóstico agnóstico, el único que no cree en el Otro de las clasificaciones.
La imposibilidad lógica de construir con el término “psicosis ordinarias” una categoría clínica completa y consistente las sitúa entonces, con respecto a la clínica actual, en una lógica parecida a la que Lacan encontró del lado de la posición femenina de la sexuación, tema que hemos tratado en estas Jornadas. Imposible hacer un todo con ellas, sólo podemos contarlas una por una.
Dicho de otra manera, la no-categoría llamada “psicosis ordinarias”, la que responde a la época de los inclasificables de la clínica psicoanalítica, es la que mejor puede convivir en la época que llamamos también “la época del Otro que no existe”, la época en la que el Otro se muestra tan incompleto como inconsistente a la hora de ordenar el goce del sujeto contemporáneo, especialmente cuando se trata de ordenar ese goce extraño y segregado que encontramos a veces bajo el nombre de “locura”. Esta locura se confunde hoy con la apariencia más ordinaria de la supuesta normalidad. Y la propia política no puede hoy ser ya ajena a esta paradoja que el psicoanálisis ha puesto de relieve desde sus orígenes. De ahí que el tema de las psicosis ordinarias sea también un tema a proponer en la línea de una política del síntoma, tal como proponía Lacan en el momento de situar al psicoanálisis “a la cabeza de la política”[4].
Apostemos entonces por el trabajo necesario que permita desbrozar el tema del próximo Congreso de la AMP. Las psicosis ordinarias y “las otras”, nos permitirán sin duda compulsar en el sujeto contemporáneo lo que llamamos el parlêtre, la locura inherente a su ser. Y hacer entender que la transferencia con el inconsciente es en cada caso el mejor medio para tratarla.


* Intervención en las Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Madrid, 20/11/2016.
[1] Jacques-Alain Miller, en IRMA “La psychose ordinaire”, Agalma 1999, p, 230.
[2] Recordemos que el momento en el que Jacques-Alain Miller introdujo el término “psicosis ordinarias” fue también el tiempo de elaboración de lo que se llamó “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica“, título del volumen que incluyó en 1999 las dos Conversaciones de Arcachon y de Angers en la Editorial Paidós.
[3] Jorge Luis Borges, “El idioma analítico de John Wilkins”, en Otras inquisiciones – Obras Completas, Emecé editores, Barcelona 1989, tomo 2, p. 86.
[4] Jacques Lacan, “Lituratierra”, en Otros escritos, Pairós, Buenos Aires 2012, p. 26.

10 de juliol 2016

Las psicosis, ordenadas bajo transferencia





















La solidez de un concepto clínico se mide por la efectividad de su uso, especialmente cuando da cuenta de un campo de fenómenos para el que no existía antes un mapa establecido*. Desde esta perspectiva podemos decir sin duda que el concepto de “psicosis ordinarias”, acuñado por Jacques-Alain Miller a finales de los años noventa, ha llegado a ser un concepto clínico ya establecido, un concepto de enorme efectividad dado su uso ampliamente extendido desde entonces en el Campo Freudiano… y más allá. Las psicosis ordinarias dan cuenta así de una serie de fenómenos que a veces pasan desapercibidos por su aparente normalidad pero que escuchados desde la enseñanza de Lacan indican las condiciones de estructura que hemos aprendido a localizar en el campo de las psicosis. Discretos acontecimientos de cuerpo, sutiles plomadas de sentido en el deslizamiento de la significación, velados fenómenos de alusión, suplencias minimalistas en las que el sujeto sostiene la frágil estabilidad de su realidad. Estos fenómenos estaban ahí, a la vista de todos, pero se confundían con el paisaje de la normalidad en su frecuencia. Tal como indicaba el propio Jacques-Alain Miller en la hoy conocida “Convención de Antibes”: “Hemos pasado de la sorpresa a la rareza, y de la rareza a la frecuencia”[1]. Es decir, hemos pasado de la sorpresa por el encuentro de lo excepcional y lo extraordinario a reparar en fenómenos que por su frecuencia se nos hacían ya familiares.
Pero allí donde opera el prejuicio de la normalidad, ese fantasma que adquiere en nuestros días categoría de verdad estadística, se trata siempre de encontrar la extrañeza del rasgo clínico en su detalle más singular. Así, las psicosis ordinarias se nos revelan ahora como una suerte de carta robada de nuestra clínica: estaban tan a la vista de todos que se escondían a la de cada uno. Bastaba un ligero desplazamiento del foco clínico para hacer aparecer en estos fenómenos la estructura de las psicosis en sus diversas formas de anudamiento, y de revelar con este cambio de perspectiva que lo más extraño habitaba en lo más familiar de la clínica. Las psicosis ordinarias son así también lo Unheimlich (lo siniestro, lo extrañamente familiar) de nuestra clínica. Y no es raro obtener este afecto vinculado a lo Unheimlich en el psicoanalista practicante cuando se señala la dimensión de lo extrañamente familiar de estos fenómenos.
Entonces, si el concepto de psicosis ordinarias ha venido a delimitar  el mapa de lo que era hasta entonces una terra incognita de nuestra clínica, es también porque muestra que la orografía de su terreno está presente en cada uno de los continentes previamente definidos por la cartografía clásica, la cartografía repartida según las categorías de psicosis, neurosis y perversión. Dicho de otra manera, el mapa crea aquí el terreno antes que representarlo, hasta confundirse con él. Lo que es decir también que el lenguaje, incluido el de la clínica, antes que tener una función de representación de la realidad está anudado en la misma operación de la construcción y de la percepción de esa realidad. Es algo tan extraño como familiar para alguien formado en la orientación lacaniana más clásica: la percepción eclipsa la estructura allí donde esta estructura revela el modo en que se construye esta percepción.

Vayamos ahora a considerar la naturaleza del terreno que hoy conocemos con el término de “psicosis ordinarias”. Imaginemos una suerte de Google Earth de la clínica en el que podamos visualizar el terreno y las localizaciones geográficas con sus nombres y fronteras. Encontramos ahí, siguiendo nuestra clínica clásica, claramente establecidos los dos grandes territorios de las neurosis y de las psicosis, con sus fronteras y subfronteras, con la histeria y la obsesión por una parte,  con la paranoia y la esquizofrenia por la otra. Podemos localizar también la melancolía, también las perversiones, aunque a veces se desdibujen un poco más en algunas de sus fronteras para revelar su condición de rasgos que pueden compartir países distintos. Existen, en efecto, rasgos melancólicos en varios lugares de los continentes delimitados, así como rasgos de perversión, para retomar el tema de un En Encuentro internacional del Campo Freudiano de hace ya unas décadas.
Si escribimos ahora “psicosis ordinarias” en este buscador imaginario del Google Earth de la clínica para ver cómo los zooms sucesivos nos conducen a una localización precisa, ¡oh sorpresa!, la lista de lugares que aparecen en la ventanita de búsqueda se alarga más y más, hasta hacerse presumiblemente infinita. Hasta tal punto que parecería que las “psicosis ordinarias” pueden estar hoy en cualquier parte del mapa, sin poderse reducir su descripción a un rasgo ni tampoco constituirse en un continente en sí mismo. Si clicamos en uno cualquiera de esos nombres nos conduce sin embargo a lugares ya conocidos. Y si seguimos verificando la lista tal vez podríamos concluir entonces que la psicosis ordinaria es en realidad el propio Google Earth en su conjunto, el propio sistema de representación con el que intentamos localizar los lugares de nuestra clínica clásica. Es una clínica hecha de rasgos discretos, que valen por la diferencia que existe entre unos y otros, al estilo del sistema estructural de la lengua que conocemos desde la lingüística de Saussure. Pero aquí los rasgos son tan discretos —permítanme el equívoco de esta palabra—, tan sutiles que desaparecen a la vista general y sólo aparecen en la singularidad de cada caso, y cada vez de manera distinta. Difícil construir un mapa general y un buscador precisos con estas condiciones de representación, a no ser, como decimos, que el lugar en cuestión que buscamos no sea finalmente el propio sistema de representación en el que operamos.

Digamos de inmediato que esta paradoja no nos parece nada extraña a los lectores de Jacques Lacan. Está presente desde muy temprano en su enseñanza. Él mismo leyó su propia entrada en el psicoanálisis, la que lleva el título de su famosa tesis de 1932, On Paranoiac Psychosis in its Relations to the Personality, diciendo unos años después que la personalidad es la paranoia y que es por esta razón que no hay de hecho relaciones entre la una y la otra. Nada más normal que la personalidad, nada menos discreto también, tómese el término “discreto” con el equívoco que hemos señalado.
Pero entonces, ¿es que la categoría de “psicosis ordinarias”, que nos parecía tan efectiva en su uso, se nos evapora ahora precisamente por la extensión y efectividad de ese uso? ¿No nos estará ocurriendo lo mismo que señalaba Lacan en los años cincuenta cuando estudiaba el uso de la interpretación en el medio analítico a partir de las observaciones de Edward Glover? Les recuerdo su indicación al respecto en su escrito sobre “The direction of the treatment and the principles of its power”: Edward Glover, a falta del término de significante para operar en la experiencia analítica, —escribe lacan— “finds interpretation everywhere, being unable to stop it anywhere, even in the banality of a medical prescription.”[2]
Un extravío tal sería sin duda nuestra segura confusión de lenguas, confusión que se añadiría a la Babel actual de la clínica, una clínica que parece desaparecer, ella misma, en el mundo de las nosografías cada vez más desordenadas y hoy alimentadas por la crisis del sistema DSM. Es sabido que la crisis de este sistema, en sus nuevas versiones, ha extendido de tal manera las descripciones de lo patológico en la vida cotidiana que no hay un solo rincón que no sea diagnosticado como un posible “disorder”. Hasta el punto que alguien ha dicho que si uno no se encuentra descrito en alguna de las páginas del manual es porque realmente debe tener un grave “disorder”.
Se trata en realidad de un error de perspectiva homólogo al que describíamos con el modelo Google Earth. Con la introducción de la categoría de las “psicosis ordinarias” en la clínica nos encontramos —como señalaba Jacques-Alain Miller en el momento mismo de introducir el término— “divididos entre dos puntos de vista contrastados, pero que no son excluyentes uno de otro”[3]. Desde la primera perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la primera enseñanza de Lacan, hay discontinuidad entre neurosis y psicosis, hay fronteras más o menos precisas, hay elementos discretos y diferenciales, tributarios de la lógica con la que funcionan los Nombres del Padre y la lógica del significante que opera de modo discrecional, por las diferencias relativas entre los elementos. Cuando hay una frontera en el mapa, hay diferencias discrecionales entre dos territorios, hay también posible reciprocidad entre ellos para definir lo que uno es y no es en relación al otro. Desde la segunda perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la última enseñanza de Lacan, se pone más bien de relieve la continuidad entre territorios, aquello que los hace contiguos, como dos modos de responder a un mismo real, como dos modos de goce ante una misma dificultad de ser. No se trata ya en esta segunda perspectiva de establecer fronteras sino de constatar anudamientos y desanudamientos entre hilos que están en continuidad.

Así, podemos decir que no hay propiamente una descripción clínica de las psicosis ordinarias según el modelo clásico que ordena sus categorías a partir de una serie de rasgos presentes en el interior de un conjunto más o menos bien delimitado. Resultaría imposible entonces incluir una categoría así en la lógica del DSM o de los manuales de diagnóstico habituales, donde se enumeran los rasgos que deben estar presentes para cada categoría clínica. Desde el punto de vista descriptivo podrían definirse más bien por un rasgo que encontramos a faltar, nunca el  mismo por otra parte, por aquello que sentimos que falta en relación a las psicosis clásicas, pero también por lo que encontramos a faltar en relación a las neurosis clásicas. Nos vemos obligados entonces a definirlas, más que nunca, caso por caso, y siempre según el contexto en el que encontramos esa falta.
Si me permiten decirlo así, la categoría “psicosis ordinarias” incluye entonces a las categorías que no se incluyen a sí mismas: parece una histeria pero no es una histeria, no incluye los rasgos que conocemos de la histeria, parece una obsesión pero que no incluye los rasgos de la obsesión, parece una paranoia pero no incluye los rasgos de la paranoia… Lo que convierte a las psicosis ordinarias en una suerte de paradoja de Russell, la conocida paradoja de aquel conjunto que incluye a los conjuntos que no se incluyen a sí mismos. Hay varias maneras de ilustrar la paradoja de Russell, una es la del catálogo que incluye a todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos, sin poder concluir finalmente sobre la pregunta de si el primer catálogo se incluye o no a sí mismo.
De este modo, la categoría de las psicosis ordinarias hace estallar el sistema diagnóstico de la clínica estructural. Ocurre con ellas algo parecido a lo que ocurría en la primera clínica freudiana con la introducción de las llamadas “neurosis actuales”, las neurosis que Freud distinguía de las psiconeurosis clásicas y que se definían por su falta de historia infantil y por la falta de sobredeterminación simbólica de lo síntomas. Toda neurosis era una neurosis actual hasta que no se encontraran estos dos elementos estructurales que no cesaban de no escribirse… hasta el encuentro contingente que decantaba su significación.
Digamos que el único modo de verificar este hecho, el único modo de poner a prueba este real que no cesa de no escribirse en cada caso es la propia estructura de la experiencia analítica, la estructura que se pone a la luz del día en el fenómeno de la transferencia.
Dicho de otro modo y para concluir: las psicosis ordinarias sólo se ordenan clínicamente cuando sus fenómenos se precipitan, se ordenan, en la lógica de la transferencia. Sólo allí se revelan las psicosis ordinarias como ordenadas bajo transferencia.





* Intervención en el NLS Congress – Dublin, July 2016.
[1] Jacques-Alain Miller, en IRMA “La psychose ordinaire”, Agalma 1999, p, 230.
[2] Jacques Lacan, Écrits: a selection, Roytledge, London2002, p. 258.
[3] Jacques-Alain Miller, opus cit. p. 231.