Hace veintitrés años me encontré escribiendo este texto en un momento que se anunciaba delicado para la comunidad analítica en la que participaba desde hacía al menos quince. Lo escribiría hoy de nuevo con algunas, pocas, modificaciones que en nada alterarían la estructura del asunto. No suelo releerme, más bien suelo reescribirme, seguramente dejando siempre por leer aquello que no deja de no escribirse. Alguien desde el otro lado del Atlántico me ha llamado la atención sobre la actualidad de este texto. Hago, pues, aquí una excepción. (M.B. — julio de 2018)
En el Prefacio del primer Anuario de la Sección de Catalunya de nuestra Escuela, hace ahora cuatro años, Jacques-Alain Miller podía escribir: "Se suele mencionar, por la sorpresa que producen o por las burlas que provocan, las discordias y las escisiones de los psicoanalistas. Que se sepa que a partir de Catalunya fue posible invertir ese proceso nefasto".
Era un lugar que honraba a la Sección, aunque no era un lugar de privilegio, por la responsabilidad y el trabajo que implicaba. Se trataba ante todo de un punto de partida y no sólo de un punto de llegada, después de un largo camino en el que se habían sobrepasado también discordias y escisiones.
Quién no se habrá lamentado por lo que parece ser ese destino de la ciudad analítica: discordias y escisiones. Quién no habrá entonado en ese momento la pregunta "¿qué hacer?" ante lo que se presenta como inevitable, como diferencia irreductible, imposible de resolver.
Y que no le recuerden entonces a uno esa verdad -sólo pregunta "¿qué hacer?" aquél cuyo deseo se extingue o desfallece- porque ese deseo puede ser también en el otro el deseo de la discordia, de la división, hasta el deseo de ponerlo todo patas arriba. -¿No vendrá usted a decirme ahora que el deseo es armonía y acuerdo, unión y convergencia, usted que debe escucharlo cada día, en lo más inmediato de su experiencia? ¿No conoce ya los estragos de la creencia en un Otro de la buena fe? No son distintos a los estragos producidos por un deseo nunca acorde con el deseo del Otro, aunque sea en él donde siempre se sostiene. ¿Y por qué el grupo analítico debería escapar a todo eso?
Y es cierto, por lo general no escapa. El hecho de que la misma experiencia analítica haga descubrir al sujeto, de forma casi necesaria, que el deseo no puede reducirse a su pleno reconocimiento por el Otro, sería entonces una de las mejores razones que podría darse el grupo analítico para justificar sus discordias y escisiones. El Otro se convierte ahora en el Otro de la mala fe y el sujeto se sostiene en su denuncia. Pero con esa justificación denuncia también su propia impotencia, la imposibilidad para situar lo real en el que se funda su afirmación ante el Otro.
Antes de llegar a reconocer este real, el grupo analítico ha preferido casi siempre exiliarlo fuera de su ciudad. Guerra y paz se alternan entonces, sin que se vea exactamente cuál es el fin de la una y la otra.
Presento primero las cosas por su lado más grotesco, porque es así como suelen presentarse cuando este real irrumpe.
Pero ¿qué es lo que puede aprenderse de este vaivén?
Permítanme responder situando tres momentos en los que a mi juicio se produce la inversión de la inercia inherente a la ciudad analítica. No es nunca el proceso de uno solo pero sí es un proceso singular. Singular quiere decir aquí la lógica que hace que lo colectivo no se reduzca a la suma de las historias personales de cada uno sino al "sujeto de lo individual", -para tomar una vieja expresión del Lacan del "Tiempo lógico" que traduce al sujeto de las masas de Freud. El sujeto de lo individual quiere decir, en este caso, la experiencia del sujeto en relación a la causa analítica.
1. Describiré el primer momento como el rechazo de toda historia secreta como un argumento de lucha. Me explico: la historia secreta es la que se supone siempre como intención del Otro, ya sea del Otro de la buena o de la mala fe, para un beneficio más o menos común. Es una historia secreta porque el Otro nunca podrá llegar a decirla del todo, funciona sólo como un supuesto. Como el propio Lacan decía de la IPA en 1956, "la historia secreta (...) no está hecha ni por hacerse. Sus efectos carecen de interés junto a los del secreto de la historia. Y el secreto de la historia no ha de confundirse con los conflictos, las violencias y las aberraciones que son su fábula. (...) La anécdota aquí como en otras partes disimula la estructura"1.
El secreto de la historia de la ciudad analítica es qué lugar tiene en ella el deseo del analista, y cómo se define a partir de él la relación del sujeto con la causa analítica, sin convertirla en una anécdota o en una historia secreta.
Es ciertamente el punto en el que el grupo analítico se encalla con más frecuencia, sobre todo cuando asemeja su existencia a la de un grupo iniciático. El grupo iniciático es el que comercia con el saber -cualquier saber, ya sea el que se proponga como "teórico" o el que se suponga en la intimidad de cada uno- con los fines últimos de un goce colectivo. Esa es, por otra parte, la mala fama que se ganaron los grupos analíticos en su momento, también en Catalunya.
Véase al respecto una referencia de Lacan que no tiene desperdicio para entender la función que cumple la figura del iniciado en los escondrijos de la ciudad moderna. Se trata de la novela de Balzac, "El envés de la historia contemporánea". Verán allí cómo puede sostenerse el poder más aparentemente benéfico, el de la caridad, a partir del uso y el goce de una historia secreta.
El rechazo de toda historia secreta como argumento de lucha y acción es aquí un límite al goce del grupo sobre el saber que éste cree detentar.
De seguir esta idea más allá del sentido común, diría que tal vez habría que añadir una cláusula que contemplara este límite en los estatutos que se elaboran para cada grupo de la Escuela y que definen la naturaleza de su lazo asociativo. Dice el primer artículo: "Su duración es ilimitada [ahí no hay límite]. Su definición es la de una asociación sin fines de lucro y -podríamos añadir- sin fines de goce colectivo en el comercio con el sujeto supuesto saber". No digo que este goce no sea un medio -en realidad, la experiencia analítica se funda en ese medio que es el goce inherente al sujeto supuesto saber para abordar su realidad. Digo que no puede ser su fin para cada uno de los que sostienen ese lazo asociativo.
No me extiendo más sobre la importancia de este momento.
2. El segundo momento se produce como resultado efectivo de este límite. Es el momento en el que el grupo pierde su peso, pierde su sustancia e identidad. No hay ahora Otro de la buena o mala fe que sirva de argumento para la lucha. Suele ser el momento de la tregua, también de cierto impasse, productivo en sí mismo, y es el momento en el que se puede deliberar y en el que las cosas pueden tomar su tiempo. En el mejor de los casos, se descubre entonces aquello que estaba en el fundamento del grupo y que ahora ya no alcanza para hacer comunidad. Más bien, se trata en este momento de buscar el modo de hacer comunidad partiendo de lo que no hace comunidad para cada uno.
Parece éste el momento oportuno para plantear la pregunta fundamental que motiva la existencia de una Escuela, la pregunta sobre qué es el analista, esa función hecha de lo más particular, sin universal posible, a partir de lo que para cada uno no hace comunidad con el Otro.
Designemos este momento con la expresión que dio título a un excelente libro de Maurice Blanchot, "La Communauté inavouable", la comunidad inconfesable, o la comunidad indeclarable, es decir, la comunidad de aquellos que no tienen comunidad y que no pueden declarar nada sobre ella, no por impotencia o ignorancia sino porque han podido llegar a situar lo que hace excepción a su ser de comunidad, y que está a la vez en el fundamento de su vínculo social.
Son momentos de viraje, de corte, hasta de subversión, que cada uno podría fechar de modo diferente, aunque el momento, en su sentido eminente, el momento que define la estructura de la comunidad no sea, me parece, algo fechable de forma puntual -es algo que se hace presente en cada acto que modifica a esa comunidad en su fundamento mismo.
Alguien podría decir, por ejemplo, que ese momento es, para la Escuela, al menos para España, muy reciente: hace tan sólo unos meses, cuando el conjunto de miembros españoles decide poner en marcha el dispositivo del pase, dispositivo sin el que una Escuela no es Escuela y que toca a lo más íntimo del sujeto de la experiencia. Y por mi parte, estaría de acuerdo. Se trata de lo mismo, una vez más, de lo mismo pero de una manera bien distinta. Se trata de la misma Cosa pero con un medio para abordarla, un medio que nos permite distinguir, precisamente, la discreción del secretismo, la transmisión de lo singular de su reducción a lo inefable, a lo indeclarable.
Es por ello que distinguiré el pase como un tercer momento.
3. Diré únicamente dos palabras al respecto. Cierta inercia en nuestros debates y deliberaciones puede hacer pensar que el pase es un buen fin, un buen fin para lo que sea. Nada es menos seguro. El pase no me parece un fin. En primer lugar es un principio, un principio de la Escuela, lo que corresponde a sus fundamentos, a su definición misma. En todo caso, es un medio para la existencia del psicoanálisis, un medio, es cierto, privilegiado, que requiere de una precisión de relojería para obtener los resultados deseables. Pero nunca debería ser un fin, tampoco para el análisis mismo ¿Cómo podría hacerse un fin de algo que el propio Lacan definió como el mar, "que ha de recomenzarse siempre"2?
Un poco de mar entonces para nuestra ciudad analítica... Un río también puede valer: dos orillas no aseguran ninguna finitud, no la aseguran al barquero que hace pasar a Heráclito por su río, nunca idéntico a sí mismo, ni al propio Heráclito cuando pide cruzarlo.
Visto desde esta perspectiva, el pase sí me parece un medio para hacer avanzar al psicoanálisis, para que éste pueda hacer frente de la mejor manera posible al malestar en la cultura, para que pueda declarar lo que constituye a la comunidad analítica como su razón en el mundo actual, y, sobre todo, para que pueda declararlo a un exterior que no parece tener hoy muchas razones para mantener su confianza en las comunidades.
(Julio de 1995)
1. Jacques Lacan, "Situación del psicoanálisis en 1956", en Escritos, Siglo XXI, 1984, pág. 456.
2. Jacques Lacan, "El Acto psicoanalítico 1967-1968", en Reseñas de enseñanza, Manantial, Buenos Aires 1984, pág. 48.
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