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03 de febrer 2023

Es un decir

 

 

Es con esta muletilla —“es un decir”— como se suele terminar un enunciado, un dicho, para marcar su sentido irónico. Llueve de buena mañana, llueve mucho, torrencialmente. Llego a casa y el saludo con el que establezco el vínculo con el Otro de la palabra toma el significante habitual que la lengua ha instaurado como fórmula de cortesía: “¡Buenos días! Bueno… es un decir”. Curiosamente, a ese “decir” se le llama en realidad “un dicho”, una frase hecha, un refrán, una expresión que tiene una forma fija y que se convierte en una significante separado de su significado supuesto, con un sentido siempre figurado. 

Cuando el dicho se vacía de significado se convierte en un puro significante, un significante para todo uso, se convierte en índice de un sujeto de la enunciación separada de su enunciado, apuntando al sujeto del significante que no puede ser representado si no es para y por otro significante, igualmente vaciado de significado. Este decir apunta entonces al vacío de significado que anotamos con la $ del sujeto del significante. Pero se convierte también en un objeto de intercambio, en aquella “tésera” cuya función de pacto simbólico señaló Lacan en la palabra desgastada por su uso al pasar de mano en mano. Es el objeto que anida en la experiencia de satisfacción de un decir. Algo se satisface, en efecto, en esa ironía que “es un decir”, algo cercano a la función del superyó cuando la función del humor, como señaló Freud, lo convierte en un tránsfuga que apacigua un mal día para el sujeto. El humor es también un decir, el mejor tal vez para tratar lo real cuando se hace insoportable.

La interpretación analítica apunta a este “decir” que anida en cada dicho, un decir que anuda al sujeto de la enunciación con su objeto indescriptible.

Es también a este decir al que Lacan apuntaba en su enigmática frase de apertura de El atolondradicho: “Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que oye”. Y no es un decir cualquiera.