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04 de febrer 2012

Lo real del psicoanálisis



1) La propia idea de que el orden simbólico ya no es lo que era proviene, de hecho, de un efecto de lo simbólico del lenguaje sobre nosotros mismos.* Es un efecto de sentido que, por lo tanto, no debería tener nada en sí mismo de irreversible. Solo desde el registro de lo simbólico puede darse la experiencia de un tiempo subjetivo que nos permita representarnos un pasado, un presente y un futuro, y encontrar así las diferencias en el tiempo, encontrar a faltar o a sobrar el motivo de esta diferencia, —”ya no es lo que era”—, ya sea dicho con un sentimiento más o menos imaginario de la pérdida o de la ganancia de un goce.
Estamos, pues, ante una paradoja: es únicamente desde lo simbólico en el siglo XXI como podemos decir que lo simbólico ya no es lo que era. Y podríamos preguntarnos con razón si esta afirmación no estaba de algún modo ya presente en lo simbólico del siglo XX, —con la irrupción de un postmodernismo que se pensaba como el final de la historia—, o en lo simbólico del siglo XIX, —con el romanticismo melancolizante de un clasicismo perdido e imposible de recuperar—, o en lo simbólico del siglo XVII, —con el barroco que cambió, con el nacimiento de la ciencia, la visión renacentista de la realidad—, hasta en lo simbólico de los siglos VII al IV antes de Cristo —cuando la noción pre-socrática de la verdad iluminó lo real con el relámpago de la aletheia, del desvelamiento de la palabra, tal vez ya imposible de recuperar según el filósofo—.
Aunque también podría argumentarse que la noción de lo simbólico, tal como la utilizamos en esta expresión, se refiere a una perspectiva y a una experiencia que solo puede tomar cuerpo a partir de la enseñanza de Lacan, a partir del momento en que el propio Lacan nombra el registro de lo simbólico para diferenciarlo de lo imaginario y de lo real. Podríamos sostener entonces que con este acto de nominación de los tres registros se produce algo profundamente real e irreversible, un acto de invención que se realiza con un anudamiento y que demuestra a estos tres registros solidarios y a la vez equivalentes, dispuestos en una continuidad. Por mi parte, me parecería una vía más lacaniana de abordar el problema, más lejos de los espejismos imaginarios inducidos por lo simbólico del sentido del lenguaje. Con lo simbólico, hay que ir con cuidado: imposible pensar el lenguaje desde el propio lenguaje, menos todavía desde algún supuesto lugar exterior a él. Es el error de perspectiva propio de la psicología de nuestro tiempo, una psicología que sigue siendo lo que era, es decir, como indicaba Lacan en su Seminario XXIII, “la imagen confusa que tenemos de nuestro propio cuerpo”[1].

2) De lo real, por su parte, ¿podríamos decir en algún momento que “ya no es lo que era”? Nada menos cierto. Lo real es siempre idéntico a sí mismo, vuelve siempre al mismo lugar hasta el punto de confundirse con él, de llevar ese lugar pegado a la suela sin poder dejarlo nunca. De ahí su valor traumático, fuera del tiempo, tal como Freud lo descubrió bajo el velo del fantasma, como algo irreversible en la experiencia subjetiva y sin posibilidad de una realización simbólica, sin una imagen posible que llegue a reproducirlo también de manera fija. No hay fotografía ni escáner posible de lo real. La sexualidad y la muerte siguen siendo los dos ejes de coordenadas mayores con los que el sujeto intenta localizar en el discurso ese agujero negro de su universo particular, aquello que no cesa de no escribirse, de no representarse en él y que llamamos lo real. De ahí que Lacan lo igualara a lo imposible lógico. Lo real es lo imposible en la medida que no puede llegar a simbolizarse ni a imaginarizarse, que no cesa de no escribirse en los otros dos registros. Si lo real es siempre el que es, si no cesa de no escribirse fuera de toda temporalidad cronológica y solo puede aprehenderse como un imposible lógico, parecería difícil entonces proponer un Congreso con un tema así: “El orden real en el siglo XXI. No es más lo que era. ¿Qué consecuencias para la cura?”
Y, sin embargo, la pregunta no nos parecería tan ociosa si tenemos en cuenta la afirmación de Lacan, realmente increíble, fechada como conviene en 1976: “Yo he inventado lo que se escribe como lo real”.[2] Lo real, al decir de Lacan, es pues también una invención, una invención que lleva su nombre y que además puede llegar a escribirse gracias a esa invención. Otra paradoja, pero esta es una paradoja que tal vez pueda aclararnos la anterior, la que no nos dejaba ninguna salida desde dentro del registro de lo simbólico para abordar algo de lo real, sin exterior posible. La invención lacaniana sería entonces la posibilidad, la contingencia más bien, por la que lo real del inconsciente cesa de no escribirse. Es la posibilidad de un encuentro contingente, de la tyché, para atrapar algo de lo real en un tropezón, sin embargo, siempre fallido.
La transferencia, el amor de transferencia y su relación con el saber del inconsciente, es, en efecto, una contingencia de este orden, la que el psicoanálisis sostiene como la consecuencia mayor para cada cura. Pero es una contingencia que requiere, cada vez, de una invención del analista, de una invención cada vez nueva, que nunca será igual a la anterior.

3) Volvamos desde ahí al titulo de esta intervención: lo real del psicoanálisis. Diré para abreviar que es un real distinto a lo real de la ciencia moderna, un real donde ya todo parece escrito, ya sea en el gen o en la neurona, como el único saber del destino del sujeto de nuestro tiempo. Lo real del psicoanálisis es también un real distinto a lo real que el arte intenta atrapar con su saber hacer, con el saber hacer de la letra especialmente. Esta pasada semana hemos tenido el gusto y la oportunidad de dejarnos enseñar al respecto por el arte de Perejaume con las letras de su “Màquina d’alè” que hemos presentado en La Pedrera.
Lo real del psicoanálisis, el del inconsciente real, comparte algunas letras, por decirlo así, con uno y otro, con lo real de la ciencia y con el del arte, entre uno y otro. Pero solo se deja atrapar en uno y en otro como un real en lo simbólico del lenguaje. Este es el descubrimiento del psicoanálisis freudiano del que Lacan hizo su invención: hay un real en el lenguaje, un real vehiculizado por el lenguaje que la ciencia encuentra en el número y que el arte aborda con la letra. 
Cuando Lacan se encontró en los años setenta con Noam Chomsky en los Estados Unidos, tuvo el cuidado de responder de forma radical a la pretensión científica del lingüista que cree localizar ese real del lenguaje en el cerebro mismo. Es también la pretensión actual del cognitivismo apoyado en las neurociencias. Y Lacan respondió a esa pretensión, no menos delirante que la que ha fundado siempre a cualquier religión, con una apuesta por otro real que solo la poesía puede hacer presente en cierto uso de la lengua, de lalengua sostenida en los equívocos de la letra. El encuentro, el desencuentro más bien, de Lacan con Chomsky es entonces de una enorme actualidad para medir el desencuentro de la ciencia con el psicoanálisis en este siglo XXI y puede leerse ya muy bien en la estela que dejó en el Seminario XXIII sobre El sinthome.
“El lenguaje come lo real”, podemos leer en este Seminario. El lenguaje carcome lo real, añadiremos incluso, para hacer de él un síntoma.  “El lenguaje está ligado a algo que hace agujero en lo real”, leemos también en su respuesta a Chomsky. El problema no es ya el agujero en lo simbólico, cómo agujerear el Otro de lo simbólico, porque lo simbólico es ese agujero mismo. El problema es hoy cómo responder a eso que en lo real hace agujero.
¿Cómo transmitir hoy el lugar decisivo de este real que en el lenguaje solo reaparece como aquello que no cesa de no escribirse y del que, como nos muestra la clínica, depende el destino de cada sujeto y, con él, el del psicoanálisis? El debate no ha hecho más que comenzar en esta perspectiva.
El instrumento que Lacan encontró para hacer valer lo real del psicoanálisis en el lenguaje de su tiempo es el instrumento de la letra en lo real del inconsciente.

4) Para hacerlo entender de una manera simple, para hacer escuchar algo de este real  de la letra en el inconsciente como un asunto de escritura en la palabra dicha, daré un pequeño ejemplo, una divertida historia explicada por Slavoj Zizek a los indignados que se congregaban hace poco en Wall Street. Es una historia que ya se explicó aquí en una sesión del Cursus.
Un hombre de la antigua Alemania oriental es deportado a Siberia. Antes de marchar, sabiendo que sus mensajes serán leídos por la censura, les dice a sus amigos: “Establezcamos un código. Si recibís una carta mía escrita en tinta azul, todo lo que os cuente es verdad. Si está escrita en tinta roja, es falso”. Al cabo de un mes les llega una carta escrita en tinta azul: “Aquí todo es estupendo. Las casas son amplias y espaciosas; en las calles hay todo tipo de tiendas y espectáculos; en los cines podemos ver todas las películas de Hollywood; podemos conseguir y comprar todo lo que queremos; lo único que no podemos conseguir es tinta roja”.
En efecto, nos falta la tinta roja para decir la verdad, aunque sea en la forma de una mentira que le permita, a esa verdad, pasar la censura. Es una falta estructural, es el agujero mismo que el lenguaje introduce en lo real. Y no tenemos acceso a este real si no es por los equívocos y los semblantes de la verdad que el lenguaje nos permite articular en la letra azul de nuestro discurso.
Diré, pues, para concluir que lo real de la tinta roja del psicoanálisis es hoy lo que no cesa de no escribirse entre la ciencia y el arte, entre sus dos mundos simbólicos. Lo real de la tinta roja es y será siempre el mismo en ellos: lo llamamos inconsciente y nos falta cada vez que hablamos.
Aunque nos quede siempre un resto, una huella de lo real en el síntoma, es cierto que no disponemos de la tinta roja para escribir ese real que designamos a veces con el aforismo lacaniano “no hay relación sexual”. Lo que no debe impedir, sin embargo, que intentemos escribirlo, una y otra vez, con la letra azul de nuestro discurso.

*Intervención en el Seminario de la ELP preparatorio al VIII Congreso de la AMP, "El orden simbólico en el seiglo XXI. No es más lo que era".

[1] Jacques Lacan, Seminario 23, “El sinthome”, Paidós, Buenos Aires 2006, p. 147.
[2] Ibidem, p. 127.

26 de març 2011

Invención y psicoanálisis



La invención ha designado habitualmente un campo que está a caballo entre el arte y la ciencia*. La invención del poeta y el rigor del matemático[1] se han repartido así lo que el lenguaje ha hecho posible en el ser que habla: la metáfora creadora con sus múltiples significaciones por un lado, la escritura unívoca y sin significación de la formalización matemática por el otro. Si la primera hace posible en la poiesis la creación a partir de la nada, del vacío de un objeto siempre reacio a ser matematizado, la segunda ha poblado el universo de nuevos objetos con su techné, objetos que la tecnociencia de hoy ya ha llegado a injertar en el ser que habla como si le fueran connaturales.
El psicoanálisis es un invención del siglo XX, una invención  que no habría podido producirse sin la ciencia moderna pero tampoco sin ese objeto creado de la nada (das Ding) que solo el arte ha sabido singularizar en el ser que habla. ¿Qué lugar podrá tener el psicoanálisis y sus invenciones a partir de este nuevo siglo, cuando ya el arte ha “hecho ver la falta esencial que habita y sostiene a todo objeto”[2] y la ciencia parece haber cerrado también su ciclo alrededor de una forclusión definitiva del sujeto? El inconsciente freudiano parecería evaporarse así entre uno y otro, si no fuera por el retorno incesante del síntoma que, con su sufrimiento y su satisfacción substitutiva, se hace siempre y una vez más testimonio suyo. ¿Qué lugar, pues, para la invención del psicoanálisis en el nuevo orden simbólico que este siglo parece querer reducir a un problema de conocimiento objetivo, y el conocimiento a una mera técnica de manipulación de información?
¿Pero no fue, no habrá sido el inconsciente mismo otra cosa que una invención de Freud? Es la pregunta que se hizo Lacan en diversas ocasiones[3]. Fue en cualquier caso una invención que requería de una pareja, el sujeto histérico y su transferencia, como testimonio del lugar del Otro donde se alojaba un nuevo saber, un saber que había que saber descifrar primero para darle después ese lugar, lugar que no existe por sí mismo. Fue un arte y fue también un esfuerzo de formalización de Freud los que hicieron existir la invención del inconsciente como ese nuevo saber y ese nuevo lugar a la vez. Cuando lo descubrió fue, como indica Lacan, de un solo golpe, pero para sostener esa invención había que hacer después su “inventario”[4] en el ser que habla. Es lo que los psicoanalistas hacemos desde entonces en la clínica del “uno por uno”, con los efectos de enseñanza y de transmisión que ello implica.
¿Basta hoy con ello?
Lacan terminaba el siglo que lo vio nacer a él y al psicoanálisis con la idea de que eso no bastaba. Y elaboró una nueva categoría para abordar lo que puede ser el principio de la (re)invención del psicoanálisis para este siglo: la categoría de lo real. Se trata de un real propio del psicoanálisis que, es cierto, solo se hace presente en la singularidad de cada caso pero es un real que, por esa misma razón, necesita de una reinvención incesante, dada la modalidad con la que se hace presente: la de no cesar de no escribirse.
En este punto conviene distinguirlo claramente del real que la ciencia de hoy piensa representarse y manipular con sus instrumentos de observación. El real de la ciencia es un real que incluye un saber ya escrito, un real que, por decirlo así, no cesa de escribirse. Por lo que respecta al sujeto y a sus síntomas, la ciencia cree aprehender hoy este real en el gen y en la neurona fundamentalmente. El efecto que produce sobre lo simbólico sigue, sin embargo, la lógica de la forclusión que Lacan ya situó en su momento: todo lo simbólico deviene entonces real. Las invenciones de la ciencia siguen hoy muchas veces esta fórmula reduccionista que promete encontrar y manipular el sentido en un real donde todo el saber está ya escrito o donde podremos también reescribirlo. La fórmula sigue muy de cerca la que encontramos en el propio texto de Lacan con respecto a la esquizofrenia, donde “todo lo simbólico es real”[5]. Solo se distingue de ella en la medida que el científico retrocede un poco para reconocer lo simbólico que él mismo ha introducido en ese real con su instrumento, incluso con su deseo más ignorado. En este punto, el artista tiene todavía la ventaja de hacerse el inventor de su instrumento simbólico con el que funda un “saber hacer” singular. Es la invención del arte que encontramos en un James Joyce con la creación de su nueva lengua y que Lacan investigó en el Seminario dedicado a ese saber hacer. El arte tomó la forma de síntoma, de sinthome  para ser más precisos e incluir su singularidad de forma de goce.
Si en algún lugar encontramos un paradigma de la nueva invención que el psicoanálisis puede ofrecer en el nuevo orden simbólico del  siglo XXI es, en efecto, en la formación del sinthome como creación singular del sujeto una vez ha reducido su síntoma a algo que no es comparable a nada, “tautología de lo singular”[6]. Es entonces una creación que, en realidad, no tiene un orden ni una ley previos en la medida que hace presente lo real que era el corazón del síntoma, el corazón de su ser de goce.  
Si el cientificismo de Freud y su invención del inconsciente había creído  que lo real último del psicoanálisis estaba en la biología, lo real abordado por la enseñanza de Lacan será idéntico a la topología, a ese objeto que se construye alrededor del mismo vacío que causa la creación. Pero a la invención freudiana del inconsciente como elaboración de saber, Lacan opondrá su propio sinthome que responde al real propio del psicoanálisis, según una fórmula que, al revés de aquella que define a la ciencia, se enunciará así: “lo real es lo simbólico”[7]. La invención última de Lacan, su sinthome con el que nosotros afrontamos el nuevo siglo, es precisamente este nuevo real que puede dar lugar a una reescritura de lo simbólico por otros medios que los que nos propone la ciencia.  Es desde ahí que podemos entender la paradójica fórmula enunciada finalmente por Lacan: “Yo he inventado lo que se escribe como lo real”.[8]







* Colaboración en el volumen Scilicet de preparación del VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, El orden simbólico en el siglo XXI, Buenos Aires 23 -27 de Abril de 2012.

[1] Evocamos así la imagen con la que Lacan describe al personaje central del cuento de Poe en su texto “El Seminario sobre La carta robada”, en Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 33.
[2] Tal como lo definió de manera tan elegante como precisa Gérard Wajcman a propósito de Marcel Duchamp en El objeto del siglo, Amorrortu, Buenos Aires 2001, p. 84.
[3] Por ejemplo en su Seminario del 12 de Mayo de 1965, Problemas cruciales del psicoanálisis, (inédito).
[4] Es el término que Lacan utiliza para modular el descubrimiento freudiano: “Para decir que el inconsciente en Freud cuando lo descubre (lo que se descubre de una sola vez, todavía es necesario después hacer su inventario), el inconsciente es un saber en tanto que hablado como constituyente de LOMbre”, en “Joyce le Symptôme”, Autres écrits, du Seuil, Paris 2000, p. 565. La traducción es nuestra.
[5] Jacques Lacan, “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos, siglo XXI, México 1984, p. 377.
[6] Como lo definía Jacques-Alain Miller en su Curso del 17/12/2008.
[7] Es así como lo enunciará Jacques-Alain Miller en su Curso del 19/01/2011.
[8] Jacques Lacan, Seminario 23, “El sinthome”, Paidós, Buenos Aires 2006, p. 127.


24 de febrer 2010

Oscar Masotta, revolución en el arte, subversión en el sujeto











Con un subtítulo tan sugerente como “Pop art, happenings y arte en los medios en la década de los sesenta” se reeditó hace unos años una serie de artículos del que hace ya un tiempo es reconocido de modo general como el primer lector serio de Jacques Lacan en español. Nadie lo duda hoy: Oscar Masotta, fallecido en Barcelona de manera prematura en 1979, está en el origen del movimiento lacaniano en Argentina y en España. Muchos de nosotros nos encontramos con el texto de Lacan gracias a su deseo y a su certeza: “Cómo no agradecer a Lacan habernos permitido la alternativa de un cierto camino, despertando en nosotros una convicción, y sobre todo en un momento de la historia contemporánea en el que no hay muchas” – escribía en el prólogo de sus “Ensayos lacanianos” aparecidos en 1976. Y nosotros, cómo no agradecer a Masotta habernos permitido el encuentro con el texto de Jacques Lacan con la convicción de que había en él algo totalmente subversivo y radical, y eso en un momento en que las alternativas parecían destinadas al retorno desgastado de lo mismo. Quedaban por descifrar todavía las consecuencias de tal encuentro en la historia del psicoanálisis de orientación lacaniana que siguió en lengua castellana diversos avatares.
Revolución en el arte, subversión en el sujeto, es la desigual pareja que deja aparecer el discurso de Oscar Masotta entre un objeto caído de su estética y un sujeto siempre vacilante y fuera de lugar. Es en esta división finalmente ética que supo transmitir a muchos un estilo, una manera de abordar el objeto en los textos, de constituirlo también en su audiencia. Treinta y cuatro años después, podemos tal vez extraer nuevas enseñanzas de su certeza, de su insistencia en fundarla en formas institucionales hasta llegar a formas de “parodia”, como ha subrayado uno de sus mejores lectores y colega nuestro, Germán L. García. Treinta y cuatro años después, podemos contarnos entre esos lectores que a él le gustó designar con un deseo: “si la banda que hoy nos sigue se mantiene hasta mañana”.