13 de juliol 2017

Góngora y Quevedo: la querella político-poética española


















(Intervención en el Curso de Jacques-Alain Miller, Paris, 24 de Junio de 2017)

Si hay un debate que encarna de manera paradigmática en España la querella entre sus pueblos y sus formas diversas de gozar, ese es el debate sobre la querella interminable entre las dos grandes cimas de la poesía del barroco español del siglo XVII, don Luís de Góngora y Argote y don Francisco de Quevedo y Villegas.
Digamos de entrada que, en opinión de los estudiosos, la querella entre Góngora y Quevedo —o entre Quevedo y Góngora para que no se enfade todavía hoy uno más que el otro— podría ser una querella tan inventada y mítica como cierta y verdadera. Unos la leen como una construcción a posteriori que la tradición literaria habría transmitido a partir de lo que habría sido un simple episodio de juego poético, un puro ejercicio de estilo de dos grandes malabaristas de la lengua que gustaban de lanzarse los insultos más ingeniosos: Góngora, el representante del culteranismo —más artificioso y clasicista— y Quevedo, el representante del conceptismo —más llevado por el ingenio del concepto y de la agudeza—. Otros leen, sin embargo, esta querella como una verdadera y cruel lucha ideológica por el poder político y poético de la época en un momento clave del declive del Imperio Español que ya no volvería a levantar cabeza. Las dos Españas clásicamente enfrentadas encuentran hoy, en efecto, un modo de hacerse representar en estas dos posiciones atravesadas por una misma lengua pero por formas de gozar que no pueden reconocerse entre ellas, que parecen destinadas a la recíproca y fatídica exclusión.
Me he sumergido gustoso estos días en la abundante y densa literatura producida entorno a este episodio de la cultura española que sigue desatando todo tipo de pasiones entre gongorinos y quevedistas. He aquí los retratos que obtenemos.
De un lado, Don Luís de Góngora: provinciano andaluz de la ciudad de Córdoba, formado en la Universidad de Salamanca y que accede por su propio pie a la Corte de Valladolid, descendiente de judíos conversos, de los judíos que habían sido expulsados de España hacía un siglo, sin vocación política expresa, vividor y amante del juego de las cartas y de la vida disoluta, sin aprecio por el dinero ni por la vida cristiana cuyas leyes quebranta sin demasiada vergüenza. Es en ese momento el poeta ya consagrado y reconocido, que ha marcado el corte radical con la tradición renacentista, autor de las “Soledades”, impresionante edificio barroco de la lengua que retuerce palabras y sentidos danzando sobre el vacío para entregarnos a cada pirueta un plus de gozar como oro en paño. Don Luís de Góngora, el “nuncio canoro” de la lengua (el gallo que canta al amanecer del lenguaje), el que motivó uno de los pocos apelativos que Jacques Lacan se dio a sí mismo, “el Góngora del psicoanálisis, según dicen, para servirles”[1].
Del otro lado, Don Francisco de Quevedo: hidalgo castellano de la ciudad de Madrid, formado en los jesuitas y estudiante de teología en la Universidad de Alcalá de Henares —lo que quiere decir la mayor excelencia académica de la época—, rodeado desde siempre de los nobles y potentados de la Villa y Corte —el Madrid más realista y palaciego—, con una vocación política y un gusto por las armas que siempre quiso anteponer a las letras, feroz antisemita, devoto y estoico cristiano que no dudará sin embargo en adentrarse en las zonas más oscuras y escatológicas de los goces y las lenguas. Es el joven provocador que lanzará toda clase de insultos e improperios al reconocido maestro, diecinueve años mayor que él, su Góngora obsesivo, su “Gongorilla, perro de los ingenios de Castilla” tal como lo apodó en uno de sus furibundos ataques. Cojo de nacimiento, algo deforme y con una severa miopía, huérfano de padre a los seis años, de infancia triste y solitaria, supo hacer muy pronto de la lengua una substancia de goce apta para decir lo más con lo menos, lo más cruel con lo más sutil. Don Francisco de Quevedo, el mayor sátiro de la lengua castellana, misántropo y misógino a la vez que adorador de las mujeres, autor de una “Execración contra los judíos” de un racismo radical, finalmente tozudo defensor de la ya pobre hegemonía de la monarquía española en el mundo.
Estos son los dos grandes personajes de esta noble e injuriosa historia española.
Y ahora una par de breves muestras de la querella. Empieza el joven Quevedo, sin pelos en la lengua ni modales en la pluma, contra el ilustre maestro imitando su estilo en una sublime metáfora anal para terminar evocando su supuesta homosexualidad:


Contra Don Luis de Góngora

Este cíclope, no sicilïano,
Del microcosmo sí, orbe postrero;
Esta antípoda faz, cuyo hemisfero
Zona divide en término italiano;

Este círculo vivo en todo plano;
Este que, siendo solamente cero,
Le multiplica y parte por entero
Todo buen abaquista veneciano;

El minóculo sí, mas ciego vulto;
El resquicio barbado de melenas;
Esta cima del vicio y del insulto;

Éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
Éste es el culo, en Góngora y en culto,
Que un bujarrón le conociera apenas.

El comentario de este soneto satírico sería largo[2]. Se trata de la metáfora del ano (presente en varias rimas) convertido en “Cíclope” (también de un solo ojo) y en el último mundo (orbe) dividido en los dos hemisferios de las nalgas. Es también el cero de las operaciones económicas de los judíos venecianos, el monóculo en el ojo que es, sin embargo, ciego, adornado todo ello con las sirenas caras al lenguaje clásico gongorino transformadas en aromas anales, ridiculizando a su autor que es finalmente tratado de homosexual (bujarrón). De más está decir que en aquella época y lugar la condición de judío y de homosexual eran duramente castigadas tanto por la ley como por la opinión popular.
Responde ahora el maestro Góngora burlándose de la cojera y de la ceguera del joven candidato a poeta pero también de sus pobres facultades de traductor (del griego  Anacreonte), con una referencia al pasar al ojo ciego:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.


Aquí son los pies maltrechos de Quevedo el objeto de la sátira, los pies de su cojera y también los pies de la métrica de sus versos que son de “elegía”, pero también “de lejía”, es decir ásperos y de poca dulzura, toscos y poco cultos.
Estos y algunos otros intercambios en el arte del insulto —es cierto, muchos más de Quevedo a Góngora que a la recíproca— siguen alimentando en la actualidad ríos de tinta en los críticos y comentaristas. Señalemos sólo que el propio Quevedo contó con el placer dudoso de comprar la casa de su enemigo Góngora una vez éste se vio arruinado por sus malas gestiones económicas y que no dudó en escribirle incluso un cruel epitafio de este tono:

Este que en negra tumba, rodeado
de luces, yace muerto y condenado,
vendió el alma y el cuerpo por dinero
y aun muerto es garitero.

(Garitero es término despectivo para jugador).
Por supuesto, la función de entretenimiento que tenía el humor burlesco en la literatura del barroco y en el contexto cultural de la Corte española del siglo XVII es uno de los argumentos para explicar este cruce arrasador de fuego de artificios retóricos. Pero es fácil encontrar de inmediato en ellos los temas predilectos en la cultura española a la hora de mostrar, hoy todavía, el odio más visceral y personal que nadie duda que existía entre los dos grandes escritores: la envidia y la corrupción, la homosexualidad y la misoginia, el judaísmo y el antisemitismo, el provincianismo de las regiones, aquí la andaluza, frente al centralismo de la villa y corte madrileña, la lucha entre generaciones que no pueden reconocerse, entre el clero y la corte, entre el católico y el judío, entre el desprecio de clase y el liberalismo. Son temas que vuelven una y otra vez en la historia de España y algunos de ellos siguen encontrándose hoy mismo en muchas disputas, como en los recientes debates de la última moción de censura presentada hace sólo unos días al presidente del gobierno en el Parlamento español.
Señalemos para concluir la importancia que tuvo este momento mítico de la literatura española, esta querella político-poética, para los poetas de la llamada Generación del 27, la que agrupó a nombres tan significativos como Luís Cernuda, José Bergamín, Federico García Lorca o Rafael Alberti. La fecha fundacional de este movimiento político-poético, nacido pocos años antes del estallido de la guerra española de 1936, es el 17 de Diciembre de 1927, fecha de la conmemoración de los trescientos años de la muerte de Don Luís de Góngora y Argote. El grito fundacional lanzado en la ciudad de Sevilla por esta prolífica Generación de poetas, tan cruelmente diezmada después por el franquismo, no fue otro que ¡Viva Don Luís!




[1] “le Gongora de la psychanalyse, à ce qu’on dit, pour vous servir.” Jacques Lacan. Écrits. Ed. du Seuil, Paris 1966, p. 467.
[2]. Rodrigo Cacho Casal, La poesía burlesca de Quevedo y sus modelos italianos, Universidad de Santiago de Compostela, 2003, págs. 308-315.

3 comentaris:

Vicent Llémena i Jambet ha dit...

En un moment de crisi, de guerra o de lluita tots perdem, malgrat Marx i la seua lluita de classes, per a mi és més bé interacció de contraris, però quan esdevé lluita esdevé el primer pas a la guerra i no només de sexes sinó global, i en aquest cas l'Apocalipsi.
Van perdre Góngora i Queveedo, com estem perdent dones i homosexuals; amo i capitalista, hètero histèrics, i la lesbiana, els quatre discursos humans, que s'entrexoquen en un equilibri sempre inestable i què l'escriptura ha variat, en el seu ser efímer.
Góngora va ser el jutge i botxí de Quevedo, però aquest ho era de l'amo i del capitalista, doncs en resum aquest és l'enfrontament discursiu-sexual entre normòpates i homosexuals o dones, en què els normòpates, els més castigats (perden la vida en ser homosexualitzats, doncs no hi arriben mai, sinó que perden la salut, el histèric hètero també, però pot digerir una mica més un Celestí homosexual) dipositen en el seu testaferro, el discurs de l'analista o hètero histèrics la "lluita" contra les dones i homosexuals, que ho són de la lesbiana.
Jo crec, senyor Bassols, que el discurs de l'analista no pot desitjar o millor gaudir amb posar el discurs de la histèrica en un primer lloc, sinó que és el regulador de les interaccions de tots quatre o ¿cinc? discursos, el que posa ordre i els poda i els lleva el seu deliri perillós, eixe i no altre és el motiu dels meus escrits, el posar en evidència que han delirat els amos, el discurs de l'amo quen governava amb mà de ferro, també el discurs capitalista amb la crisi de corrupció globalitzada i ara el de la ciència; i l'histèric, aliats tots dos en el món que ens espera, però estarà sempre el discurs de l'analista per a podar i posar al seu lloc els deliris de tots els discursos, si l'amo té paciència i ens deixa.
Una altra cosa és el gran secret que té el discurs de l'analista amb l'histèric, que no desvetllaré, que ho faça per a si, qui hi arribe.

Una abraçada i per fi ha baixat vosté al meu terreny, m'apassiona el debat, ja ho deu entrevore.

Bon estiu a vosté i a tota la seua família

Vicent Adsuara i Rollan

Vicent Llémena i Jambet ha dit...

Disculpe, tot i que és necessari, el meu afany pel ser, l'etiqueta, ho vaig aprendre del meu pas per l'homosexualitat, digna, però no en el meu cas, que no era volguda.

Santiago Santidrián ha dit...

....moitas grazas, polo seu traballo...