(Primera parte del texto que se publicará en Enero de 2014 en el boletín aperiódico Latigazo)
Retal es anagrama de letra que sólo la letra hace posible. Nos sirve en castellano para intentar escribir lo que Jacques Lacan enseña en su texto Lituratierra, intento de traducción de lo que escribió en su lengua como Lituraterre. Lo que no cesa de no traducirse de este texto todavía indescifrado nos sirvió así para explicar lo que el propio texto pone en acto por medio de una “demostración literal”, incluso literaria, distinta en este caso a la que por otras vías Lacan había intentado como “demostración científica” del inconsciente, si ésta fuera posible. No lo es, aunque no por ello hay que dejar de intentarla, una y otra vez. Y es en este intento cada vez renovado donde reside el valor, la agalma incluso, del trabajo de lectura y escritura propio de un Seminario como el que organizó el INES[1] y al que fuimos tan amablemente invitados. Este texto está hecho de los retales —pedazos sobrantes de una tela, piel, chapa metálica— de aquel trabajo. Contamos con lo que guarda también del lastre necesario para que una embarcación mantenga la línea de flotación conveniente, o un globo en el fluido del aire, aunque sea para terminar desprendiéndose de él si hace falta a la hora de sobrevolar esta Lituratierra que es la experiencia analítica.
Lituratierra
incognita
Lituratierra incognita, decía
Jacques-Alain Miller[2]
refiriéndose al Seminario sobre “El Sinthome” de Jacques Lacan, lugar de
exploración del goce incontable, lugar imposible de representar. Terra incognita era la zona que en los
mapas antiguos quedaba delimitada como una zona en blanco de fronteras
imprecisas, región inexplorada, sin nombre ni representación posible, pero donde
a veces se encontraba la leyenda hic sunt
dracones, aquí hay dragones, seres fantásticos. Hay varios seres
fantásticos que guardan su enigma en Lituratierra,
texto que puede ser leído por otra parte como un tratado de geografía
lacaniana, o también de meteorología, incluso de ecología[3],
pero que en todo caso sigue permaneciendo como una zona en blanco en la
geografía psicoanalítica, una página en blanco en la que algo cesa de no
escribirse en la enseñanza de Lacan y que tendrá sus desarrollos posteriores.
Toca así algo de lo imposible de representar, algo de lo más real del lenguaje.
El resultado es este texto que es “no-para-leer” como se dice en la contratapa
de los “Otros escritos”, que parece a veces ininterpretable, pero es porque él
mismo se nos presenta ya como una interpretación que debe ser leída antes de ser
comprendida[4].
Situemos de entrada
uno de los seres fantásticos que encontramos en el texto de Lacan y que
funciona como su mayor argumento, como su objeto en sentido estricto: la letra.
Se trata de la letra no en su dimensión de impresión, de la letra impresa como
representación de la palabra dicha, dimensión a la que se la suele reducir de
manera impropia, sino de la letra que se escribe en la palabra dicha, de la
escritura que hay en el decir.
¿Cómo puede estar
la letra en la palabra dicha, cómo puede decirse que hay una escritura en el
decir? Habitualmente distinguimos el hecho de hablar del hecho de escribir. Es
muy distinto que alguien me diga “Nos veremos aquí mañana a la misma hora” que encontrar
la misma frase escrita en un papel. En este último caso no tengo ninguna
referencia clara para ninguna de las palabras. No sé quién ha escrito la frase,
ni sé tan sólo si se dirige a mí, ni cuándo ni dónde ha sido escrita, de modo
que las palabras “aquí” y “mañana a la misma hora” han perdido su referente. La
escritura, como decía Freud, es el lenguaje del ausente. En cambio, la palabra
dicha, dicha en una situación precisa de enunciación, mantiene estos referentes
de manera clara y precisa, o al menos lo suponemos. Vistas así las cosas,
hablar y escribir son dos actos distintos, la palabra dicha y la palabra
escrita tienen funcionamientos y condiciones diferentes. Pero eso sólo es así
si reducimos una y otra a dos formas de representación de algo previo, del
pensamiento por ejemplo, entidad de hecho muy ambigua e imprecisa, mucho más en
todo caso que el significante o la letra. La hipótesis lacaniana de la
instancia de la letra en el inconsciente implica que hay una letra en la
palabra dicha, que hay una escritura en el decir. Sin esta dimensión no podría
entenderse la propia función de la interpretación en la experiencia analítica,
operación que no sólo juega con el significante como tal sino que introduce la
dimensión de la letra como soporte material del significante, de la letra
vinculada al hecho de tener un cuerpo y al hecho de que las palabras resuenan
necesariamente en ese cuerpo. Por este sesgo, vemos de inmediato que la palabra
dicha se vincula con aquello que resuena en el cuerpo por el hecho de que hay
un decir, una enunciación. Y es por este sesgo que la palabra y la pulsión —ese
eco en el cuerpo del hecho que hay un decir, como decía el propio Lacan— se
vinculan a la letra.
La historia de la
escritura, al preguntarse por el espinoso problema del origen, de los comienzos
de la escritura, sostiene que estamos seguros que hay escritura sólo a partir
del momento en que es posible la homofonía y el equívoco. Cuando un joven de la
tribu de los yorubas le hace llegar a una joven de su misma tribu seis
rosquillas ensartadas en una ramita y recibe como respuesta un hilo con ocho
moluscos atados, después de lo cual deciden contraer matrimonio, no estamos
asistiendo sólo a un ritual que conjuga la pulsión oral con las relaciones de
parentesco. Pero hay que saber que en la lengua de los Yoruba, la palabra “efan”
quiere decir “seis” pero también “enamorado”, y que la palabra “eyon” quiere
decir “ocho” pero también “de acuerdo”.[5]
De modo que rosquillas y moluscos son así elevados a la dignidad de una letra
como soporte material del significante para escribir una carta de amor. Y ello
sólo es posible en la medida en que el equívoco y la homofonía han hecho su
entrada en la realidad del discurso.
Cuando una mujer
encuentra en su sueño escrito el nombre de “Alguero”, la ciudad de Cerdeña, asociado al “regalo” que quiere
hacer a su pareja, encontramos también una forma de escritura con la que el
inconsciente trata al significante. Se trata aquí de algo distinto al equívoco,
se trata de tomar la letra en su materialidad para realizar un anagrama, algo
más cercano a la contrepèterie, la
metátesis, el juego de letras con el que Lacan inicia su texto con un título
que sigue ese mismo juego, Lituraterre.
A partir de ahí, la
lengua se convierte en el conjunto de equívocos que la historia de sus
hablantes ha dejado persistir en ella, —definición de lalengua que encontramos en el Seminario “Aún”—, como un depósito
de restos que la letra se aviene muy bien a materializar, a soportar, a apoyar,
según el término que utiliza Lacan en este texto. Es esta letra la que Lituratierra transforma en un corte, en
un litoral, también en una tachadura, litura,
que es también resto, litter. Y, en una crítica a otras concepciones, señala
con énfasis que esta letra es un producto del lenguaje, nunca anterior
lógicamente a él, un producto del lenguaje que modifica sin embargo a la
palabra.
El estructuralismo lingüístico
de Saussure había dejado en el cajón, con todas sus consecuencias, su
interesante estudio sobre los anagramas descubiertos en los escritos latinos
antiguos, estudio que salió a la luz en 1964[6],
unos años después del texto de Lacan “Instancia de la letra en el
inconsciente…” de 1957. Los anagramas descifrados mostraban no sólo la
presencia de “un texto debajo de un texto” sino la operación de la letra que
recorta el texto mismo siguiendo sus combinatorias con el único objeto de cifrar
un puro goce del (des)ciframiento. El signo lingüístico de Saussure explota
aquí las posibilidades del significante, más allá de las sólidas leyes de la
metáfora y de la metonimia en la articulación simbólica del sentido que habían
definido la estructura del lenguaje hasta ese momento. Y las explota en los dos
sentidos. En primer lugar hace estallar la unidad del signo que articula el
significante con el significado, introduciendo el tercer elemento de la letra.
Pero también explota las contingencias de esta articulación, —nunca arbitraria
como sostenía Saussure, siempre contingente, como sostendrá Lacan— siguiendo la
combinatoria de todos los posibles recorridos de la letra. La letra funciona
aquí como un recorte en el saber, cavando un agujero que, en la medida en que se
quiera llenar de sentido, “recurre a invocar ahí un goce”. De ahí que la letra, la letra como principio
material de lalengua, se convierta
ahora en una suerte de receptáculo de goce, hasta agotar el sentido.
Sin duda, la obra
de James Joyce será aquí para Lacan una brújula a la hora de seguir el hilo de
la letra que teje el texto de Lituratierra,
una literatura que se construye como sinthome
reducido a un goce opaco de sentido. El término sinthome no está todavía en este texto de Lacan, pero podemos leer
las letras que empiezan a deletrear sus nuevos anudamientos. Se encuentra
una de sus marcas en la singularidad de la letra caligráfica en la escritura
japonesa que Lacan eleva a la dignidad de una singularidad de goce que
“aplasta” lo universal del significante. Se encuentra también en la
singularidad de la letra que cae como gota de lluvia de la nube del lenguaje
para inscribir en lo real el ravinement
(el abarrancamiento, el surco que el torrente abre en la tierra dejando restos
de su recorrido en los márgenes), el abarrancamiento pues del significado. La
escritura, insiste Lacan, es este ravinement
mismo, hecho de restos, que hace hueco en el saber para alojar un goce.
[1] Se trata del XIII Seminario para
docentes del INES (Instituto Nueva Escuela), en su ciclo de formación
permanente, que se realizó en Buenos Aires el 20 y 21 de Noviembre de 2013.
[2] En su Seminario del 12/01/2005
(inédito).
[3] Así lo indicaba Eric Laurent en su
intervención en el Curso de Jacques-Alain Miller, “La experiencia de lo real en
la cura psicoanalítica”, capítulo XVI. Paidós, Buenos Aires 2003.
[4] Varias referencias para orientarse en Lituratierra: Jacques-Alain Miller, en su Curso de 1996-1997, “La fuga del
sentido”, capítulo VII, “Monólogo de la apalabra”; en su Curso de 1998-1999 en
colaboración con Éric Laurent, “La experiencia de lo real en la cura
psicoanalítica”, capítulo XI, “El camino del psicoanalista”, y capítulo XVI
“Invariantes lacanianas”, en Editorial Paidós. También: Jacques-Alain Miller,
“L’or à gueule de la lituraterre”, en L’orgueil de la litérature: autor
de Roger Dragonetti, Genève,
Droz, 1999. Éric Laurent, “La carta robada y el vuelo sobre la letra”, en Síntoma y nominación, Buenos Aires, Colección Diva 2002. Sin
olvidar el Seminario XVIII de Jacaques Lacan (1971), “De un discurso que no
fuera del semblante”, en su clase del 12 de Mayo dedicada a la lectura sobre
Lituratierra, en Editorial Paidós.
[5] El ejemplo está recogido en el libro de
Ignace J. Gelb, Historia de la escritura,
Alianza Editorial, Madrid 1976. La historia de la escritura que Lacan cita con
más frecuencia es la de James Février, Histoire
de l’écriture, Payot 1948.
[6] Gracias a Jean Starobinsky, Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de
Saussure, Barcelona, Gedisa, 1996.
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