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02 de desembre 2013

Retal 1: Lituratierra
























(Primera parte del texto que se publicará en Enero de 2014 en el boletín aperiódico Latigazo)

Retal es anagrama de letra que sólo la letra hace posible. Nos sirve en castellano para intentar escribir lo que Jacques Lacan enseña en su texto Lituratierra, intento de traducción de lo que escribió en su lengua como Lituraterre. Lo que no cesa de no traducirse de este texto todavía indescifrado nos sirvió así para explicar lo que el propio texto pone en acto por medio de una “demostración literal”, incluso literaria, distinta en este caso a la que por otras vías Lacan había intentado como “demostración científica” del inconsciente, si ésta fuera posible. No lo es, aunque no por ello hay que dejar de intentarla, una y otra vez. Y es en este intento cada vez renovado donde reside el valor, la agalma incluso, del trabajo de lectura y escritura propio de un Seminario como el que organizó el INES[1] y al que fuimos tan amablemente invitados. Este texto está hecho de los retales —pedazos sobrantes de una tela, piel, chapa metálica— de aquel trabajo. Contamos con lo que guarda también del lastre necesario para que una embarcación mantenga la línea de flotación conveniente, o un globo en el fluido del aire, aunque sea para terminar desprendiéndose de él si hace falta a la hora de sobrevolar esta Lituratierra que es la experiencia analítica.


Lituratierra incognita

Lituratierra incognita, decía Jacques-Alain Miller[2] refiriéndose al Seminario sobre “El Sinthome” de Jacques Lacan, lugar de exploración del goce incontable, lugar imposible de representar. Terra incognita era la zona que en los mapas antiguos quedaba delimitada como una zona en blanco de fronteras imprecisas, región inexplorada, sin nombre ni representación posible, pero donde a veces se encontraba la leyenda hic sunt dracones, aquí hay dragones, seres fantásticos. Hay varios seres fantásticos que guardan su enigma en Lituratierra, texto que puede ser leído por otra parte como un tratado de geografía lacaniana, o también de meteorología, incluso de ecología[3], pero que en todo caso sigue permaneciendo como una zona en blanco en la geografía psicoanalítica, una página en blanco en la que algo cesa de no escribirse en la enseñanza de Lacan y que tendrá sus desarrollos posteriores. Toca así algo de lo imposible de representar, algo de lo más real del lenguaje. El resultado es este texto que es “no-para-leer” como se dice en la contratapa de los “Otros escritos”, que parece a veces ininterpretable, pero es porque él mismo se nos presenta ya como una interpretación que debe ser leída antes de ser comprendida[4].

Situemos de entrada uno de los seres fantásticos que encontramos en el texto de Lacan y que funciona como su mayor argumento, como su objeto en sentido estricto: la letra. Se trata de la letra no en su dimensión de impresión, de la letra impresa como representación de la palabra dicha, dimensión a la que se la suele reducir de manera impropia, sino de la letra que se escribe en la palabra dicha, de la escritura que hay en el decir.

¿Cómo puede estar la letra en la palabra dicha, cómo puede decirse que hay una escritura en el decir? Habitualmente distinguimos el hecho de hablar del hecho de escribir. Es muy distinto que alguien me diga “Nos veremos aquí mañana a la misma hora” que encontrar la misma frase escrita en un papel. En este último caso no tengo ninguna referencia clara para ninguna de las palabras. No sé quién ha escrito la frase, ni sé tan sólo si se dirige a mí, ni cuándo ni dónde ha sido escrita, de modo que las palabras “aquí” y “mañana a la misma hora” han perdido su referente. La escritura, como decía Freud, es el lenguaje del ausente. En cambio, la palabra dicha, dicha en una situación precisa de enunciación, mantiene estos referentes de manera clara y precisa, o al menos lo suponemos. Vistas así las cosas, hablar y escribir son dos actos distintos, la palabra dicha y la palabra escrita tienen funcionamientos y condiciones diferentes. Pero eso sólo es así si reducimos una y otra a dos formas de representación de algo previo, del pensamiento por ejemplo, entidad de hecho muy ambigua e imprecisa, mucho más en todo caso que el significante o la letra. La hipótesis lacaniana de la instancia de la letra en el inconsciente implica que hay una letra en la palabra dicha, que hay una escritura en el decir. Sin esta dimensión no podría entenderse la propia función de la interpretación en la experiencia analítica, operación que no sólo juega con el significante como tal sino que introduce la dimensión de la letra como soporte material del significante, de la letra vinculada al hecho de tener un cuerpo y al hecho de que las palabras resuenan necesariamente en ese cuerpo. Por este sesgo, vemos de inmediato que la palabra dicha se vincula con aquello que resuena en el cuerpo por el hecho de que hay un decir, una enunciación. Y es por este sesgo que la palabra y la pulsión —ese eco en el cuerpo del hecho que hay un decir, como decía el propio Lacan— se vinculan a la letra.

La historia de la escritura, al preguntarse por el espinoso problema del origen, de los comienzos de la escritura, sostiene que estamos seguros que hay escritura sólo a partir del momento en que es posible la homofonía y el equívoco. Cuando un joven de la tribu de los yorubas le hace llegar a una joven de su misma tribu seis rosquillas ensartadas en una ramita y recibe como respuesta un hilo con ocho moluscos atados, después de lo cual deciden contraer matrimonio, no estamos asistiendo sólo a un ritual que conjuga la pulsión oral con las relaciones de parentesco. Pero hay que saber que en la lengua de los Yoruba, la palabra “efan” quiere decir “seis” pero también “enamorado”, y que la palabra “eyon” quiere decir “ocho” pero también “de acuerdo”.[5] De modo que rosquillas y moluscos son así elevados a la dignidad de una letra como soporte material del significante para escribir una carta de amor. Y ello sólo es posible en la medida en que el equívoco y la homofonía han hecho su entrada en la realidad del discurso.

Cuando una mujer encuentra en su sueño escrito el nombre de “Alguero”, la ciudad  de Cerdeña, asociado al “regalo” que quiere hacer a su pareja, encontramos también una forma de escritura con la que el inconsciente trata al significante. Se trata aquí de algo distinto al equívoco, se trata de tomar la letra en su materialidad para realizar un anagrama, algo más cercano a la contrepèterie, la metátesis, el juego de letras con el que Lacan inicia su texto con un título que sigue ese mismo juego, Lituraterre.

A partir de ahí, la lengua se convierte en el conjunto de equívocos que la historia de sus hablantes ha dejado persistir en ella, —definición de lalengua que encontramos en el Seminario “Aún”—, como un depósito de restos que la letra se aviene muy bien a materializar, a soportar, a apoyar, según el término que utiliza Lacan en este texto. Es esta letra la que Lituratierra transforma en un corte, en un litoral, también en una tachadura, litura, que es también resto, litter.  Y, en una crítica a otras concepciones, señala con énfasis que esta letra es un producto del lenguaje, nunca anterior lógicamente a él, un producto del lenguaje que modifica sin embargo a la palabra.

El estructuralismo lingüístico de Saussure había dejado en el cajón, con todas sus consecuencias, su interesante estudio sobre los anagramas descubiertos en los escritos latinos antiguos, estudio que salió a la luz en 1964[6], unos años después del texto de Lacan “Instancia de la letra en el inconsciente…” de 1957. Los anagramas descifrados mostraban no sólo la presencia de “un texto debajo de un texto” sino la operación de la letra que recorta el texto mismo siguiendo sus combinatorias con el único objeto de cifrar un puro goce del (des)ciframiento. El signo lingüístico de Saussure explota aquí las posibilidades del significante, más allá de las sólidas leyes de la metáfora y de la metonimia en la articulación simbólica del sentido que habían definido la estructura del lenguaje hasta ese momento. Y las explota en los dos sentidos. En primer lugar hace estallar la unidad del signo que articula el significante con el significado, introduciendo el tercer elemento de la letra. Pero también explota las contingencias de esta articulación, —nunca arbitraria como sostenía Saussure, siempre contingente, como sostendrá Lacan— siguiendo la combinatoria de todos los posibles recorridos de la letra. La letra funciona aquí como un recorte en el saber, cavando un agujero que, en la medida en que se quiera llenar de sentido, “recurre a invocar ahí un goce”.  De ahí que la letra, la letra como principio material de lalengua, se convierta ahora en una suerte de receptáculo de goce, hasta agotar el sentido.

Sin duda, la obra de James Joyce será aquí para Lacan una brújula a la hora de seguir el hilo de la letra que teje el texto de Lituratierra, una literatura que se construye como sinthome reducido a un goce opaco de sentido. El término sinthome no está todavía en este texto de Lacan, pero podemos leer las letras que empiezan a deletrear sus nuevos anudamientos. Se encuentra una de sus marcas en la singularidad de la letra caligráfica en la escritura japonesa que Lacan eleva a la dignidad de una singularidad de goce que “aplasta” lo universal del significante. Se encuentra también en la singularidad de la letra que cae como gota de lluvia de la nube del lenguaje para inscribir en lo real el ravinement (el abarrancamiento, el surco que el torrente abre en la tierra dejando restos de su recorrido en los márgenes), el abarrancamiento pues del significado. La escritura, insiste Lacan, es este ravinement mismo, hecho de restos, que hace hueco en el saber para alojar un goce.






[1] Se trata del XIII Seminario para docentes del INES (Instituto Nueva Escuela), en su ciclo de formación permanente, que se realizó en Buenos Aires el 20 y 21 de Noviembre de 2013.
[2] En su Seminario del 12/01/2005 (inédito).
[3] Así lo indicaba Eric Laurent en su intervención en el Curso de Jacques-Alain Miller, “La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica”, capítulo XVI. Paidós, Buenos Aires 2003.
[4] Varias referencias para orientarse en Lituratierra: Jacques-Alain Miller,  en su Curso de 1996-1997, “La fuga del sentido”, capítulo VII, “Monólogo de la apalabra”; en su Curso de 1998-1999 en colaboración con Éric Laurent, “La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica”, capítulo XI, “El camino del psicoanalista”, y capítulo XVI “Invariantes lacanianas”, en Editorial Paidós. También: Jacques-Alain Miller, “L’or à gueule de la lituraterre”, en L’orgueil de la litérature: autor de Roger Dragonetti, Genève, Droz, 1999. Éric Laurent, “La carta robada y el vuelo sobre la letra”, en Síntoma y nominación, Buenos Aires, Colección Diva 2002. Sin olvidar el Seminario XVIII de Jacaques Lacan (1971), “De un discurso que no fuera del semblante”, en su clase del 12 de Mayo dedicada a la lectura sobre Lituratierra, en Editorial Paidós.
[5] El ejemplo está recogido en el libro de Ignace J. Gelb, Historia de la escritura, Alianza Editorial, Madrid 1976. La historia de la escritura que Lacan cita con más frecuencia es la de James Février, Histoire de l’écriture, Payot 1948.
[6] Gracias a Jean Starobinsky, Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure, Barcelona, Gedisa, 1996.

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